Año 1814.
Después de invadir Jujuy y Salta el Jefe realista, Joaquín de la Pezuela, le
informa al virrey del Perú:
«Los gauchos
nos hacen casi con impunidad una guerra lenta pero fatigosa y perjudicial. A
todo esto se agrega otra no menos perjudicial que es la de ser avisados por
horas de nuestros movimientos y proyectos por medio de los habitantes de estas
estancias y principalmente de las mujeres, cada una de ellas es una espía
vigilante y puntual para transmitir las ocurrencias más diminutas de éste
Ejército».
La
comunicación, interceptada por los patriotas, es un claro testimonio de la
actuación de las mujeres. Una de las que desvelaba al jefe realista era la
jujeña Juana Moro de López, delicada dama que humildemente vestida se
trasladaba a caballo espiando recursos y movimientos del enemigo. En una
oportunidad fue apresada y obligada a cargar pesadas cadenas, pero no delató a
los patriotas. Sufrió el castigo más grave cuando Pezuela invadió Jujuy y
Salta. Juana fue detenida y condenada por espionaje a morir tapiada en su
propio hogar. Días más tarde una familia vecina, condolida de su terrible
destino, oradó la pared y le proveyó agua y alimentos hasta que los realistas
fueron expulsados.
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