Su simpatía, inteligencia y tacto le permitieron ser una
inestimable auxiliar de su padre, cuya discutida personalidad dominó durante un
cuarto de siglo la vida política argentina. Por momentos considerada "primer
ministro", más que primera dama de Juan Manuel de Rosas, su actuación en
esa época turbulenta, especialmente en favor de los condenados por motivos
políticos, le valió el respeto de federales y unitarios.
El
árbol de flores amarillas se alzaba en los jardines de la que había sido
residencia de Juan Manuel de Rosas, en Palermo. A su lado la Sociedad Forestal
Argentina había hecho colocar un letrero que rezaba: "Aromo histórico,
llamado 'del perdón', a cuya sombra fueron indultados numerosos presos políticos
por el tirano Rosas a pedido de su hija, plantadora del árbol el año
1845". De esa manera daba pábulo a una difundida leyenda que atesoraron,
paradójicamente, más los enemigos del Restaurador de las Leyes que sus
partidarios. La figura de Manuelita Rosas, en efecto, tuvo la singular fortuna
de ser venerada por los segundos y respetada por los primeros. Aún obras como
la novela Amalia de José Mármol, donde los parientes del gobernador de la
provincia de Buenos Aires aparecen pintados con colores siniestros y
sangrientos, se detienen admirativas ante la personalidad de su hija.
En
1838, al fallecer la esposa del gobernador, el rosismo perdió a una de
sus figuras más representativas. Pero Encarnación Ezcurra de Rosas era algo así
como el alter ego femenino de su marido, y, como él, predominaba en ella la
decisión, la voluntad férrea, y una verdadera pasión por la supremacía
política. Con su aguda perspicacia, Rosas no tardó en comprender las
ventajas de disponer de alguien cuya imagen compensar a , en cierta medí da, su
propia imagen, recia e inflexible, alguien dotado de tacto, gracia y gentileza,
que fuese como la otra cara del régimen, una suerte de "encargada de las
relaciones públicas" que lo reemplazase en todas las ocasiones posibles,
pues ya se sabe que a los caudillos políticos no les conviene prodigar en
exceso su presencia. Es así como, apenas unos días después de la muerte de su
madre, Manuela comienza a ocuparse de la abundante correspondencia oficial. En
ese momento ella tenía 21 años, pues había nacido el 24 de mayo de 1817. Se
crió entre el campo y la ciudad, alternando los veranos en las estancias de su
padre con los inviernos en Buenos Aires, en el caserón céntrico que ocupaba
media manzana. Allí pasaba el tiempo jugando con sus primas, bajo la vigilancia
de las negras e indias que servían a la familia, allá galopando, con su hermano
Juan por las llanuras sin límites, pues desde temprano sobresalió como amazona
y no dejó de practicar con placer la equitación hasta casi los cincuenta años,
ya en el exilio inglés. "El hogar paterno de Manuelita -dice su biógrafo
Carlos Ibarguren— fue una mezcla extraña de cariño sin ternura y de unión sin
delicadeza." El futuro Restaurador y su esposa, que habría de ser aclamada
"Heroína de la Federación", formaban un matrimonio estrechamente
unido, pero poco proclive a las demostraciones afectuosas: el amor se mostraba
en los hechos. Por eso Manuelita, que no había heredado la pasión seca de su
madre ni el ánimo frío y calculador de su padre, buscó tan pronto como pudo, y
encontró en el seno de su grupo de amigas, dónde manifestar su natural cariñoso
y gentil. Con ellas compartía la vida propia de las hijas de las familias
acomodadas: reunirse sobre el estrado donde la pava para el mate humedecía el
ambiente que a menudo vibraba con rasguidos de guitarra; visitar la tienda del
andaluz Manuel Mateo Masculino, fabricante de enormes peinetones calados de
carey; prestarse mutuamente vestidos y chales, y pasearse por la Alameda
rodeada de festejantes. Pero, por otra parte, apenas cumplidos los doce años,
Manuelita se destaca entre sus amigas y entra en la vida pública. Es que su
padre ha sido nombrado gobernador propietario de la Provincia, y el matrimonio
Rosas, desde entonces cabeza indiscutida del Partido Federal, decide emplear a
su hija para ganarse simpatías entre el pueblo sencillo.
PRIMERA DAMA
Cuando
fallece su madre, durante el segundo gobierno de Rosas, la joven es
automáticamente exaltada al rango de primera dama del país. Manuelita no era
hermosa, pero lo compensaba de sobra con su simpatía y atracción
extraordinarias. El novelista opositor Mármol, ya mencionado, la retrató en
Amalia en estos términos: "Fisonomía americana pálida, ojerosa, ojos pardo
claros, de pupila inquieta y mirada inteligente". Por su parte, el
norteamericano Samuel Greene Arnold dice que "Manuelita es bien parecida,
con una figura llena y elegante pero ligeramente redondeada de hombros. Tiene
cara redonda y no bonita, pero que revela mucho carácter". Durante el
conflicto provocado por la intervención de Francia e Inglaterra en los asuntos
rioplatenses, Manuelita fue el terciopelo que cubrió el hierro inflexible de la
política paterna. Su encantadora personalidad cautivó a muchos jefes navales y
negociadores enviados al Plata. El comodoro Thornas Herbert, Henry Southern,
el barón de Mareuil, el almirante Leprédour, el barón de Mackau
y muchos otros formaron parte de la "corte" de Manuelita. Con lord Howden,
barón de Irlanda y par del Reino Unido pareció por un momento que las cosas
iban a llegar aún más lejos. A Rosas le interesaba conquistarlo, y organizó en
su honor fiestas hípicas aprovechando la pasión que el inglés mostraba por los
caballos. El resultado fue que este aristócrata, que había sido ayudante del
duque de Wellington, que había peleado en Grecia contra los turcos junto
a lord Byron, divorciado de una sobrina de Potemkin -el famoso ministro
ruso-, este romántico de ribetes novelescos, cayó perdidamente enamorado de
Manuelita. Al aproximarse el fin de su misión en el Río de la Plata, escribió a
Manuelita disculpándose por su mal castellano, ese "magnífico y suntuoso
idioma que con tanta dignidad y gracia mana de los labios de usted", y le
declaró francamente su amor. La hija de Rosas le contestó que lo quería como a
un hermano, y el lord, aunque desilusionado, respondió despidiéndose e
informándola, de paso, que el bloqueo del puerto de Buenos Aires sería
levantado. Con tantos amigos en el país y fuera de él, no es de extrañar que
hasta los periódicos europeos se ocuparan de la joven porteña. Mientras en
Madrid hablan de la "célebre Manolita", nada menos que la Revue
des Deux Mondes afirmaba que "cuenta ella en Europa, de Turín a
Copenhague, con gran número de admiradores y amigos". Ni su fama, empero,
ni la adulación de que estaba rodeada de continuo consiguieron alterar su
natural llaneza, ni la hicieron incurrir en actitudes que pudieran tildarse de
altaneras.
LA FELIZ EXILIADA
Esta
condición equilibrada de su carácter le fue muy útil al ser derrocado su padre
el 3 de febrero de 1852, cuando ambos debieron abandonar su patria y partir al
exilio en Inglaterra. Allí demostró que si hasta entonces había accedido a la
voluntad de don Juan Manuel no era por espíritu sumiso sino por afecto a su
persona y adhesión a su causa. En efecto, a pesar de la oposición de Rosas,
Manuelita puso fin a su soltería casándose a los 35 años con su antiguo
pretendiente Máximo Terrero el 23 de octubre de 1852. Dos hijos le nacieron en
tierra inglesa pero no los crió en Southampton, donde residía Rosas, sino en
Londres, pues el ex gobernante había puesto condiciones para aceptar la boda:
que él no asistiría a la ceremonia, que se deslindarían los patrimonios y que
Manuelita no seguiría viviendo en su casa. Desde entonces la familia, aunque
físicamente distanciada, siguió en la mejor armonía, y Rosas, convertido en
granjero, disfrutaba, cuando lo visitaban, con las ocurrencias y travesuras de
sus nietos Manuel y Rodrigo. La señora de Terrero supo mostrar que podía
adaptarse tan bien a la vida pública rodeada de lujos y halagos como a una
existencia privada en condiciones menos opulentas. Así transcurrió plácidamente
los últimos 46 años de su larga' vida, en el seno de una familia donde reinó el
afecto, la cordialidad y el respeto que ella siempre supo dar,' y que recibió
con creces de cuantos la trataron.
Fuente Consultada: Vida y Pasión de Grandes Mujeres - Las Reinas - Elsa Felder
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