Mientras tengo el poco arriesgado tino – no
esperen demasiado de este escrito - de
elaborar el presente análisis varias roscas y no de reyes están servidas sobre
centenares de mesas de la Patria. En algún caso entre mateadas, en otros entre
delicados cepajes californianos. La cosa es que a pocas horas del cierre de las
listas para las PASO todavía queda lo más importante por develar: Cómo y con
quién ha construido el oficialismo a escala territorial. Según los últimos
sondeos el NOA y el NEA conservan las mismas estructuras de alianzas que en los
comicios pasados. El índice de popularidad del Gobierno en las mencionadas
regiones no se ha modificado. Ahora bien, como muy atinadamente marcó Lucas
Carrasco trasladar ese estudio al resto del país resulta de un supino
reduccionismo analítico. La región Cuyana presenta incertidumbres parciales.
Mendoza siempre ha sido una provincia compleja para el oficialismo aunque no
imposible, en contraposición con las seguridades que entregan San Juan y San Luis,
y cuando hablo de seguridades me refiero a sus claras y respectivas
identificaciones políticas. Neuquen es y será el MPN, en consecuencia, sus
dirigentes siempre responderán a las necesidades de una suerte de
provincialismo instaurado desde los primeros tiempos de la dinastía Sapag. Hoy
la alianza con el oficialismo es concreta y tangible de modo que dicho formato
no corre riesgos políticos.
La Patagonia presenta incógnitas como nunca.
Los conflictos políticos en Tierra del Fuego, Santa Cruz y Río Negro han
disparado alineamientos disímiles. A los desencantados del presente se les
suman los heridos del pasado. A priori Chubut no parece ubicarse dentro de los
dilemas.
La Pampa Húmeda continúa siendo la madre de
todas las batallas. La región más rica de la Patria, la que engloba los
colectivos burgueses más intensos, la zona en donde la oposición, mediática y
política, concentran todas sus esperanzas. Entre Ríos y La Pampa exhiben
aproximaciones similares a las del 2011, mientras que la Provincia de Buenos
Aires, Córdoba, y Santa Fe se constituyen como los vectores por donde pasarán
todos los análisis políticos. La sensación de derrota o de victoria circulará
por la región. Prefiero no adelantar conclusiones debido a que recién las
roscas han sido colocadas sobre la mesa. La Ciudad de Buenos Aires es un
distrito con voto cantado de modo que el oficialismo muy poco habrá de invertir
en esfuerzos y capitales. Acaso la única alternativa es especular con una
oposición atomizada de modo el núcleo duro kirchnerista porteño (25%) pueda acercarse y limar ciertas diferencias.
La obtención de algunas pocas bancas por minoría sería todo un triunfo.
No olvidemos que en elecciones legislativas
todos los distritos tienen enorme trascendencia representativa. La batalla se
debe dar en todo el territorio de modo no dejar librado al azar la estructura
parlamentaria.
Según las encuestas nada hace pensar que la
composición del Congreso se modifique substancialmente. Ni el Gobierno llegará
a su tan anhelado 2/3, ni la oposición romperá drásticamente la actual
proporcionalidad existente. Todos sabemos que a partir del lunes posterior a
los comicios y durante dos años viviremos un tiempo fiambre en donde la carrera
presidencial hacia el 2015 será el dialecto a traducir. Sospecho que estas
elecciones ordenarán el espectro político y los argentinos sabremos de manera
fehaciente nuestro devenir postcristinista, y ojo que digo postcristinista, no
postkirchnerista. Mientras tanto Cristina seguirá gobernando tratando de
profundizar el modelo. Claro está, de aquí en más, será dentro del marco de lo
posible ya que la sospecha que nada durará demasiado quedará flotando en el
ambiente.
Sería fantástico que todas estas
presunciones antojadizas queden sepultadas por la contundencia de los resultados
y que el oficialismo logre imponer condiciones democráticas de manera
categórica y quede sepultada definitivamente la idea de un peronismo que pueda
alegremente pensar que el kichnerismo es cosa del pasado. Según Artemio es
posible, según Poliarquía no. Lo cierto es que si luego de 10 años de Gobierno
el oficialismo logra superar el piso del 40%, más de alguna esperanza blanca,
opositora o pseudoficialista, comenzará a broncear su rostro y entenderá que
darle la espalda a ese colectivo y sus paradigmas resultará un verdadero
suicidio político.
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