A su padre le debió la vocación poética y la tristeza que
marcó en forma indeleble su infancia, transcurrida enteramente en la ciudad
chilena de Vicuña -en el valle de Elqui- donde nació el 7 de abril de 1889.
Es que, siendo apenas una niña, Lucila Godoy Alcayaga,
conocida mundialmente con el seudónimo de Gabriela Mistral, sufrió el impacto
del abandono paterno. Jerónimo Godoy, en efecto, se marchó un día para siempre,
aunque no sin antes haber cultivado en la pequeña el gusto por la poesía y el
amor por los campesinos, la tierra, y sus frutos primarios. En la infancia de
Gabriela reinaron desde entonces su tía Emelina y su abuela, que por las noches
leía la Biblia en voz alta y la iba familiarizando con la poética sensualidad
de los versículos del Cantar de los Cantares.
Antes dé terminar la escuela primaria escribe sus primeros
versos y traba amistad con algunas compañeras que comparten sus lecturas y
juegos. El recuerdo de esos días la acompañará siempre, a tal punto que en su
madurez evocó a sus amiguitas con calidez y ternura: Todas íbamos a ser
reinas / de cuatro reinos sobre el mar. /Rosalía con Ifigenia y Lucila con
Soledad. / Iban las cuatro con las trenzas de los siete años, / y batas claras
de percal / persiguiendo tordos huidos / en la sombra del higueral.
A la edad de quince años Gabriela ya publica en un
periódico y firma con seudónimos enigmáticos y melancólicos:
"Alguien", "Soledad", "Alma". En 1906 comienza a
trabajar en una escuela primaria de La Cantera; allí conoce a Romelio Ureta, un
empleado de ferrocarril con quien inicia un noviazgo de largas charlas en una
sala de pensión provinciana, de paseos y confidencias por los senderos de
campaña. Nada en Gabriela revelaba que estuviera viviendo una intensa pasión,
pero ese opaco idilio que el tiempo desgastó lentamente dio origen a una de sus
obras más importantes, directamente inspirada por el prematuro fin de Romelio
que, en 1909, sustrae una modesta suma de la estación de ferrocarriles de La
Cantera y cuando es descubierto, se suicida. Impresionada por la tragedia, ese
mismo año Gabriela escribe sus célebres Sonetos de la muerte, con los que gana
en 1914 los Juegos Florales de la Sociedad de Artistas y Escritores. Es el
momento en que comienza la leyenda.
Los lectores de Chile y del extranjero advierten la
presencia gallarda e imponente de esa mujer volcada hacia la tierra, los
desposeídos y el dolor. Se trata de alguien que habla de materias y texturas
simples: pan, harina, miel; del reflejo de una llama de pinos en el rostro de
los seres queridos. Poco a poco los versos de Gabriela cobran trascendencia,
pero no abandona el magisterio. Hasta 1921 recorre toda su patria enseñando y
escribiendo. Es profesora en Traiguén, Antofagasta y Los Andes; directora de
liceo en Punta Arenas, Temuco, y Santiago. Su nombre cruza la frontera,
atraviesa América, se carga de resonancias misteriosas; es discutido, defendido
y vituperado.
Paralelamente, el fervor religioso de Gabriela busca un
cauce en forma impetuosa y desordenada: primero se aferra al catolicismo,
después a la teosofía y también -por breve lapso- al espiritismo. Se vuelca
luego al budismo por influencia de las suaves poesías de Rabindranath Tagore,
pero de ese Oriente que predica amor y paz entre los hombres retorna años
después al catolicismo completando así un accidentado ciclo.
Entre tanto, los dorados salones de la aristocracia
chilena se abren para ella. Las señoras de linaje admiran el carácter indomable
pero tierno de Gabriela, ya una luchadora que enarbola la bandera del feminismo.
La poetisa, a quien poco le importa su propio aspecto exterior, sabe apreciar
en otras las sutilezas del arreglo femenino y es cautivada por esas damas
elegantes y refinadas, aunque su asiduidad con la clase alta no tarda en
inspirar nuevas críticas; es tildada de "arribista".
A esa altura de su trayectoria, su fama ha llegado a otras
tierras y en 1922 el ministro de educación de México, José Vasconcelos, la
invita a viajar a ese país para colaborar en la organización de la enseñanza
rural. México la deslumbra por el color del cielo y la riqueza de su pasado
indígena, pero sobre todo por el amor de la gente, que la ayuda a sobrellevar
una soledad mitigada tan solo por su secretaria, compañera y amiga íntima,
Laura Rodig.
En 1922 se publica en Estados Unidos la primera edición de
Desolación; al año siguiente sus poesías se difunden en España. Los seis meses
que Gabriela debía pasar en México transcurren como una exhalación y la
invitación se extiende a dos años. Finalmente en 1924 el gobierno mexicano le
ofrece un viaje a Europa y Gabriela acepta.
A partir de ese momento las giras de trabajo, de estudio o
de exploración se sucederán ininterrumpidamente. En 1925 regresa a Chile y se
jubila como profesora; el gobierno la nombra representante en el Instituto de
Cooperación Intelectual de la Sociedad de las Naciones, en Ginebra, y comienza
así su carrera diplomática. En 1932 es nombrada cónsul en Genova, pero no llega
a ejercer sus funciones porque se declara antifascista. La trasladan a Madrid,
pero también allí tiene dificultades: en una comida, un grupo de intelectuales,
entre los que se contaba Miguel de Unamuno, se burla de las razas indígenas
latinoamericanas. Esa actitud hace nacer en Gabriela una amargura y un
resentimiento que, durante años, restó ardor a su cariño por España.
En 1935 el Congreso chileno la designa cónsul vitalicio
con la prerrogativa de designar ella misma el lugar donde desempeñará sus
funciones. A medida que pasan los años y que el nombre de Gabriela se agiganta,
su lucha contra cualquier tipo de opresión se profundiza. Recibe en su
consulado madrileño a Pablo Neruda, prófugo de Chile, actitud que le vale el
desagrado del gobierno de su país.
En la batalla contra la injusticia y el despotismo surgen
otras compañeras: en 1938 la editorial argentina Sur, que dirige la escritora
Victoria Ocampo, publica Tala a beneficio de los niños vascos víctimas de la
guerra civil española. La causa de la mujer y de la solidaridad humana une así
a dos mujeres de orígenes tan distintos como la chilena y la argentina.
Gabriela es un personaje en el mundo de la diplomacia y
actúa como tal, pero solo la intimidad le pertenece. Esa intimidad la comparte
con su secretaria y con su sobrino Yin-Yin, a quien ha adoptado. Ese hijo del
espíritu es su amor más intenso en la madurez pero será también su dolor más
profundo.
En 1943, mientras Gabriela se desempeña como cónsul en
Brasil, el muchacho de diecisiete años se suicida. Nunca se aclararon las
razones. Se habló de enredos amorosos, pero la poeta urdió historias fabulosas,
conjeturó persecuciones, atribuyó el suceso a bandas de malvados "que me
lo mataron porque era blanco y tenía ojos azules". Esa muerte fue a unirse
con aquella que la había sacudido en su juventud y a partir de ese instante la
razón de Gabriela comenzó a vacilar. Años antes había dicho: los huesos de los
muertos /pueden más que la carne de los vivos. I Aun desgajados hacen eslabones
I fuertes, donde nos tienen sumisos y cautivos.
En 1945 gana el Premio Nobel, pero la noticia apenas la
arranca de su sopor. Está cansada, sueña con afincarse definitivamente. El
dinero del premio le permite comprar una casa en Santa Bárbara, en Estados
Unidos. Pero Gabriela no se pertenece, los honores le indican itinerarios: es
nombrada cónsul en Veracruz, gana el Premio Serra de las Américas. Vuelve a
Italia se entrevista con el papa Pío XII. le habla de los niños pobres de
América, de los indígenas. Poco tiempo después, se entera con orgullo de que el
Sumo Pontífice propicia una campaña en favor de los indios.
El sol de Italia le depara momentos de felicidad. Se
instala en Bapallo, donde las colinas que enfrentan el Adriático le recuerdan
las costas de su Pacífico natal. Pero es apenas un momento de descanso. En 1954
.aparece su libro Lagar y decide viajar a Chile: será su último viaje. Su
tierra natal la recibe pletórica de agradecimiento y amor. Se dirige al pueblo
desde los balcones de la Casa de la Moneda en Santiago. Allí pregona cambios,
paz, un mundo distinto, y es ovacionada. Luego parte nuevamente a Estados
Unidos.
El 10 de enero de 1957 muere de un cáncer al páncreas en
el hospital de Hampstead, Long Island. Esa misma mañana había charlado durante
dos horas con Jacques Maritain, el célebre filósofo católico. Hablaron del
futuro del mundo, de los niños y callaron sobre ese tema que ninguno de los dos
quería tocar.
Fuente Consultada: Vida y Pasión de Grandes Mujeres - Las
Reinas - Elsa Felder
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