Grandes Mujeres de la Historia
Madame de Stael
Célebre
por las tertulias realizadas en su salón parisiense y por sus escritos, que la
convirtieran en favorita del público europeo, Mme. de Stael fue una de las
figuras más brillantes del Imperio Francés, y a pesar de su abierta enemistad
con Napoleón Bonaparte -que le valió el destierro- supo manejar con habilidad
los hilos de la política de su país.
En
una época en que el prestigio social y la influencia que podía alcanzar una
mujer dependían de su relación con algún gran hombre, la figura de Madame de
Stael es una de las pocas que han pasado a la historia por sus propios méritos.
Autora de novelas, ensayos y artículos políticos, fue para muchos de sus
contemporáneos —entre ellos Napoleón- persona incansable que desde su salón
parisiense movía los hilos rectores de Francia.
Aunque
algunos la consideraban una intrigante y otros una iluminada, nadie dudaba de
que fuese una de las personalidades más vigorosas e interesantes de los años de
la Revolución y del Imperio.
Al
nacer, en 1766, Madame de Staél era sencillamente Germaine Necker, la hija de
un acaudalado banquero suizo que residía en- París y a quien los propios reyes
solían pedir consejo. Entre tanto, su madre recibía en su hogar a los
personajes más importantes del reino y permitía a su hija asistir a esas
veladas.
El
salón de los Necker era frecuentado por muchos reformistas y se lo consideraba
un foco de ideas avanzadas. Sin embargo, al cumplir Germaine los veinte años,
sus padres decidieron casarla con un buen partido, según la usanza de la época.
Pusieron los ojos en el barón Staél Holstein, embajador sueco en París y 17
años mayor que ella. En las negociaciones matrimoniales intervinieron hasta los
reyes de Francia y de Suecia, pues la novia aportaba una dote considerable a un
marido extranjero y ello tenía implicaciones políticas y económicas.
Germaine
no amaba al barón, pero sí la libertad de que gozó como baronesa y pronto madre
de dos niños, que puso al cuidado de un aya, para dedicarse a la vida social.
Fue recibida en Versalles, donde deslumbró a la Corte con el brillo de su
conversación; pero había también una reina, María Antonieta, que se reservaba
el papel protagonice.
Mme.
de Staél se instaló en París en la rué de Bac, donde abrió un salón que
llegaría a ser célebre. En sus tertulias discutían a fondo todos los temas de
la época, especialmente política y filosofía; solo estaban prohibidos los
lugares comunes y la falta de talento.
En
1788 Luis XVI nombró a Necker ministro de finanzas, designación que fue bien
acogida por el pueblo, cuyos aplausos halagaron asimismo a la hija del
ministro. Pero el ministro fue despedido poco después, cuando ya la Revolución
era inminente.
LAS INTRIGAS POLÍTICAS
Madame de Stael y su salón tenían muchos enemigos: por todo París circulaban epigramas que la tildaban de intrigante y la acusaban de llevar una vida disipada. Después de 1789 la popularidad de su padre le evitó muchas dificultades, e inclusive la salvó de la guillotina. Ella se había convertido en una ardiente constitucionalista, que deseaba para Francia una monarquía como la inglesa, pero se avecinaba el Terror y tales ideas no tenían muy buena acogida: pronto rodaron las cabezas de Luis XVI y -poco después- de María Antonieta.
Germaine,
que había intentado en vano salvar la vida de la reina, consiguió que fuese
nombrado ministro Narbonne, su amante. A través de él pudo influir sobre el
gobierno, aunque no por mucho tiempo: Narbonne cayó y Mme. de Stael, se retiró
prudentemente a un cómodo y apacible refugio suizo, donde conoció a quien
habría de ser el gran amor de su vida, Benjamin Constant.
Esa
mujer bella y deslumbradora, de férrea voluntad y excepcional inteligencia,
quedó fascinada por ese joven de largos bucles dorados, alto y espigado, que
sumaba a su talento un pasado de bohemia.
Constant
se sintió halagado por la pasión que había inspirado en esa especie de musa
europea, pero los dos soles no tardaron en competir entre sí en las reuniones
hasta llegar a atormentarse. Las escenas terribles y los amores tempestuosos
jalonaron sus relaciones durante largos años.
Hacia
1794 Germaine se entusiasma con las ideas republicanas y sueña, para Francia,
con un gobierno como el de los flamantes E U A. Al año siguiente regresa a
París para imponer sus ideas. Reabre su salón para promoverlas, pero el severo
Comité de Salud Pública la miró con suspicacia y le "sugirió" que se
retirara nuevamente a Coppet (Suiza). Así lo hizo, pero para consolarse publicó
algunas novelas, una Epístola de la desgracia y Zulma.
Escribía
en el exilio como si ello fuera una expiación de la vida y de la política. Eso
le permitía desentenderse de sus problemas cotidianos. En 1796 apareció De las
pasiones con éxito clamoroso.
El
exilio no se prolongó mucho: en 1797, gracias a sus relaciones y contactos,
consiguió volver a París. Reabrió una vez más su salón, donde nuevamente se
urdieron complicadas intrigas y se discutieron los proyectos más audaces. Poco
después del fallecimiento de su marido (1798) de quien estaba separada, se
presentó en su casa un general que venía de triunfar en Italia: Napoleón
Bonaparte.
Aunque
el militar corso la fascinó aún más que Constant, Napoleón no cayó bajo su
influjo. Ambos se observaron, se estudiaron y finalmente decidieron
enfrentarse. El futuro emperador despertaba en ella una mezcla de miedo,
admiración y respeto. Cuando fue nombrado primer cónsul, evidenció su
desconfianza por Germaine y su salón. Sin embargo, ella no hesitó en publicar
De la literatura, interesante combinación de coquetería hacia la persona del
cónsul y alusiones satíricas a su gobierno. Napoleón disimuló apenas su cólera
y finalmente prohibió las reuniones en casa de la autora, cuyo destierro
ordenó.
UN EXILIO APASIONADO
Germaine volvió a Coppet y siguió escribiendo. Así publicó Delfina, novela en que, según sus propios términos, lo dijo todo. Pero también comenzó a viajar: si en Francia Napoleón le cerraba las puertas, otras cortes la recibirían con los brazos abiertos.
Viajó primero a Weimar donde deslumbró con su talento y vitalidad incluso al gran poeta Schiller, que al despedirla exclamó: "Me parece que salgo de una fiebre". Pasó luego a Italia, donde acopió nuevas imágenes y vivencias que volcó en su novela más importante, Carina, que la consagró ante el público europeo.
Coppet
se convirtió en la meca de cuanto poeta o artista visitaba Suiza. Constant
siguió un tiempo a su vera haciéndole una corte discreta, pero terminó por
casarse con otra mujer: daba así a su relación con Germaine el picante sabor
del adulterio.
Germaine,
imitando a Benjamín, aprovechó una corta ausencia de este para casarse en
secreto con Alberto de Rocca, un joven oficial de veintitrés años. Alberto
devolvía la ilusión de la juventud, aunque a veces, por la noche, la indomable
mujer debía apelar a las drogas para poder conciliar el sueño y dominar el
miedo: desde la publicación de su libro Alemania, temía que Napoleón no se
conformara con haberla desterrado y ordenase matarla. Pero la vida le deparó
otra sorpresa: el nacimiento de un tercer hijo al que hubo de abandonar poco
después para no ser apresada por agentes de Napoleón.
EL REGRESO Y LA MUERTE
Recorrió entonces Europa buscando en vano la paz, pero anhelaba volver a París, aunque presentía que ni la reapertura de su salón podría devolverle los ánimos.
La
caída de Napoleón alivió sus temores pero ya era tarde: el regreso a París no
le devolvió la felicidad. Abrió su casa en la rué Royale como en los
buenos tiempos y pasó algunos meses brillantes, pero sus hijos la veían decaer,
y una noche la sorprendió la parálisis en pleno baile.
Siguió
recibiendo, tendida en su lecho, hasta que en la noche del 13 de julio de 1817,
después de que la visitara Chateaubriand, se durmió con un ejemplar de Carina
entre las manos, para ya nunca despertar. Sus hijos, casi religiosamente,
cerraron ese salón en el que había reinado y al que había entregado sus últimas
fuerzas.
Fuente:
http://www.portalplanetasedna.com.ar/madame_stael.htm
Hecho.. un abrazo desde Argentina
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