Grandes Mujeres de la Historia
Fátima





A lo largo de la historia, y en todas las comarcas de planeta, las mujeres han ejercido influencia en grado diverso sobre la sociedad y el gobierno, y en muchas oportunidades ocuparon puestos políticos decisivos en algunas comunidades, desde las más primitivas y precarias hasta las más evolucionadas y poderosas.
Más infrecuente ha sido que toda una época quedase signada históricamente con el nombre de una mujer, como sucedió con Isabel I de Inglaterra bajo cuyo reinado floreció la hoy llamada "época isabelina". Pero mucho más inusual es que toda una dinastía gobernante se denomine a sí misma con el nombre de una mujer.
Ello ocurrió en África del Norte durante casi trescientos años, con el reinado de los Fatimíes o Fatimita. Fatimí, en efecto, significa "de Fátima", la hija del profeta Mahoma y esposa del primo de este, Alí.
A fines del siglo IX Ubaydullah, dirigente de un grupo que conspiraba contra el califato abasí, se proclamó mahdí, es decir, "guía de los fieles", con el apoyo del caudillo nordafricano, Abu Abdullah. Con ello Ubaydullah refirmaba, ante los otros miembros de la hermandad de los ismailíes, la herencia profética que, según estos, se remontaba a Noé, a través de Abraham, Moisés, Jesús, Mahoma, Alí y finalmente, Mohammed ibn Ismaíl, fundador de la secta a mediados del siglo VIII.
Ubaydullah sostenía que su ascendencia familiar se originaba en el propio Mahoma a través de Fátima, y aunque los descendientes de esta y de Alí eran numerosos en el mundo islámico -y todos tenían por lo tanto, derecho a proclamarse "fatimíes"-, ninguno hizo tanto hincapié en ello como Ubaydullah, que por otra parte, probablemente no lo fuera.
La alianza entre Ubaydullah y Abu Abdullah culminó con el establecimiento de un sólido reino "fatimí" en lo que es hoy Túnez, Argelia y Marruecos, que con los años, bajo el gran Almanzor, se extendió por casi todo el África del Norte y Sicilia. En 969 el general Yahuar conquistó Egipto y fundó El Cairo (al-Qahira, "la victoriosa", nombre de la estrella bajo cuyos auspicios se efectuó la fundación).
El régimen de los califas fatimíes pasó a la larga historia de Egipto como uno de los períodos más florecientes. En su apogeo el imperio fatimí dominó parte de Siria, el Yemen, La Meca y Medina, además de toda la costa nordafricana. Acumuló tesoros fabulosos y en su corte imperaba un lujo solo igualado por el que había desplegado Harún al-Rashid (el famoso califa abasí de Las mil y una noches).
Bajo los califas fatimíes los puertos de Aden y Alejandría volvieron a ser ricos emporios marítimos. El califato ismailí se encontraba ya en decadencia cuando el visir Salah aldin (el famoso Saladino, que venció a los cruzados), lo invadió en 1171 y fundó su propia dinastía, la de los ayubíes.

LA VIRGEN FÁTIMA

Si se compara la importancia de este rico y dilatado imperio con los datos que se conocen sobre la mujer que le legó su nombre, el contraste no puede ser más llamativo.
Con el correr de los siglos, la figura de la hija de Mahoma fue exaltada tanto por la heterodoxia chiita (a la cual pertenecían los ismalíes) como por la ortodoxia suní. Todo el Islam coincidió en ver en Fátima la mujer perfecta, la "santa" suprema del orbe musulmán.
Este proceso de canonización progresiva se inspiró tal vez en la veneración cristiana por María, al punto de que se adjudicó a la esposa de Alí y madre de 4 ó 5 hijos el epíteto de batul, "virgen".
El análisis de las fuentes primitivas más fidedignas de la tradición islámica no justifica, empero, en modo alguno semejante beatificación, pues brinda de la hija del Profeta un retrato quizá demasiado humano.
Fátima nació en La Meca después de todos los otros hijos que tuvo Mahoma con Jadiya, su primera esposa. Pero para los musulmanes fue la única heredera importante, puesto que, según la leyenda, era la única
nacida después de que al Profeta se le manifestó la Revelación (año 609, aproximadamente).
Al parecer, ello dejó profundas huellas en la personalidad de Fátima. Desde su más temprana infancia vivió en el hogar de un hombre que pretendía convencer a su pueblo y a todos los fieles que visitaban el santuario de La Meca de que él era el enviado del único dios, Alá, que les exigía abandonar su tradicional politeísmo. A pesar de que su madre, Jadiya, apoyaba a Mahoma, Fátima no dejó de sufrir las consecuencias de la atmósfera cada vez más tensa que el Profeta fue creando en torno suyo en La Meca.
Después de la Hégira (nombre que recuerda la huida de Mahoma de La Meca, en 622) el Profeta hizo venir a su hija a la ciudad de Yatrib (Medina), donde él había de residir desde entonces, y dos años después la dio en matrimonio a su joven primo Alí, bravo guerrero y fiel devoto de la nueva fe. Como Alí no tenía con qué pagar el banquete de bodas, para conseguir dinero tuvo que ponerse a recoger una planta que utilizaban los joyeros judíos de Yatrib para pulir el oro y la plata.

LA HIJA DEL PROFETA

La figura de Fátima que surge de los textos de la sunna (tradición) no es la de un personaje importante. Se trataba de una mujer de escasa belleza, enfermiza, celosa y, tal vez -en el lenguaje dé nuestros días—, algo neurótica. Por cierto, no logró hacer frente a la hábil y arrogante Aixa, la preferida de las nueve esposas del Profeta. Estas se habían dividido en, dos bandos rivales: el que encabezaba Aixa incluía a Hagza, Zafiya y Sauda, contra el de Umm Salama, integrado por la bella Zainab, Maimún, Umm Habiba y Juwainiya.
En las crónicas de las constantes disputas que mantenían nunca aparece mencionada Fátima, que se limitaba a lamentarse humildemente de lo pesado que era moler el grano en el mortero, por ejemplo. Solicitó a su padre que le concediese una esclava para hacerlo por ella, pero él le respondió con un versículo del Corán que predica la paciencia como prenda de la felicidad eterna.
Después de la derrota que sufrió Mahoma en Ohod, Fátima. lo asistió solícita y curó las heridas del Profeta, ayudada por Alí. Ello no obstó para que Aixa, en sus memorias pintase a Fátima sumida en el dolor el día que murió Mahoma (8 de junio de 632), pero con fuerzas y previsión suficientes como para reclamar ásperamente a Abú Bakr, el califa que sucedería al Profeta, la herencia de este.
En vida de su padre, Fátima le pidió que prohibiese a Alí tomar otras esposas. Mahoma accedió y Alí hubo de desechar las oportunidades de desposara hijas de hombres ricos y poderosos. A la muerte de Fátima -apenas seis meses después de la de Mahoma-, Alí, según la tradición, "cayó en hondo desconsuelo, rayano en la desesperación".
De su matrimonio con Fátima le quedaron dos hijas y dos hijos, Hasán y Husaín. Aunque ninguno de ambos demostró talento militar ni político, sus descendientes no dejaron de formar linajes rivales, el de los hasaníes y el de los husainíes, que durante siglos se enfrentaron en sangrientas luchas.
Entre tanto, según la tradición, Fátima ascendió al Cielo para convertirse en "reina de las mujeres del Paraíso", por debajo solamente de María, madre de Jesús.
Para los chiítas, Fátima fue un compendio de las virtudes enumeradas en el Corán, 33; 32-33: "-¡Oh, vosotras, mujeres del Profeta! Vosotras no sois como las otras mujeres. Si tenéis temor de Alá no sean vuestras palabras demasiado amables; de otro modo, quien tenga un corazón débil concebirá por vosotras deseos culpables. Hablad siempre un lenguaje conveniente.
-Y permaneced tranquilas en vuestras casas, y no os exhibáis con la ostentación que era usual en tiempos pasados. Frecuentad la oración, practicad la limosna y obedeced a Alá y a su Apóstol. Alá solo desea una cosa: alejar la infamia de vosotras y de las gentes de su casa y purificaros por completo".
 
Fuente Consultada: Vida y Pasión de Grandes Mujeres - Las Reinas - Elsa Felder



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