El cuidador de una plantita
Macedonio Fernandez
Él acaba por convencerse de que su
sentimentalidad, aptitud de simpatía, que viene desde tiempo luchando por
recuperar, está agotada, y en los sufrimientos de este descubrimiento cavila y
halla por fin que quizá el cuidado de una plantita endeble, de una mínima vida,
de lo más necesitado de cariño, debiera ser el comienzo de la reeducación de su
sentimentalidad.
Ocurre que pocos días después de esta
meditación y proyectos en suspenso, Ella, sin sospechar tales cavilaciones pero
movida por una aprensión vaga del empobrecimiento afectivo en él, le envía por
regalo una plantita de trébol.
Él resuelve adoptarla para iniciar el
procedimiento entrevisto. La cuida con entusiasmo durante un tiempo y cada vez
más se percata de la infinidad de atenciones y protecciones, expuestas a un
descuido fatal, exigidas para la seguridad de la vida por un ser tan débil, al
que un gato, una helada, un golpe, sed, calor, viento, amenazan. Se siente
intimidado por la posibilidad de verla morirse un día por mínimo descuido; pero
no es sólo el temor de perderla para su cariño, sino que conversando con Ella,
cavilosos como todos los que están en la pasión, y más cuando en esa pasión uno
decae, llegan a la obsesión de que exista algún nexo de destinos entre el vivir
de la plantita y su vivir o el de su amor. Fue Ella la que un día vino a
decirle que ese trébol fuera el símbolo del vivir del amor.
Empiezan a temer que la plantita muera
y muera así, uno u otro, y lo que es más: el amor, única muerte que hay. Se ven
sucesivamente, meditando en coloquios, creciendo el pavor a que se ven sujetos.
Deciden entonces anular la identidad reconocible de esta plantita para que,
eludiendo el mal presagio de matarla, nada haya identificable en el mundo a
cuyo existir esté supeditada la vida y amor de ellos; y al par así, sitúanse en
la asegurada ignorancia de no saber nunca si aquel existir vegetal que tan
singularmente se había hecho parte en las vicisitudes de una pasión humana, se
muere o vive. Resuelven, entonces, de noche, en un paraje no reconocible para
ellos, perderla en un vasto trebolar.
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