1984 – 12 de Febrero - 2013
No se culpe a nadie
Julio Cortázar
El frío complica siempre las cosas, en
verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel, pero ahora a las seis
y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un regalo de casamiento,
ya es tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay que ponerse el pulóver azul,
cualquier cosa que vaya bien con el traje gris, el otoño es un ponerse y
sacarse pulóveres, irse encerrando, alejando. Sin ganas silba un tango mientras
se aparta de la ventana abierta, busca el pulóver en el armario y empieza a
ponérselo delante del espejo. No es fácil, a lo mejor por culpa de la camisa
que se adhiere a la lana del pulóver, pero le cuesta hacer pasar el brazo, poco
a poco va avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo fuera del puño de
lana azul, pero a la luz del atardecer el dedo tiene un aire como de arrugado y
metido para adentro, con una uña negra terminada en punta. De un tirón se
arranca la manga del pulóver y se mira la mano como si no fuese suya, pero
ahora que está fuera del pulóver se ve que es su mano de siempre y él la deja
caer al extremo del brazo flojo y se le ocurre que lo mejor será meter el otro
brazo en la otra manga a ver si así resulta más sencillo. Parecería que no lo
es porque apenas la lana del pulóver se ha pegado otra vez a la tela de la
camisa, la falta de costumbre de empezar por la otra manga dificulta todavía
más la operación, y aunque se ha puesto a silbar de nuevo para distraerse
siente que la mano avanza apenas y que sin alguna maniobra complementaria no
conseguirá hacerla llegar nunca a la salida. Mejor todo al mismo tiempo,
agachar la cabeza para calzarla a la altura del cuello del pulóver a la vez que
mete el brazo libre en la otra manga enderezándola y tirando simultáneamente
con los dos brazos y el cuello. En la repentina penumbra azul que lo envuelve
parece absurdo seguir silbando, empieza a sentir como un calor en la cara
aunque parte de la cabeza ya debería estar afuera, pero la frente y toda la
cara siguen cubiertas y las manos andan apenas por la mitad de las mangas. por
más que tira nada sale afuera y ahora se le ocurre pensar que a lo mejor se ha
equivocado en esa especie de cólera irónica con que reanudó la tarea, y que ha
hecho la tontería de meter la cabeza en una de las mangas y una mano en el
cuello del pulóver. Si fuese así su mano tendría que salir fácilmente pero
aunque tira con todas sus fuerzas no logra hacer avanzar ninguna de las dos
manos aunque en cambio parecería que la cabeza está a punto de abrirse paso
porque la lana azul le aprieta ahora con una fuerza casi irritante la nariz y
la boca, lo sofoca más de lo que hubiera podido imaginarse, obligándolo a
respirar profundamente mientras la lana se va humedeciendo contra la boca,
probablemente desteñirá y le manchará la cara de azul. Por suerte en ese mismo
momento su mano derecha asoma al aire al frío de afuera, por lo menos ya hay
una afuera aunque la otra siga apresada en la manga, quizá era cierto que su
mano derecha estaba metida en el cuello del pulóver por eso lo que él creía el
cuello le está apretando de esa manera la cara sofocándolo cada vez más, y en
cambio la mano ha podido salir fácilmente. De todos modos y para estar seguro
lo único que puede hacer es seguir abriéndose paso respirando a fondo y dejando
escapar el aire poco a poco, aunque sea absurdo porque nada le impide respirar
perfectamente salvo que el aire que traga está mezclado con pelusas de lana del
cuello o de la manga del pulóver, y además hay el gusto del pulóver, ese gusto azul
de la lana que le debe estar manchando la cara ahora que la humedad del aliento
se mezcla cada vez más con la lana, y aunque no puede verlo porque si abre los
ojos las pestañas tropiezan dolorosamente con la lana, está seguro de que el
azul le va envolviendo la boca mojada, los agujeros de la nariz, le gana las
mejillas, y todo eso lo va llenando de ansiedad y quisiera terminar de ponerse
de una vez el pulóver sin contar que debe ser tarde y su mujer estará
impacientándose en la puerta de la tienda. Se dice que lo más sensato es
concentrar la atención en su mano derecha, porque esa mano por fuera del
pulóver está en contacto con el aire frío de la habitación es como un anuncio
de que ya falta poco y además puede ayudarlo, ir subiendo por la espalda hasta
aferrar el borde inferior del pulóver con ese movimiento clásico que ayuda a
ponerse cualquier pulóver tirando enérgicamente hacia abajo. Lo malo es que
aunque la mano palpa la espalda buscando el borde de lana, parecería que el
pulóver ha quedado completamente arrollado cerca del cuello y lo único que
encuentra la mano es la camisa cada vez más arrugada y hasta salida en parte
del pantalón, y de poco sirve traer la mano y querer tirar de la delantera del
pulóver porque sobre el pecho no se siente más que la camisa, el pulóver debe
haber pasado apenas por los hombros y estará ahí arrollado y tenso como si él
tuviera los hombros demasiado anchos para ese pulóver lo que en definitiva
prueba que realmente se ha equivocado y ha metido una mano en el cuello y la
otra en una manga, con lo cual la distancia que va del cuello a una de las
mangas es exactamente la mitad de la que va de una manga a otra, y eso explica
que él tenga la cabeza un poco ladeada a la izquierda, del lado donde la mano
sigue prisionera en la manga, si es la manga, y que en cambio su mano derecha
que ya está afuera se mueva con toda libertad en el aire aunque no consiga
hacer bajar el pulóver que sigue como arrollado en lo alto de su cuerpo.
Irónicamente se le ocurre que si hubiera una silla cerca podría descansar y
respirar mejor hasta ponerse del todo el pulóver, pero ha perdido la
orientación después de haber girado tantas veces con esa especie de gimnasia
eufórica que inicia siempre la colocación de una prenda de ropa y que tiene
algo de paso de baile disimulado, que nadie puede reprochar porque responde a
una finalidad utilitaria y no a culpables tendencias coreográficas. En el fondo
la verdadera solución sería sacarse el pulóver puesto que no ha podido
ponérselo, y comprobar la entrada correcta de cada mano en las mangas y de la
cabeza en el cuello, pero la mano derecha desordenadamente sigue yendo y
viniendo como si ya fuera ridículo renunciar a esa altura de las cosas, y en
algún momento hasta obedece y sube a la altura de la cabeza y tira hacia arriba
sin que él comprenda a tiempo que el pulóver se le ha pegado en la cara con esa
gomosidad húmeda del aliento mezclado con el azul de la lana, y cuando la mano
tira hacia arriba es un dolor como si le desgarraran las orejas y quisieran
arrancarle las pestañas. Entonces más despacio, entonces hay que utilizar la
mano metida en la manga izquierda, si es la manga y no el cuello, y para eso
con la mano derecha ayudar a la mano izquierda para que pueda avanzar por la
manga o retroceder y zafarse, aunque es casi imposible coordinar los
movimientos de las dos manos, como si la mano izquierda fuese una rata metida
en una jaula y desde afuera otra rata quisiera ayudarla a escaparse, a menos
que en vez de ayudarla la esté mordiendo porque de golpe le duele la mano
prisionera y a la vez la otra mano se hinca con todas sus fuerzas en eso que
debe ser su mano y que le duele, le duele a tal punto que renuncia a quitarse
el pulóver, prefiere intentar un último esfuerzo para sacar la cabeza fuera del
cuello y la rata izquierda fuera de la jaula y lo intenta luchando con todo el
cuerpo, echándose hacia adelante y hacia atrás, girando en medio de la
habitación, si es que está en el medio porque ahora alcanza a pensar que la
ventana ha quedado abierta y que es peligroso seguir girando a ciegas, prefiere
detenerse aunque su mano derecha siga yendo y viniendo sin ocuparse del
pulóver, aunque su mano izquierda le duela cada vez más como si tuviera los
dedos mordidos o quemados, y sin embargo esa mano le obedece, contrayendo poco
a poco los dedos lacerados alcanza a aferrar a través de la manga el borde del
pulóver arrollado en el hombro, tira hacia abajo casi sin fuerza, le duele
demasiado y haría falta que la mano derecha ayudara en vez de trepar o bajar
inútilmente por las piernas en vez de pellizcarle el muslo como lo está
haciendo, arañándolo y pellizcándolo a través de la ropa sin que pueda
impedírselo porque toda su voluntad acaba en la mano izquierda, quizá ha caído
de rodillas y se siente como colgado de la mano izquierda que tira una vez más
del pulóver y de golpe es el frío en las cejas y en la frente, en los ojos,
absurdamente no quiere abrir los ojos pero sabe que ha salido fuera, esa
materia fría, esa delicia es el aire libre, y no quiere abrir los ojos y espera
un segundo, dos segundos, se deja vivir en un tiempo frío y diferente, el
tiempo de fuera del pulóver, está de rodillas y es hermoso estar así hasta que
poco a poco agradecidamente entreabre los ojos libres de la baba azul de la
lana de adentro, entreabre los ojos y ve las cinco uñas negras suspendidas
apuntando a sus ojos, vibrando en el aire antes de saltar contra sus ojos, y
tiene el tiempo de bajar los párpados y echarse atrás cubriéndose con la mano
izquierda que es su mano, que es todo lo que le queda para que lo defienda
desde dentro de la manga, para que tire hacia arriba el cuello del pulóver y la
baba azul le envuelva otra vez la cara mientras se endereza para huir a otra
parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver, donde solamente
haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie y doce
pisos.
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