CARTAS MARCADAS
ALEJANDRO DOLINA
Manuel Mandeb, los sueños del “Ruso”
Salzman, Jorge Allen, el mozo Mansilla, el verdulero Lamensa, el alquimista
Marco Ferenzky, dueño del cabaret Sartori, las hermanas Bevilacqua, Ives
Castagnino, Nadine, Artola, Kristine, el matrimonio entre Bella y el Doctor Poniatowsky,
dos mazos de naipes franceses, 108 cartas, 108 capítulos, algunos simulados,
otros inexistentes, otros ilegibles, todos marcados. Cartas con doble lomo,
barajas que cambian en la mano de los propios jugadores antes de ser puestas a
consideración de la mesa. Un poker de reinas que mágicamente, soberbia
mediante, se transforma en nada, vencido casi burlonamente por un escuálido par de sietes.
La cerrazón verdusca domina el barrio de
Flores, un hombre en la cornisa que nunca se termina de decidir y el calvario que
sufren las cenizas de Bugallo. Entrelineas se intuyen las presencias de
Enrique Cadícamo y de Alfredo Le Pera mientras los amantes se prometen no
enamorarse jamás, sospecho que para no ensombrecer el momento, colocando a las vísperas en su lugar de privilegio.
Subrepticiamente las tachaduras van diseñando la contratapa...
Subrepticiamente las tachaduras van diseñando la contratapa...
Barthes, Graves, Goethe, Crowley y
Shakespeare, y una partida de cinco en donde participan activamente los brujos
de la calle Chiclana, acaso como solapados tahúres. Aquellas tachaduras enigmáticas
perforan la cerrazón de Flores (pudo haber sido otro barrio, pero Flores, según
“El Negro”, no requiere de explicaciones adicionales) prometiendo un sentido
alucinante y final. La realidad es engaño, hasta el mismo engaño lo es, todo es
perfecto. El amor como medio, como guía, como fin, la finitud entendida como cruel
totalidad.
Entre la niebla, y a pura intuición, el arte nos permite descubrir los secretos de los personajes, percibir que en cada uno de ellos ese supuesto universo asequible no es otra cosa que otro engaño más, acaso ausencia pura...
Todo el curriculum artístico del autor se
afirma y se potencia en Cartas Marcadas. Una obra con mayúsculas, ficción
armoniosa y plena de sabiduría, en franco antagonismo con el insensato sentido
común. En momentos donde las novelas, por cuestiones de mercadeo, vienen
formateadas – en cuanto a su extensión - por un deber ser comercial, Alejandro
Dolina nos propone ir contra la corriente, acercarnos a los clásicos del género
a través de su maravillosa pluma. Mientras disfrutaba de su lectura, de su
humor, me crucé en la esquina de Artigas y Avellaneda con Gog y con Papini, con la
melancolía de Macedonio, con Arlt, con Borges... con Dolina...
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