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Mujeres de la Historia: Lucía Sanchez Saornil
«Has jugado y perdiste: eso es la vida».
La vida de esta madriñela nacida en 1895 y
fallecida en Valencia en 1970 reúne de forma dramática los avatares de la
vanguardia literaria y política del siglo XX español. Es la única figura
femenina del ultraísmo, el primero y más interesante de los ismos en nuestra
lengua, creado por el chileno Vicente Huidobro. Es también la dirigente
anarquista más singular de la época de la Guerra Civil, creadora del grupo Mujeres Libres, que representó la rama feminista de la CNT. En
ambas vanguardias militó y perdió. De ambas desertó, desengañada y
silenciosamente.
Procuró siempre borrar las huellas de su paso por
el mundo, hasta el punto de que no existen imágenes de largos periodos, décadas
enteras de su vida; hecho sorprendente si se tiene en cuenta que durante muchos
años se ganó el pan retocando fotografías. Fue también pionera de una cierta
exhibición del deseo homosexual femenino en poesía, pero usó para hacerlo un pseudónimo
masculino, Luciano de San-Saor; encontró a la mujer y compañera de su vida en
America Barroso, a la que conoció en 1937 y que le acompañó hasta su muerte.
Pero no dejó memorias, novela autobiográfica u otro documento escrito sobre su
vida. Siendo escritora, no figura en los libros de literatura. Siendo política,
no aparece en los libros de política. Sólo algunos estudios sobre feminismo
anarquista en la Guerra Civil, como los de Mary Nash en los 70 -publicados
cuando Lucía había muerto-, intentaron rescatar su figura de un olvido
voluntario y forzoso, del que finalmente no ha salido.
Entre todas aquellas libertarias de verdad, por
lo general bastante poco cinematográficas, destaca la calidad de la obra
dispersa y la fascinante opacidad de la vida de Lucía Sánchez Saornil, una
mujer inteligente, feúcha y sentimental que murió quejándose en verso de su
falta de fe católica. ¡Ella, que había condenado hasta el matrimonio civil!
Sería, sin embargo, un error pensar que se trató de un arrepentimiento cobardón
al borde de la fosa.
Más bien estamos ante una persona de formación
lenta y rigurosamente clásica, en lo literario y en lo ético, que fue derivando
por exasperación hacia el extremismo radical en los tres órdenes de su
existencia, como escritora, como mujer y como política; pero que tras la
catástrofe de la Guerra Civil se recluyó en un anonimato sepulcral, abandonando
la militancia anarquista y retornando a una forma de poesía clásica y rabiosa
que se parece más al modernismo de su lírica juvenil que al populismo mediocre
de sus romances de guerra.
No es que Lucía fuera una personalidad
inconsistente sino que la vivencia de su poesía, de su sexualidad y de sus
ideas políticas la llevó tan dramáticamente lejos que, por fuerza, tuvo que
asumir la dolorosa realidad de su fracaso. En realidad, su vida es tan
contradictoria y compleja como la época, o mejor, las épocas que le tocó vivir.
Nació en una familia pobre de la Calle del Labrador, en el barrio de las
Peñuelas. Su padre se llamaba Eugenio y era la viva síntesis de las
contradicciones del siglo XIX: un republicano que trabajaba como telefonista
del duque de Alba.
Su madre, Gabriela, murió pronto y también un
hermano, quedando ella a cargo del padre y otra hermanita desde muy joven. Pudo
sólo estudiar en la escuela pública y luego simultaneó el trabajo de
telefonista con los estudios de pintura en la Academia de Bellas Artes de San
Fernando. Tal vez esa formación plástica le llevó a relacionarse con los poetas
vanguardistas en 1918 a través de la revista Los Quijotes, donde publicaba sus
versos.
Curiosamente siguió cultivando una poesía
típicamente modernista, rubendariana, con destellos de calidad pero banales en
sus argumentos. Sólo los poemas eróticos dedicados a la belleza femenina tienen
fuerza y originalidad. Cansinos Assens transmite un perfil suyo de mujer
modesta, acaso lesbiana y muy valiosa. Le gustó uno de aquellos poetas, César
A. Comet, pero cuando éste vio la pobreza de su casa no volvió a frecuentarla.
Por esa fallida aventura o amor frustrado muchos niegan su tendencia
homosexual, como si fueran cosas excluyentes.
En fin, la tensión entre el clasicismo modernista
y los rasgos futuristas del movimiento Ultrano era una rareza de Lucía. Baste recordar
que el manifesto del ultraísmo se publica en Cervantes (1919) y que la otra
gran revista es Grecia. Nuestra autora publicó también en Tableros, Plural, Manantial y La Gaceta Literaria.
Nunca reunió Lucía sus poemas de esa época en
libro. Parece que estaba más interesada en tratar a los Larrea, Gerardo Diego,
Borges, Garfias, Vighi, Guillermo de Torre o Adriano del Valle que en
construirse una carrera literaria. Hay antologías del ultraísmo que no la
mencionan, a pesar de poemas notables como Cuatro Vientos o la recaída juanrramoniana de Elegía Interior. Como autodidacta, su evolución es irregular y
lenta. Abandonaría el experimentalismo durante la década de los 20 para
volcarse en su actividad política como militante anarquista, a la que se dedica
enteramente durante los años de la II República. Desde 1933 fue secretaria de
redacción de la CNT de Madrid.
Como todos los revolucionarios de entonces,
Sánchez Saornil considera a la República una simple mascarada burguesa que hay
que utilizar y luego derribar. Pero desde Tierra y Libertad, La Revista Blanco y Solidaridad Obrera, Lucía va perfilando su
dimensión feminista. Defiende abiertamente que la lucha de la mujer no debe
subordinarse a la lucha de clases y que donde tienen que empezar los
libertarios a hacer propaganda para liberar de sus prejuicios a las mujeres es
en su propia casa. Los jefes de la CNT y la FAI, especialmente Federica
Montseny, la descalifican.
Le sucede en el campo revolucionario lo mismo que
a Clara Campoamor en el liberal democrático: los prejuicios machistas de
republicanos o anarquistas son superiores a las diferencias ideológicas. En
1936, antes de la Guerra, Lucía crea Mujeres Libres, con Amparo Poch y Rosa
Comaposada, organización que al estallar la contienda civil llega a encuadrar a
20.000 mujeres. Pero salvo editar una revista con ese nombre y ayudar en el
frente como intendencia, no hacen más. Les impiden los propios anarquistas
convertirse en agentes de liberación dentro de la revolución. Incluso les niegan
el derecho a una organización feminista dentro del movimiento libertario,
mientras las Juventudes Libertarias sí son admitidas y se convierten en el peor
enemigo de Mujeres Libres.
En la guerra escribe romances de propaganda, como
todo el mundo, y tan malos que no parecen suyos. Publica el Romancero de Mujeres Libres (1937) y sus artículos periodísticos en Horas de
Revolución (1938). En la revista valenciana Umbral conoce a América
Barroso y ya nunca se separarán. Pasan juntas a pie la frontera en 1939 y, tras
dos años en Francia, juntas la vuelven a pasar en 1941, huyendo de los
alemanes. Se instalan en Madrid pero, tras ser reconocida Lucía, se trasladan
aún más discretamente a Valencia, donde América trabaja en un consulado y Lucía
retoca fotografías.
Como nunca le gustó la publicidad, nadie más la
reconoce y las dos mujeres van envejeciendo juntas, en un anonimato cuidadoso
que sólo conoce el pintor Pedro de Valencia. El sentimiento de derrota absoluta
lo refleja este verso: «Has jugado y perdiste: eso es la vida».
Tras diagnosticarle un cáncer, comienza una
angustiosa cuenta atrás, invocando a Dios o insultándolo, según los días y el
ánimo. En poemas como Esperanza y Sonetos de la Desesperanza, leemos «Quiero creer en Dios, quiero creer, / no me enturbiéis la
fe que voy buscando»; y también « ¿He de creer en ese Dios absurdo / ese
Dios que hizo al hombre contrahecho?».
Tras la despedida elegíaca «Ya no veré altamares... sólo un puerto / de sirenas varadas
que exaspera / mi ansiedad condenada a un punto muerto, / contar, pesar, medir
lo que yo era», comparó su destino con el de la Victoria de Samotracia: «perderé como tú si se da el caso / la cabeza pero nunca las
alas» y terminó su último soneto con el verso «quiero serenidad para morirme». América hizo grabar
sobre su tumba este otro: «Pero... ¿es verdad que la esperanza ha
muerto?».
En vida de Lucía, muchas veces.
Fuente: Segunda República. com
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