Política activa o activar a la política


Política activa o activar a la política



“Hasta que nuestra sociedad no se dé cuenta o en su defecto entienda que para cocinar y luego comer y disfrutar de un omelet hay que romper algunos huevos no me interesa participar activamente de la política formal”. De este modo se expresaba Rubén Blades ante un reportaje que se le efectuó hace un tiempo sobre cuestiones sociales y políticas.

Me interesó el razonamiento a partir de un hombre de la cultura popular que supo concitar las esperanzas de una buena parte de la población, no sólo como funcionario de Turismo, sino también como candidato firme a los más altos cargos ejecutivos de Panamá. La frustración del dirigente con su pueblo pero a la vez la admisión de su propia ineficacia para que las masas comprendan sobre la complejidad que encierra administrar la cosa pública.

En nuestro caso es probable que una buena parte de nuestra sociedad detente ciertos anticuerpos que permiten puntuales reacciones colectivas para que determinadas y notorias depresiones individuales no conspiren contra el sistema de participación popular.

Tomé la cita en función de analizar nuestra contemporaneidad a propósito de un interesante artículo (Mensajes) que Lucas Carrasco publicó en su espacio (República Unida de la Soja) con relación a cierta apatía y desmovilización que observa dentro de los adherentes del Proyecto Nacional y Popular. Cosa que quedó tangencialmente amplificada por Horacio González y Jorge Dorio en la pasada emisión dominical de 678. No estamos hablando solamente de ganar la calle, espacio que en apariencia observo con nostalgia le hemos regalado a lo más reaccionario de la sociedad, acaso me refiero a elevar la conceptualidad en el debate.

A contracara de lo manifestado por Blades considero que nuestros compatriotas conocen holgadamente sobre la “necesaridad” de romper varios huevos para hacer un omelet. Lo que puede percibirse claramente es la ausencia de valorización sobre la complejidad de tales actos políticos entendiendo, erróneamente a mi criterio, que el ejecutivo retiene poder omnímodo, cuestión que le permite hacer y deshacer a placer, y como tal encierra para sí la plena responsabilidad de lo que ocurre y de lo que no ocurre. Horacio González mencionó lo urgente de refinar la línea argumental, sobre todo para desentrañar en dónde descansa el poder real y las limitaciones que como Estado democrático tenemos para desarrollar políticas. Elevar el debate para que la cuestión no circule solamente por una simple avenida de doble mano en donde la mentira y el embuste sean el principal motivo político de discusión.

Desde hace largo rato están a la vista tanto los escaques como la ubicación de las fichas. Sabemos lo que harán las corporaciones y sus alas políticas y sindicales, en consecuencia detenernos en sus agresiones y dislates constituye a mí entender, un retroceso. No estoy diciendo que las trincheras que trabajan a favor de refutar esas argumentaciones deban abstenerse de su protagonismo o no continúen siendo necesarias, lo que me parece imperioso es elevar el tenor conceptual colocando la acción política contemporánea y el mundo actual como temática esencial. Vale decir, debemos comenzar a preguntarnos sobre determinadas cuestiones y contradicciones del propio kirchnerismo y que surgieron a partir de la actitud de varios compañeros que supieron ser cimientos excluyentes del movimiento y que hoy se manifiestan como inclementes adversarios. Cosa que en lo personal lo observo como doloroso.

En Hora Clave”  de ese mismo domingo Patricia Bullrich afirmó muy suelta de cuerpo que tomando el ejemplo de Lugo en Paraguay nuestro Gobierno Nacional pretendía elaborar una suerte de retirara heroica. Un escenario de victimización de proyección colateral planteaba “La Piba”. A la par decenas de editorialistas continúan retroalimentándose con argumentos notoriamente destituyentes, análisis efectuados a partir de sus deseos particulares y no disparados a propósito de la realidad tangible.

Resulta perentorio ir a dar el debate a tierras hostiles, a la vez se hace imprescindible que los expositores del Proyecto Nacional lo configuren cuadros que tiendan a refinar la línea argumental en consonancia con la complejidad que el momento ostenta, de modo que partan desde las propias bocas mediáticas adversas las refutaciones sobre tanta malversación circulante. Nos observo demasiado encerrados en nosotros mismos. De Petri, con sus limitaciones dialécticas,  dio una lección al respecto en el programa Palabras Más, Palabras Menos de la misma señal TN. Su alocución fue lo suficientemente poderosa y convincente para que los conductores no tuvieran más remedio que meter violín en bolsa sobre cuestiones inocultables de la realidad. En la actualidad la batalla dialéctica se da en los medios por lo tanto deben desfilar por allí los tipos más preparados del proyecto, no sólo para saber saltear las habituales zancadillas sino también para argumentar con precisión y claridad las políticas implementadas. De eso se trata el refinamiento al que apunta González. Se hace necesario corregir el error, voluntario e involuntario, interrumpir con argumentos cuando se trata de imponer sofismas, pelear en cada entrevista de modo visceral y no ser tan políticamente correctos cuando el adversario desea imponer apreciaciones subjetivas como si fueran verdades taxativas.

En su editorial del día María O´Donnell criticaba al Gobierno Nacional por la discrecionalidad en el reparto de las partidas impositivas no coparticipables. Su alegato versaba sobre el actual dilema bonaerense y un informe de CIFRA en donde comparativamente exhibía el perjuicio económico que sufre la provincia y sus habitantes. En su análisis soslayó, a mi entender de exprofeso, un ítem fundamental que no puede omitirse bajo ningún concepto. La provincia que mayor beneficio obtiene por el sistema de subsidios nacionales imperante es justamente la de Buenos Aires debido a que es la de mayor población. En consecuencia y calculando groseramente casi el 35% del monto global que Nación vuelca a subsidios van a parar directamente y sin intermediarios a los habitantes de dicha Provincia. Sabemos que anualmente Nación invierte aproximadamente unos 50.000 millones de pesos anuales en subsidios, en consecuencia Buenos Aires percibe indirectamente unos 17.500 millones de pesos en ese concepto.
Particularmente me llama mucho la atención que el sistema de subsidios no se tenga en cuenta cuando de circulante, distribución e ingresos per cápita se habla. Pues urge dar ese debate e informar con certeza cómo impacta el sistema de subsidios en los bolsillos de las personas y en esa misma dirección en su calidad de vida.

Es hora de atomizar los grandes temas, desmenuzar los dilemas más cerrados, fragmentar las contradicciones más extremas. No esperemos que lo hagan aquellos que prefieren simplificar la coyuntura para que las interlíneas no sean percibidas. Deconstruir, especificar para llegar del modo más certero posible a la síntesis política de un momento histórico muy especial, época que se observa demasiado compleja como para entenderla únicamente desde el fervor que propone la contemporaneidad.


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