Diálogo entre
Alejandro Dolina y Pacho O´Donnell
Miedo a la soledad
La
doliente soledad de mi cuatro...
Prefiero las callejuelas peligrosas a las avenidas
iluminadas
AD: Existe una soledad relacionada con el
desamparo y otra con la enorme dificultad o imposibilidad de comunicarse. Luigi
Pirandello decía que nadie conoce a nadie, que es imposible llegar al otro.
Cuando abrazaba a su esposa y le decía que la amaba aunque no podía conocerla,
ella, que no era una mujer culta ni profunda, desde su honda de en la
experiencia y en lo inmediato le respondía que sí lo conocía. Él, sin embargo,
tenía certeza de que era imposible.
PO: Es interesante la escena porque pareciera que,
mientras más se aproximaba él a su mujer, incluso físicamente, más se convencía
de la dificultad de conocerla.
AD: Es una escena muy teatral: un hombre tomando
entre sus brazos a la persona amada y sintiendo la imposibilidad de comunicarle
su amor. Desde luego, él sentía esa perplejidad que todos aquellos que
utilizamos la lengua hemos sentido alguna vez: no que la lengua sea
insuficiente, sino que es engañosa (y por eso mismo, al decir esto
probablemente mi interlocutor entendía no lo que yo he querido decir, sino vaya
a saber qué otra cosa). Nosotros hemos creído alguna vez en una especie de
topos invisible habitado por aquellas cosas que las palabras no alcanzan a
describir, un mundo de cosas verdaderas, no transformadas ni trastornadas por
las palabras. Pero los semióticos han dictaminado que no existe más que las
palabras. Nosotros efectivamente nos damos cuenta de que la dificultad de
alusión es permanente y general soledad, y que ni siquiera es posible expresar
ese mismo sentimiento. Así el artista, que nunca está cerca de alcanzar a
escribir el verso que pretende escribir y sólo se aproxima a él, se encuentra
visceralmente solo.
Octavio Paz señala con mucha sabiduría que la
poesía no es la traducción en palabras de una situación poética, sino que ES
la palabra y que no pretende ser otra cosa. La limitación tanto del artista
como del lenguaje produce, más allá de la soledad psicológica, una soledad
lingüística. Un desamparo filosófico.
PO: Quiere decir que el hombre es esencialmente
solitario
AD: Lo decía Sábato y me parece que todos lo hemos
sentido alguna vez: la soledad es el telón de fondo de nuestras vidas, estamos
solos todo el tiempo. Pero Sábato, curiosamente optimista en ese capítulo, dice
que hay como chispazos de comunión (no sé si lo dice exactamente de ese modo)
que tienen que ver seguramente con el amor, con el conocimiento, con la
vocación, con el arte. Son fugaces momentos, pero nuestra última esperanza.
PO: Cuando dijiste “desamparo” sentí que era la
palabra justa. Posiblemente fue un chispazo, nos encontramos en una palabra.
AD: Efectivamente, quizás un momento de comunión
sea la perplejidad mutua de dos amigos ante una idea o una palabra. ¿Sabés qué
otro momento de comunión puede ser que exista? El Humor. Bioy Casares dijo
alguna vez que a él le parecía que el humor profesional era muy inferior a que
ejercía un grupo de amigos inteligentes, y me parece que es verdad. Los
recuerdos de situaciones humorísticas, de haberse reído hasta morirse, que
todos tenemos, están relacionados con nuestros amigos y nunca con los
humoristas. Es indispensable una conexión superior para que ese humor se
produzca, es decir una conexión amistosa. Es que el humor es un fenómeno que no
se da en soledad. Cuando compartimos un momento humorístico, cuando podemos
establecer esto que acabamos de denominar comunión, el efecto humorístico se duplica.
Habría que anotarlo como un momento más ce comunión junto al amor y al arte.
La sociedad de nuestro tiempo nos convierte en el
engranaje de una maquinaria gigantesca, misteriosa y diabólica. Cuando la
individualidad es relegada a segundo término, el hombre está todavía más solo.
PO: A mí me impresiona mucho escuchar a la gente
repitiendo como si fueran propias las opiniones que han escuchado en la radio o
en la televisión.
AD: Yo estoy particularmente perturbado por eso.
He escuchado a amigos, a quienes conocí llenos de cinismo y de cierta tonicidad
de espíritu (no quiero hablar de inteligencia) repitiendo las ideas que la
televisión difunde cien veces por día y pienso que han sido capturados,
reducidos, neutralizados, eliminada su individualidad. En algún caso, eso me
sorprende mucho. En cierto momento lo atribuí, equivocadamente, a una especie
de epidemia que consistía en un arribo demasiado temprano a la senilidad. Pero
me parece que lo que sucede es que el poder cautivamente de la televisión en cada
vez más eficaz.
del libro La Sociedad de los Miedos
de Pacho O´Donnell – Editorial Sudamericana - 2009
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