RICHARD WAGNER, por Rafael Barret
Hay asuntos que hacen la exageración imposible. Al
hablar de Wagner, nada debe temer el más noble y apasionado entusiasmo sino
quedar pequeño y frío ante la obra del coloso alemán. He visto con gusto que
pronto tendremos ocasión de oír dos admirables trozos en que se concentran,
como la luz en el diamante, todas las bellezas esparcidas por dos célebres
dramas wagnerianos, Lohengrin y Tristán e Isolda, y me parece éste el
momento de recordar al genio más poderoso del pasado siglo, al genio quizá más
grande de todas las épocas.
Ricardo Wagner nació en 1813. Sus padres le dedicaron
a la pintura. Cuando los profesores comenzaban a creerse en presencia de un
futuro Rembrandt, el discípulo abandona los pinceles y compone una tragedia en
que sucumben treinta personajes. Al fin descubre su vocación y escribe dos
óperas, Las Hadas y Rienzi, donde se notan reminiscencias de
Meyerbeer.
Con la partitura del Buque Fantasma debajo del brazo, va a París y está a punto de
perecer allí de miseria y de desesperación.
Vuelve a su patria y consigue estrenar el Buque; el público lo recibe
desconcertado. El famoso Liszt, maestro de capilla en Weimar, monta el Tannhäuser, que levanta una tempestad.
La rutina, la envidia y la pereza acusan a Wagner de oscuridad y de pedantería,
como acusaron a Gluck y a Beethoven. Hoy, después de cuarenta años de rebeldía
al divino yugo, el mundo pone al autor de Tannhäuser
en la región sagrada donde están Víctor Hugo, Miguel Ángel y Shakespeare.
Después del grandioso poema cristiano viene Lohengrin, celestial poema de misterio y
de amor. El romántico y suntuoso Luis de Baviera protege al artista, que va
engendrando la tetralogía del Anillo del
Nibelungos, inmenso ciclo simbólico, Tristán
e Isolda, incomparable elegía de pasión y de muerte, Los Maestros Cantores, prodigio de majestuosa y salvaje ironía, Parsifal, augusta y sublime leyenda.
Wagner, elevado a las cimas deslumbradoras del arte, es reconocido profeta. Su
Meca es Bayreuth. Su teatro es el Templo, y los intérpretes de sus creaciones
son los sacerdotes de un culto nuevo. Venerado por la legión innumerable de sus
fieles muere en el año 1883, a orillas del Adriático, en plena gloria.
Sucede al imperio absoluto de Goethe en la cronología
del pensamiento germánico, el triuniverso formado por Nietzsche, concentrado y
violento, Schopenhauer, altivo, ingenioso, enormemente sabio, y Wagner, que
completa y supera a los dos por su imponente organización artística.
Los asuntos de sus dramas líricos suelen estar
tomados de las tradiciones y de la mitología medievales, y se desarrollan en
ambientes fantásticos y a la vez profundamente lógicos. La fábula se humaniza,
el símbolo se hace carne. La edad caótica en que los gérmenes de la moral
futura brotan de las ruinas de todos los paganismos, es para Wagner el crisol
que depura sensaciones extrañas, sentimientos sobrehumanos, ideas eternas,
seres dotados de una inmortalidad abrumadora.
¿Qué hombre dominó hasta ese punto la materia, asentó
el pie en tierras tan remotas, dispuso de tan distintas y terribles armas para
rendir el ideal?
Pintor, él mismo imagina y dibuja las decoraciones y
las vestiduras, y evoca escenas de la hermosura centelleante del Fuego Encantado, o del siniestro
esplendor del Crepúsculo de los Dioses:
poeta, rima él mismo los libretos de sus obras, y produce páginas, como las de Tristán, en que suenan los más altos
acentos de la poesía; músico, se apodera de la armonía en el grado perfecto en
que la dejó Beethoven, y con formidable empuje hace de ella montañas, paisajes,
abismos de sonidos, o con maestría maravillosa la desvanece en murmullos,
gemidos y lágrimas.
Y esto no es nada. La trascendencia de Wagner está en
que ha transformado, no la música, sino la estética, en que ha creado una forma
definitiva, el drama lírico, unidad extraordinaria que resume toda la
sensibilidad de una civilización.
Por eso es más que Víctor Hugo. El uno forjó la
lengua francesa contemporánea, el otro dio sentido a la lengua universal de la
música, y enseñó a expresar con ella lo que no expresa ninguna otra. El uno ha
dado un alma al verso, el otro ha dado un alma única a todas las artes.
Sería una mezquindad decir que Wagner ha hecho
escuela. Quien revoluciona la humanidad y la orienta por algunos siglos hace
más de una escuela. Desde que Wagner ha muerto la estatura de Alemania se ha
reducido a la mitad. Allí y fuera de allí la mole ciclópea cierra el horizonte,
y por mucho tiempo trabajarán los artistas a la sombra.
Comentarios
Publicar un comentario