GRANDES MUJERES DE LA HISTORIA
ELISA
LYNCH
HISTORIA
DE AMOR, TRAICIÓN Y MUERTE
Para algunos,
una arribista; para otros, una mujer heroica. La compañera del mariscal
Francisco Solano López conoció las mieles del poder, acompañó a su amante y a
su hijito durante la guerra de la Triple Alianza, los vio morir y los enterró
con sus propias manos.
por Amanda Paltrinieri
La señora de Quatrefages
Como Evita, Elisa
Lynch tuvo una infancia desamparada: apenas quedó huérfana de padre, cuando
tenía diez años, su madre se desembarazó de ella y de su hermano John, de
catorce. El chico ingresó en la marina británica; ella fue a parar a un
internado en Dublin. Al tiempo, la viuda volvió a casarse. Del internado Elisa
sólo sacó dos cosas positivas: una buena formación cultural y la amistad de una
compañera, Eduvigis Strafford. Su destino, en el mejor de los casos, era el de
convertirse en institutriz o algo por el estilo. El modo que eligió para
escapar de esa realidad no fue el mejor: a los quince años, entre 1850 y 1851,
se casó con Carlos Javier de Quatrefages - un médico militar francés casi
cuarentón que le había presentado su hermano - y se fue a vivir con él a
Argelia. No tardó en arrepentirse. Hay dos versiones del encuentro entre Elisa
y Francisco Solano López, quien llegó a Europa en 1854 como ministro
plenipotenciario enviado por su padre, Carlos Antonio López, presidente del
Paraguay. Cada versión, por supuesto, coincide con la visión que se tenga de
Elisa. La más romántica dice que el encuentro fue en Argel y que el flechazo
fue instantáneo. A los diecinueve años Elisa ya se había desencantado de su
marido y de la vida mediocre en la colonia francesa. La seducción de López y
las maravillas que hablaba de su tierra bastaron para encender la imaginación
de la joven al punto que decidió abandonar a su marido. Sin decirle a
Quatrefages que se trataba de una separación, Elisa viajó a visitar a su amiga
Eduvigis. En Londres volvió a ver a López y combinaron para encontrarse más
adelante en París. La otra versión es mucho más sórdida. Dice que Quatrefages
prácticamente tiró a Elisa en brazos de su superior, un coronel apellidado
D’Aubry, para conseguir ascensos en su carrera. La aparición de otro amante (el
conde ruso Mijail Meden) derivó en un duelo que le costó la vida a D’Aubry.
Quatrefages, preocupado por los alcances del escándalo, "exilió" a su
mujer, quien finalmente recaló en París y comenzó a trabajar en una casa de
citas. Por esos días, un asistente de López pensó en ella para distraer al
joven recién llegado. Lo cierto es que, juntos, Francisco y Elisa conocieron a
Napoleón III y la emperatriz Eugenia y recorrieron las principales ciudades de
Europa. Entretanto, Elisa quedó embarazada de su primer hijo, Panchito, y López
pagó a Quatrefages el dinero que éste exigía para conceder el divorcio. A fines
de 1854, López volvió al Paraguay a bordo del Tacuarí,
un buque de guerra que había comprado para su país. Elisa lo siguió en otra
nave: convencida de que iban a casarse, se lanzó a la aventura de vivir en esa
tierra lejana que su amante le había pintado como una potencia de riquezas
incomparables y paisajes maravillosos.
El milagro paraguayo
Francisco Solano
López no le había mentido en algo: a mediados del siglo pasado Paraguay era una
rara perla en el continente. Mientras las naciones hispanoamericanas vivían un
continuo baño de sangre, el país se mantuvo entre 1816 y 1840 con las fronteras
virtualmente cerradas, gobernado por el dictador supremo Gaspar Rodríguez de
Francia, cuya obsesión (aparte de aplastar toda posible oposición) era
defenderse de las aspiraciones hegemónicas de Buenos Aires y de su otro
poderoso vecino, Brasil. A pesar de su absolutismo, Francia dejó a su muerte un
Paraguay de campesinos sin pobreza ni esclavitud, sin guerras intestinas y con
una economía sólida. El padre de Francisco, Carlos Antonio López (quien asumió
la presidencia en 1844), dio otra vuelta de tuerca a la economía e
industrializó el país. Quebró parcialmente el aislamiento contratando técnicos
extranjeros y enviando jóvenes para estudiar en el exterior; construyó el
primer ferrocarril y el primer telégrafo de Sudamérica, creó una flota mercante
y hornos de fundición y afianzó la agricultura y la ganadería con obras de
irrigación y mejoras técnicas. Pero López también veía como inevitable el
conflicto que se desataría después de su muerte: las aspiraciones territoriales
de Brasil y la Argentina, sumadas a los intereses británicos (opuestos a los
paraguayos, cuya economía estaba en manos del Estado) no presagiaban nada
bueno. Mientras hacía valer su muñeca diplomática, comenzó a preparar el país
para llegar a la guerra en las mejores condiciones posibles.
Decepción y desquite
Apenas llegó a
Paraguay, Elisa supo que no habría casamiento. Además de la oposición familiar
hacia ella - rayana en el odio - y del desprecio de la sociedad paraguaya,
estaba Juanita Pesoa, un antiguo amor que ya le había dado un hijo a Francisco.
Hubo muchas otras mujeres en realidad, pero las dos siguieron con él hasta el
fin. Ésa no fue la única decepción para Elisa. Si en Europa se habían mostrado
juntos (él la acompañaba a misa en la catedral de Notre Dame, la llenó de joyas
y la llevaba a todas partes), en su tierra López la enclaustró en una quinta a
la que iba de tanto en tanto. Allí nació su segunda hija, Corina Adelaida, que
murió al poco tiempo. Pero la irlandesa era brava y pudo desquitarse
parcialmente cuando murió López padre y Francisco Solano fue nombrado
presidente a despecho de su hermano Benigno. Elisa se trasladó a la ciudad para
estar más cerca de su amante (en rigor, nunca vivieron juntos) y comenzó a
influir en la sociedad y en el gobierno. En lo social, modificó las costumbres
de Asunción e impuso las modas parisienses: llegaban revistas, vinos, telas y
perfumes franceses; en los salones se comenzó a hablar de literatura y a jugar
al ajedrez; se construyeron balnearios. En lo político, se manejó como una jefa
de Estado extraoficial (entre otras cosas, tuvo que ver con la creación del
primer hospital para mujeres) que atendía algunas demandas de la gente del
pueblo. Francisco Solano fue, además, nombrado mariscal. Pero él no tenía la
visión política de su padre. De él había heredado la desconfianza política
hacia sus vecinos, pero - admirador del Segundo Imperio francés que conoció en
su viaje - estaba convencido de que había llegado el momento en que el Paraguay
debía hacer oír su voz en América. En ese sentido, también hay dos versiones
con respecto a la influencia de Elisa: para unos trató de prolongar el compás
de espera, al menos hasta recibir las armas y los barcos encargados a Francia.
Para otros, su sueño de ser la emperatriz de un Napoléon americano empujó a
López hacia lo inevitable. También se dijo que mandó asesinar a Panchita
Garmendia, un amor juvenil de López a quien llamaban "la doncella del
Paraguay". Entre tanto, Elisa había dado a luz a Federico, Carlos,
Leopoldo y Enrique.
La guerra
Los desaciertos
diplomáticos de López, las ambiciones del Brasil y las mezquindades políticas
de la Argentina y el Uruguay (enfrascados en sus guerras internas) derivaron en
un ajedrez en el que las alianzas políticas cambiaban día a día. Pero el propio
López encendió la mecha que desató la guerra (originalmente contra Brasil) y
desembocó en la firma del Tratado de la Triple Alianza, cuyos objetivos eran
implacables: hacer desaparecer el gobierno de López, cobrarle al Paraguay los
gastos de la guerra y (aunque se hablaba de respetar la integridad territorial
del contrincante) hacerse con la mayor cantidad de territorio paraguayo posible
(Nueva 210).Corría 1865. López partió al frente y Elisa (junto con Panchito, de
diez años) pronto se reunió con él. En el campo de batalla la llamaban "el
coronel". Acompañó a López hasta las cercanías de Yataití-Corá (donde el
mariscal se reunió infructuosamente con el general uruguayo Venancio Flores y
el general Bartolomé Mitre), tuvo su séptimo hijo (Miguel, quien murió de
cólera pocos días después) en medio de la batalla de Tuyutí y pasó su posparto
atendiendo heridos. A todo esto, mientras el cólera y la guerra hacían
estragos, López veía resquebrajarse el frente interno: sus hermanos conspiraban
contra él (ordenó ejecutarlos junto a los demás cabecillas) y se dice que su
propia madre le envió unos chipás envenenados, pero no llegó a comerlos porque
una de sus tantas hijas naturales alcanzó a avisarle a tiempo. Entre combate y
combate, Elisa y Francisco se desencontraron varias veces, y en una ocasión la
irlandesa estuvo a punto de caer en manos enemigas, pero fue rescatada por el
general Martin Mac Mahon, ministro plenipotenciario de los Estados Unidos,
quien además era portador del testamento por el que López dejaba a Elisa todos
sus bienes.
La tragedia de Cerro Corá
La ciudad de
Asunción había caído en 1869 y se formó un gobierno provisional en reemplazo de
López. A esa altura, los propios aliados (aunque finalmente se repartieron casi
la mitad del territorio paraguayo) estaban horrorizados de su propia victoria:
habían muerto 90 por ciento de los varones, y en total casi las tres cuartas
partes de la población. El país nunca pudo recuperarse de esa sangría.Casi sin
seguidores, el mariscal (y con él Elisa y Panchito, por entonces de quince
años) siguió combatiendo hasta el fin. Y el fin llegó a principios de 1870, en
Cerro Corá. Elisa vio morir a sus seres queridos: Francisco, alcanzado por
lanzazos y balazos; Panchito, por defenderla a ella. Apenas alcanzó a cortar a
cada uno un mechón de pelo que guardó en un relicario y a cavar con sus manos
la fosa para enterrarlos. Fue tomada prisionera, despojada de sus bienes -a
pedido de las damas paraguayas- y expulsada.
Más traiciones
Finalmente, Elisa
partió a Europa con sus niños. No le quedaban más de quince años de vida, pero
todavía le faltaba sufrir la muerte de otro hijo, Leopoldo, y la traición de
casi todas las personas en quienes confiaba para recuperar sus posesiones. Los
únicos respaldos que tuvo provinieron de su fiel amiga Eduvigis Strafford y del
general Mac Mahon (quien le devolvió el dinero que Elisa le había dado, declaró
a su favor ante los estrados y puso a su disposición al cónsul norteamericano
en París, amigo suyo). Tuvo una decepción más: regresó a Asunción - invitada
por el presidente Juan Gill, quien se declaraba un leal servidor y aconsejaba
su presencia para defender los intereses por los que luchaba - y se alojó en la
casa de una amiga. Pero apenas se enteraron de su llegada, un grupo de
patricias armó revuelo y pidió que la expulsaran. Gill les hizo caso. Volvió a
París, donde sobrevivía vendiendo las pocas cosas que le quedaban, y enfermó de
cáncer. Murió a los cincuenta años en la miseria, con la sola compañía de
Eduvigis y una hermana de ésta, de su hijo Federico, un médico y la portera del
edificio donde vivía. Tenía en sus manos su único tesoro: el relicario con los
cabellos de Francisco y Panchito. La que había sido casi una emperatriz tuvo el
más modesto de los entierros en el cementerio de Montmartre.
Fuente: www.amanza.com.ar
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