COLONIA ESPERANZA: "LO QUE NUNCA OCURRIÓ" (Cuento) Autor: Gustavo Marcelo Sala

 


Colonia Esperanza
Lo que nunca ocurrió

* Historia real. Suceso que data de junio del año 2008. Se preservaron las identidades y la mención de las localidades por respeto a la víctima.


-         “En este sencillo acto le queremos dar la bienvenida a nuestra querida Mariana, y a su vez ponerla al frente de este novedoso programa deportivo y formativo a favor de nuestros pequeños de Colonia Esperanza”.

Con estas palabras el Intendente daba por finalizado el evento de asunción de la nueva Directora de la Escuela de Deportes de la localidad. Colonia Esperanza es una pequeña aldea ubicada dentro del partido de Coronel Savio distante veinte kilómetros de la cabecera y ciudad principal.
Siete horas de automóvil la separan de Buenos Aires circulando hacia el sudoeste siguiendo la línea de la ruta nacional número tres.
Cuenta con la agresividad de una naturaleza que pocas veces se muestra como aliada. Los calurosos veranos recrean con sus despiadadas sequías el devenir de moscas a discreción mientras que durante los inviernos las heladas suelen destruir los bellos rosales que la mayoría de los vecinos laboran con escaso convencimiento y suma presunción. Un tranquilo paisaje de llanura sin noticias relevantes; las emociones mínimas se dan la mano con el dolor de la desesperanza deseando sospechar que la vida es una cuestión de merecimientos y no lo que realmente es: un finito relato plagado de casualidades y eventos inevitables.
La querida Mariana ostentaba la sabiduría de una profesión ciertamente reconfortante. Ser Profesora de Educación Física con jerarquía de Funcionaria en un ámbito casi familiar y ser remunerada por ello en forma satisfactoria le dibujó un panorama diseñado con la precisión de los deseos. Había encontrado un lugar en el mundo que le permitía hacer y deshacer utilizando solamente el libre albedrío. Su exagerada belleza, poco común en la villa, la liberó de los cerrojos más precavidos. Los pocos cabos sueltos que desconfiaban de la musa eran personajes marginales al sistema feudal existente. Había seducido al poder por méritos propios. Y el poder dejó que esa seducción desarrollara sus incorruptibles maravillas.
Gerardo era su pareja y encargado de la Escuela de Fútbol Infantil del único Club existente en la población. El Atlético Vanguardia moraba desteñido y sobreviviente en una de las veredas del bulevar Carmona. De sus mayores orgullos quedan pocos sobrevivientes. Historias de boliche. El recuerdo de algún campeonato que el tiempo transformó en epopeya y miles de ladrillos castigados por la humedad proveniente de cimientos rebosantes de vergonzosa ingratitud.
Ambos, a costa de simpatía y juventud, supieron seducir a las mayorías trashumantes y aburridas que hasta ese entonces dilapidaban sus momentos como televidentes de una realidad ajena y miserable. Mucho ayudó para ello el proyecto de un salón de estética corporal. En él decenas de mujeres distraídas y olvidadas hallaron en lo efímero de la figura-espejo su ideal de supervivencia. El ámbito erotizante les proponía un nuevo paradigma, una precaria ilusión. Acercarse, aunque más no sea por un rato, a ese paraíso inaccesible y ciertamente deseado. Aquel lugar utópico desplegaba en sus retrovisores un modelo más concreto y probable para reforzar el devaluado egocentrismo existente. Mariana se mostraba pudorosa mientras el séquito masculino, cual guardia partizana, comenzaba a interpretar, a modo de flagelo, que todo tiempo pasado fue peor, el sortilegio de no ser, la alquimia de lo que pudo haber sido y no fue. Un transpirante y permanente deseo contenido y continente.
La joven pareja sentenciaba aquello que el pueblo deseaba escuchar, mostraba lo que el pueblo deseaba ver y ocultaba su mayor miseria tras los párpados de aquellos hermosos ojos claros.

En una pequeña habitación del Hospital Garrahan de Buenos Aires una niña de diez años dormitaba con el sesenta por ciento de su cuerpo quemado. Víctima de una atroz violación y posterior intento de homicidio había sido hallada por un transportista, semidesnuda y mal herida, a la vera de un descampado lindero a  las inmediaciones del pueblo. En sus sueños unos hermosos ojos claros, mediante artilugios, le proponían llevarla al hospital de Coronel Savio producto de un incidente de transito por ellos mismos provocado.

-         Por favor dejame llevarte al hospital, estás lastimada...

No tenía ganas de acordarse, sin embargo la prepotencia de los hechos se presentaba con formato y orden absoluto sin omitir detalle en tiempo real.
Los breves instantes de lucidez eran sometidos por la dictadura de los recuerdos. Argumentando extremas dolencias inducía a los médicos para la aplicación de sedantes que estimulen a situarla dentro de un marco amnésico y reparador. Descanso que duraría hasta la presentación recurrente y reiterada de cada escena. Un par de amables ojos claros, y el pasto, y el olor a quemado, y los golpes, y el dolor, y el ultraje, y el frío, y el camionero, y el hospital, y la ambulancia y el avión y los gestos de horror, y los llantos. Una cronología ciertamente ordenada como para no ser considerada.


Esos hermosos ojos claros estaban insertados mágicamente dentro de un ambiente social ingenuo y limitado. De la mano de su hermana, Mariana, supieron integrarse a un mundo sin prevenciones y marcadamente admirativo hacia todo aquello alejado de su historia y su memoria. El severo sofisma  afirmaba que el portador de pasaporte extranjero olía a nobleza y todo lo que emanaba de su estructura nativa poseía errores insalvables de carácter sanguíneo. Ancestrales enojos trasladados generacionalmente eran la suficiente excusa para subestimar cualquier intento de proyecto local.
La precisa y detallada lectura por parte de los integrantes de la familia provocó su decisión de filiación permanente. Las facilidades otorgadas para su desarrollo social fueron innumerables y para algunos, ciertamente escandalosas. Esta última coyuntura fue muchas veces utilizada por determinados refutadores como única excusa para denostar a la pareja. No por cuestiones éticas sino por no participar de la encomienda. Sin embargo el éxtasis de un amor a primera vista y la fascinación en su máxima expresión solventaban fuertemente la integración social del matrimonio.

Las autoridades locales, tan hechizadas como el vulgo, colaboraron sin protesto ante cada requisitoria. Los encuentros y reuniones surgían cotidianamente de manera espontánea. La caterva poseía crédito y privilegio. Cualquiera que alzara la voz para oponerse a alguno de sus deseos era taxativamente eliminado de los estamentos sociales. Vecinos y socios que durante años lucharon y aportaron económicamente a favor del Club, en tiempos de vacas flacas, fueron exonerados de la institución por opinar contrariamente al ordenamiento vigente.

De este modo, sin mediar contingencias azarosas ni esfuerzos flagrantes, la posición de la familia fue desarrollando instancias de notoriedad absoluta. Cada solicitud era duplicada y cada sugerencia sobredimensionada. Una suerte de misticismo helénico lindante con la admiración terrenal rodeaba un tránsito confortable y ordenado.


La pequeña tuvo el infortunio de una madurez inmediata. Se dio cuenta, en medio de su convalecencia, que muy a pesar suyo las muñecas, los dibujos animados, el básquet, el rango y las escondidas eran cosas de un pasado reciente. Aquellos hermosos ojos claros dieron cuenta esa tarde de junio de su vida y sólo el transcurso del tiempo tenía permiso para responder a sus interrogantes.


El trágico evento disparó en la población, opiniones varias, marchas, rezos, conferencias y cientos de miserias. La conformidad de algunos por haber encontrado rápidamente al culpable chocaba de frente con aquellos que aspiraban a un compromiso más serio, evitando mediante la prevención, sucesos similares en el futuro. La respuesta fácil de las autoridades propiciando debates a favor del aumento de penas fue la primera hipótesis de trabajo. Ante lo vivido quién podía oponerse. Se buscó una salida rápida y precisa que calmara los humores más exaltados.
Mientras esto sucedía la población de Colonia Esperanza dirimía sus diferencias con respecto a la responsabilidad por la omisión en la cual habían incurrido los Dioses de su Olimpo. Años atrás esos hermosos ojos claros protagonizaron un evento de similares características en su tierra natal, Coronel Suárez, y como consecuencia de ello había morado tras las rejas durante algún tiempo. Un integrante de la caterva que desarrollaba funciones en la Corte Suprema de Justicia de la Provincia facilitó mediante su cargo e influencia su salida del penal. Un simple cambio de carátula, acompañado por un informe psicológico tolerante determinó el fin de su proceso penal. En aquella oportunidad, la dinastía, empeñó todos sus bienes para afrontar los gastos que sobrecargaron la operatoria.
Los adoradores de los Dioses comprometieron su fe trabajando a favor de la pareja, insistiendo en deslindar sus responsabilidades en el evento. Los pocos ateos eran denostados y agraviados mediáticamente.
Como en la antigua Grecia, el Olimpo contaba con impunidad de acción y poco se podía hacer al respecto.


Los calmantes seguían diseñando la suerte de la niña. Ejemplo y heroína sin desearlo. Los medios le pronosticaban entidad de caso testigo, cosa que poca gracia le causaba. La vida le empezó a doler sin merecerlo. Varias veces pensó sin comprender lo que estaba pensando, varias veces quiso volver a sus dibujos y juguetes. No pudo. Aquellos hermosos ojos claros continuaban obstruyendo su niñez.


A la semana del suceso los Dioses del Olimpo retomaron su vida cotidiana. El día de su reingreso a la función pública, Mariana, tuvo la suerte de ser escoltada por el Delegado Municipal hasta su lugar de trabajo. Fortuna que no tuvo la pequeña. Prevenir para evitar males mayores. En el campito de la villa Gerardo fue recibido con sumo delirio y beneplácito por los padres de sus futboleros alumnos.
La silente indignación quedó asentada en los arrabales de la aldea; desprestigiada, timorata, a la espera de que la niña nos comience a preguntar lo que hicimos para evitar su permanente estado de tristeza.
Una sinfonía patética completa de palabras escritas con timbres de oquedad fue la resultante de un evento que muchos tomaron como inesperado, dando por sentado que nada se pudo hacer para evitarlo.
Las masas más radicalizadas sostenían la necesidad de la aplicación de la pena de muerte para el propietario de aquellos hermosos ojos claros añadiendo la inmediata erradicación de la caterva que lo cobijaba bajo su manto. Otros, un tanto más liberales, admitían la gravedad del caso otorgándole al criminal el cien por cien de la responsabilidad, debiéndole a la sociedad el código penal completo, mientras que los racionalistas del derecho apuntaban al marco judicial por atenerse a dictámenes interpretativos de dudosa integridad.
Existieron aquellos que optaron por evaluar el evento a nivel macro de forma tal mimetizar la responsabilidad política local que encerraba el dramático suceso. Para ello desarrollaron una serie de conferencias en donde el divague y la perorata exhibieron sus mejores galas. La niña pasó a ser un caso más de debate y discusión. Su particular dolor comenzó a formar parte de absurdas generalidades y siniestras palabras que en pleno estado de postración no alcanzaba a comprender.
Los miserables de turno afanaron sus instancias para la redención y posterior victimización de Mariana y de Gerardo, exponiendo argumentos varios que aportasen a favor de mantener el status quo vigente. Varios elementos fueron utilizados al respecto. Entre ellas, cadenas de mensajes de textos remitidos a los celulares de los chicos manifestado la necesidad de mantener a la pareja dentro de ejido de la aldea, acallar las voces, mediante el desprestigio mediático, de aquellos que sostenían que el estado municipal le debía a la población un control más estricto sobre los funcionarios que trabajan con infantes, entendiendo que era obligación de la funcionaria advertir sobre la peligrosidad del sujeto teniendo en cuenta sus antecedentes y la información que la misma detentaba.
En Coronel Savio los creyentes rezaban por la niña, en Colonia Esperanza los creyentes rezaban para que la adorable pareja no emigre del lugar. En las páginas virtuales cientos de desaforados hablaban de muerte diseñando un campo minado de psicopatía anónima. Los medios, evidenciaban su incomodidad, asumiendo aquello que no debían preguntar, permitiendo que el Intendente en pleno incendio, se explayara sobre los próximos cursos de martillero público. La aceptación de una agenda previa como mecanismo de supervivencia.


Una niña de diez años puso blanco sobre negro, nos habló de moral y de ética, de responsabilidad y de afecto, de dolor y de imbecilidad. Una adorable criatura vive su angustia en soledad, percibiendo que su mundo no es aquel ámbito que pensaba, insistiendo que nadie puede ponerse en su lugar y que nadie tiene derecho a decidir por ella. La pequeña nos mostró nuestras miserias y mezquindades y de alguna manera comenzó a entender porqué aquellos hermosos ojos claros se habían cruzado en su camino. Comenzó a pensar en su estado de indefensión a partir de la actitud de los adultos. Esos mismos que le aseguraron desde siempre un espacio de tranquilidad y armonía.
Es probable que algún día sepa en forma fehaciente el rol que le cupo a cada protagonista de su historia, es probable que algún día nos pregunte qué hicimos por evitarlo. Desinteresada por el futuro comenzará a cuestionar el antes y el durante del evento, instalando la permanente y triste sensación que lo vivido individualmente no es transferible y que sus odios tendrán el valor agregado de saber que todos aquellos que pudiendo haberla prevenido no lo hicieron. Para ese entonces ya sabrá de intereses y de complicidades y entenderá que el egoísmo supera cualquier variable humanista. Aceptará que la solidaridad es un eufemismo electoral y que la verdad es tan relativa como aquella felicidad que tenía esa tarde de junio cuando montada en su bicicleta, soñaba con acertar un triple a segundos del final...

Dos años después...

En el texto La Condición Humana, Hannah Arend nos detalla sobre el complejo tránsito, individual y colectivo, que dibuja la banalidad de mal. Poco tiempo antes Walter Benjamín asumía la catástrofe de Auschwitz afirmando que una vez arribados a ese punto no había posibilidad de retorno, entendiendo que nunca más, luego de ese monumento a la incivilidad iluminista, se podía escribir poesía.
Más allá de los agoreros que aseguran vivimos en una sociedad desquiciada, por propios y extraños, no todo está perdido. Cuando los resortes del Estado funcionan con seriedad y responsabilidad siempre vamos a encontrar almas dispuestas a recorrer los senderos adecuados.
Un Juicio abierto, sin medias tintas, sin eufemismos, poniendo blanco sobre negro. Explicitando o dejando decorosas entrelineas, haciendo entender tanto a confundidos como a canallas que un delito de tamaña envergadura tiene un culpable evidente, pero también posee un contexto permisivo que debe atender y sopesar sus meandros de imbecilidad.
El culpable directo de la ignominia no debió estar en libertad; su peligrosidad lo ameritaba, sus antecedentes lo avalaban, menos aún debía someter su libre albedrío al descuido de los que conocían su despiadada personalidad mimetizado entre el piberío en medio de un portero futbolero, merodeando en las instalaciones de un gimnasio o socializando livianamente dentro del predio de un Natatorio Municipal. Es probable que existan verdades que no agraden como al mismo tiempo nos habiten obsecuencias que merecen revisarse.
El Estado y su entorno cometieron un error imperdonable años atrás, error que no tuvieron voluntad ni oportunidad de reiterar en esta ocasión. La pregunta que nos debemos hacer es: “hasta qué límite, como sociedad, nos permitimos ser cándidos ante semejantes omisiones”.
Si el actual compromiso jurídico con la consecuente operatoria pericial se hubiese utilizado con la misma consideración durante aquel primer proceso no se estaría lamentado un nuevo y doloroso sacrificio.
Lo ocurrido nunca debió suceder. Si sucedió es que ninguno de los actores que pudieron haberlo evitado hizo algo en función de su prevención.
Podemos conformarnos, podemos quizás sentir cierta cuota de satisfacción ante el riguroso escarmiento. Temo que no me siento identificado con ese pensamiento. Las penas de la niña durarán mucho más tiempo de lo que  trascenderá la sanción impuesta al condenado ante cada recuerdo que la obligue a situarla en aquella tarde de junio. No es una simple proyección especulativa, es una realidad que tristemente conozco. Por eso me permito sostener todos y cada uno de los elementos que nuestro inconsciente colectivo ha preferido soslayar y que estimo deben ser tenidos en cuenta para entender que este terrible suceso no es una tragedia intangible como se suele presentar; no es una casualidad que ha adoptado formato de capricho. Una tragedia constituye el conflicto entre dos fines nobles y universales en plena y franca confrontación. Nada más alejado entonces de nuestro desolador y lacerante dilema. La Niña, sus Padres, su Familia, la enorme entereza y templaza exhibida son un ejemplo de dignidad y admirable equilibrio, merecen mucho más que nuestro esfuerzo y compromiso social. Este fallo ejemplar no sólo nos enseñó de qué se trata la justicia, también nos conminó a que indaguemos con la misma rigurosidad de la pena impuesta al reo sobre la validez de nuestros propios pretextos sociales.

La historia es un enjuiciamiento incesante, y no un conjunto de estampas iluminadas sentenció Juan José Hernández Arregui...


Cuentan en Colonia Esperanza que la mayoría de las entidades intermedias, tanto deportivas, como culturales, como de fomentos, están en manos del mismo entorno local que supo vitorear aquella triste y ominosa época, cumpliendo el rol de máximos dirigentes institucionales, en tanto que el municipio de Coronel Savio sigue aportando regularmente subsidios para la sana formación de los chiquilines del lugar, mientras padres y vecinos encumbrados continúan añorando en voz baja a los Dioses de su Olimpo...


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