Colonia
Esperanza
Lo
que nunca ocurrió
* Historia real. Suceso que data de junio del año 2008. Se preservaron
las identidades y la mención de las localidades por respeto a la víctima.
-
“En este sencillo acto le queremos dar la bienvenida a
nuestra querida Mariana, y a su vez ponerla al frente de este novedoso programa
deportivo y formativo a favor de nuestros pequeños de Colonia Esperanza”.
Con estas palabras el Intendente daba por finalizado el
evento de asunción de la nueva Directora de la Escuela de Deportes de la
localidad. Colonia Esperanza es una pequeña aldea ubicada dentro del partido de
Coronel Savio distante veinte kilómetros de la cabecera y ciudad principal.
Siete horas de
automóvil la separan de Buenos Aires circulando hacia el sudoeste siguiendo la
línea de la ruta nacional número tres.
Cuenta con la
agresividad de una naturaleza que pocas veces se muestra como aliada. Los
calurosos veranos recrean con sus despiadadas sequías el devenir de moscas a
discreción mientras que durante los inviernos las heladas suelen destruir los
bellos rosales que la mayoría de los vecinos laboran con escaso convencimiento
y suma presunción. Un tranquilo paisaje de llanura sin noticias relevantes; las
emociones mínimas se dan la mano con el dolor de la desesperanza deseando
sospechar que la vida es una cuestión de merecimientos y no lo que realmente
es: un finito relato plagado de casualidades y eventos inevitables.
La querida Mariana
ostentaba la sabiduría de una profesión ciertamente reconfortante. Ser
Profesora de Educación Física con jerarquía de Funcionaria en un ámbito casi
familiar y ser remunerada por ello en forma satisfactoria le dibujó un panorama
diseñado con la precisión de los deseos. Había encontrado un lugar en el mundo
que le permitía hacer y deshacer utilizando solamente el libre albedrío. Su
exagerada belleza, poco común en la villa, la liberó de los cerrojos más
precavidos. Los pocos cabos sueltos que desconfiaban de la musa eran personajes
marginales al sistema feudal existente. Había seducido al poder por méritos
propios. Y el poder dejó que esa seducción desarrollara sus incorruptibles
maravillas.
Gerardo era su
pareja y encargado de la Escuela de Fútbol Infantil del único Club existente en
la población. El Atlético Vanguardia moraba desteñido y sobreviviente en una de
las veredas del bulevar Carmona. De sus mayores orgullos quedan pocos
sobrevivientes. Historias de boliche. El recuerdo de algún campeonato que el
tiempo transformó en epopeya y miles de ladrillos castigados por la humedad
proveniente de cimientos rebosantes de vergonzosa ingratitud.
Ambos, a costa de
simpatía y juventud, supieron seducir a las mayorías trashumantes y aburridas
que hasta ese entonces dilapidaban sus momentos como televidentes de una
realidad ajena y miserable. Mucho ayudó para ello el proyecto de un salón de
estética corporal. En él decenas de mujeres distraídas y olvidadas hallaron en
lo efímero de la figura-espejo su ideal de supervivencia. El ámbito erotizante
les proponía un nuevo paradigma, una precaria ilusión. Acercarse, aunque más no
sea por un rato, a ese paraíso inaccesible y ciertamente deseado. Aquel lugar
utópico desplegaba en sus retrovisores un modelo más concreto y probable para
reforzar el devaluado egocentrismo existente. Mariana se mostraba pudorosa
mientras el séquito masculino, cual guardia partizana, comenzaba a interpretar,
a modo de flagelo, que todo tiempo pasado fue peor, el sortilegio de no ser, la
alquimia de lo que pudo haber sido y no fue. Un transpirante y permanente deseo
contenido y continente.
La joven pareja
sentenciaba aquello que el pueblo deseaba escuchar, mostraba lo que el pueblo
deseaba ver y ocultaba su mayor miseria tras los párpados de aquellos hermosos
ojos claros.
En una pequeña
habitación del Hospital Garrahan de Buenos Aires una niña de diez años
dormitaba con el sesenta por ciento de su cuerpo quemado. Víctima de una atroz
violación y posterior intento de homicidio había sido hallada por un
transportista, semidesnuda y mal herida, a la vera de un descampado lindero a las inmediaciones del pueblo. En sus sueños
unos hermosos ojos claros, mediante artilugios, le proponían llevarla al
hospital de Coronel Savio producto de un incidente de transito por ellos mismos
provocado.
-
Por favor dejame llevarte al hospital, estás lastimada...
No tenía ganas de
acordarse, sin embargo la prepotencia de los hechos se presentaba con formato y
orden absoluto sin omitir detalle en tiempo real.
Los breves
instantes de lucidez eran sometidos por la dictadura de los recuerdos.
Argumentando extremas dolencias inducía a los médicos para la aplicación de
sedantes que estimulen a situarla dentro de un marco amnésico y reparador.
Descanso que duraría hasta la presentación recurrente y reiterada de cada
escena. Un par de amables ojos claros, y el pasto, y el olor a quemado, y los
golpes, y el dolor, y el ultraje, y el frío, y el camionero, y el hospital, y
la ambulancia y el avión y los gestos de horror, y los llantos. Una cronología
ciertamente ordenada como para no ser considerada.
Esos hermosos ojos
claros estaban insertados mágicamente dentro de un ambiente social ingenuo y
limitado. De la mano de su hermana, Mariana, supieron integrarse a un mundo sin
prevenciones y marcadamente admirativo hacia todo aquello alejado de su historia
y su memoria. El severo sofisma afirmaba
que el portador de pasaporte extranjero olía a nobleza y todo lo que emanaba de
su estructura nativa poseía errores insalvables de carácter sanguíneo.
Ancestrales enojos trasladados generacionalmente eran la suficiente excusa para
subestimar cualquier intento de proyecto local.
La precisa y detallada lectura por parte de los integrantes
de la familia provocó su decisión de filiación permanente. Las facilidades
otorgadas para su desarrollo social fueron innumerables y para algunos,
ciertamente escandalosas. Esta última coyuntura fue muchas veces utilizada por
determinados refutadores como única excusa para denostar a la pareja. No por
cuestiones éticas sino por no participar de la encomienda. Sin embargo el
éxtasis de un amor a primera vista y la fascinación en su máxima expresión
solventaban fuertemente la integración social del matrimonio.
Las
autoridades locales, tan hechizadas como el vulgo, colaboraron sin protesto
ante cada requisitoria. Los encuentros y reuniones surgían cotidianamente de
manera espontánea. La caterva poseía crédito y privilegio. Cualquiera que
alzara la voz para oponerse a alguno de sus deseos era taxativamente eliminado
de los estamentos sociales. Vecinos y socios que durante años lucharon y
aportaron económicamente a favor del Club, en tiempos de vacas flacas, fueron
exonerados de la institución por opinar contrariamente al ordenamiento vigente.
De este modo, sin
mediar contingencias azarosas ni esfuerzos flagrantes, la posición de la familia
fue desarrollando instancias de notoriedad absoluta. Cada solicitud era
duplicada y cada sugerencia sobredimensionada. Una suerte de misticismo
helénico lindante con la admiración terrenal rodeaba un tránsito confortable y
ordenado.
La pequeña tuvo el
infortunio de una madurez inmediata. Se dio cuenta, en medio de su
convalecencia, que muy a pesar suyo las muñecas, los dibujos animados, el
básquet, el rango y las escondidas eran cosas de un pasado reciente. Aquellos
hermosos ojos claros dieron cuenta esa tarde de junio de su vida y sólo el
transcurso del tiempo tenía permiso para responder a sus interrogantes.
El trágico evento
disparó en la población, opiniones varias, marchas, rezos, conferencias y
cientos de miserias. La conformidad de algunos por haber encontrado rápidamente
al culpable chocaba de frente con aquellos que aspiraban a un compromiso más
serio, evitando mediante la prevención, sucesos similares en el futuro. La
respuesta fácil de las autoridades propiciando debates a favor del aumento de
penas fue la primera hipótesis de trabajo. Ante lo vivido quién podía oponerse.
Se buscó una salida rápida y precisa que calmara los humores más exaltados.
Mientras esto
sucedía la población de Colonia Esperanza dirimía sus diferencias con respecto
a la responsabilidad por la omisión en la cual habían incurrido los Dioses de
su Olimpo. Años atrás esos hermosos ojos claros protagonizaron un evento de
similares características en su tierra natal, Coronel Suárez, y como
consecuencia de ello había morado tras las rejas durante algún tiempo. Un
integrante de la caterva que desarrollaba funciones en la Corte Suprema de
Justicia de la Provincia facilitó mediante su cargo e influencia su salida del
penal. Un simple cambio de carátula, acompañado por un informe psicológico
tolerante determinó el fin de su proceso penal. En aquella oportunidad, la
dinastía, empeñó todos sus bienes para afrontar los gastos que sobrecargaron la
operatoria.
Los adoradores de
los Dioses comprometieron su fe trabajando a favor de la pareja, insistiendo en
deslindar sus responsabilidades en el evento. Los pocos ateos eran denostados y
agraviados mediáticamente.
Como en la antigua
Grecia, el Olimpo contaba con impunidad de acción y poco se podía hacer al
respecto.
Los calmantes seguían
diseñando la suerte de la niña. Ejemplo y heroína sin desearlo. Los medios le
pronosticaban entidad de caso testigo, cosa que poca gracia le causaba. La vida
le empezó a doler sin merecerlo. Varias veces pensó sin comprender lo que
estaba pensando, varias veces quiso volver a sus dibujos y juguetes. No pudo.
Aquellos hermosos ojos claros continuaban obstruyendo su niñez.
A la semana del
suceso los Dioses del Olimpo retomaron su vida cotidiana. El día de su
reingreso a la función pública, Mariana, tuvo la suerte de ser escoltada por el
Delegado Municipal hasta su lugar de trabajo. Fortuna que no tuvo la pequeña.
Prevenir para evitar males mayores. En el campito de la villa Gerardo fue
recibido con sumo delirio y beneplácito por los padres de sus futboleros
alumnos.
La silente
indignación quedó asentada en los arrabales de la aldea; desprestigiada,
timorata, a la espera de que la niña nos comience a preguntar lo que hicimos
para evitar su permanente estado de tristeza.
Una sinfonía
patética completa de palabras escritas con timbres de oquedad fue la resultante
de un evento que muchos tomaron como inesperado, dando por sentado que nada se
pudo hacer para evitarlo.
Las masas más
radicalizadas sostenían la necesidad de la aplicación de la pena de muerte para
el propietario de aquellos hermosos ojos claros añadiendo la inmediata
erradicación de la caterva que lo cobijaba bajo su manto. Otros, un tanto más
liberales, admitían la gravedad del caso otorgándole al criminal el cien por
cien de la responsabilidad, debiéndole a la sociedad el código penal completo,
mientras que los racionalistas del derecho apuntaban al marco judicial por
atenerse a dictámenes interpretativos de dudosa integridad.
Existieron aquellos
que optaron por evaluar el evento a nivel macro de forma tal mimetizar la
responsabilidad política local que encerraba el dramático suceso. Para ello
desarrollaron una serie de conferencias en donde el divague y la perorata
exhibieron sus mejores galas. La niña pasó a ser un caso más de debate y
discusión. Su particular dolor comenzó a formar parte de absurdas generalidades
y siniestras palabras que en pleno estado de postración no alcanzaba a
comprender.
Los miserables de
turno afanaron sus instancias para la redención y posterior victimización de
Mariana y de Gerardo, exponiendo argumentos varios que aportasen a favor de
mantener el status quo vigente. Varios elementos fueron utilizados al respecto.
Entre ellas, cadenas de mensajes de textos remitidos a los celulares de los
chicos manifestado la necesidad de mantener a la pareja dentro de ejido de la
aldea, acallar las voces, mediante el desprestigio mediático, de aquellos que
sostenían que el estado municipal le debía a la población un control más
estricto sobre los funcionarios que trabajan con infantes, entendiendo que era
obligación de la funcionaria advertir sobre la peligrosidad del sujeto teniendo
en cuenta sus antecedentes y la información que la misma detentaba.
En Coronel Savio
los creyentes rezaban por la niña, en Colonia Esperanza los creyentes rezaban
para que la adorable pareja no emigre del lugar. En las páginas virtuales cientos
de desaforados hablaban de muerte diseñando un campo minado de psicopatía
anónima. Los medios, evidenciaban su incomodidad, asumiendo aquello que no
debían preguntar, permitiendo que el Intendente en pleno incendio, se explayara
sobre los próximos cursos de martillero público. La aceptación de una agenda
previa como mecanismo de supervivencia.
Una niña de diez
años puso blanco sobre negro, nos habló de moral y de ética, de responsabilidad
y de afecto, de dolor y de imbecilidad. Una adorable criatura vive su angustia
en soledad, percibiendo que su mundo no es aquel ámbito que pensaba,
insistiendo que nadie puede ponerse en su lugar y que nadie tiene derecho a
decidir por ella. La pequeña nos mostró nuestras miserias y mezquindades y de
alguna manera comenzó a entender porqué aquellos hermosos ojos claros se habían
cruzado en su camino. Comenzó a pensar en su estado de indefensión a partir de
la actitud de los adultos. Esos mismos que le aseguraron desde siempre un
espacio de tranquilidad y armonía.
Es probable que
algún día sepa en forma fehaciente el rol que le cupo a cada protagonista de su
historia, es probable que algún día nos pregunte qué hicimos por evitarlo. Desinteresada
por el futuro comenzará a cuestionar el antes y el durante del evento,
instalando la permanente y triste sensación que lo vivido individualmente no es
transferible y que sus odios tendrán el valor agregado de saber que todos
aquellos que pudiendo haberla prevenido no lo hicieron. Para ese entonces ya
sabrá de intereses y de complicidades y entenderá que el egoísmo supera
cualquier variable humanista. Aceptará que la solidaridad es un eufemismo
electoral y que la verdad es tan relativa como aquella felicidad que tenía esa
tarde de junio cuando montada en su bicicleta, soñaba con acertar un triple a
segundos del final...
Dos años después...
En el texto La
Condición Humana, Hannah Arend nos detalla sobre el complejo tránsito,
individual y colectivo, que dibuja la banalidad de mal. Poco tiempo antes
Walter Benjamín asumía la catástrofe de Auschwitz afirmando que una vez
arribados a ese punto no había posibilidad de retorno, entendiendo que nunca
más, luego de ese monumento a la incivilidad iluminista, se podía escribir
poesía.
Más allá de los agoreros que aseguran vivimos
en una sociedad desquiciada, por propios y extraños, no todo está perdido.
Cuando los resortes del Estado funcionan con seriedad y responsabilidad siempre
vamos a encontrar almas dispuestas a recorrer los senderos adecuados.
Un Juicio abierto,
sin medias tintas, sin eufemismos, poniendo blanco sobre negro. Explicitando o
dejando decorosas entrelineas, haciendo entender tanto a confundidos como a
canallas que un delito de tamaña envergadura tiene un culpable evidente, pero también posee
un contexto permisivo que debe atender y sopesar sus meandros de imbecilidad.
El culpable directo
de la ignominia no debió estar en libertad; su peligrosidad lo ameritaba, sus
antecedentes lo avalaban, menos aún debía someter su libre albedrío al descuido de los que
conocían su despiadada personalidad mimetizado entre el piberío en medio de un
portero futbolero, merodeando en las instalaciones de un gimnasio o
socializando livianamente dentro del predio de un Natatorio Municipal. Es
probable que existan verdades que no agraden como al mismo tiempo nos habiten
obsecuencias que merecen revisarse.
El Estado y su
entorno cometieron un error imperdonable años atrás, error que no tuvieron
voluntad ni oportunidad de reiterar en esta ocasión. La pregunta que nos
debemos hacer es: “hasta qué límite, como sociedad, nos permitimos ser cándidos
ante semejantes omisiones”.
Si el actual
compromiso jurídico con la consecuente operatoria pericial se hubiese utilizado
con la misma consideración durante aquel primer proceso no se estaría lamentado
un nuevo y doloroso sacrificio.
Lo ocurrido nunca
debió suceder. Si sucedió es que ninguno de los actores que pudieron haberlo
evitado hizo algo en función de su prevención.
Podemos conformarnos, podemos quizás sentir
cierta cuota de satisfacción ante el riguroso escarmiento. Temo que no me
siento identificado con ese pensamiento. Las penas de la niña durarán mucho más
tiempo de lo que trascenderá la sanción
impuesta al condenado ante cada recuerdo que la obligue a situarla en aquella
tarde de junio. No es una simple proyección especulativa, es una realidad que
tristemente conozco. Por eso me permito sostener todos y cada uno de los
elementos que nuestro inconsciente colectivo ha preferido soslayar y que estimo
deben ser tenidos en cuenta para entender que este terrible suceso no es una
tragedia intangible como se suele presentar; no es una casualidad que ha
adoptado formato de capricho. Una tragedia constituye el conflicto entre dos
fines nobles y universales en plena y franca confrontación. Nada más alejado
entonces de nuestro desolador y lacerante dilema. La Niña, sus Padres, su
Familia, la enorme entereza y templaza exhibida son un ejemplo de dignidad y
admirable equilibrio, merecen mucho más que nuestro esfuerzo y compromiso
social. Este fallo ejemplar no sólo nos enseñó de qué se trata la justicia,
también nos conminó a que indaguemos con la misma rigurosidad de la pena
impuesta al reo sobre la validez de nuestros propios pretextos sociales.
La historia es un enjuiciamiento incesante, y no un conjunto de
estampas iluminadas sentenció Juan José Hernández Arregui...
Cuentan en Colonia Esperanza que la mayoría
de las entidades intermedias, tanto deportivas, como culturales, como de
fomentos, están en manos del mismo entorno local que supo vitorear aquella
triste y ominosa época, cumpliendo el rol de máximos dirigentes
institucionales, en tanto que el municipio de Coronel Savio sigue aportando
regularmente subsidios para la sana formación de los chiquilines del lugar,
mientras padres y vecinos encumbrados continúan añorando en voz baja a los
Dioses de su Olimpo...
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