Nos Disparan desde el Campanario… El lúcido aforista de la amargura. Las máximas de François, duque de La Rochefoucauld (PDF)
De acuerdo con Roland Barthes, las
máximas de La Rochefoucauld (1613-1685) se pueden «leer de dos maneras: por
máximas o de manera continua. En el primer caso, de vez en cuando abro el
libro, leo una máxima, saboreo su acierto, me lo apropio, convierto a esta
forma anónima en la expresión cierta de mi situación o de mi humor; en el
segundo caso, leo las máximas paso a paso, como un relato o un ensayo»; la
mejor fórmula para disfrutar del mensaje moral de este libro es al azar,
abriéndolo, leyendo una de las máximas y extrayendo las propias conclusiones
sobre el acierto o desacierto en sus enunciados.(Fuente: https://ww3.lectulandia.co/book/reflexiones-y-maximas-morales/)
(François, duque de La Rochefoucauld;
París, 1613 - 1680) Filósofo y moralista francés. Tal como él mismo relató en
sus Memorias (1662), los primeros años de su vida adulta los pasó
entre el ejército y la corte francesa, involucrado en hechos de armas, en numerosas
intrigas y en aventuras amorosas. Sin embargo, en 1652, debido a una herida que
sufrió en la batalla de Faubourg Saint-Antoine, que lo obligó a guardar reposo
por un tiempo, volvió a París y entró en contacto con los círculos literarios.
Concibió entonces su obra más conocida, las Máximas (1665-1678),
colección de setecientos epigramas que constituyen un hito del clasicismo
francés. Tomando el egoísmo natural como la esencia de toda acción, La
Rochefoucauld atacó el autoengaño y descubrió con hondura e ingenio las
contradicciones de la psicología humana, si bien fue atenuando el carácter
demasiado tajante de algunas de sus máximas en las sucesivas ediciones. Hijo de
un duque y par de Francia, La Rochefoucauld fue educado por un preceptor en los
feudos de Angulema y del Poitou sin cuidados especiales por cuanto se hallaba
destinado a las armas, si bien aprendió algo de latín. A los quince años se le
desposó con Andrée de Vivonne, hija de un capitán de la guardia de María
de Médicis que habría de darle ocho hijos y viviría siempre en la
oscuridad. Al año siguiente el joven La Rochefoucauld, que ostentaría hasta el
fallecimiento de su padre el título de príncipe de Marcillac, era ya maestre de
campo del regimiento de Auvernia.
Ingresado en la corte en 1629, dio
principio a una serie de intrigas políticas y sentimentales en las que reveló
una acusada afición a la aventura. Enamorado de la duquesa de Chevreuse, en
1639 empezó a maquinar audazmente por ella contra el cardenal
Richelieu y en favor de Ana de
Austria, actuación que le valió el cautiverio en la Bastilla y un destierro
de tres años en Verteuil. Desde allí mantuvo contacto con los enemigos del
cardenal, y participó en las conjuraciones de Cinq-Mars y Thou.
En 1642, muerto Richelieu, volvió a
París; y cuando la reina Ana de Austria, tras el fallecimiento de Luis XIII de
Francia, fue nombrada regente, esperó ver recompensada su devoción. Sin
embargo, el cardenal
Mazarino se levantó como un nuevo obstáculo ante sus ambiciones. A fin
de vengarse de la ingratitud de la soberana y oponerse a este otro enemigo
ingresó en la "cabale des inportants", se alió con la bella duquesa
de Longueville, hermana del duque de Enghien y encarnizada adversaria de la
reina, y se dejó arrastrar a la aventura de la Fronda, movimiento de la alta
nobleza contra el régimen absolutista. Siguió al duque de Enghien a Flandes, y
fue herido en la batalla de Mardiek. Vuelto a París, intrigó de nuevo, y,
estallada la guerra civil entre Turenne y el gran Condé, luchó en la puerta de
Saint-Antoine, donde recibió en pleno rostro un disparo de arcabuz que le privó
momentáneamente de la vista.
Abandonado por la duquesa de
Longueville y desilusionado en sus ambiciones políticas, se refugió
primeramente en el extranjero, y luego, tras el fallecimiento de su padre en
1653 (que conllevó el cambio de su título de príncipe de Marcillac por el de
duque de La Rochefoucauld), en sus posesiones de Verteuil. Vio triunfar,
después de la Fronda, al cardenal Mazarino, y advirtió, singularmente, la
aparición de un mundo en el cual no había lugar para la independencia de la
nobleza según él la concebía. Adversario de la centralización del poder en
manos del rey y de su ministro, alentó un ideal que fue definido como
"feudal y anárquico", totalmente contrario a la evolución del Estado
moderno.
En adelante, sin embargo, renunció a
toda ambición política y se convirtió en cronista de los acontecimientos de los
que había sido partícipe y espectador, libre ya entonces de las pasiones que le
movieran en las distintas circunstancias; de esta suerte, sus Memorias revelan
una firme intención de imparcialidad, e incluso, hasta cierto punto, de
impersonalidad. Publicadas en 1662 (excepto la primera parte, que quedó inédita
y no apareció hasta 1817), el relato vital de las Memorias cubre
desde 1624 hasta 1652 y fue muy bien recibido y apreciado por sus
contemporáneos.
El tono de las Memorias de La Rochefoucauld es sobrio, austero, a menudo muy vivo; el autor, que en los años últimos y más dramáticos habla en tercera persona de sí mismo, disimula bastante bien su intención apologética. No oculta lo que había de pobremente ambicioso en la oposición de los grandes señores a la autoridad regia, ni los motivos menos nobles que inducían al mismo La Rochefoucauld: ansia decepcionada de honores, rencillas, pasiones galantes y aventureras. En la crónica secreta, entre los bastidores de la Fronda, La Rochefoucauld se revela como un retratista feliz y como un agudo investigador del alma que hace presentir al moralista de las Máximas. Con las Memorias puede relacionarse la Apología escrita en 1649 y publicada en 1855. En ésta, las razones personalísimas de oposición a Mazarino son confesadas más francamente, según el principio de la propia utilidad, que también recuerda de cerca las Máximas.
Por lo demás, La Rochefoucauld halló
en esta etapa su verdadera vocación, no de político ni de hombre de acción,
sino de "honnête homme" y de observador sutil y profundo, lúcido y
desengañado. Instalado de nuevo en París, siguió frecuentando la Corte, aunque
fue más asiduo de los salones. Cáustico y lacónico, encontró pronto su lugar en
los entretenimientos del espíritu que estaban tan de moda por entonces.
Participó en el juego de los retratos, y el suyo propio, que hizo en 1659, fue
uno de los más logrados del género. Empezó a frecuentar la tertulia de Madame
de Sablé, donde se cultivaba el género de la "máxima"; tras la
discusión acerca de un tema propuesto, los participantes procuraban condensar
el pensamiento propio en el breve espacio de una sentencia.
De esta suerte nacieron, a través de
una lenta elaboración, las Máximas, en las que los "repliegues del
corazón" aparecen escrutados hasta la intimidad intencional. En 1665, la
publicación a su pesar de la primera edición de las Reflexiones o
sentencias y máximas morales (título original completo de las Máximas)
provocó escándalo, debido a que el sistema expuesto y el tono despiadado y
moralista adoptado sobrepasaban lo que permitían los juegos mundanos de la
conversación que estaban en el origen de la práctica y de la forma del género.
Compuesta por setecientas sentencias
morales breves y sutiles, las Máximas (que conocieron cinco ediciones
entre 1665 y 1678) presentan una fuerte unidad por su pensamiento dominante y
sin cesar repetido: el amor propio y el interés se dibujan en el fondo de todas
nuestras acciones, de los sentimientos y de la denominada virtud.
"Nuestras virtudes no son, generalmente, más que vicios enmascarados".
De ahí que la amistad, la piedad, la honestidad, el pudor femenino o el
heroísmo se descompongan bajo una mirada despiadadamente escrutadora, que
revela el egoísmo, la debilidad o el cálculo más sutil.
El tono pesimista y la convicción del
intrínseco egoísmo de la naturaleza humana definen en efecto sus breves
epigramas: "Nuestro arrepentimiento estriba más en el temor a lo que pueda
ocurrirnos que en lamentar nuestros actos". Si François La Rochefoucauld
coincide con Blaise Pascal cuando
denuncia el infinito orgullo humano, la fe no le ilumina; su sabiduría es
absolutamente mundana y expresa tan sólo el ideal del "hombre
honesto". El libro contiene también descripciones poéticas más extensas,
siempre en torno a los resortes que dirigen la conducta de los hombres.
Aun cuando las afirmaciones del autor
no eran excesivamente originales, la exacta precisión de su lenguaje les
confería una desoladora nitidez; a la visión severa e implacable del corazón
humano le dio la forma más absoluta la aptitud francesa para reducir el
pensamiento a la expresión rápida y clara. Las Máximas, además de exactas,
son penetrantes y luminosas; carecen de todo atisbo de preciosismo, lo que
acentúa el carácter altamente mundano y señorial del libro. Schopenhauer y Nietzsche se
sintieron seducidos por su amarga y desdeñosa visión del hombre; y también
contemporiza con tal aspecto el propio Leopardi,
como puede apreciarse en algunos de sus Ciento once pensamientos.
Los últimos años de la vida de La
Rochefoucauld estuvieron ocupados en gran parte por su íntima y fiel relación
con Madame
de La Fayette, a quien ayudó con sus consejos durante la redacción de la
famosa novela La princesa de Clèves. La autora se aplicó mientras tanto,
según se dijo, a corregir las Máximas "en su corazón",
atenuando su tono, sin alterar, no obstante, su principio esencial. A pesar de
las presiones de sus amigos, La Rochefoucauld no quiso presentarse como
candidato a la Academia. Falleció asistido por el obispo Jacques Bossuet.
Entre sus restantes obras, recopiladas póstumamente, se encuentran diecinueve
composiciones breves conocidas como Réflexions diverses (Reflexiones
diversas) y alrededor de ciento cincuenta cartas.
Fuente: https://www.biografiasyvidas.com/biografia/l/la_rochefoucauld.htm
Fuente:
https://elbibliote.com/resources/clasics/fran%C3%A7ois_de_la_rochefoucault_maximas.pdf
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