Nos Disparan desde el Campanario.... Rescates financieros, geopolítica y decapitadores en el despacho oval... por Alejandro Marcó del Pont

 



Fuente: El Tábano Economista

Link de origen:

https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2025/11/16/rescates-financieros-geopolitica-y-decapitadores-en-el-despacho-oval/


tejer una red de Estados clientelares en la era del Intervencionismo Iliberal 

(El Tábano Economista)


En el panorama de la política internacional de 2025, la administración Trump ha marcado un quiebre radical con las alineaciones ideológicas tradicionales, optando por un enfoque que privilegia transacciones oportunistas y cálculos geoestratégicos por encima de principios éticos o alianzas históricas. Este viraje, que podría denominarse «intervencionismo iliberal«, fusiona la inteervención estatal —donde el gobierno arbitra activamente en la economía y la sociedad para moldear resultados— con el iliberalismo, caracterizado por regímenes que mantienen la fachada electoral mientras vacían metódicamente las libertades civiles y debilitan la separación de poderes.

El núcleo de esta estrategia radica en dos pilares: el enfoque transaccional y el geoestratégico. El primero se basa en negociaciones directas y recíprocas, un «quid pro quo» donde se ofrecen incentivos o se amenazan con penalizaciones para extraer concesiones inmediatas. Lejos de la diplomacia multilateral basada en normas compartidas, este método trata las relaciones internacionales como un mercado de trueques, donde el valor se mide en beneficios tangibles como acceso a recursos, votos en foros globales o contención de rivales.

Complementando esto, el enfoque geoestratégico enfatiza factores geográficos —ubicación territorial, rutas comerciales, recursos naturales y dinámicas regionales— para potenciar la seguridad y la influencia nacional. Inspirado en teóricos como Halford Mackinder, con su teoría sobre el control del «corazón euroasiático”, este prisma analiza cómo el dominio de espacios clave, como estrechos marítimos o regiones ricas en energía, redefine el equilibrio de poder. En un mundo multipolar, donde China y Rusia desafían la hegemonía estadounidense, esta estrategia implica alianzas tácticas para contrarrestar amenazas, asegurar suministros críticos y explotar vulnerabilidades geográficas de adversarios. Críticamente, este enfoque puede justificar intervenciones que bordean el cinismo: por ejemplo, respaldar regímenes opresivos si sirven como baluartes contra rivales mayores, sacrificando ideales democráticos en aras de ventajas posicionales.

La fusión de estos enfoques en la política de Trump en 2025 genera un pragmatismo que, aunque efectivo en lo inmediato, socava los relatos oficiales de principios fundamentales. Prioriza tratos oportunistas para ganancias geográficas —como el control de flujos energéticos o la contención de potencias como Rusia, China e Irán— a expensas de la coherencia moral o las alianzas tradicionales. Este «pragmatismo al costo de los principios» se manifiesta en el apoyo a actores disruptivos en regiones clave: Hungría en Europa Central, Argentina en América Latina y, sorprendentemente, figuras controvertidas en Siria como Ahmed al-Sharaa.

Estos no son meros rescates financieros; son inversiones geoestratégicas con un gran componente de negocios, donde las necesidades de financiamiento de estos países se convierten en condicionalidades para alinearlos con agendas estadounidenses. El objetivo subyacente: forjar un «Cinturón de Estados No Alineados» en Eurasia y América Latina, debilitar la unidad europea, asegurar corredores energéticos, contener la expansión china, monopolizar minerales críticos y reconfigurar prioridades en Medio Oriente. Todo ello, mediante transacciones que convierten la geopolítica en un mercado de influencias.

En el contexto de la Unión Europea (UE), esta estrategia erosiona la unidad transatlántica mediante acuerdos bilaterales que anteponen intereses estadounidenses a la cohesión del bloque. Trump ha impuesto tarifas del 20% a importaciones europeas, lo que obliga a Europa a «prepararse para el impacto» en ámbitos como el comercio, la defensa y el apoyo a Ucrania, donde la dependencia de la OTAN se ve amenazada por un repliegue estadounidense. Geoestratégicamente, explota divisiones internas —como los vetos húngaros— para minimizar compromisos militares en el continente, promoviendo un bilateralismo intimidante que socava el multilateralismo. El resultado es una UE forzada a buscar mayor autonomía estratégica, pero con riesgos de fragmentación si no responde de manera unificada.

Hungría emerge como un caso paradigmático de esta dinámica. Bajo Viktor Orbán, el país ha evolucionado hacia un iliberalismo que desafía los valores europeos. El 1 de enero de 2025, al concluir su presidencia rotatoria del Consejo de la UE, Hungría enfrentó un deterioro abrupto: la Comisión Europea tomo la decisión de retener mil millones de dólares en ayuda por violaciones al estado de derecho, invocando el artículo 7 del Tratado de Lisboa. Este mecanismo, diseñado para suspender derechos como el voto en el Consejo ante infracciones graves a principios, como la democracia y los derechos humanos, ha sido un arma de Bruselas contra Budapest desde 2018. El veto por unanimidad en la UE otorga a Hungría un poder para muchos desproporcionado: ha bloqueado sanciones contra Rusia, especialmente en energía, citando su dependencia del petróleo ruso; ha obstaculizado el Fondo Europeo para la Paz, que reembolsa ayuda militar a Ucrania, y ha diluido paquetes financieros como la modificación del presupuesto plurianual o la emisión de eurobonos para la recuperación NextGenerationEU.

Desde Bruselas, una Hungría sin voto sería ideal para desbloquear estas obstrucciones, pero Orbán ha contraatacado con astucia. Bajo amenaza, viajó a Washington para reunirse con Trump, regresando con promesas de un «escudo financiero» estadounidense. «Ciertos instrumentos de Bruselas que podían utilizarse contra Hungría ahora pueden considerarse ineficaces», declaró Orbán, aludiendo a que la economía de su país ya no podría ser «estrangulada» financieramente. El acuerdo, opaco como un velo diplomático, podría involucrar swaps, préstamos o acuerdos de recompra de euros, posiblemente recurriendo al FMI si el BCE se resiste. La oposición húngara ignora los detalles, pero la contrapartida es clara: a cambio de exenciones en sanciones al petróleo ruso por un año, inversiones en reactores nucleares y 700 millones de dólares en defensa, Hungría se posiciona como un «caballo de Troya» en la UE, debilitando su unidad desde dentro.

Este quid pro quo ejemplifica el enfoque transaccional: EE.UU. ofrece alivio económico a Orbán, legitimando su régimen y proporcionando acceso a tecnología y protección financiera frente a presiones europeas. A cambio, Hungría otorga preferencias a empresas estadounidenses en energía y defensa, excluye a rivales chinos, como Huawei, de proyectos críticos y alinea su diplomacia en foros como la ONU. Geoestratégicamente, Hungría sirve como cabeza de puente en Europa Central, influyendo en los Balcanes y contrarrestando la influencia rusa y china. Su ubicación geográfica —en el corazón de rutas energéticas como el gasoducto TurkStream— la convierte en un nodo rotador para diversificar suministros europeos y reducir dependencia de Moscú. Económicamente, la retención de fondos europeos —una herramienta para disciplinar— se debilita si Hungría demuestra resiliencia mediante patrocinadores externos, forzando concesiones de Bruselas y erosionando la coherencia unionista. El objetivo húngaro es lograr que el costo de su aislamiento dentro de la UE sea prohibitivamente alto para Bruselas.

En tal sentido, emergen paralelismos con Argentina, donde la administración Milei enfrenta crisis económicas agudas, deudas abrumadoras y necesidad de financiamiento. El acuerdo con Trump, igualmente turbio, implica rescates financieros —posiblemente préstamos del Tesoro o garantías para bonos— a cambio de alineamientos geopolíticos. Argentina, rica en litio y recursos energéticos en Vaca Muerta, se convierte en un baluarte contra la influencia china en América Latina, donde Pekín ha invertido masivamente en infraestructuras. Transaccionalmente, EE.UU. ofrece alivio de deuda para que Buenos Aires excluya a Huawei de redes 5G, priorice exportaciones de minerales críticos a Occidente y apoye posturas anti-izquierdistas en foros como la OEA.

Geoestratégicamente, esto fortalece un «Cinturón de Estados No Alineados» en el hemisferio sur, conteniendo la expansión china y asegurando cadenas de suministro para baterías y energías renovables. Este enfoque ignora las vulnerabilidades internas de Argentina: reformas liberales extremas podrían exacerbar desigualdades, generando inestabilidad social que socave la alianza a largo plazo. Además, al priorizar transacciones bilaterales, Trump debilita instituciones como el Mercosur o multilaterales, como el FMI, donde Argentina ha dependido de rescates condicionados, optando por un clientelismo que recuerda a una Doctrina Monroe actualizada.

El caso más controvertido involucra a Siria y Ahmed al-Sharaa, un exmilitante vinculado a Al Qaeda, apodado «decapitador» por su pasado violento. En 2025, Trump lo recibe en el Despacho Oval, un gesto de reconocimiento político que legitima a una figura repudiada internacionalmente. El objetivo geoestratégico: contener la influencia iraní en Medio Oriente, donde Teherán respalda milicias chiíes. En lugar de combatir uniformemente a extremistas, EE.UU. negocia con facciones suníes para que ataquen proxies iraníes, aplicando el principio cínico de «el enemigo de mi enemigo es mi amigo». Transaccionalmente, se ofrece inteligencia, recursos encubiertos y control de territorios petroleros a cambio de presiones militares contra Irán. Esto podría desbloquear sanciones Caesar —bloqueadas por el Congreso— para permitir reconstrucción posbélica financiada por países del Golfo y occidentales, integrando Siria a economías aliadas.

Sin embargo, los costos son elevados: en cuanto a reputación, perturba a aliados como Egipto y Emiratos Árabes Unidos, escépticos del islamismo de al-Sharaa; en términos morales sacrifica principios al negociar con un asesino, erosionando la credibilidad estadounidense en los derechos humanos. Desde una perspectiva económica, persisten barreras para inversiones masivas, y el riesgo de inestabilidad —si al-Sharaa revierte alianzas— podría escalar conflictos regionales, afectando precios globales del petróleo. Geoestratégicamente, afianza a Israel al reducir amenazas iraníes, y fomenta un Medio Oriente fragmentado.

En síntesis, estos rescates no son filantropía; son herramientas de una política exterior transaccional que fortalece geopolíticamente a EE.UU. mediante alianzas con personajes disruptivos, debilitando bloques rivales y asegurando recursos. Críticamente, esta estrategia es miope: fomenta autoritarismo global, erosiona normas internacionales y no genera reacción de una UE que debería ser más autónoma. En un mundo interconectado, priorizar tratos sobre principios podría aislar a EE.UU., recordando las lecciones de realistas como Henry Kissinger: el poder sin legitimidad es efímero. Trump, en 2025, apuesta por el corto plazo, pero el tablero geopolítico podría volverse en su contra si las transacciones fallan.

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*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNLP. Autor y editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista, columnista radial, analista

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