Fuente: Sin Permiso
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Se acelera la sangría por la falta de ejecución de los programas de la
Secretaría de Innovación, Ciencia y Tecnología, y el desfinanciamiento de las
universidades; testimonios en primera persona
Se cancelaron los contratos con todas
las grandes editoriales del mundo. Se suspendieron casi la totalidad de las
actividades vinculadas con el programa Raíces, establecido como política de
Estado por la Ley N° 26.421. Se desfinanciaron prácticamente todos los
programas de colaboración internacional y multilaterales de cooperación
científico-tecnológica. Se eliminaron de hecho los sistemas nacionales de
grandes equipamientos científicos. La Agencia Nacional de Promoción de la
Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (ANPCyT) sigue
incumpliendo con los contratos vinculados con los proyectos PICT, no realizó
nuevas convocatorias, y no financió las ya evaluadas y aprobadas. Hay parálisis
del Consejo Interinstitucional de Ciencia y Tecnología (CICYT) creado por la
Ley N° 25.467. Se interrumpieron los programas Construir Ciencia y Equipar
Ciencia. Es imposible gestionar los certificados ROECyT (que permiten la
exención de gravámenes impositivos para la importación de bienes y aceleran los
trámites aduaneros).
Tal es el diagnostico sucinto que dio
a conocer el Consejo Interuniversitario Nacional, creado en 1985 y que reúne a
los rectores de universidades públicas sin distinción partidaria o ideológica,
sobre la gravísima crisis que enfrentan esas casas de estudio y, por
consiguiente, el sistema de ciencia y tecnología en su totalidad, ya que allí
se origina el 70% de la producción científica local.
Uno de los síntomas que más
claramente delata el impacto de estas decisiones es la pérdida de empleos en el
Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, que de acuerdo con un
estudio del grupo Economía, Política y Ciencia (EPC), del Centro Iberoamericano
de Investigación en Ciencia, Tecnología e Innovación (Ciicti), perdió más de
4148 empleos desde el inicio de la gestión de Javier Milei. “Tan solo en los
últimos tres meses, se perdieron 531 puestos. Se trata de un hecho de enorme
gravedad si se tiene en cuenta el nivel de profesionalización y especialización
del sector”, advierte el informe. Otros organismos calculan una cifra incluso
mayor.
De acuerdo con este análisis, entre
los distintos organismos científicos, se destaca la fuerte caída registrada en
el Conicet, que ya perdió 1.513 puestos de trabajo. Le siguen en orden
descendente el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) con 734
pérdidas y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) con 436. Se
deben a despidos de personal administrativo, jubilaciones que dejan lugares
vacantes y no son reemplazados, y a un éxodo de científicos que ya está dejando
de ser anecdótico. Es una sangría que no cesa y representa una enorme amenaza
para la supervivencia de la ciencia local.
Por otro lado, además de la
incertidumbre y la falta de fondos, el deterioro salarial empuja al poliempleo
y a buscar alternativas fuera del país.
Leonardo Amarilla es investigador
asistente del Conicet y profesor adjunto en la Universidad Nacional de Córdoba
(UNC). Trabaja conservación de la biodiversidad en relación con el
agro. Este licenciado en genética y doctor en Biología, soltero y sin
hijos, se vio obligado a pensar en alternativas para sostenerse precisamente
por la pérdida de poder adquisitivo. “Tengo una dedicación exclusiva en la UNC
y la diferencia que recibo del Conicet es de apenas 200.000 pesos. Literal. Soy
solo, pero tengo responsabilidades. Mis padres fueron muy, muy humildes y hoy
están jubilados con la mínima gracias a la moratoria. Nosotros, con mis
hermanos, somos la primera generación de universitarios. En el grupo familiar
el deterioro fue tremendo. Tenemos que ayudarlos entre todos para que la familia
sobreviva. Eso me lleva a tener que optar por el pluriempleo. Pero por ser mis
tareas de dedicación exclusiva, tengo muchas incompatibilidades. Por eso, hago
Uber”.
Con una formación de grado y posgrado
que ya llega a los 20 años (tiene 41), y con la exigencia de tener que afrontar
evaluaciones constantes a lo largo de la carrera científica, Amarilla sin
embargo subraya que no considera que el trabajador científico o el docente
universitario deba gozar de más derechos que otro. “Para mí, lo grave acá es
que las personas tengamos que tener tres o cuatro laburos para para comer y
satisfacer las necesidades básicas –destaca–. Como otros, tengo que trabajar 14
horas, porque cumplo como debe ser mis ocho horas diarias en la Universidad,
con mis alumnos, que los amo, y con el Conicet, y a la salida trato de hacer
entre cinco y seis horas de Uber por día. La verdad es que no doy más”.
Por eso, contra su voluntad, aclara,
el científico es uno de los que viene pensando en emigrar; por lo menos, por un
tiempo. De hecho, en estos momentos está tratando de cerrar un convenio con
colegas brasileños para hacer una estadía en el país vecino. “Soy de los que
siempre quiso volver a dejar algo en mi país, que tanto me dio, pero ahora ando
medio arrepentido –confiesa, emocionado–. A cada uno nos toca desde diferentes
lugares. Algunos con hijos, ya no pueden pagar la escuela; otros, como es mi
caso, no alcanzan a pagar el alquiler. Pero lo más grave es la pérdida de
expectativas de futuro”.
Ayelen Branca, secretaria general de
ATE Córdoba, es graduada en Filosofía y terminó su tesis de doctorado en
Estudios Sociales de América Latina. Se presentó a un posdoc, sin muchas
esperanzas, porque ya se había adelantado que no iba a haber recursos para el
área de humanidades. “En la convocatoria de Proyectos de Investigación
Plurianuales (PIP), directamente no figuran. Entonces, la esperanza de poder
concretar un futuro trabajo de investigación en la Argentina es bastante nula”,
cuenta.
Aunque trabaja algunas horas como
docente de nivel medio, y viendo que las condiciones de trabajo son
deplorables, la única alternativa que encuentra viable en este momento es irse
con una beca posdoctoral al exterior.
“Tengo contactos porque durante mi
licenciatura y doctorado hice estancias en el exterior (principalmente en
México, Brasil y España) –explica–. Ya me presenté a varias”.
Si recibe una respuesta positiva ,
Ayelén recorrería el camino que ya transitaron dos de sus tres hermanas, que
viven en Australia, y que tal vez tome la menor de la familia. “Me gustan las
estancias en el exterior, me encanta que la academia tenga una dimensión
internacional, pero siempre mi base fue Córdoba –comenta–. Pero dadas las
condiciones... Por un lado los ajustes que hay en cantidad de becas otorgadas,
la falta de ingresos y los sueldos… Por el mismo trabajo que haría acá, en
México ganaría cinco veces más. En las ciencias sociales lo único que
necesitamos es una computadora. Y ni siquiera eso tenemos en el instituto. Es
como imposible...
En las Islas Baleares ya es de
noche cuando Manuela Funes responde la comunicación desde Buenos Aires,
una de las que ya se fue. Nacida en Puerto Madryn y formada en la Universidad
Nacional de la Patagonia, de la misma ciudad, hizo un doctorado en el Centro
Nacional Patagónico (Cenpat) sobre impactos en el ambiente de la
pesquería trabajando en el Golfo San Jorge, donde se pesca merluza y
langostino para exportar. A continuación hizo un posdoctorado en la Universidad
Nacional de Mar del Plata, donde también dio clases.
“Para ingresar a la carrera del
investigador del Conicet, fui seleccionada con un proyecto sobre pesca
artesanal del que estoy enamorada –recuerda–. Me notificaron alrededor del 23
de noviembre de 2023. Fue un viernes, pero ni llegué a festejar porque el
domingo ganó Milei. Presentamos todos los papeles, tratando de llegar antes de
que se fuera [la expresidenta del Conicet] Ana Franchi, que renunció el 10 de
diciembre, pero nunca se efectivizó el ingreso”.
Manuela integra el grupo de 845
investigadores cuyo ingreso a la carrera fue aceptado, pero que todavía no
fueron incorporados. Y aunque se considera una “afortunada” porque tenía una
prórroga automática que entró en vigencia el día que le notificaron el ingreso,
se le hizo imposible seguir esperando.
“Con mi marido, que también trabaja
en la universidad, no podíamos subsistir –se emociona–. Nuestro poder
adquisitivo se desplomó, como el de la mayoría de los argentinos. Vivíamos a 40
minutos, en las afueras de Mar del Plata, y un día yendo al trabajo se nos rompió
el auto y no nos alcanzaba para arreglarlo. Ahí tuve un click emocional y
empecé a buscar opciones para no pasarla tan mal. Me presenté a una beca de
posdoctorado “Marie Curie”, armé un proyecto tratando de seguir conectada con
lo que había presentado para mi ingreso a la carrera, le adjudicaron excelente
puntuación (92%), pero no me la otorgaron. Seguí viendo si podíamos conseguir
financiamiento hasta que me ofrecieron una plaza donde estoy ahora, en el
Instituto Español de Oceanografía. Pedí licencia de mi beca de posdoctorado y
acepté un contrato por cinco años. Pero lo que hablamos con mi director es que
en un un principio estaría un año. Me gustaría volver”.
Aunque su puesto es más técnico, le
pagan el doble de lo que recibiría en la Argentina. En estos días se reunirá
con su marido, geólogo, y su hijito de cuatro años. Mientras tanto, sigue
manteniendo proyectos en el país. “El lugar en el que trabajo es hermoso, me
recibieron super bien, pero se padece el desarraigo –lamenta–. Quedan hermanos
y padres en la Argentina… Esperemos que vengan a visitar y poder volver”.
Otra científica joven que también se
fue es Camila Neder, doctora en ciencias biológicas. En el Conicet trabajaba en
el Instituto de Diversidad y Ecología Animal, en el Grupo de Ecosistemas
Marinos y Polares (Ecomares), pero cuando a fines de 2023 empezó a conocer los
planes del actual gobierno (“Conicet, ¡afuera!”), tuvo que tomar la difícil
decisión de buscar otros horizontes. Hoy está haciendo un segundo posdoctorado
en Chile, en el Instituto de Biodiversidad, Ecosistemas Antárticos y
Subantárticos de la Universidad de Concepción. “Por suerte, siempre en la misma
temática, que es la ecología antártica”, comenta a través de una comunicación
telefónica.
Camila hizo tanto su carrera como el
doctorado en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la
Universidad Nacional de Córdoba (UNC), pudo capacitarse también en Alemania, y
trabajar en colaboración con colegas de España, Bélgica e Inglaterra.
“Me vine con una gran tristeza, pero
pensando en un crecimiento profesional, siempre en contacto con la Argentina,
generando puentes, porque soy bien argentina y deseo también el crecimiento de
mi país. A fines de octubre de 2023, empecé incluso a tener problemas de salud,
estaba estresada, nerviosa. Las situaciones en la universidad eran muy
difíciles, sobre todo por esta frase del gobierno actual de ‘Conicet… afuera,
educación… afuera', que nos hacía pensar que no hay futuro, que se venía el
‘sálvese quien pueda’. Eso fue lo más doloroso. Ya estaba en el primer año de
posdoc y no quería dejar la ciencia, no quería ver mi carrera tronchada tan
joven, entonces decidí buscar alternativas. Y entre las posibilidades surgió la
de venir a este instituto. Podría haberme quedado un período más dentro de
Conicet, pero ya se empezaba a ver que no había perspectivas de trabajo,
incluso no se estaba recibiendo el dinero [que se adeudaba] de los
proyectos financiados. Obviamente que es un poco desgarrador estar en un país
que no es el propio. Mi deseo es contribuir de alguna manera, pero también es
complicado con el contexto actual en el que no hay interés en financiar la
ciencia, la educación y la tecnología”.
Camila dejó aquí padres, tres
hermanos y su pareja. En Chile, gana aproximadamente el doble de lo que recibía
del Conicet. “Si bien los costos acá también son altos, por lo menos hay
mayor tranquilidad –comenta–. En la Argentina no sabías si mañana te echaban,
como a muchos de los empleados administrativos a los que les renovaban el
contrato cada tres meses. Creo que lo que más me costó es tomar una decisión
individual y no poder acompañar a mi grupo. Y lamentablemente vislumbrar que se
te puede acabar el camino profesional a corta edad. Es como estar en el borde
de un abismo y con el viento en contra”.
Y concluye: “Estoy agradecida de la
educación que tenemos en la UNC, ¡es impresionante! Cada vez más lo corroboro
por mis experiencias en el exterior”.
Itatí Ibañez es licenciada en
Biología Molecular y farmacéutica por la Universidad Nacional de San Luis
(UNSL), especialista en Química Ambiental y doctora en Biología por la UBA, y
Magister en Propiedad Intelectual (FLACSO). Como responsable del Laboratorio de
Ingeniería de Anticuerpos del Instituto de Química Física de Materiales, Medio
Ambiente y Energía (Inquimae, de doble dependencia, UBA/ Conicet), trabaja en
el desarrollo de anticuerpos y nanoanticuerpos para diversas aplicaciones en
ciencia básica y aplicada. Junto con su equipo, generó, por ejemplo un sistema
de diagnóstico del virus de Hepatitis E. Durante la pandemia obtuvieron
nanoanticuerpos neutralizantes del coronavirus y acaban de validar un sistema
de diagnóstico para pacientes infectados con el virus del dengue. Además,
participa en proyectos para detección de virus de papa y bacterias que afectan
al cultivo de cítricos, que están bastante avanzados, y colabora con
investigadores de todo el país y de Brasil, en proyectos relacionados con
patógenos que afectan al arroz, abejas, ganado bovino, equinos y varias
enfermedades humanas como ataxias, histoplasmosis, tuberculosis, enfermedades
virales, toxinas, entre otros.
“A mediados de 2023, cuando empecé a
considerar la posibilidad de que el sistema científico de la Argentina
fuera desmantelado/bloqueado/paralizado, pensé que era un buen momento para
reorganizar un poco los objetivos a mediano plazo y buscar hacer algo diferente
fuera del país –cuenta–. Desde ese momento no tomé más estudiantes para
formación y me enfoqué en terminar, con el dinero que quedaba, los proyectos
propios o en colaboración. También di prioridad a la organización de los
proyectos de tesis de las estudiantes que tengo a cargo para que puedan
terminar sus doctorados a pesar de la desfinanciación de los proyectos”.
Así fue como decidió volver a la
ciudad de Gante en Bélgica, donde había hecho un posdoctorado y ahora le
ofrecieron trabajar en un proyecto muy complejo, y que representa un gran
desafío a nivel metodológico para el cual necesitan a una persona con
experiencia en varias técnicas moleculares.
“Me ilusiona la posibilidad de
aprender y participar en temas desafiantes, para poder poner en práctica todo
mi conocimiento y experiencia, algo que en la Argentina se desestima o
desprecia totalmente –subraya–. A esta altura de mi vida siento que me
corresponde empezar a devolver lo que he recibido, formado estudiantes,
generando nuevas ideas y soluciones a problemas, desarrollando nuevas
metodologías. Me duele no poder devolver lo que recibí a mi país, porque toda
mi educación fue pública, pero tampoco me parece bien quedarme frustrada y
enojada, en un escritorio, recibiendo solo mi salario y sin dinero para poder
desarrollar ideas y proyectos, ni transferir el know-how a otras
generaciones. El hecho de que un gobierno o personas, que no tienen la
suficiente visión de futuro (para decirlo suave) para entender que la ciencia,
la educación y la cultura, son pilares fundamentales de la sociedad y que son
las bases para su desarrollo, no va a determinar que no pueda hacer algo con mi
conocimiento. Por eso busqué otras opciones”.
Siempre que estuvo fuera del país
aprendiendo nuevas metodologías, uno de los objetivos de Itatí era volver para
implementar en el laboratorio esas técnicas de frontera, pero esta vez reconoce
que parte con otra idea: “El instituto al que voy me ofreció un contrato de
duración indeterminada y sólo volvería si se dan las condiciones, no para
frustrarme. El hecho de que personas formadas se tengan que ir del país me hace
pensar en los dilemas que hay a veces con la venta al extranjero de granos o
minerales. Se escucha con frecuencia que al exportarlos se están enviando los
nutrientes o recursos de la tierra, que no se recuperan. Pero al menos a cambio
se recibe un pago y el dinero se puede invertir en otras cosas. Me pregunto qué
gana el país cuando se van los recursos humanos, sin pago alguno y estás
perdiendo importantes capacidades que podrían aportar de diversas maneras a que
el país avance. Pero claro, si considerás que la ciencia no sirve para nada, te
estás sacando de encima una mala inversión. El futuro dirá si fueron buenas
decisiones o no”.
También científico, a fin de año el
marido de Itatí podría emprender el mismo camino.
Alfredo Stolarz trabajó en el Comité
Nacional de Ética en Ciencia y Tecnología casi desde su creación. El organismo
se ocupaba del análisis de controversias en el uso de tecnologías, de las
prácticas de la investigación, análisis de políticas públicas o pedidos de
consejo respecto de la formulación de políticas. Se incorporó en 2004 y se
desempeñó primero como asistente y después como coordinador durante 20 años en
los que se sucedieron distintas administraciones. "Fue un un proyecto que
trascendía lo meramente laboral", subraya.
Sin mediar notificación alguna, y
habiendo tenido poco antes una reunión con la subsecretaria de Innovación,
Ciencia y Tecnología, en la que había planteado líneas de trabajo más allá de
las que por iniciativa propia se propusiera el comité, un día simplemente no
pudo entrar porque le cortaron el acceso. Eso fue todo. Los integrantes de la
comisión (diez investigadores que se desempeñaban ad honorem) pidieron
reuniones con esta autoridad, pero jamás les respondieron.
Después de ese despido abrupto y sin
motivo, renunció el resto de la comisión. "No solo no los recibieron, sino
que no respondieron las notas de pedido de reunión ni dieron acuse de recibo de
las renuncias –cuenta Stolarz–. El destrato es lamentable no solo en lo
personal. La Comisión fue pionera en el mundo en un movimiento que crece por
las potencialidades que tienen los avances científicos y tecnológicos. No había
muchos en 2001, cuando se creó. Solo Noruega y un par de países europeos tenían
organismos con las mismas incumbencias”.
Carolina Mangoni es bióloga y trabajó
en el ámbito académico-científico. Además de apostar a una carrera en
investigación, siempre disfrutó y ejerció la docencia en diferentes niveles. En
2020 terminó su posdoctorado y quedó fuera del sistema, pero siguió
presentándose a la carrera del investigador. Su última presentación fue en 2021
y a fines de 2022 recibió la noticia de que le habían otorgado el ingreso. En
octubre de 2023 salió la resolución de alta.
“Estaba viviendo en Buenos Aires y el
lugar de trabajo propuesto era Bariloche, lo que significó organizar una
mudanza junto con mi pareja –recuerda–. Tomé posesión del cargo en febrero
2024. Pero el 29 de febrero me llegó una notificación informándome que no
podían incorporarme a la nómina de pagos por falta de presupuesto. El mismo
mensaje recibieron aquellos que tomaron posesión los meses posteriores a
diciembre 2023. Ese grupo incluía a personas que residían fuera del país y
habían vuelto a la Argentina con sus familias, ¡y se encontraron sin trabajo ni
respuesta más que ‘no hay prespuesto’! Trabajamos mucho en difundir nuestra
situación, además de consultar cómo podíamos reclamar habíamos ganado.
Finalmente -y por sorpresa-, en diciembre de 2024 nos llegó un mensaje que
decía que debíamos tomar posesión dentro de las 48 horas, caso contrario
perdíamos el cargo. Nos movilizamos para que todos se enteraran. Una fracción
del grupo siguió adelante con el proceso, pero había varios que se encontraban
en situaciones en las que les era imposible hacerlo en tan poco tiempo”.
Así fue como Carolina inició sus
tareas luego de estar casi cinco años fuera del sistema (aunque siguió
realizando colaboraciones y participando en publicaciones). “Me encontré cansada,
sin subsidio propio ni posibilidad de solicitarlo, en un ambiente abatido y
desmotivado –cuenta–. El grupo al que pertenecía había perdido a quienes venían
cursando sus doctorados, posdocs o cargos técnicos y se había reducido
significativamente. Aun así, seguían adelante cubriendo estas ausencias, pero
con un desgaste en aumento. Y un sueldo estancado. Y una obra social suspendida
por falta de pago. La vida científico-académica siempre tuvo sus falencias,
conocidas y aceptadas por aquellos a los que nos gusta realizar ese trabajo. Yo
seguí apostando a eso, incluso luego de varios rechazos. Cuando finalmente
estuve en la posición de ‘estabilidad’, me encontré en una situación precaria
donde no iba a poder ejercer mi cargo. ¿Cómo hacer investigación sin subisidio,
sin recursos humanos? Esta es la situación actual de toda la comunidad
científica, y tememos que va a seguir así durante varios años”.
Mientras estuvo fuera del sistema, se
desarrolló en el área de análisis de datos y ofreciendo servicios en el ámbito
de la salud pública. “Encontré mucha gratificación en esto. Es un hermoso
ambiente donde el fruto de tu trabajo es valorado de manera expresa, y donde se
practica el trabajo en equipo y el refuerzo positivo”, dice.
Renunció el 1° de mayo.
Algunos de los numerosos
investigadores e investigadoras con los que habló El Destape no
quisieron dar su nombre para no alterar a su familia ni perjudicar su posición
actual. Es el caso de Fernando (no es su nombre real), químico que
trabaja en almacenamiento de energías renovables (de calcio, potasio y otros
materiales), y en degradación de pesticidas principalmente en el agua, pero al
que cada vez se le está haciendo más difícil continuar con sus líneas de
investigación. “Considero que son importantes para el país y para la gente,
pero al no tener la posibilidad de obtener subsidios ni tesistas [este año se
presentaron un 30% menos que en años anteriores], estoy viendo qué hacer y
evaluando posibilidades”, cuenta.
Casado con una científica que quedó
en “el limbo” de los aceptados del llamado de 2022, pero que no fueron
incorporados, y padre de dos hijos de ocho y 11 años, se encuentra con que sus
ingresos están casi al límite de la línea de pobreza. “Confiábamos en que en
algún momento la situación se iba a revertir –afirma–. No digo mejorar
sustancialmente, pero sí que al menos podríamos trabajar, que es lo que
queremos hacer. Ella ya tuvo ofertas del exterior, pero por ahora
decidimos por lo menos quedarnos hasta fin de año. Si no se resuelve, vamos a
tener que tomar una decisión porque va a ser insostenible. Emigrar es una
posibilidad cierta. No lo hicimos hasta ahora por cuestiones más bien
familiares. Pero todo tiene un límite”.
No es que no conozcan lo que es vivir
en el extranjero. Entre 2019 y 2020 toda la familia estuvo en Alemania.
Fernando tenía un contrato de trabajo por tres años, pero después del primero
decidieron volverse porque quería trabajar en su país. “Ahora –confiesa– me
siento decepcionado. Cuando era chico y hasta no hace tanto, de alguna manera
sentía que la sociedad nos protegía, que sentía que podíamos contribuir. Muchos
de nosotros renunciamos a sueldos muy superiores en el exterior y a una
vida más tranquila porque sentíamos que teníamos que volver a trabajar para
nuestro país, para nuestros vecinos. Pero ahora incluso somos foco de ataques
de un sector que decidió minimizar la importancia de las universidades, del
Conicet, de la investigación. Por este programa de gobierno, se han perdido
proyectos valiosísimos”.
Graciela (tampoco es su verdadero
nombre), trabaja actualmente en oncología en la Facultad de Ciencias Exactas de
la UBA. Empezó un posdoctorado hace menos de un año, pero está evaluando
renunciar porque hace exactamente un año que el estipendio de su beca está
congelado, lo cobra en negro y sin aportes. “Con ese monto, me es difícil
llegar a fin de mes y además, debido a que en la ciencia experimental se
trabaja mucho (inclusive feriados y fines de semana muchas veces), no puedo
conseguir un trabajo adicional. Y como hay menos gente, cada vez más trabajo
recae en nosotros/as. No veo que haya un futuro para una carrera en
investigación en este país. Tengo posibilidades de irme al extranjero o al
mundo privado, y es lo que estoy por hacer”.
Nora Bär
es una periodista científica, editora y columnista argentina, pionera del
periodismo científico en su país. Integra la Red Argentina de Periodismo
Científico, de la cual fue presidenta
Fuente:
El Destape, 15 de mayo de 2025
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