Fuente: Bloghemia
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Si bien el rebelde romántico exalta
al individuo y al mal, no toma el partido de los hombres, sino solamente su
propio partido. El dandismo, cualquiera que sea, es siempre un dandismo con
relación a Dios. El individuo, como criatura, no puede oponerse sino al
creador. Necesita a Dios, con quien mantiene una especie de fosca coquetería.
Armand Hoog tiene razón al decir que, a pesar del clima nietzscheano de esas
obras, Dios no ha muerto todavía. La condenación misma, reivindicada a voz en
grito, no es sino una buena jugarreta que se hace a Dios. Con Dostoievsky, por
el contrario, la descripción de la rebelión va a dar un paso más. Iván
Karamázov toma el partido de los hombres y pone el acento en su inocencia. Afirma
que la condena a muerte que pesa sobre ellos es injusta. En su primer
movimiento, por lo menos, lejos de abogar en favor del mal, aboga en favor de
la justicia, a la que pone por encima de la divinidad. Por lo tanto no niega,
en modo alguno, la existencia de Dios. Le refuta en nombre de un valor moral.
La ambición del rebelde romántico consistía en hablar a Dios de igual a igual.
El mal responde entonces al mal, la soberbia a la crueldad. El ideal de Vigny
consiste, por ejemplo, en responder al silencio con el silencio. Sin duda, con
ello trata de elevarse al nivel de Dios, y esto es ya blasfemia. Pero no se
piensa en negar el poder ni el lugar de la divinidad. Esa blasfemia es
reverente, pues toda blasfemia, finalmente, es participación en lo sagrado.
Con Iván, al contrario, cambia el
tono. Dios es juzgado a su vez, y desde arriba. Si el mal es necesario para la
creación divina, esta creación es inaceptable. Iván no apelará ya a ese Dios
misterioso, sino a un principio más alto, que es la justicia. Inaugura la
empresa esencial de la rebelión, que consiste en sustituir el reino de la
gracia por el de la justicia. Al mismo tiempo, inicia el ataque contra el
cristianismo. Los rebeldes románticos rompían con Dios mismo, como principio de
odio. Iván niega explícitamente el misterio y, en consecuencia, a Dios como
principio de amor. Sólo el amor puede hacernos ratificar la injusticia hecha a
Marta, a los obreros de las diez horas, y más lejos todavía hacer que se admita
la muerte injustificable de los niños. "Si el sufrimiento de los niños
-dice Iván- sirve para completar la suma de los dolores necesarios para la
adquisición de la verdad, yo afino desde ahora que esta verdad no vale
semejante precio". Iván niega la dependencia profunda que el cristianismo
ha introducido entre el sufrimiento y la verdad. El grito más profundo de lván,
el que abre los abismos más trastornadores bajo los pies del rebelde, es el
aunque: "Mi indignación subsistiría aunque Dios existiese, aunque el
misterio ocultase una verdad, aunque el Staretz Zósimo tuviese razón, Iván no
aceptaría que esta verdad fuese pagada con el mal, el sufrimiento y la muerte
infligida al inocente. Iván encarna la negación de la salvación. La fe lleva a
la vida inmortal. Pero la fe supone la aceptación del misterio y del mal, la
resignación a la injusticia. Aquel a quien el sufrimiento de los niños impide
llegar a la fe no recibirá, por lo tanto, la vida inmortal. En estas
condiciones, aunque existiese la vida inmortal, Iván la rechazaría. Rechaza ese
negocio. No aceptar la gracia sino incondicionalmente y por eso pone él mismo
sus condiciones. La rebelión lo quiere todo o no quiere nada.
''Toda la ciencia del mundo no vale
las lágrimas de los niños". Iván no dice que no existe la verdad. Dice que
si existe una verdad, sólo puede ser inaceptable. ¿Por qué? porque es injusta.
La lucha de la justicia contra la verdad se indica aquí por primera vez y ya
nunca tendrá tregua. Iván, solitario, y por lo tanto moralista, se contentará
con una especie de quijotismo metafísico. Pero pasarán algunos lustros y una
inmensa conspiración política aspirará a hacer de la justicia la verdad.
Por añadidura, Iván encarna la
negación de salvarse solo. Se solidariza con los condenados y, a causa de
ellos, rechaza el cielo. En efecto, si creyese podría salvarse, pero otros se
condenarían. El sufrimiento continuaría. .No hay salvación posible para quien
sufre verdadera compasión. Iván seguirá probando la sinrazón de Dios al
rechazar doblemente la fe como Se rechaza la injusticia y el privilegio. Un
paso más y del todo o nada pasamos al todos o nadie.
Esta determinación extrema, y la
actitud que supone, habrían bastado a los románticos. Pero Iván, aunque cede
también al dandismo, vive realmente sus problemas, desgarrado entre el sí y el
no. Desde este momento entra en la consecuencia. Si rechaza la inmortalidad,
¿qué le queda? La vida en lo que ésta tiene de elemental. Suprimido el sentido
de la vida, queda todavía la-vida. "Vivo -dice Iván pesar de la
lógica", y añade: "Si no tuviese ya fe en la vida, si dudase de una
mujer amada, del orden universal, y estuviese persuadido, por el contrario, de
que todo no es sino un caos infernal y maldito, aun entonces, a pesar de todo,
querría vivir". Iván vivirá, por lo tanto, y amará también "sin saber
por qué". Pero vivir es también obrar. ¿En nombre de qué? Si no hay
inmortalidad no hay recompensa ni castigo, ni bien ni mal. "Creo que no
hay virtud sin inmortalidad". Y también: "Sé solamente que el
sufrimiento existe, que no hay culpables, que todo se encadena, que todo pasa y
se equilibrada". Pero si no hay virtud no hay ya ley: "Todo está
permitido"
En este "todo está
permitido" comienza verdaderamente la historia del nihilismo
contemporáneo. La rebelión romántica no iba tan lejos. Se limitaba a decir, en
suma, que todo no estaba permitido, pero que ella se permitía, por insolencia,
lo que estaba prohibido. Con los Karamazov, por el contrario, la lógica de la
indignación va a volver -la rebelión contra sí misma y a arrojarla a una
contradicción desesperada. La diferencia esencial consiste en que los
románticos conceden permisos de complacencia, en tanto que Iván obligará a
hacer el mal por coherencia. No se permitirá ser bueno. El nihilismo no es
solamente desesperación y negación, sino sobre todo voluntad de desesperar Y de
negar. El mismo hombre que tomaba tan ferozmente el partido de la inocencia,
que temblaba ante el sufrimiento de un niño que quería ver "con sus
ojos" a la cierva durmiendo junto al león y a la víctima abrazando al
asesino, desde el momento en que niega la coherencia divina Y trata de
encontrar su propia regla reconoce la legitimidad del asesinato. Iván se rebela
contra un Dios homicida, pero desde el instante en que razona su rebelión
deduce la ley del homicidio. Sí todo está permitido, puede matar a su padre, o
por lo menos sufrir que le maten. Una larga reflexión sobre nuestra situación
de condenados a muerte termina únicamente con la justificación del crimen.
En efecto, aparenta razonar como si
la inmortalidad no existiese, cuando se ha limitado a decir que la rechazaba
aunque existiese. Para protestar contra el mal y la muerte opta, pues, deliberadamente,
por decir que la virtud no existe más que la inmortalidad y por dejar que maten
a su padre. Acepta a sabiendas su dilema: ser virtuoso e ilógico, o lógico y
criminal. Su doble, el diablo, tiene razón cuando le apunta: "Vas a
realizar una acción virtuosa y sin embargo no crees en la virtud; eso es lo que
te atormenta". La pregunta que se hace por fin Iván, la que constituye el
verdadero progreso de Dostoievsky hace realizar al espíritu de rebelión, es la
única que nos interesa aquí: ¿se puede vivir y mantener la rebelión?
Iván deja adivinar su respuesta: no
se puede vivir en la rebelión sino llevándola hasta el extremo. ¿Cuál es la
extremidad de la rebelión metafísica? La revolución metafísica. El amo de este
mundo, después de haber sido impugnado en su legitimidad, debe ser derribado.
El hombre debe ocupar su lugar. "Como Dios y la inmortalidad no existen,
al hombre nuevo se le permite convertirse en Dios". ¿Pero qué es ser Dios?
Precisamente, reconocer que todo está permitido, negar toda ley que no sea la
suya propia. Sin que sea necesario desarrollar los razonamientos
intermediarios, se advierte así que convertirse en Dios es aceptar el crimen
(idea favorita, también, de los intelectuales de Dostoievsky). El problema
personal de Iván consiste, por lo tanto, en saber si será fiel a su lógica, y
si, partiendo de una protesta indignada ante el sufrimiento inocente, aceptará
el asesinato de su padre con la indiferencia de los hombres-dioses. Se conoce
su solución: Iván dejará que maten a su padre. Demasiado profundo para
contentarse con el parecer, demasiado sensible para obrar, se limitará a dejar
hacer. Pero se volverá loco. El hombre que no comprendía cómo se podía amar al
prójimo no comprende tampoco cómo se puede matar. Cogido entre una virtud injustificable
y un crimen inaceptable, devorado por la compasión e incapaz de amar, solitario
privado del cinismo caritativo, la contradicción matará a esa inteligencia
soberana: "Tengo un espíritu terrestre -decía-. ¿Para qué querer
comprender lo que no es de este mundo?" Pero él no vivía sino para lo que
no es de este mundo, y este orgullo de absoluto le sacaba, precisamente, de la
tierra, en la que nada amaba.
Este naufragio no impide, por lo
demás, que, una vez planteado el problema tenga que seguir la consecuencia: la
rebelión se halla en adelante en marcha hacía la acción, Dostoievsky indica ya
este movimiento, con una intensidad profética, en la leyenda del Gran
Inquisidor. Iván, finalmente, no separa a la creación de su creador. "No
es a Dios a quien rechazo --dice-, sino a la creación". Dicho de otro
modo, es a Dios padre, inseparable de lo que ha creado. Su proyecto de
usurpación sigue siendo, por lo tanto, completamente moral. No quiere reformar
nada en la creación. Pero siendo la creación lo que es, saca de ella el derecho
a liberarse moralmente, y a los demás hombres con él. Por el contrario, desde
el momento en que el espíritu de rebelión, aceptado el "todo está
permitido" y el "todos o nadie", aspire a rehacer la creación para
asegurar la realeza y la divinidad de los hombres, desde el momento en que la
revolución metafísica se extienda de lo moral a lo político, comenzará una
nueva empresa de alcance incalculable, nacida también, hay que hacerlo notar,
del mismo nihilismo. Dostoievsky, profeta de la nueva religión, lo había
previsto y anunciado: "Si Aliosha hubiese sacado en conclusión que no hay
Dios ni inmortalidad, se habría hecho en seguida ateo y socialista. Pues el
socialismo no es solamente la cuestión obrera: es, sobre todo, la cuestión de
la torre de Babel, que se construye sin Dios, no para alcanzar los cielos de la
tierra, sino para bajar los cielos hasta la tierra"
Después de esto, Aliosha puede, en
efecto, llamar a Iván, con ternura, "verdadero bobalicón". Éste
procuraba únicamente el dominio de sí mismo y no lo conseguía. Vendrán otros,
más serios, que, partiendo de la misma negación desesperada, exigirán el
imperio del mundo. Son los Grandes Inquisidores que encarcelan a Cristo y que
le dirán que su método no es el bueno, que la dicha universal no se puede
obtener mediante la libertad inmediata para elegir entre el bien y el mal, sino
mediante la dominación y la unificación del mundo. Primeramente hay que reinar
y conquistar. El reino de los cielos vendrá, en efecto, a la tierra, pero en él
reinarán los hombres, primeramente algunos de ellos, que serán los Césares, los
primeros que han comprendido, y luego, con el tiempo, todos los demás. La
unidad de la creación se hará por todos los medios, pues todo está permitido.
El Gran Inquisidor está viejo y cansado, pues su ciencia es amarga. Sabe que
los hombres son más perezosos que cobardes y que prefieren la paz y la muerte a
la libertad para discernir el bien y el mal. Siente compasión, una compasión
fría, por ese paso silencioso al que la historia desmiente sin cesar. Le obliga
a hablar, a reconocer sus errores y legitimar, en un sentido, la empresa de los
Inquisidores y los Césares. Pero el preso se calla. La empresa proseguirá sin
él; lo matarán. La legitimidad vendrá al final de los tiempos, cuando el reino
de los hombres está asegurado. La cosa sólo comienza, está lejos de haber
terminado, Y la tierra tendrá que sufrir mucho todavía, pero nosotros
alcanzaremos nuestro objetivo, seremos Césares, y entonces pensaremos en la
dicha universal.
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