Fuente: El Viejo Topo
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1. LA ESENCIA DEL CAPITALISMO
La conexión entre capitalismo y
guerra no es accidental sino estructural y estrecha. Aunque la literatura
autopromocional del liberalismo siempre ha intentado explicar que el
capitalismo, traducido como “comercio dulce”, era una vía preferencial hacia la
pacificación internacional, en realidad esto siempre ha sido una flagrante
falsedad. Y esto no es porque el comercio no pueda ser un medio de paz –puede
serlo–, sino porque la esencia del capitalismo NO es el comercio, que es sólo
uno de sus posibles aspectos.
La esencia del capitalismo consiste
en un solo punto. Se trata de un sistema social idealmente acéfalo, es decir,
idealmente sin liderazgo político, pero guiado por un único imperativo
categórico: el aumento del capital en cada ciclo de producción.
El corazón ideal del capitalismo es
la necesidad de que el capital rinda, es decir, de aumentar el capital mismo.
La dirección de este proceso no está en manos de la política –y mucho menos de
la política democrática–, sino de los poseedores del capital, de los sujetos
que encarnan las necesidades de las finanzas.
Es importante entender que el punto
crucial para el sistema no es que “siempre haya más capital” en el sentido
objetivo, es decir, que la cantidad de dinero aumente cada vez más; Incluso
puede contraerse temporalmente. Lo que importa es que siempre debe existir la
perspectiva general de un aumento del capital disponible.
En ausencia de esta perspectiva –por
ejemplo, en una condición persistente de “estado estacionario” de la economía–,
el capitalismo deja de existir como sistema social, porque falta el “piloto
automático” representado por la búsqueda de salidas para la inversión.
Ello debe entenderse puramente en
términos de PODER. En el capitalismo, una determinada clase detenta el poder y
lo ostenta como la persona encargada de la gestión del capital hacia el
crecimiento. Si se pierde la perspectiva de crecimiento, el resultado es
técnicamente REVOLUCIONARIO, en el sentido específico de que la clase que
detenta el poder debe cederlo a otros –por ejemplo a un liderazgo político
impulsado por principios o ideas rectoras, como ha sido más o menos siempre el
caso a lo largo de la historia (perspectivas religiosas, perspectivas
nacionales, visiones históricas).
El capitalismo es el primer y único
sistema de vida en la historia de la humanidad que no busca encarnar ningún
ideal ni tiende a ir en ninguna dirección específica. Aquí se podría abrir una
discusión interesante sobre la conexión entre capitalismo y nihilismo, pero
queremos centrarnos en otro punto.
2. LA «TENDENCIA A LA CAÍDA DE LA
TASA DE GANANCIA»
En la naturaleza del sistema está
implícita una tendencia que Karl Marx examinó por primera vez con el nombre de
«tendencia de la tasa de ganancia a caer». Es un proceso intuitivo. Por un
lado, como hemos visto, el sistema nos exige buscar constantemente el
crecimiento, transformando el capital en inversión que genere más capital.
Por otra parte, la competencia
interna al sistema tiende a saturar todas las opciones de incrementar el
capital, realizándolas. Cuanto más eficiente sea la competencia, más rápida
será la saturación de lugares donde obtener ganancias. Esto significa que con
el tiempo el sistema capitalista genera estructuralmente un problema de supervivencia
para el propio sistema.
El capital disponible crece
constantemente y busca usos “productivos”, es decir, capaces de generar
beneficios. El crecimiento del capital está vinculado al crecimiento de las
perspectivas de crecimiento futuro del capital, en un mecanismo de
autorreforzamiento. Es sobre la base de este mecanismo que nos encontramos en
situaciones como la anterior a la crisis de las hipotecas subprime, cuando la
capitalización en los mercados financieros globales era 14 veces el PIB
mundial.
Este mecanismo produce la tendencia
constante hacia las “burbujas especulativas”. Y este mismo mecanismo produce la
tendencia a las llamadas «crisis de sobreproducción», expresión común pero
impropia, pues da la impresión de que hay un exceso de producto disponible,
cuando el problema es que hay demasiado producto sólo en relación con la
capacidad media de comprarlo.
Constante, inevitablemente, el
sistema capitalista se encuentra enfrentando crisis generadas por esta
tendencia: masas crecientes de capital presionan para ser utilizadas, en un
proceso exponencial, mientras que la capacidad de crecimiento es siempre
limitada.
Para que una crisis se sienta, no es
necesario que el crecimiento se detenga, basta con que no esté a la altura de
la creciente demanda de márgenes. Cuando esto sucede, el capital –es decir, los
poseedores del capital o sus administradores– comienza a agitarse cada vez más,
porque su propia supervivencia como poseedores del poder está en riesgo.
3. LA BÚSQUEDA FRENÉTICA DE
SOLUCIONES
A medida que se acerca la compresión
de márgenes, comienza una búsqueda frenética de soluciones. En la versión
autopromocional del capitalismo, la solución principal sería la «revolución
tecnológica», es decir, la creación de una nueva perspectiva prometedora de generar
ganancias a través de una innovación tecnológica.
La tecnología es realmente un factor
que aumenta la producción y la productividad. Si también aumenta los márgenes
de beneficio es una cuestión más compleja, porque no basta con que haya más
producto para que el capital aumente, sino que es necesario que haya más
producto COMPRADO.
Esto significa que los márgenes
pueden realmente crecer en presencia de una revolución tecnológica sólo si el
aumento de la productividad se refleja también en un aumento general del poder
adquisitivo (salarios), lo que no es tan obvio. Pero incluso donde esto sucede,
las “revoluciones tecnológicas” capaces de aumentar la productividad y los
márgenes no son tan comunes. A menudo lo que se presenta como una “revolución
tecnológica” se sobreestima enormemente en su capacidad de producir riqueza y
termina siendo sólo una reorientación de las inversiones que genera una burbuja
especulativa.
A la espera de que se produzcan
revoluciones tecnológicas que reabran la esfera de los márgenes, la segunda
dirección en la que se busca una solución para recuperar márgenes de beneficio
es la presión sobre la fuerza de trabajo. Esta presión puede manifestarse en la
compresión salarial y de muchas otras formas que aumentan el área de explotación
del trabajo.
La reducción directa de los salarios
nominales es una forma que se adopta sólo en casos excepcionales. Más
frecuentes y fáciles de gestionar son la falta de recuperación de la inflación,
la “flexibilización” del trabajo para reducir los “tiempos muertos”, la
“rigorización” de las condiciones de trabajo, los despidos de personal, etc.
Este horizonte de presión presenta
dos problemas. Por una parte, difunde el descontento, con la posibilidad de que
éste derive en protestas, disturbios, etc. Por otra parte, la presión sobre la
fuerza de trabajo, especialmente en la dimensión salarial, reduce el poder
adquisitivo medio, y con ello se corre el riesgo de iniciar una espiral
recesiva (menores ventas, menores beneficios, mayor presión sobre la masa salarial
para recuperar márgenes, consecuente reducción de las ventas de productos,
etc.).
Una forma colateral de ganar márgenes
se da con las “racionalizaciones” del sistema de producción, que
conceptualmente está a medio camino entre la innovación tecnológica y la
explotación de la fuerza de trabajo. Las «racionalizaciones» son
reorganizaciones que, por así decirlo, liman las «ineficiencias» relativas del
sistema. Esta dimensión reorganizativa de hecho casi siempre repercute en un
empeoramiento de las condiciones de trabajo, que se vuelven cada vez más
dependientes de las necesidades impersonales de los mecanismos del capital.
Un horizonte final de soluciones se
presenta cuando la esfera del comercio exterior entra en la ecuación. Aunque en
principio los puntos anteriores agotan los lugares donde los márgenes de
ganancia pueden crecer, en realidad tomando en consideración el ámbito
exterior, las mismas oportunidades de ganancias se multiplican debido a las
diferencias entre países. En lugar de un aumento tecnológico interno, se puede
acceder a un aumento tecnológico externo a través del comercio. En lugar de
comprimir la fuerza laboral nacional, se podría lograr acceso a mano de obra
extranjera barata, etc.
4. LA DISMINUCIÓN DE LAS GANANCIAS
La fase actual de la corta y
sangrienta historia del capitalismo que estamos viviendo se caracteriza por el
desvanecimiento progresivo de todas las perspectivas importantes de ganancias.
Siempre habrá lugar para “revoluciones tecnológicas”, pero no con una
frecuencia que pueda seguir el ritmo de las masas de capital infinitamente
crecientes que presionan para convertirse en ganancias.
Siempre habrá espacio para una mayor
compresión de la fuerza laboral, pero el riesgo de crear condiciones para la
revuelta o reducir el poder adquisitivo generalizado plantea límites claros. En
cuanto al proceso de globalización, ha llegado a sus límites y ha iniciado un
proceso de regresión relativa; la posibilidad de encontrar oportunidades
externas diferentes y mejores que las nacionales se ha reducido drásticamente
(hay que considerar que cuanto más se extienden las cadenas productivas, más
frágiles son y más costos de transacción adicionales pueden aparecer).
La crisis de las hipotecas subprime
(2007-2008) marcó el primer punto de inflexión, llevando a todo el sistema
financiero mundial al borde del colapso. Para salir de esa crisis se utilizaron
dos palancas. Por un lado, una fuerte presión sobre el ámbito laboral, con
pérdida de poder adquisitivo y empeoramiento de las condiciones laborales a
nivel mundial. Por otra parte, se produce un aumento de las deudas públicas,
que a su vez constituyen una restricción indirecta impuesta a los ciudadanos y
a los trabajadores y se presentan como una carga que debe compensarse.
La crisis del Covid (2020-2021) marcó
un segundo punto de inflexión, con características no muy diferentes a las de
la crisis subprime. También en este caso, los resultados de la crisis han sido
una pérdida media de poder económico de las clases trabajadoras y un aumento de
la deuda pública.
Tanto en la crisis de las hipotecas
subprime como en la del Covid, el sistema aceptó una reducción general temporal
de las capitalizaciones globales, con el fin de reabrir nuevas áreas de
beneficios. En general, el sistema financiero emergió de ambas crisis en una
posición comparativamente más fuerte en relación con la población que vive de
su propio trabajo. El aumento de la deuda pública es en realidad una
transferencia de dinero desde la disponibilidad del ciudadano medio a los
cupones de los tenedores de capital.
Cabe señalar que, para desactivar los
espacios de disputa y oposición entre trabajo y capital, el capitalismo
contemporáneo ha presionado con todas sus fuerzas para crear un
corresponsalismo en algunos estratos de la población, ricos pero lejos de
contar para nada en términos de poder capitalista.
Al obligar a la gente a adquirir
pensiones privadas, pólizas de seguros con intereses y empujarlos a utilizar
sus ahorros en alguna forma de bonos gubernamentales, intentan (y logran) crear
una capa de la población que se siente «involucrada» en el destino del gran
capital. Estos estratos de población actúan como “zonas de amortiguación”,
reduciendo la disposición promedio a rebelarse contra los mecanismos del
capital.
La situación actual, sobre todo en el
mundo occidental, es pues la siguiente: El gran capital necesita acceder a
áreas de ganancias más amplias y continuas para sobrevivir. Las poblaciones de
los países occidentales han visto erosionadas sus condiciones de vida, tanto en
términos estrictamente de poder adquisitivo como en términos de capacidad de
autodeterminación, viéndose cada vez más atadas a una multiplicidad de
limitaciones financieras, laborales y legislativas, todas ellas motivadas por
la necesidad de «racionalizar» el sistema.
Las posibilidades de encontrar nuevas
áreas de ganancias en el extranjero se han reducido drásticamente a medida que
el proceso de globalización ha llegado a sus límites. Esta es la situación a la
que se enfrentan hoy los grandes accionistas. Por tanto, es urgente encontrar
una solución. ¿Pero cuál?
5. «UNA PALABRA ATERRADORA Y
FASCINANTE: ¡GUERRA!»
Cuando en el canon occidental
aparecen las guerras mundiales, es decir, los dos mayores acontecimientos de
destrucción bélica de la historia de la humanidad, suelen aparecer bajo la
bandera de unos culpables bien definidos: los «nacionalismos» (sobre todo el
alemán) para la Primera Guerra Mundial, las «dictaduras» para la Segunda Guerra
Mundial. Rara vez se reflexiona que estos acontecimientos tienen como epicentro
el punto más avanzado de desarrollo del capitalismo mundial y que la Primera
Guerra Mundial ocurrió en el auge del primer proceso de «globalización
capitalista» de la historia.
Sin entrar aquí en una exégesis de
los orígenes de la Primera Guerra Mundial, es sin embargo útil recordar cómo la
fase que la precedió y la preparó puede situarse perfectamente en un marco que
podemos reconocer. A partir de 1872 aproximadamente se inició una fase de
estancamiento en la economía europea. Esta fase da un impulso decisivo a la
búsqueda de recursos y mano de obra en el extranjero, principalmente bajo las
formas de imperialismo y colonialismo.
Todos los grandes momentos de crisis
internacionales que prepararon la Primera Guerra Mundial, como el incidente de
Fashoda (1898), son tensiones en la confrontación internacional por el
acaparamiento de áreas de explotación. El primer gran impulso para el rearme en
la Alemania Guillermina fue crear una flota capaz de desafiar el dominio inglés
de los mares (que es un dominio comercial).
Pero ¿por qué la guerra debería
representar un horizonte para la solución de las crisis generadas por el
capital? La respuesta, en este punto, es bastante sencilla. La guerra
representa una solución ideal a las crisis de “caída de la tasa de ganancia” en
cuatro aspectos principales.
En primer lugar, la guerra se presenta como un impulso no negociable para
obtener inversiones masivas que puedan revivir una industria sin vida. Los
grandes contratos públicos en nombre del “deber sagrado de defensa” pueden
lograr extraer los últimos recursos públicamente disponibles para volcarlos en
contratos privados.
En segundo lugar, la guerra
representa una gran destrucción de recursos materiales, de infraestructura y de
seres humanos. Todo esto, que desde el punto de vista del intelecto humano
común es una desgracia, desde el punto de vista del horizonte de inversión es
una perspectiva magnífica.
De hecho, se trata de un
acontecimiento que “hace retroceder el reloj de la historia económica”,
eliminando esa saturación de perspectivas de inversión que amenaza la
existencia misma del capitalismo. Después de una gran destrucción, se abren
espacios para inversiones fáciles, que no requieren ninguna innovación
tecnológica: carreteras, ferrocarriles, acueductos, casas y todos los servicios
relacionados. No es casualidad que desde hace algún tiempo, mientras hay una guerra
en curso, desde Irak hasta Ucrania, estemos asistiendo a una carrera preliminar
para conseguir contratos para la reconstrucción futura. La mayor destrucción de
recursos de todos los tiempos –la Segunda Guerra Mundial– fue seguida por el
mayor auge económico desde la Revolución Industrial.
En tercer lugar, los grandes
poseedores de capital, es decir, capital financiero, consolidan
comparativamente su poder sobre el resto de la sociedad. El dinero, al ser
virtual por naturaleza, permanece intacto ante cualquier destrucción material
importante (siempre que no se trate de una aniquilación planetaria).
En cuarto y último lugar, la guerra
congela y detiene todos los procesos de revuelta potencial, todas las
manifestaciones de descontento desde abajo. La guerra es el mecanismo
definitivo, el más poderoso de todos, para “disciplinar a las masas”,
colocándolas en una condición de subordinación de la que no pueden escapar, so
pena de ser identificadas como cómplices del “enemigo”.
Por todas estas razones, el horizonte
bélico, aunque por el momento esté lejos del ánimo predominante entre las
poblaciones europeas, es una perspectiva que debe tomarse extremadamente en
serio.
Cuando hoy algunos dicen –con razón–
que no existen premisas culturales y antropológicas para que la sociedad
europea se prepare seriamente para la guerra, me gusta recordar cuando
–olfateando los ánimos de las masas– Benito Mussolini pasó en pocos años del
pacifismo socialista a la famosa conclusión de su artículo en el Popolo
d’Italia , del 15 de noviembre de 1914: «El grito es una palabra que nunca
habría pronunciado en tiempos normales y que en cambio elevo en voz alta, a
todo pulmón, sin fingimiento, con fe segura, hoy: una palabra temible y
fascinante: ¡guerra!».
Fuente: Infosannio
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