Nos Disparan desde el Campanario El fascismo, aceptando sus términos dialécticos belicista, ya estableció su cabeza de playa socioeconómica y cultural… por Gustavo Marcelo Sala
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Con terror noto que al parecer todos
los caminos conducen hacia un neofascismo siglo XXI, formato que podíamos
paralelizar con la década infame del 30: Una democracia aparente, una dictadura
de hecho. En los discursos y argumentaciones (pretextos) de los representantes
de las mayorías y en los medios existe un lenguaje macartista instalado que
resulta bastante abarcativo en tanto hacia dónde va dirigido cuya pobre
dialéctica valdría tomarla intelectualmente como risible sino fuera tan
peligrosa, pues temo que nuestra sociedad es muy permeable a dichas premisas
que presenta el sentido común que posee en su esencia el fascismo. Un sistema
de verdades (y no verdades) absolutas, nada se debate ni se piensa lo pensado,
pues el que piensa resulta peligroso, “es así y no se modifica”, pues para el
fascista existe una sola manera de resolver los dilemas, y él la
tiene.
¿Qué pasaría si este monstruo se
corporiza?
Pues nada distinto de lo que ocurre
cuando este tipo de formatos prevalecen debido a que su mayor fuente de
conservación del poder no es otra cosa que el disciplinamiento social, por las
buenas o por las malas, mediante espurios acuerdos legislativos, judiciales,
fraudes electorales, manipulación de la información pública y sobre todo
coerción y represalia. Algunas de éstas ya son bastante visibles, se han
naturalizado, a tal punto que muy pocos son los que notan que el monstruo
comienza a tener adhesión y formato político horizontal.
Como ocurre generalmente el fascismo
logra mimetizarse hábilmente dentro de los nacionalismos y las derechas, pero
observo con preocupación que dentro del campo nacional y popular, aquel de la
transversalidad patriótica de centroizquierda que instalara Néstor Kirchner,
también ha logrado anclaje dialéctico en donde no solo el progresismo, la
izquierda y sus cuadros representativos que aún perviven con cierto
protagonismo dentro de esa transversalidad comienzan a ser menoscabados y en
algún caso estigmatizados peligrosamente exigiendo su desafectación política,
sino además deshonrando e ironizando sin refutación militante a notorios
pensadores de dicho espacio como John W. Cooke, Hernández Arregui o Bernardo
Alberte, por citar algunos, regresando a los argumentos macartistas Triple A de
los setenta, aquel que luego derivara, primero en una lucha armada interna y
luego en el genocidio.
“Nunca se cae dos veces en el mismo abismo.
Pero siempre se cae de la misma manera, con una mezcla de ridículo y de
pavor.
Y uno quisiera tanto no volver a caer, que se agarra, grita”.
Éric Vuillard
En su artículo Víctor Alonso Rocafort,
publicado para CTXT, afirma: “Rememoraba Sebastian Haffner en Historia de un alemán que el ascenso nazi necesitó de
una generación frustrada. Personas que creen que su vida ha fracasado a causa
de la crisis económica, o por los avances sociales que los cogen con el pie
cambiado, a menudo reciben con júbilo el avance de ideologías brutales como el
fascismo, e incluso la guerra, pues lo viven como una especie de venganza contra
una vida que les viene grande.
La mayoría de mis compatriotas no
supieron aprovechar, reflexionaba Haffner, todas las posibilidades que, a pesar
de las dificultades, les brindó la libertad y la democracia de Weimar para su
propia vida. La hiperinflación, el desempleo y la humillación nacional
golpearon con fuerza pero, con todo, desde su mirada liberal, este autor se
lamenta de que no supieron extraer lo mejor de aquella democracia inédita para hacer
de una pequeña vida privada algo grande, hermoso y lleno de compensaciones. La
decepción consigo mismos, la búsqueda de culpables fáciles de abatir y la
expansión del tedio como una pegajosa mancha de aceite en sus vidas,
despertaron el anhelo de una aventura colectiva de la que sentirse parte,
soltando su rabia, dando así algo de sentido, o al menos de justificación, a su
existencia.
El calor de un grupo cohesionado que
tan solo te exige odiar al partido enemigo y al chivo expiatorio, saberte todos
los himnos, adorar al líder, participar del delirio gnóstico y sectario, guía
la huida de la soledad del individuo contemporáneo en el periodo de
entreguerras. Se va construyendo una realidad paralela a partir de la falsedad
deliberada dirigida contra los enemigos creados; ya no hay acuerdos básicos
sobre los hechos, lo que imposibilita el diálogo plural de una democracia
madura.
Un líder marginal, considerado
histriónico y vergonzoso en 1930, cuyas diatribas nadie tomaba en serio, pasó
ese mismo año de 12 a 107 diputados en el Reichstag. En un abrir y cerrar de
ojos se convirtió en el Führer. La fascinación hacia “el descaro salvaje” de
Hitler, relata Haffner, el encanto de lo repugnante y la embriaguez provocada
por la maldad, prendieron por todo el país. Voegelin nos alerta en cualquier
caso sobre tomar a Hitler como coartada de millones de alemanes que lo
apoyaron. Quizá la corrupción intelectual y ética de una gran mayoría, sugiere,
había dejado el campo de cultivo preparado para la eclosión política de un
líder cruel y oportunista como aquel. El caso es que el gamberro se volvió
peligroso, pues tocaba ya poder político. Arendt recordaba en 1964 que,
a partir de ese momento, en un solo clic, ella tuvo claro que ya no había
esperanza para los judíos en Alemania.
Si repasamos los primeros discursos de Hitler encontramos que en
ellos plantea dos opciones a los alemanes: convertirse en “soldados libres” o
en “esclavos blancos. El uso de cualquier arma, asevera, estará justificada para
ganar la libertad. En su primer discurso radiofónico como canciller alemán, el 1
de febrero de 1933, Hitler prosigue en esta línea ideológica para reivindicar
“la libertad perdida” del pueblo alemán. Nos prometieron igualdad y
fraternidad, afirma, y lo que sucedió es que perdimos nuestra libertad; después
vino todo lo demás. Ahora es el momento, concluye Hitler, de defender la
libertad y la existencia material del pueblo alemán. Es interesante rescatar
también el modo en el que, años después, Hermann Göring se justificó en los juicios de Nüremberg: Se cometieron actos brutales,
sí, afirmaría, pero “dado el tamaño del proyecto” era “necesario”.
“La revolución alemana por la libertad fue la más incruenta y
disciplinada” de las revoluciones, aseguró finalmente impertérrito ante el
mundo.
El que ha sido seguramente el más
grande de los pensadores liberales y antifascistas del siglo XX, Isaiah Berlin,
señalaba con razón el pensamiento reaccionario de Joseph de Maistre como la antesala del fascismo. Es en la
versión final de su célebre ensayo sobre los Dos conceptos de libertad, la positiva y la negativa, donde
Isaiah Berlin escribirá frases que hoy harían estallar la cabeza de muchos de
quienes se dicen liberales en nuestro país: “La libertad del pez grande es la
muerte del pez chico”, escribe con rotundidad, para a continuación preguntarse:
¿Qué es la libertad para aquellos que no pueden utilizarla?”.
Hace algunos años advertíamos desde
este espacio: Ningún país civilizado, o que aspire a serlo, puede darse el lujo
de prescindir de un par de millones de fascistas. Poer entonces observábamos una surte de fascismo de baja intensidad. Hasta puede leerse como un
síntoma de desarrollo y bonanza. Bienvenidos sean entonces, solamente desde ese
aspecto. Como se puede observar cierta visión positivista intenta hallar en
estos movimientos algún sentido para su existencia. Las sociedades más
avanzadas del planeta cuentan con importantes sectores que abrevan de canteras
totalitarias, cuestión que más allá de las ideologías cruza transversalmente a
las distintas expresiones de la política. Los hay de derechas y de izquierdas,
también existen en todas las religiones, profesiones, razas y niveles culturales.
Eso de no respetar la voluntad popular, intentar quebrarla y si es posible
apartarla de las decisiones colectivas es moneda corriente en nuestras
sociedades modernas. El ancestral dilema entre el individuo por sobre el
colectivo. En tanto y en cuanto la política sepa ampliar derechos, incluir a
amplios sectores de la sociedad, equilibrar las rentas y tener políticas
sociales a favor de las mayorías nada hay que temer. Los Le Pen, los Capriles,
los Tea Party, los Bullrich, los Milei, los Morales, los Macri, existen y
seguirán existiendo en todas las latitudes, independientemente de la posición
que cada país tenga en el concierto internacional. Los hay dentro de las
naciones hegemónicas como en aquellas sociedades periféricas. El fascismo no es
una ideología en sí misma, por más que se la presente como tal, ya que le da lo
mismo estructurarse dentro del Estado o fuera de él a través de la actividad
privada, es la simple y concreta anulación del antagonista por medios
violentos. El fascismo se estructura a partir de eslóganes que penetran en el
inconsciente colectivo de manera tal nada pueda discutirse. Me imagino una
reunión política de estos personajes en donde dos fines nobles se encuentren
enfrentados. Una auténtica tragedia Griega. ¿Cómo lo evaluarán? ¿Desde la
política o desde la ética? Y si dicha decisión supuestamente ética da como
resultado una política desdorosa para las mayorías populares ¿dónde está la
ética? El fascismo tiene mil rostros, por izquierda y por derecha y en todos
los casos los eslóganes dominan la escena, aquí y en todo el mundo. La
profundidad política brilla por su ausencia debido a que dicha hondura revela
el vacío del eslogan apenas resulta discutido. Debemos asumir que parte de
nuestra población está de acuerdo con los monopolios comunicacionales, con la
justicia tal cual está, que no importa la verdad, que sólo interesa el poder de
daño que pueda exhibir un periodista y sus falacias y que esto determine que
muchas personas sean condenadas más allá de su culpabilidad, de forma tal
recrear un gran campo de concentración en donde permanezcan presos
(parafraseando a Ibérico Saint Jean): funcionarios de todos los rangos,
“cómplices”, adherentes, familiares, amigos, militantes, silentes, colectivo
que en alguna oportunidad tuvo la desafortunada ocurrencia de enfrentar dentro
del marco de la democracia al poder real. Porque en el fondo de la cuestión de
eso se trata el dilema.
Nada nuevo bajo el sol de los
déspotas. Cuando los caballeros cruzados arribaban a las ciudades herejes cátaras
y antes de ingresar a ellas, luego de prolongados sitios en donde el hambre y
las pestes habían dado cuenta de gran parte de su población daban la siguiente
orden a sus soldados: "Matad a todos, sin preguntar creencias, ni
abolengo, ni nacionalidad, que Dios se encargue de recoger las almas de los
suyos"
*Gustavo Marcelo Sala. Editor
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