Nos Disparan desde el Campanario Saber leer a Maquiavelo… por Jérémie Barthas… Traducción: Florencia Oroz
Olviden la visión estereotipada de Maquiavelo
como campeón del cinismo y la realpolitik. El filósofo político italiano
fue un crítico hostil del gobierno oligárquico, siempre buscó empoderar al pueblo y
dar rienda suelta a su creatividad.
El artículo a continuación es una reseña
de On Niccolò Machiavelli: The Bonds of Politics, de Gabriele Pedullà (Columbia
University Press, 2023).
Nicolás Maquiavelo (1469-1527) no era el único
que confiaba en su talla intelectual, su valor moral y su compromiso con la
República de Florencia. Privado de la plena ciudadanía debido a la aplicación
de las leyes de bastardía, fue elegido en 1498 jefe de la segunda cancillería
por el Gran Consejo.
Fue confirmado en este cargo durante catorce
años, hasta que las fuerzas de los Médicis, apoyadas por el ejército español,
tomaron la ciudad y clausuraron el Gran Consejo, poniendo fin a la experiencia
del «estado popular». Durante sus numerosas misiones diplomáticas en Italia y
en el extranjero, Maquiavelo impresionó a los miembros del gobierno, así como a
sus colegas de la cancillería, por la calidad de sus informes y la franqueza y
lucidez con que expresaba sus análisis.
Por otro lado, Maquiavelo irritaba a esa parte
de la ciudadanía a cuyos miembros les gustaba llamarse a sí mismos
los ottimati («los mejores»). Especialmente odioso para algunos
miembros de la élite del poder era su proyecto de una milicia republicana
basada en la conscripción masiva, reconocida como una gran amenaza para su
influencia social y sus posiciones. Y tras su éxito personal en la
reunificación de la Toscana florentina en 1509, un amigo suyo llegó a parodiar
el Evangelio para llamarle el «mayor profeta que los judíos o cualquier otro
pueblo haya tenido jamás».
Para no mezclarse
Gabriele Pedullà, uno de los más importantes
especialistas italianos actuales en Maquiavelo, ha tomado esta asombrosa cita
de una carta de Filippo Casavecchia como epígrafe de su reciente esbozo de la vida, la obra y los legados
controvertidos de Maquiavelo. En la misma carta, Casavecchia también expresaba
sus dudas de que la «filosofía de Maquiavelo hablara jamás a los tontos».
Casavecchia fue la primera persona que leyó, a
finales de 1513, el manuscrito recién terminado de El Príncipe, un libro
en el que la «profecía» de Maquiavelo adoptaba la forma de una exhortación. El
libro iba dirigido a Lorenzo de Médicis hijo, en su doble condición de nuevo
jefe de Florencia y sobrino del Papa León X. Maquiavelo instaba a Lorenzo a
prepararse para la dirección política y militar de una guerra de independencia
para liberar a Italia de los bárbaros.
Según Pedullà, solo este elemento —esto es, el
capítulo final del tratado— basta para hacer de El Príncipe una obra
«única dentro de su género». Sin embargo, incluso con su promesa de gloria
mezclada con referencias bíblicas, la «filosofía» de Maquiavelo difícilmente
podía hablar a Lorenzo, que muy probablemente ni siquiera recibió nunca el
tratado-manifiesto.
Sospechoso natural para los Medici —alguien
con quien «no mezclarse», como instó el secretario de León X a principios de
1515—, Maquiavelo probablemente sintió autocompasión a finales de 1517 por no
ser reconocido por los aliados antimedicistas. Aunque había publicado en 1506
sus versos políticamente incisivos del Decennale, Maquiavelo quedó fuera,
«como un gallo», de un importante libro ferrarés (Orlando furioso, de Ludovico
Ariosto) que mencionaba a «tantos poetas».
Maquiavelo acabó reincorporándose a la vida
pública solo tras la muerte de Lorenzo, en mayo de 1519. Lo hizo en primer
lugar como hombre de letras, al representar en Florencia y Roma su obra
blasfema La Mandrágora (1520), y después al ser autorizado a
imprimir El arte de la guerra (1521), que Pedullà describe como «el
primer diálogo militar de la literatura occidental».
En ambos textos, Maquiavelo alude a la
incompetencia política de los ottimati florentinos, así como a su
propia exclusión indebida de la vida activa y a su desesperación por no haber
tenido la oportunidad de aplicar plenamente sus ideas (por ejemplo, mediante la
institución de un sistema militar «nacionalizado» en lugar de las milicias
privadas existentes).
La naturaleza de los príncipes
Para encontrar un retrato más directo y
convincente de Maquiavelo resulta útil recurrir a su correspondencia con
Francesco Guicciardini. En cartas de mayo de 1521 intercambiaron declaraciones
sobre la irreligiosidad y el ateísmo de Maquiavelo, sobre su envidiable
experiencia en asuntos exteriores y sobre su inmerecida desgracia. También
hablaron de su enfoque racional de la historia y la política, así como de su
capacidad para inventar «cosas insólitas» y nuevas formas de gobierno.
Fue en esta época cuando Guicciardini conoció
el Discurso sobre los asuntos florentinos, en el que Maquiavelo aconsejaba
a los Médicis sobre la reforma del Estado. Desde la muerte de Lorenzo, León X
estaba considerando la restauración del Gran Consejo, aunque despojado de su
anterior poder soberano.
Para compensar esta debilidad, Maquiavelo
recomendó —en línea con las lecciones que había impartido recientemente en los
jardines de la familia Rucellai sobre la historia política de la Antigua Roma—
el establecimiento de una nueva institución similar al tribunado romano de la
plebe. Guicciardini, viendo en ello una posibilidad seria, terminó a principios
de 1522 el primer borrador completo de su Diálogo sobre el gobierno de
Florencia. En esta obra, según Pedullà, Guicciardini pretendía purificar «la
teoría republicana de Maquiavelo de sus elementos pro-populares para
reconciliarla con la de Cicerón y Aristóteles», es decir, salvaguardar un
elemento central en el canon del republicanismo clásico: la defensa de la
posición privilegiada de la clase senatorial.
El inconformismo de Maquiavelo y la afirmación
del carácter revolucionario de sus opiniones mediante la crítica sistemática de
la política de los ottimati y los Médicis siguieron siendo temas
recurrentes de sus posteriores interacciones con Guicciardini. Estas
discusiones giraron, entre otras cosas, en torno al contenido y desarrollo de
las Historias florentinas de Maquiavelo y a la crisis que atravesaba
Italia en aquel momento.
En una carta de marzo de 1526, en la que
defendía una vez más el proyecto de reclutamiento masivo que Guicciardini había
rechazado el año anterior, Maquiavelo jugaba con los prejuicios de su
interlocutor contra el pueblo («incierto y necio»). Escribió que «estos tiempos
exigen decisiones audaces, insólitas y extrañas», y afirmó que el «temerario»
plan para hacer frente a la inminente guerra que ahora reclamaba le había sido
sugerido por la voz del pueblo escuchada en las calles de Florencia: «el pueblo
ha dicho lo que hay que hacer».
Era una forma indirecta de decir «yo mismo soy
el pueblo» (en las célebres palabras de Robespierre), que de hecho se hace eco
de la dedicatoria de El Príncipe: «Para comprender bien la naturaleza de
los príncipes hay que ser del pueblo».
Remedios insólitos y violentos
Guicciardini, que era él mismo un aristócrata
florentino y un agente de alto rango del papado, veía las ideas de Maquiavelo
como «extravagantes» y las percibía con una mezcla de admiración y
condescendencia social no exenta de cierta ansiedad. Las raíces de esta
ansiedad surgían de una intuición que ya estaba muy extendida en 1505, según la
anterior Historia de Florencia del propio Guicciardini. Se trataba de
la comprensión de que una profunda reforma del sistema militar, como la
planeada por Maquiavelo, tendría un grave impacto en la estructura de las
relaciones sociales en Toscana, y podría incluso poner en peligro a las figuras
más destacadas del segmento más conservador de la ciudadanía.
Años más tarde, en 1530, comentando
los Discursos sobre los diez primeros libros de Tito Livio de
Maquiavelo, Guicciardini llegaría a calificarlo de «escritor excesivamente
complaciente con remedios inusuales y violentos». Esta apreciación era, de
hecho, bastante acertada. Y los escritos de Maquiavelo inspiraron a feroces
republicanos como Pier Filippo Pandolfini, que entró en la escena política en
1528 con un manifiesto sobre la elección del nuevo jefe de la ciudad.
Según Pandolfini, el futuro jefe de Estado
debía estar «verdaderamente del lado del pueblo», en consonancia con la
definición de Maquiavelo de un príncipe virtuoso que no duda, «si es necesario,
en apagar la furia de un pequeño número de nobles», es decir, en adoptar
medidas revolucionarias de gobierno. Pedullà señala también que, en 1529,
«Pandolfini recurrió ampliamente a la lección de Maquiavelo sobre la milicia de
una forma claramente antioligárquica».
Con Sobre Nicolás Maquiavelo, Pedullà
pone al alcance de un público más amplio una reinterpretación desarrollada por
un grupo de estudiosos cuyo Maquiavelo «se parece en cierto modo al de
Guicciardini, pero con la notable diferencia de que, en lugar de rehuir la
postura pro-popular de los Discursos, ahora la respaldan plenamente».
El propio Pedullà es partidario de este
enfoque «democrático» de las obras de Maquiavelo en su erudito
libro Maquiavelo en tumulto: Los discursos sobre Livio y los orígenes
del conflictualismo político (original italiano de 2011, traducción al
inglés de 2018), y su edición de El Príncipe en italiano (2022),
extensamente anotada (de próxima traducción al inglés con Verso Books).
También ha publicado varios trabajos notables
sobre la recepción de Maquiavelo, entre los que destacan una revalorización de
la ignorada contribución del teórico político marxista Neal Wood, y una severa
crítica de la obra del historiador cultural Carlo Ginzburg Nondimanco:
Machiavelli, Pascal, destacando su adhesión a la leyenda negra que ha
influido en la imagen de Maquiavelo hasta el presente.
Una lectura plebeya
Profesor de literatura comparada en Roma,
Pedullà aborda de forma convincente cuestiones de género (literario), forma,
modelos, procesos, factores culturales, influencias y fuentes impresas. Revela
cómo Maquiavelo, en sus obras políticas, explota a autores griegos de la
Antigüedad «que solo recientemente se habían hecho accesibles en Occidente».
Este es particularmente el caso de la
importancia de Dionisio de Halicarnaso para los puntos de vista de Maquiavelo
sobre la ciudadanía, el poder tribunicio, la dictadura y las funciones de los
conflictos sociales, en los Discursos. En relación con El arte de
la guerra, cabe mencionar también el manual militar de Aeliano sobre la
organización de la falange macedonia: antes de Maquiavelo, «nadie se había dado
cuenta de su importancia».
Siguiendo los pasos de Carlo Dionisotti y
Franco Moretti, Pedullà ha desarrollado un enfoque racional de la historia
literaria que integra las aportaciones de científicos sociales e historiadores,
y un profundo sentido del problema de la selección cultural y la supervivencia
literaria o la inclusión canónica. Ilustra con precisión lo que ha hecho
posible el éxito incontestable de Maquiavelo como «verdadero clásico» cuyas obras
«nos acompañarán indefinidamente». También ha asimilado la distinción
gramsciana «entre una “guerra de posición” y una “guerra de maniobra”» y sabe
lo que hace falta para empezar a «ejercer una hegemonía sobre el viejo mundo
intelectual», como dijo el propio Antonio Gramsci en el cuarto de
sus Cuadernos de la cárcel.
Con esta nueva y breve introducción, Pedullà
consigue popularizar su aproximación al secretario florentino, al tiempo que
tiene en cuenta cuidadosamente la erudición más reciente. Sostiene que una
interpretación «plebeya» de Maquiavelo se está convirtiendo en la corriente
dominante:
A ambos lados del Atlántico, una reciente
oleada de estudiosos ha llamado cada vez más la atención sobre el núcleo
antioligárquico del pensamiento de Maquiavelo: su persistente hostilidad hacia
los «poderosos» florentinos, su confianza en el autogobierno de los ciudadanos
de a pie, su aprobación de una institución de clase como los tribunos de la
plebe para contrarrestar al Senado, su sensibilidad hacia la cuestión de la
deuda pública como medio para que la oligarquía financiera florentina se
enriqueciera a costa de toda la comunidad (y hacia las formas de librarse de
esa deuda mediante el reclutamiento popular) y el legado duradero de su
valoración positiva del conflicto social en el pensamiento político occidental.
La lectura «plebeya»
de Maquiavelo tiene una larga tradición que se remonta al siglo XVI. Sin
embargo, desde el final de la guerra de Vietnam hasta hace poco, en el mundo
académico anglófono han prevalecido dos interpretaciones «elitistas»: la de los
neorrepublicanos de la escuela de Cambridge de historia del pensamiento
político y la de los neoconservadores de la escuela straussiana de filosofía
política.
Sin embargo, ya durante la era de Ronald
Reagan y Margaret Thatcher, el historiador John Najemy había empezado a
desarrollar una lectura antioligárquica. En su artículo de
1982 de la Renaissance Quarterly «Machiavelli and the Medici: The
Lessons of Florentine History» (Maquiavelo y los Medici: las lecciones de la
historia florentina), rechazaba la hipótesis —que aún hoy encuentra algunos
defensores— de que en 1520 se produjo un giro «conservador» o «reaccionario» en
el pensamiento de Maquiavelo.
Se estima que este supuesto reposicionamiento
tuvo lugar cuando el antiguo Canciller de la República aceptó del régimen de
los Médicis el encargo de escribir las Historias florentinas y
de asesorar sobre la reforma de la Constitución. El reciente libro de
Najemy, Machiavelli’s Broken World (2022), ofrece ahora la
investigación más sistemática del análisis de Maquiavelo sobre la privatización
del poder, la política y la guerra por parte de las élites.
Repúblicas bien ordenadas
Los autores asociados con el paradigma
«democrático» tienden a señalar que una de las ideas más revolucionarias
desarrolladas por Maquiavelo se basa en el reconocimiento de que existe una
fractura fundamental en las sociedades entre los que dominan y los que son
dominados. Se trata de su idea de que la «libertad» de la antigua Roma era el
resultado de los conflictos entre los nobles y la plebe, y de la «admirable
creatividad política» de los plebeyos, como dice Pedullà.
Dentro de este paradigma, existen diversas
formas de entender qué significa exactamente ser radical, así como diferentes
actitudes hacia la transformación política y la violencia. En línea con la obra
de Claude Lefort Machiavelli in the Making, de 1972, el propósito de
Pedullà es distinguir la teoría del conflicto de Maquiavelo de las nociones
marxistas de lucha de clases y sociedad sin clases. Ambos leen en
los Discursos sobre Livio que es «imposible eliminar las fracturas
del cuerpo social, pero también indeseable hacerlo». Además, en opinión de
Pedullà,
a pesar de las evidentes simpatías
pro-populares de Maquiavelo, su defensa de los tumultos romanos [en los
Discursos sobre Livio] no implica ningún proyecto revolucionario; muy al
contrario, al descargar las tensiones sociales en formas no peligrosas, el
conflicto bien regulado puede incluso tener el efecto de fortalecer el régimen
gobernante, impidiendo así el cambio (…). Los políticos sabios tienen que idear
formas de hacer inocuas las luchas sociales, no intentar eliminarlas.
Esta lectura hace que la obra de Maquiavelo
sea sorprendentemente compatible con la teoría general del conflicto social en
las sociedades liberales de mercado desarrollada en el siglo XX por politólogos
como Ralf Dahrendorf. Por otra parte, la idea de presentar los conflictos como
simples arrebatos de desahogo parece contradecir el mensaje principal del
volumen, si se quiere difundir aún más la interpretación plebeya de la
«filosofía» de Maquiavelo. De hecho, la institución del tribunado en Roma fue
el resultado de una rebelión de los plebeyos. No santificó el statu quo social,
sino que fue una victoria rotunda para la causa de la libertad popular.
Aunque la tensión entre conflicto y
preservación queda en gran parte sin resolver en el libro, esta tensión podría
ser solo aparente. Si el «régimen gobernante» al que se alude en la cita
anterior fuera una «república bien ordenada» en el sentido maquiavélico del
término —es decir, un régimen ya construido sobre la igualdad de los ciudadanos
ante la ley y en el que no se permite la gran acumulación de riqueza privada—,
entonces se podrían ver las erupciones de conflicto plebeyo como meros
episodios de «ajuste» y no como intentos legítimos de reforma revolucionaria
desde abajo.
Por desgracia, ni la antigua Roma (después del
290 a.C.), ni la Florencia renacentista, ni nuestras sociedades de mercado
liberales contemporáneas son propiamente «repúblicas bien ordenadas»
maquiavélicas. Maquiavelo sostiene firmemente que «las repúblicas bien
ordenadas deben mantener rico al Estado y pobres a los ciudadanos»
(Discursos I.37). La concepción del conflicto popular en Maquiavelo sigue
siendo, pues, fundacional para nuestros días. Tales conflictos no deben verse
como estallidos que contribuyen a mantener el actual estado de cosas, sino como
posibles y necesarias rupturas con la cultura y la política hegemónicas de los
poderosos de este mundo.
Jérémie Barthas: Autor de Machiavelli
costituzionalista: Il progetto di riforma dello Stato di Firenze del
1522 (2023).
Fuente: Jacobin
https://jacobinlat.com/2024/07/maquiavelo-eligio-al-pueblo-frente-a-la-oligarquia/
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