Gráfica: Obra de H.R. Giger
Tecnofascismo, tecnoterrorismo y
guerra global… por Boaventura
de Sousa Santos
La mayoría de los países del mundo
pretenden tener regímenes democráticos, pero ningún partido con relevancia
electoral, desde la izquierda a la derecha, considera la guerra un peligro
inminente y asume la lucha por la paz como su principal bandera. La paz no gana
votos. La guerra trae muertos y los muertos no votan. Ningún partido se imagina
haciendo propaganda electoral en cementerios o fosas comunes. Tampoco se
imagina que sin vivos no hay partidos. Todo esto parece absurdo, pero el
absurdo ocurre cuando la razón duerme, como nos advirtió Francisco de Goya hace
225 años en su cuadro El sueño de la razón produce monstruos. No
necesitamos remontarnos tan atrás.
Las lecciones (o ilusiones) de la
historia
Volvamos a 1900. Inglaterra era
entonces el país más poderoso del mundo. Pero como todo apogeo significa el
comienzo del declive, la competencia pacífica de EEUU empezaba a ser temida. El
crecimiento económico de EEUU era vertiginoso, los últimos inventos de la
revolución industrial se estaban produciendo allí y, entre las muchas ventajas
sobre Europa, una era especialmente valiosa: EEUU gastaba muy poco dinero en
armamento. Según los informes de la época, un país de 75 millones de habitantes
tenía un ejército de 25.000 hombres y un presupuesto de defensa ridículo para
un país de ese tamaño. Por otra parte, los países europeos más desarrollados
(Inglaterra, Alemania y Francia) competían cada vez más entre sí por el reparto
colonial y la superioridad industrial (Alemania estaba cada vez más en el punto
de mira) y entraban en la carrera de armamentos. Además, entre 1899 y 1902,
Inglaterra libraba en Sudáfrica una sórdida guerra colonial contra los bóers.
Estaba en juego el control de la producción de oro y el sueño imperial de Cecil
Rhodes: desde el ferrocarril entre Ciudad del Cabo y El Cairo hasta el control
total del mundo para que «las guerras fueran imposibles por el bien de la
humanidad». La dominación imperial capitalista exigía la guerra y la carrera armamentística,
supuestamente para hacer imposible la guerra en el futuro. ¿Hay similitudes con
los actuales discursos bélicos de EEUU y la Unión Europea para derrotar a Rusia
y China? Las hay, pero también hay diferencias.
En la primera década del siglo XX se
observaron dos movimientos: uno en la opinión pública y otro en el mundo
empresarial. En la opinión pública predominaba una apología de la paz frente a
los peligros de una guerra que sería fatalmente mortal. El siglo XX iba a ser
el siglo de la paz, sin la cual no sería posible la prosperidad que se
anunciaba. En 1899 se celebró en La Haya la primera Conferencia Internacional
de la Paz y, al año siguiente, el Congreso Mundial de la Paz. A partir de
entonces, hubo muchos congresos y reuniones internacionales sobre la paz. Se
deploró que la cooperación internacional se profundizara en todos los ámbitos
(correos, ferrocarriles, etc.) excepto en el político. Entre 1893 y 1912 se
publicaron 25 libros contra la carrera armamentística. Se publicó Quién es
Quién en el Movimiento por la Paz. Se decía que los recientes inventos en
material bélico (pólvora sin humo, fusiles de tiro rápido, sustancias
explosivas como la lidita, la melinita y la nitroglicerina, etc.) hacían que la
guerra no sólo fuera muy mortífera, sino imposible de ganar para cualquiera de
los bandos en conflicto. La guerra siempre acababa en tablas y tras muchas
muertes y devastación. Un periodista del Echo inglés dimitió del
periódico para no tener que defender la guerra contra los bóers, y 200
intelectuales ingleses de alto nivel organizaron una cena en su honor. Entre
1900 y 1910 se celebraron más de mil congresos pacifistas: obreros,
anarquistas, socialistas, librepensadores, esperantistas, mujeres. Se decía que
el crecimiento de la democracia en Europa y Estados Unidos era incompatible con
la guerra y que el gran número de acuerdos de arbitraje era la mejor
demostración de ello. El sociólogo ruso Jakov Novikov demostró que el bienestar
de las masas nunca había mejorado con las guerras, sino todo lo contrario. Se
escribía sobre «la ilusión de la guerra» y las publicaciones vendían muchos
miles de ejemplares.
Existía la corriente de opinión de
que la verdadera ilusión sería la «ilusión de la paz» si no se reorientaba la
lucha contra el capitalismo. Si esto no ocurría, la guerra sería inevitable.
Esta era la posición de socialistas, anarquistas y del movimiento obrero, que
socialistas y anarquistas trataban de controlar. La guerra era el gran
obstáculo para la revolución social. La huelga general y el rechazo del
servicio militar eran dos de las formas de lucha más mencionadas.
Pero una cosa es el mundo de la
opinión pública y otra el de los negocios. En el mundo de los negocios, desde
1899 la carrera de armamentos avanzaba a un ritmo rápido pero discreto. En el
Congreso Internacional de los Trabajadores celebrado en Stuttgart en 1907, Karl
Liebknecht reveló el extraordinario crecimiento del gasto en armamento, lo que
significaba que los países se estaban preparando de hecho para la guerra. Los
beneficios de las grandes empresas armamentísticas así lo reflejaban: Krupp en
Alemania, Vickers-Armstrong en Inglaterra, Schneider-Creusot en Francia,
Cockerill en Bélgica, Skoda en Bohemia y Putilov en Rusia. Estaba claro que la acumulación
de armas conduciría a la guerra. De hecho, las grandes empresas empezaban a
utilizar una nueva arma propagandística: pagar a periodistas y propietarios de
periódicos para que publicaran noticias falsas sobre el creciente armamento de
sus probables adversarios en la guerra que se avecinaba, con el fin de
justificar un mayor gasto en armamento. ¿Suena familiar a los oídos de hoy? Sí,
pero hay diferencias y para peor, mucho peor.
Los socialistas tenían razón: la lucha es contra el capitalismo
El apogeo del capitalismo global
dirigido por Estados Unidos llegó en 1991 con el fin del bloque soviético. Al
igual que cien años antes, el apogeo de la potencia más poderosa significó el
comienzo de su declive. Y al igual que antes, la industria más rentable en
periodos de declive es la que produce bienes cuyo uso consiste en destruir y
ser destruido. Tales bienes tienen que ser sustituidos incesantemente por otros
mientras dure la guerra. Cuanto más dura la guerra, mayores son los beneficios.
La guerra eterna es, por tanto, la más rentable. Ahora las grandes empresas
armamentísticas ya no son europeas, son estadounidenses, y EEUU, a diferencia
de hace cien años, es con diferencia el país que más gasta en armamento y, por
tanto, el que más necesidad tiene de utilizarlo (es decir, de utilizar
destruyendo y sustituyendo). Estados Unidos gasta un billón de dólares en
armamento, pero sin duda no es suficiente porque los empresarios de la guerra
inventan desventajas para Estados Unidos en relación con sus enemigos que hay
que superar rápidamente.
La lucha por la paz es ahora más que
nunca una lucha contra el capitalismo. ¿Por qué más que nunca? Si, siguiendo la
estela de Immanuel Wallerstein, tomamos el mundo como unidad de análisis,
podemos decir que entre 1917 y 1991 el mundo vivió un periodo de intensa guerra
civil transnacional. Fue una guerra civil porque tuvo lugar dentro de un único
sistema: el sistema mundial moderno. Aunque dominante a escala mundial, el
capitalismo tuvo que enfrentarse a otro sistema económico fuertemente
competidor, el socialismo de Estado, cuya influencia se extendía mucho más allá
de la Unión Soviética. Esta guerra civil se libró por múltiples medios, entre
ellos la contrainsurgencia, la ayuda al desarrollo de los países dependientes y
las guerras por poderes (guerra de Corea, guerra de Vietnam, etc.).
La Segunda Guerra Mundial fue un
periodo de calma en esta guerra civil, ya que Estados Unidos y la URSS eran
aliados contra el nazismo alemán. Con el fin de la Unión Soviética y las
transformaciones que se habían producido entretanto en China, que integrarían
la economía china en la economía capitalista mundial, aunque con algunas especificidades
(mantenimiento del control nacional del capital financiero), terminó la guerra
civil transnacional entre capitalismo y socialismo. Hubo un interregno, que
duró algo más de diez años, en el que Rusia era un país capitalista de
desarrollo intermedio como cualquier otro y China un socio económico, también
de desarrollo intermedio, pero con valor estratégico para las multinacionales
estadounidenses empeñadas en la conquista monopolística del mundo.
Tras la crisis financiera mundial de
2008, comenzó una nueva guerra civil transnacional, esta vez entre el
capitalismo de las multinacionales estadounidenses y el capitalismo de Estado
de China. Para neutralizar a China, era necesario bloquear su acceso a Europa
por dos razones: Europa era, junto a Estados Unidos, el otro gran consumidor
rico del mundo; mediante la cooperación con China, Europa podría tener alguna
pretensión de escapar al declive cada vez más evidente de Estados Unidos en la
economía mundial y convertirse en un factor adicional de competencia y
debilidad para Estados Unidos. Para bloquear el acceso de China a Europa y
someter a ésta a Estados Unidos, era necesario separar política y
económicamente a Europa de Rusia (cuyo territorio se encuentra en su mayor
parte en Europa). Rusia, con sus miles de kilómetros de fronteras con China, no
es sólo la vía de acceso de China a Europa, sino también el territorio
estratégico de Eurasia. La idea de que quien controla Eurasia controla el mundo
existe desde hace mucho tiempo. Esto ha dado lugar a una nueva guerra civil
transnacional, cuyas primeras guerras indirectas son la guerra entre Rusia y
Ucrania y la guerra entre Israel y Palestina.
Esta guerra civil es totalmente
diferente de la anterior. En la anterior, la lucha era entre dos sistemas
económicos (capitalismo frente a socialismo), mientras que ahora es entre dos
versiones del mismo sistema económico (capitalismo multinacional frente a
capitalismo de Estado). Nada garantiza que esta guerra sea menos violenta que
la anterior. Al contrario, como hemos visto, a principios del siglo XX, la
disputa tenía lugar entre países con un largo pasado común situados en un
pequeño rincón de Eurasia. Hoy es una lucha por la dominación global que se
extiende más allá del planeta. El capitalismo monopolista nació en 1900, cuando
el capital financiero estadounidense comenzó a expandirse hacia los
ferrocarriles y, de ahí, a muchos otros sectores y, potencialmente, a todos los
países del mundo.
Para el capitalismo monopolista, la
idea de un mundo multipolar es tan amenazadora como la idea de la competencia
con otros sistemas económicos, y el mismo impulso destructivo está presente en
ambos casos. Es más, el potencial y el grado de destrucción son ahora
inmensamente mayores que antes. No me refiero a la existencia de armas nucleares,
una innovación tecnológica destructora de vidas que hace ridícula la
preocupación de los comentaristas de principios del siglo pasado por los
inventos bélicos de su época. Me refiero a la naturaleza del capitalismo y la
(des)gobernanza globales actuales, y a la aparición de dos de sus
consecuencias. Estamos entrando en una era en la que formas de poder
potencialmente destructivas y sin límites son lo suficientemente fuertes como
para neutralizar, eludir o eliminar cualquier proceso democrático que pretenda
ponerles límites.
Tecnofascismo global: Elon Musk
A principios del siglo XX vimos que
la lucha por la paz y la resolución pacífica de los conflictos consideraba a
los Estados soberanos como las unidades de análisis y los actores políticos
privilegiados. Sabemos que la soberanía era un bien abstracto del que sólo
podían disfrutar realmente los países más desarrollados, y que gran parte del
mundo estaba sometida al colonialismo o a la influencia tutelar de Europa. Hoy,
sin embargo, el desarrollo tecnológico, la globalización neoliberal y la
concentración de la riqueza hacen que el poder de controlar la vida humana y no
humana ya no esté sujeto al escrutinio democrático. A principios del siglo XX,
la ilusión de paz se basaba en el auge y fortalecimiento de los gobiernos
democráticos. Al fin y al cabo, la democracia se basaba en la sustitución de
enemigos a los que derrotar mediante la guerra por adversarios políticos a los
que derrotar mediante el voto. De ahí la capacidad movilizadora de la lucha por
el sufragio. Para muchos, la democracia tenía la capacidad no sólo de promover
la resolución pacífica de los conflictos, sino también de regular el
capitalismo para neutralizar sus «excesos».
Hoy en día, la mayoría de los
gobiernos nacionales se consideran democráticos, pero la democracia, si alguna
vez fue capaz de regular el capitalismo en algún país, ahora está estrictamente
regulada por él, y sólo se tolera en la medida en que es funcional para la
expansión infinita de la acumulación capitalista. Sin duda, los Estados
nacionales más poderosos siguen ejerciendo el poder formal, pero el poder real
que controla sus decisiones se concentra en un número muy reducido de
plutócratas, algunos con el rostro a la vista, otros, la mayoría, sin rostro.
El poder real se ve reforzado hasta límites difíciles de imaginar por una
fusión tóxica de la capacidad tecnológica de controlar la vida humana de vastas
poblaciones hasta el más mínimo detalle y con independencia de su nacionalidad,
con la capacidad financiera de comprar, cooptar, chantajear u obliterar
cualquier obstáculo a sus propósitos de dominación.
Se trata de un nuevo tipo de poder
fascista, un tecno-fascismo global que no conoce fronteras nacionales. Elon
Musk es la metáfora de este nuevo tipo de poder. A diferencia de Adolf Hitler o
Benito Mussolini, la personalidad específica de Musk, aunque repugnante, es de
poca importancia, ya que lo que importa es la estructura de poder que él
comanda hoy y que mañana puede ser comandada por otro individuo. La fuerza de este
nuevo tecnofascismo global se expresa bien en la dramatización mundial de la
lucha de un Estado nacional relativamente poderoso contra un simple individuo
extranjero por el simple hecho de ser tecnofascista global. Cuando, el 31 de
agosto de este año, la red X fue suspendida en Brasil por decisión del Tribunal
Supremo porque su propietario se negaba a eliminar cuentas en la red que
llegaban a millones de personas y cuyo contenido difundía noticias falsas,
violaba gravemente los valores democráticos más básicos e incitaba al odio, la
violencia e incluso el asesinato, fue noticia en todo el mundo. ¿Era imaginable
hace diez años que un individuo solitario, y además extranjero, pudiera
enfrentarse a un Estado soberano?
Tecnoterrorismo global: del Caballo
de Troya a los buscapersonas asesinos
El 18 de septiembre, miles de
buscapersonas y walkie-talkies explotaron en Líbano, matando a decenas de
personas (incluidos niños) e hiriendo a miles. Estos transmisores habían sido comprados
por Hezbolá aparentemente porque son dispositivos seguros que permiten las
comunicaciones sin localizar a los usuarios. Este acto terrorista se ha
atribuido a los servicios secretos de Israel y su origen fue la implantación de
una sustancia explosiva junto a la batería, codificada para
estallar por control remoto.
Los buscapersonas asesinos no son
sólo una nueva edición del Caballo de Troya, el enorme caballo hueco de madera
construido por los griegos para entrar en Troya durante la guerra de Troya. El
caballo fue construido por Epeius, un maestro carpintero y boxeador. Los
griegos, fingiendo abandonar la guerra, navegaron hasta la cercana isla de
Ténedos, dejando atrás al falso desertor Sinón, que persuadió a los troyanos de
que el caballo era una ofrenda a Atenea (diosa de la guerra) que haría
inexpugnable Troya. A pesar de las advertencias de Laocoonte y Casandra, el
caballo fue llevado al interior de las puertas de la ciudad. Esa noche, los
guerreros griegos bajaron del caballo y abrieron las puertas para dejar entrar
al ejército griego. La historia se relata con detalle en el Libro II de
la Eneida.
La similitud entre el Caballo de
Troya y los buscapersonas asesinos radica únicamente en que el término «Caballo
de Troya» ha pasado a designar la subversión introducida desde el exterior. La
visibilidad y transparencia del artefacto, encarnado en un objeto que no era de
uso común, impedía reproducirlo de forma realista (si es que lo hacía alguna
vez) con eficacia en el futuro. Por el contrario, los localizadores asesinos
significan un cambio cualitativo en la tecnología de la guerra y el control de
la población. La misma tecnología y la misma complicidad asesina que
insidiosamente instaló material explosivo en estos aparatos podría mañana
instalar en cualquier otro dispositivo electrónico (teléfono móvil u ordenador)
cualquier sustancia que, en lugar de matar, pudiera dañar la salud, crear
pánico o alterar el comportamiento de su usuario, sin posibilidad alguna de
control por parte de éste. Con el desarrollo y la difusión de la inteligencia
artificial, cualquier aparato cotidiano puede utilizarse con este fin, ya sea
un coche o un microondas.
Las convenciones internacionales
contra el terrorismo, que el genocidio de Gaza redujo a papel mojado, dejarán
de tener sentido en el futuro, cuando cualquier ciudadano que no luche en
ninguna guerra esté condenado a vivir en una sociedad en la que el acto de
consumo más trivial puede traer consigo, además de la garantía y la fecha de
caducidad, su certificado de defunción, su certificado de demencia mental o su
compulsión a delinquir.
La división internacional del trabajo
de guerra y la maldición de Casandra
En un entorno de tecnofascismo y
tecnoterrorismo global, el capitalismo euro-norteamericano se prepara activamente
para pasar de la guerra fría a la guerra caliente. Ante la mirada inexpresiva o
repugnantemente impotente de sus ciudadanos, se prepara un extraño reparto
internacional del trabajo de matar: Europa se ocupará de vencer a Rusia
mientras que Estados Unidos se ocupará de vencer a China. Casi al mismo tiempo,
el primer comisario de Defensa de la Unión Europea, Andrius Kubilius, ex primer
ministro de Lituania, afirma que Europa debe estar preparada para una guerra
con Rusia dentro de 6-8 años, y un oficial de alto rango
de la Marina estadounidense declara que EEUU debe estar preparado para una
guerra con China en 2027.
No tiene mucho sentido predecir que
la guerra tendrá lugar, sino que su resultado será muy diferente del imaginado
por estos empresarios de la guerra intoxicados por los think tanks financiados
por los productores de armas. La maldición de Casandra se cierne sobre los
pocos que se atreven a ver lo que es evidente.
Fuente: Znetwork
Fuente: El Viejo Topo
Link de origen:
https://www.elviejotopo.com/topoexpress/tecnofascismo-tecnoterrorismo-y-guerra-global/
El Fascismo Actual.. por Héctor
Cuenca Soriano
Link de Origen: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/26934/
El “fascismo” actual es, más bien, un Mal absoluto siempre al acecho,
como decía Semprún; un conjunto de “instintos oscuros y pulsiones insondables”
muchas veces disfrazadas bajo traje de civil…
Qué fascismo es ese al que se le
puede vencer por medio de los votos y no de los fusiles? El autor sostiene que
el fascismo omnipresente se ha convertido en un enemigo de mentira para una
izquierda de mentira.
«FORA FEIXISTES DE RUBÍ» («Fuera
fascistas de Rubí») manifiesta un enorme grafiti en la ciudad donde crecí,
pintado sobre los muros del Centro de Alternativas Culturales, un local que
hace saber también, en su pared, su rebeldía ante el statu quo: «Algún día no
podremos más, y juntas lo podremos todo».
¿A qué fascistas se refieren? –me
pregunto. No hay en la ciudad sede alguna, oficial o clandestina, del Partido
Nacional Fascista de Benito Mussolini, o de sus descendientes oficiales u
oficiosos del Movimiento Social Italiano o de Casa Pound. Tampoco se conocen
oficinas del NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán). Y hasta donde
llega mi conocimiento tampoco la Falange, en sus múltiples variantes, dispone
aquí de local, ni cuenta con ningún tipo de delegación o de presencia social.
Estat Català, por buscar la variedad local y de proximidad, creo que sigue sin
resucitar. Entonces, ¿quiénes son los fascistas de la ciudad?
Vuelvo a mirar el muro: se representa
de forma estilizada una bandera morada y otra roja, y no puedo evitar pensar en
las argumentaciones antiautoritaristas de Erich Fromm, y sus curiosas
conexiones con lo que el Marqués de Sade escribió un siglo y medio antes;
pienso en la “revolución sexual” y la lucha contra la “represión familiar”, y
también en la “represión educativa” que se denunciaba durante el Mayo francés;
en la “teoría del agente” que sostiene que el fascismo es un agente de la alta
burguesía y que, por lo tanto, carece de agencia propia; y me viene a la mente
la ya viejísima máxima de Horkheimer: “Quien no esté preparado para hablar del
capitalismo, también debería guardar silencio sobre el fascismo”.
El caso es que, en los tiempos
actuales, los fascistas ya no son Ernst Röhm o Giovanni Gentile. Ahora el
fascista es el padre autoritario que impone horarios y normas en el seno del
hogar. El profesor que, desde su púlpito académico de autoridad, dicta la
verdad y establece reglas y deberes a la clase. La influencer que
perpetúa cánones de belleza arbitrarios y opresivos. El o la coach o
nutricionista que tú mismo/a contrataste y se atreve a darte órdenes cual
sargento de instrucción. El rudo entrenador de baloncesto que, desconsiderado
para con las singulares condiciones físicas de tus hijos, les dice que “no
valen” para ello. También es fascista el policía cachas o no tan cachas, pero
igualmente emblema de coerción, que detiene a un joven extranjero de origen no
mencionado por los medios de comunicación.
Así pues, ¿qué es hoy
“fascismo”?
No es, desde luego, el fenómeno
histórico-político que nació en 1919 con las ideas de Benito Mussolini y murió
en 1945, en Berlin, bajo las botas del Ejército Rojo. Si el fascismo
realmente existente aún siguiera vivo, sería absolutamente necesario
combatirlo hasta derrocarlo definitivamente. El “fascismo” actual es, más bien,
un Mal absoluto siempre al acecho, como decía Semprún; un conjunto de
“instintos oscuros y pulsiones insondables” muchas veces disfrazadas bajo traje
de civil, como para Umberto Eco; un tipo de personalidad; un auténtico síndrome
derivado de la vivencia, en la infancia, de una relación padre-hijo basada en
la jerarquía y la autoridad (como establecieran Adorno y Horkheimer, solo
necesitamos darles más cariño a nuestros niños/as y nunca volverá a haber más
fascistas); una tendencia simultánea en el individuo a pulsiones sádicas y
masoquistas que debía solucionarse a través del amor y la espontaneidad, como
nos dijera ya hace 80 años Erich Fromm (y así lo resumían, en forma de rap, los
Chicos del Maíz: “En Fromm está la clave: Follar se sale”). Debemos estar
atentos, nos recuerdan autores como José Mª Chamorro: El fascismo psicológico
puede estar presente en los camaradas más convencidos de ser antifascistas.
¡Por supuesto, así sí! Así, las
constantes referencias al fascismo cobran sentido Si la Iglesia, la policía, la
familia, la democracia burguesa, los ejércitos, hasta la Razón misma –como
argumentaran Horkheimer y Adorno en Dialéctica de la Ilustración– son
instituciones fascistas (o potencialmente fascistas) no es porque lo fueran o
lo sean auténticamente, es decir, porque sean histórica o ideológicamente
fascistas. No es de eso de lo que se les acusa, y habría que ser muy obtuso al
hacerlo habida cuenta de la evidencia histórica reunida por autores como Bruno
Groppo sobre el fascismo y el antifascismo que realmente tuvo lugar en Europa
occidental, y muy en particular en Italia, cuna del fascismo original.
Ahora recuperamos ese concento
hegeliano llamado Geist, y al que podemos traducir como espíritu, mente,
genio, espectro, fantasma o sombra. Si asumimos que existe (siquiera como
herramienta de análisis) un Geist o “espíritu” de las cosas que
estaría en permanente descubrimiento y proceso de auto-perfeccionamiento hacia
formas más definitivas de sí mismo, y si en el caso del fascismo ese Geist corresponde
al «espíritu de la represión y el autoritarismo», debemos concluir lo que nos
dijo Augusto del Noce ya en la década de los 70: Si “el fascismo no puede
entenderse sino como identificación con el «espíritu represivo y autoritario»”,
entonces “toda forma de represión y de autoridad se ha de interpretar como
fascismo”.
Por consiguiente, poco importan los
parecidos o las diferencias, sean doctrinales o prácticas, que respecto al
fascismo pueda tener cada ideología o movimiento político, cada institución,
cada individuo concreto. Aquello relevante es que el Geist del
fascismo acecha a cualquier forma de autoridad, fuerza o disciplina, de
Margaret Thatcher al gobierno de China o Corea del Norte, y más allá. De hecho,
cualquier sistema político podría incurrir en el fascismo. Y si ese sistema
político se ha construido sobre una violencia previa, como la República
Francesa, no hay duda de que es fascista.
Como sostienen Joan Antón y Marco
Esteban, en el fondo no existiría diferencia entre todas las tendencias
políticas de derechas del siglo XIX, desde los socialdarwinistas británicos del
sufragio censitario (y partidarios de que la población se regule sola a través
del humanísimo método de la inanición) hasta los Bismarcks del fuerte estado
del bienestar semi-autoritario avant la lettre, e incluso entre ellos y
los curas, nobles y reyes del Antiguo Régimen que apenas un siglo antes
vinieran a sustituir. Todos ellos son la misma cosa, pues participan de un
mismo Geist: una sola y larguísima cadena del “privilegio” (por supuesto
un cuerpo homogéneo, eternamente opresivo y tiránico en esencia en cada una de
sus manifestaciones) que “ante la decrepitud de la Iglesia y la monarquía,
buscaría nuevos protectores en los engendros pseudocientíficos de la
socioevolución y la genética social”, hasta desembocar, desesperado por el
avance constante de “la Razón”, que traía “un mundo de igualdad, libertad y
justicia”, en el engendro del nazismo.
A día de hoy, académicos de primera y
periodistas de trinchera como Dan Hassler-Forest o Elisa Strauss permanecen
vigilantes en la primera línea de batalla, y han detectado que este
esquivo Geist sigue presente y manifestándose de forma subrepticia
una vez más, infectando las mentes de nuestros hijos a través de su presencia
subliminal en películas infantiles como El Rey León y Patrulla
Canina. Por fortuna, medios obreros concienciados como el Washington Post y la
CNN se han hecho ya eco de sus descubrimientos a fin de darlos a conocer al
público general: vigilen lo que les muestran a los niños, pues ahí podría
encontrarse el espíritu del fascismo.
Es lógico pues el viraje hacia la
lucha “superestructural” de los pensamientos, las ideas, la cultura… Porque,
como estamos viendo, el Geist del fascismo también habita en los
detalles.
Es cierto que el 1% es más rico que
nunca, y que como señala Piketty estamos en niveles de desigualdad previos a la
Revolución Francesa. Es cierto, como reflexionan Hobsbawm o Fontana, que el
endeudamiento de todos los estados occidentales roza o supera la totalidad del
PIB, tratando de mantener un estado del bienestar lastrado por el estancamiento
económico y la escasa tasa impositiva efectiva sobre las élites económicas (hay
quien dice “ingeniería fiscal”, hay quien lo llama “robo”, pero yo no quiero
participar en linchamientos públicos a base de violencia verbal… pudiera ser
fascismo). Y es cierto que el desempleo se ha vuelto estructural hace ya al
menos treinta años.
Pero no perdamos el foco. Estamos
liberando la superestructura de la sociedad: los valores, las creencias… Ya
casi nadie cree en esos arcaicos conceptos de “orden increado de valores”,
“jerarquía del Ser” o “Tradición”. Hemos desenmascarado como mentiras, gracias
a Lyotard y a Foucault, entre otros pioneros, no sólo todos los valores que
existían, sino todos los que puedan existir: ¡Todos ellos no son sino
herramientas del poder y la opresión! Sigamos luchando contra toda forma de
autoridad y disciplina, no cejemos en nuestro empeño contra el Geist del
fascismo.
¡No desfallezcamos, que el fascismo
tiene muchas caras! Y cada año, puntualmente para las elecciones, el fascismo
vuelve encarnado bajo la máscara de algún partido liberal-conservador,
sistémico, no especialmente rupturista con el marco político existente. Así que
una vez más es necesario la lucha contra ese enemigo de naturaleza omnímoda, a
veces de apariencia sutil, que es el fascismo.
Después de esto, ya no será posible
recurrir al tipo de relato mítico-heroico de resistencia de la sagrada madre
patria contra el invasor, el cual moviera, realmente, históricamente, a
millones y millones de ciudadanos y ciudadanas soviéticos a tomar los fusiles y
combatir a la Wehrmacht. Mientras que las democracias burguesas occidentales
sucumbieron fácilmente al nazismo, la Unión Soviética sí pudo detenerlo y
derrotarlo. Pero esta es una afirmación que puede ser considerada como
excesivamente militarista, y eso puede ser fascista (quizá, como creyera
Chamberlain, hay maneras de derrotar al fascismo sin usar las armas). Y también
puede ser fascista apelar a la madre patria. Así que descartemos para siempre
los patrióticos versos y discursos de un Pável Kogan, de un Evaristo San Miguel
o… del propio Lenin, que en su día afirmó “nosotros, obreros rusos, impregnados
de sentimiento de orgullo nacional…”.
Estamos enfrentando al Mal absoluto,
y aunque los soviéticos lo mirasen más de cerca y nosotros no seamos siquiera
testigos oculares, deben aceptar nuestro criterio (sea este el último uso que
se haga de la autoridad, pues la autoridad solo puede desembocar en el fascismo
a largo plazo): Hemos estudiado mucho, casi 80 años, desde el horror desatado
por el nazismo y su paroxismo en los campos de exterminio. Así que es
comprensible si sobrerreaccionamos, aunque sea un poquito, ante el paso de la
oca prusiana, aun si lo realiza, en la plaza Roja un 9 de mayo, el ejército
que verdaderamente derrotó a los nazis. Hay que estar siempre alerta,
pues en cualquier lugar habita el fascismo.
La organización y la disciplina,
fascismo. Además, Lenin y la conquista del Estado están ya más que superados.
Ahora lo que se lleva es cierta lectura de Gramsci, la hegemonía, el sentido
común… Empecemos por ahí y el control sobre el Estado ya vendrá. Las
revoluciones llevan tiempo, no se hacen así como así tomando un palacio al
asalto como hicieran aquellos bolcheviques: una panda de tíos mal armados de un
partido minoritario, muy cohesionado y motivado… Eso suena tan fascista,
violento y antidemocrático…
No hagamos caso de lo que pueda decir
al respecto un teórico como Roger Scrutton cuando nos dice lo siguiente: “Considerad
un aspecto cualquiera de la herencia occidental del que nuestros antepasados se
sentían orgullosos, y encontraréis un curso universitario consagrado a su
deconstrucción. Considerad no importa qué aspecto positivo de nuestra herencia
política y cultural, y encontraréis esfuerzos, concertados a la vez por los
medios y la universidad, para ponerlo entre comillas y darle el aire de una
impostura o superstición”. Aun cuando pase inadvertido, esas palabras pueden
ser propagandistas del fascismo.
El acervo milenario de la cultura
occidental, justo donde autores como Luis Racionero entienden que puede estar
la respuesta a la barbarie capitalista de raigambre protestante (tan reciente,
tan superficial), esa tradición milenaria que nos ha hecho ser quien somos, es
en sí portadora de los mismos valores del fascismo. Y eso avalaría derrumbar
las estatuas de Platón y de Aristóteles. ¡Menudos referentes que tuvimos! Un
par de hombres blancos poseedores de esclavos que, con su actitud (pues “lo
personal es político”) y en ocasiones hasta en sus escritos, perpetuaban la
injusticia y asentaban las bases sobre las que posteriormente se produciría el
Holocausto.
Ocurre que, como bien señala Mark
Fisher, para la barbarie capitalista, la que sí vivimos de verdad, la actual
izquierda no parece tener alternativa alguna. Todos los esfuerzos de esa
izquierda están orientados a luchar contra el Mal absoluto del fascismo, y eso
obliga a hacer concesiones al capitalismo. Así que podemos hacernos aliados de
los hijos y nietos de los Chicago Boys que asesoraron a Pinochet,
aunque trabajen en las Big Four o participen de explotar el coltán
del Congo o vendan armas en Ucrania, si es que asumen una actitud
antiautoritaria, defienden el sexo libre y llevan a cabo un desenfadado estilo
de vida.
Si por algo debemos preocuparnos es
por el mundo inundado de fascistas: Fascista es Putin, y fascistas son los
partidarios de Zelenski en Ucrania, que dice el presidente ruso hay que desnazificar.
Fascista fue el euromaidán, alzado contra el fascista Yanukóvich. Fascista
es Al-Assad, y fascistas islámicos los muyahidines del ISIS que
intentaban derrocarlo. Fascista es tanto Thatcher como la Junta Militar que le
disputara las Malvinas. Fascistas teocráticos los talibanes, y fascistas los
métodos de las fuerzas invasoras del imperio norteamericano. Fascista el
baazismo de Saddam y “fascismo exterior” nuestra descarada injerencia en los
asuntos de su país. La violencia económica de los banqueros es fascista, pero
más fascista todavía sería expropiar sus assets por la fuerza y
fascista debe ser quien lo proponga (rescatar sus deudas a cambio de nada está
mal, especialmente si lo hace un gobierno supuestamente socialista, pero
pedirles algo a cambio de ese rescate con dinero público es coacción, y no
podemos tolerar esos medios propios de escuadristas). Fascista es Abascal, y
fascista, claro, es también el Frente Obrero.
Y por supuesto que sí: Stalin, hoy,
sería un fascista. Los desarrollos académicos de los últimos 80 años, sumados a
nuestra singular sensibilidad y aguda –incluso “despierta” (woke para los
anglos)– perspectiva, que no es patología como argumenta Roger Griffin sino la
locura de los genios, nos ha permitido reconfigurar el espectro político
entero.
“I was blind, but now I see”:
Fascistas somos todos. Incluso Mussolini. Y ante el fascismo, de todo tipo y
toda forma, en cualquier grado o dosificación, sea de lejano parentesco o
semejanza, ni un solo paso atrás. Con el capitalismo, ya otro día si eso:
cuando exorcicemos para siempre al Mal absoluto de este mundo. Hasta entonces,
hay una cruzada que librar. Ya Marx reconocerá a los suyos.
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