Revista Nos Disparan desde el Campanario Año V CIENCIA y ÉTICA, un desencuentro…. Por Rogelio Rodríguez Muñoz
Fuente: FILOSOFÍA&CO
https://filco.es/ciencia-y-etica-desencuentro/
El avance científico-tecnológico que
han experimentado las sociedades en los últimos siglos es enorme. Y, sin
embargo, no trae aparejado un avance similar en el plano moral, pese a que
ambas esferas son necesarias para la vida humana y que en un principio formaban
parte al mismo nivel del pensamiento científico. ¿Cómo es esto posible?
Ahondamos en la relación entre ciencia y ética: la historia de una disparidad.
Por Rogelio Rodríguez Muñoz
Es una aseveración históricamente
aceptada que fue Aristóteles el
último sabio que abarcó en sus obras escritas todo el conocimiento de su
época. Sus obras tratan sobre ética, política, metafísica, biología,
física, lógica, poética, retórica, cosmología, música, etc. Después del siglo
IV a.C. —y debido al explosivo incremento del saber humano— toda tentativa de
sintetizar las áreas investigadas condujo al fracaso. Hoy en día, es tal la
acumulación de conocimientos incluso dentro de una misma disciplina que la
especialización, la subespecialización y la fragmentación temática son medidas
cognitivas que no asombran a nadie.
También se afirma que si este
filósofo griego resucitara y pudiera asistir hoy a un congreso científico, no
se enteraría de nada. Tantos y de tal magnitud han sido los avances de las
ciencias. Sin embargo, sí podría comprender, e incluso debatir con ventaja, los
temas discutidos en un congreso de ética.
¿Qué significa esto? Sócrates, en el siglo
V a. C., ante los cosmólogos que estudiaban los fenómenos naturales y buscaban
el origen del universo, señalaba que antes de preocuparse de lo externo al
ser humano había que reflexionar sobre la naturaleza del hombre. Conocida
es la máxima que adoptó como lema de su filosofía después de leerla en un muro
del templo de Delfos: «Conócete a ti mismo». Sin embargo, la curiosidad humana
a través de los siglos no ha seguido el imperativo socrático, sino que se
ha dedicado a explorar lo «externo» del hombre, aquello que lo rodea, lo que el
ser humano no ha construido y de lo que solo es testigo. Se ha descuidado,
pues, el estudio del mundo humano, del cual el hombre es protagonista.
En el año 1744, en su obra Principios
de una ciencia nueva, el filósofo Juan
Bautista Vico escribió: «El siguiente hecho debe llenar de
asombro a todo aquel que reflexione sobre él: todos los filósofos se han esforzado
seriamente por conquistar la ciencia del mundo de la naturaleza, que solo puede
ser conocido por Dios, ya que Él lo ha hecho; en cambio, se han descuidado en
meditar sobre el mundo de las naciones, o sea, el mundo civil o histórico, que
puede ser conocido por los hombres, porque ellos lo han hecho».
En lo que expresa, Vico se equivoca y
acierta. Acierta en el hecho de que los hombres han gastado más dedicación
y energía en el intento de conocer la naturaleza que en el esfuerzo de
conocerse a sí mismos. Pero se equivoca de lleno al afirmar el carácter
incognoscible de los fenómenos naturales. De hecho, los hombres han explorado
sin dificultades muchísimos sectores de la naturaleza, desentrañando enigmas
del macrocosmos y del mundo intratómico. Esto ha conducido a un desarrollo
espectacular de las ciencias, sobre todo de las llamadas ciencias naturales. En
comparación con estas, las disciplinas humanas o sociales no han tenido ni por
asomo una similar expansión. Ciencia y ética han sufrido, pues, desarrollos muy
distintos.
En nuestro tiempo, el panorama no ha
cambiado. Y se siguen escuchando frases de advertencia. Ludwig von Bertalanffy, por ejemplo, tratando en su
libro Robots, hombres y mentes de los problemas que enfrentamos en
nuestra época, expresa: «La ciencia ha conquistado el universo, pero se ha
olvidado de la naturaleza humana, o la ha reprimido. Aquí radica, por lo menos,
parte de nuestros problemas». En Perros de paja, John Gray escribe: «La
ciencia nos da una sensación de progreso que la vida ética y política no puede
proporcionarnos».
Hay, pues, una discrepancia entre el
desarrollo progresivo de la ciencia y la tecnología y la evolución ética y
moral en nuestras sociedades. Arthur Koestler habla de «la chocante
disparidad… entre las curvas de crecimiento de la Ciencia y la Tecnología, por
un lado, y las de la conducta ética, por otro; o para expresarlo de modo
diferente, entre los poderes intelectuales del hombre cuando se aplican al
dominio del entorno, y su incapacidad para mantener relaciones armoniosas
dentro de la familia, la nación y la especie en general» (Jano).
El avance científico-tecnológico no
trae aparejado un avance similar en el plano moral. Y ambos son necesarios
para la vida humana. Gracias a la ciencia y la tecnología vivimos más y vivimos
materialmente mejor. Gracias a la evolución moral, vivimos una vida buena en
armonía con nuestros semejantes. Sin ciencia y tecnología, no podríamos ya
existir. Sin principios morales que rijan nuestra conducta social, la barbarie
asaltaría nuestra civilización.
Desde el comienzo de la humanidad,
entonces, los hombres hemos empleado la ciencia y la técnica para transformar
el mundo. Y hemos desarrollado una conciencia moral para ir transformando
nuestras relaciones de convivencia en un ambiente pacífico, solidario y
armónico. Lo primero —la transformación del mundo— ha constituido una continua
y progresiva aventura que hoy nos permite incluso viajar más allá de los
límites de nuestro planeta hacia el espacio desconocido. Lo segundo —el
progreso ético—, todavía y a pesar de los miles de años que llevamos de
existencia, no lo hemos logrado a nivel mundial y, en muchos casos, tampoco a
nivel local.
*Rogelio Rodríguez Muñoz es académico de la Universidad de Santiago de Chile, la Universidad Diego Portales y la Universidad Mayor.
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