He de empezar
por una perogrullada: que hoy día toda forma del mundo vivo, toda
transformación del entorno técnico y natural es una posibilidad real; y que su
topos es histórico. Hoy día podemos convertir el mundo en un infierno; como
ustedes saben, estamos en el buen camino para conseguirlo. También podemos
transformarlo en todo lo contrario. Este final de la utopía. —esto es, la
refutación de las ideas y las teorías que han utilizado la utopía como denuncia
de posibilidades históricosociales— se puede entender ahora, en un sentido muy
preciso, como final de la historia, en el sentido, a saber —y de esto
propiamente quiero discutir hoy con ustedes— en el sentido de que las nuevas
posibilidades de una sociedad humana y de su mundo circundante no son ya imaginables
como continuación de las viejas, no se pueden representar en el mismo continuo
histórico, sino que presuponen una ruptura precisamente con el continuo
histórico, presuponen la diferencia cualitativa entre una sociedad libre y las
actuales sociedades no-libres, la diferencia que, según Marx, hace de toda la
historia transcurrida la prehistoria de la humanidad. Pero creo que también
Marx estaba aún demasiado atado al concepto de continuo del progreso, que su
idea misma del socialismo no representa aún, o no representa ya, aquella
negación determinada del capitalismo que tenía que representar. O sea, el
concepto de final de la utopía implica la necesidad de discutir al menos una
nueva definición del socialismo, discusión precisamente enmarcada en la pregunta
de si la teoría marxiana del socialismo no representa un estadio hoy ya
superado del desarrollo de las fuerzas productivas. Creo que esto se manifiesta
del modo más claro en aquella célebre distinción entre el reino de la libertad
y el reino de la necesidad. El que el reino de la libertad no se pueda pensar
ni pueda subsistir sino más allá del reino de la necesidad implica que éste es
realmente siempre un reino de la necesidad, también en el sentido del trabajo
alienado. Eso significa, como dice Marx, que todo lo que en este reino puede
ocurrir es que el trabajo se racionalice todo lo posible, se reduzca todo lo
posible, pero sin dejar de ser trabajo en el reino de la necesidad, aplicado al
reino de la necesidad, y, por lo tanto, trabajo no-libre. Creo que una de las
nuevas posibilidades, representativa de la diferencia cualitativa entre la
sociedad libre y la nolibre, consiste en hallar el reino de la libertad en el
reino de la necesidad, en el trabajo y no más allá del trabajo. Si desean
ustedes una formulación provocativa de esta idea especulativa, yo diría que
hemos de considerar al menos la idea de un camino al socialismo que vaya de la
ciencia a la utopía, y no, como aún creyó Engels, de la utopía a la ciencia. El
concepto de utopía es un concepto histórico. Se refiere a los proyectos de
transformación social que se consideran imposibles. ¿Por qué razones
imposibles? En la corriente discusión de la utopía, la imposibilidad de la
realización del proyecto de una nueva sociedad se afirma, primero, porque los
factores subjetivos y objetivos de una determinada situación social se oponen a
la transformación; se habla entonces de inmadurez de la situación social, por
ejemplo, a propósito de los proyectos comunistas durante la Revolución
francesa, o tal vez, hoy, del socialismo en los países capitalistas más
desarrollados. Ambos son tal vez ejemplos de ausencia real o supuesta de
factores subjetivos y objetivos posibilitadores de una realización.
En segundo
lugar, el proyecto de una transformación social se puede considerar
irrealizable porque esté en contradicción con determinadas leyes
científicamente comprobadas, leyes biológicas, o físicas, etc.; por ejemplo, la
arcaica idea de la eterna juventud del hombre, o la del regreso a una supuesta
edad de oro. Creo que sólo podemos hablar de utopía en este segundo sentido, o
sea, cuando un proyecto de transformación social entra realmente en
contradicción con leyes científicas comprobables y comprobadas. Sólo un
proyecto así es utópico en sentido estricto, o sea, extra-histórico.
El otro grupo,
la ausencia de factores subjetivos y objetivos, no puede considerarse sino, a
lo sumo, provisionalmente irrealizable. Los criterios de Karl Mannheim, por
ejemplo, son insuficientes para la irrealizabilidad de tales proyectos, por la
sencilla razón, por de pronto, de que la irrealizabilidad no se puede definir
en este caso más que ex post. No es nada sorprendente el que se llame
irrealizable a un proyecto de transformación social por el hecho de que ha
resultado irreal en la historia. Pero, en segundo lugar, el criterio de
irrealizabilidad en este sentido es inadecuado porque puede ocurrir
perfectamente que la realización de un proyecto revolucionario sea impedida por
fuerzas y movimientos opuestos que son precisamente superables —y superados— en
el proceso de la revolución. Por eso es discutible la práctica de presentar la
ausencia de determinados factores subjetivos y objetivos como objeción a la
realizabilidad de la transformación. En particular —y ésta es la cuestión que
hoy nos ocupa— la indefinibilidad de una clase revolucionaria en los países
capitalistas altamente tecnificados no es ninguna utopización del marxismo. Los
portadores sociales de la transformación —esto es Marx ortodoxo— no se forman
sino en el proceso mismo transformador, y no es posible contar siempre con la
afortunada y relativamente fácil situación de que las fuerzas revolucionarias
en cuestión estén, por así decirlo, ready-made a disposición en el momento en
que empieza el movimiento revolucionario. Pero hay en mi opinión un criterio
válido: que estén técnicamente presentes las fuerzas materiales e intelectuales
necesarias para realizar la transformación, aunque la organización existente de
las fuerzas productivas impida su aplicación racional. Me parece que en este
sentido podemos hablar hoy, efectivamente, de un final de la utopía. Ahí están
todas las fuerzas materiales e intelectuales que es posible aplicar a la
realización de una sociedad libre. El que no se apliquen a ello ha de
atribuirse exclusivamente a la movilización total de la sociedad existente
contra su propia posibilidad de liberación. Pero esta situación no convierte en
modo alguno en utopía el proyecto mismo de la transformación. Es posible en el
sentido indicado la eliminación de la pobreza y de la miseria; es posible en el
indicado sentido la eliminación del trabajo alienado; posible la eliminación de
lo que he llamado surplus repressio.
Creo que sobre esto estamos relativamente de acuerdo; aún más: creo que en esto
estamos de acuerdo incluso con nuestros enemigos. Apenas hay hoy, ni en la
misma economía burguesa, un científico o investigador digno de ser tomado en
serio que se atreva a negar que con las fuerzas productivas técnicamente
disponibles ya hoy es posible la eliminación material e intelectual del hambre
y de la miseria, y que lo que hoy ocurre ha de atribuirse a la organización
sociopolítica de la tierra. Pero pese a estar de acuerdo en eso —y he aquí algo
que me gustaría presentar hoy también como objeto de discusión—, no estamos aún
lo suficientemente en claro acerca de lo que implica esa eliminación,
teóricamente ya posible, de la pobreza, de la miseria y del trabajo, a saber,
que esas posibilidades históricas han de pensarse en formas que muestran la
ruptura, no la continuidad con la historia anterior, la negación y no la
posición, la diferencia y no el progreso, o sea, la activación, la liberación
de una dimensión de la realidad humana, una dimensión de la existencia humana
que está más acá de la base material: la activación de la dimensión biológica
de la existencia humana. Lo que está en juego es la idea de una nueva
antropología, y no sólo en cuanto teoría, sino también como modo de existencia:
la génesis y el desarrollo de necesidades vitales de libertad. De una libertad
que no se funde en la escasez y en la necesidad del trabajo alienado, ni
encuentre en una y en otro sus límites. La necesidad del desarrollo de
necesidades humanas cualitativamente nuevas, o sea, la dimensión biológica,
necesidades en un sentido muy estrictamente biológico. Pues en este sentido la
necesidad de libertad como necesidad vital no existe, o ha dejado ya de
existir, en una gran parte al menos de la homogeneizada población de los países
desarrollados del capitalismo. En el sentido de esas necesidades vitales, la
nueva antropología implica también la génesis de una nueva moral como heredera
y negación de la moral judeo-cristiana, la cual ha determinado hasta ahora, en
gran parte, la historia de la civilización oriental. La continuidad de las
necesidades desarrolladas y satisfechas en una sociedad represiva es en medida
considerable lo que reproduce constantemente esa sociedad represiva en los
individuos mismos. Los individuos reproducen en sus propias necesidades la
sociedad represiva, incluso a través de la revolución, y precisamente esa
continuidad de las necesidades represivas es lo que ha impedido hasta ahora el
salto de la cantidad a la cualidad de una sociedad libre. Esta idea se
basa en que las necesidades humanas tienen carácter histórico. Más allá de la
animalidad, todas las necesidades humanas, incluso las sexuales, son
históricamente determinadas, históricamente transformables. Y la ruptura con la
continuidad de las necesidades que llevan en sí la represión y el salto a la diferencia
cualitativa no es nada fantasioso, sino algo predispuesto en el desarrollo de
las fuerzas productivas. El desarrollo de las fuerzas productivas ha alcanzado
hoy un nivel en el cual exige realmente nuevas necesidades vitales para poder
dar razón de las condiciones de la libertad. ¿Cuál es este estadio del
desarrollo de las fuerzas productivas que posibilita el salto de la cantidad a
la cualidad? Es ante todo la tecnologización del poder, que mina el terreno al
poder mismo. La progresiva reducción de la fuerza de trabajo física en el
proceso de producción (material), cada vez más ampliamente sustituida por
trabajo nervioso mental, y la progresiva concentración de trabajo socialmente
necesario en la clase de los técnicos, científicos, ingenieros, etc. Como
ven, se trata, desde luego, sólo de tendencias, tendencias que ahora empiezan,
o tal vez hacen ya algo más que empezar y, como creo, se van desarrollando y se
tienen que desarrollar necesariamente, precisamente porque arraigan en la
necesidad de la subsistencia de la sociedad capitalista. Si el capitalismo no
consigue aprovechar estas nuevas posibilidades de las fuerzas productivas y de
su organización, no podrá sostenerse in
the long run frente a la concurrencia de aquellas otras sociedades que no se
ven obstaculizadas por las necesidades del beneficio y otras condiciones, en el
intento de realizar ese desarrollo, señaladamente el de la automatización. De
todos modos, hemos de añadir en seguida que también en la otra dirección, o
sea, en la consumación de la automatización, se encuentra la frontera última
del capitalismo. Como lo vio Marx ya antes de El Capital, la automatización
completa del trabajo socialmente necesario es incompatible con el mantenimiento
del capitalismo. Esta tendencia, para indicar la cual la palabra
'automatización' es sólo un símbolo compendioso, por la cual el trabajo físico
necesario, trabajo alienado, se sustrae cada vez más del proceso material de
producción, esa tendencia conduce —y aquí llego efectivamente a posibilidades "utópicas",
y hemos de enfrentamos con ellas para ver qué es lo que de verdad está en
juego— al experimento total en el marco histórico y a nivel histórico. Con la
eliminación de la pobreza, esa tendencia lleva al juego con las posibilidades
de la naturaleza humana y extrahumana como contenido del trabajo social,
conduce a la imaginación productiva como fuerza productiva científicamente
conformada, a la imaginación productiva que proyecte las posibilidades de una
existencia humana libre sobre la base de las correspondientes posibilidades del
desarrollo de las fuerzas productivas. Para que esas posibilidades técnicas no
se conviertan en posibilidades de la represión, para que puedan cumplir su
función liberadora y pacificadora, tienen que ser sostenidas y conquistadas por
necesidades liberadoras y pacificadoras. Cuando no existe la necesidad
vital de que se suprima el trabajo, cuando, por el contrario, existe la
necesidad de continuación del trabajo hasta cuando éste deja de ser socialmente
necesario; cuando no hay necesidad de gozar, de ser feliz con la conciencia
tranquila, sino necesidad de tener que ganarlo y merecerlo todo en una vida que
es todo lo miserable que se puede imaginar; cuando esas necesidades vitales no
existen o, existiendo, son apagadas por las necesidades represivas, entonces lo
único que se puede esperar de las nuevas posibilidades técnicas es
efectivamente que se conviertan en posibilidades de la represión. Hoy ya
sabemos lo que pueden dar de sí la cibernética y las calculadoras para el
control total de una existencia humana. Las nuevas necesidades, que son
realmente la negación determinada de las necesidades presentes, pueden tal vez
resumirse en la negación de las necesidades y de los valores que sostienen el
actual sistema de dominio; -por ejemplo, la negación de la necesidad de la
lucha por la vida (ésta es una cosa necesaria, y todas las ideas o fantasías
que hablan de la posible eliminación de la lucha por la existencia están sin
más en contradicción con las condiciones naturales y sociales de la
existencia
*Artículo del filósofo, crítico social y
teórico político germano-estadounidense, Herbert Marcuse, titulado "El
final de la Utopía, publicado en el libro del mismo nombre en el año
1968, por la Editorial Ariel S.A.
Fuente:
Bloghemia
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de Origen: AQUÍ
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