Enrique Dussel despertó la vocación filosófica en más de uno. Inspiró con
su generosidad intelectual, con su imparable capacidad de estudio, de trabajo,
de escritura; con su pasión pedagógica, con el ánimo que irradiaba en las
conferencias que dio a lo largo y ancho de América Latina y del mundo.
«El pensamiento de un maestro, así
sea de filosofía, es un aspecto casi imposible de separar de su presencia
viviente. Porque el maestro, antes que alguien que enseña algo, es un alguien
ante el cual nos hemos sentido vivir en esa específica relación que proviene
tan sólo del valor intelectual. La acción del maestro trasciende al pensamiento
y lo envuelve; sus silencios valen a veces tanto como sus palabras y lo que
insinúa puede ser más eficaz que lo que expone a las claras. Si hemos sido en
verdad sus discípulos, quiere decir que ha logrado de nosotros algo al parecer
contradictorio: que por habernos traído hacia él hayamos llegado a ser nosotros
mismos».
Pensar el mundo para ubicarnos en él
Estas palabras de Zambrano resuenan
afectivamente hoy porque eso fue lo que significó Enrique Dussel para muchos latinoamericanos de
la segunda mitad del siglo XX, pero también en lo que va del siglo
XXI. Fue un maestro que inspiró a muchos y que, sin duda, despertó la
vocación filosófica en más de uno. Los inspiró con su generosidad intelectual,
con su imparable capacidad de estudio, de trabajo, de escritura; con su pasión
pedagógica, con el ánimo que irradiaba en las múltiples conferencias que dio a
lo largo y ancho de América Latina y del mundo, un ánimo, una sabiduría y una
erudición que hacía olvidar su elevado (pero fundamentado) ego.
Transmitía pasión por la filosofía,
deseos de pensar el mundo para ubicarnos mejor dentro de él, pero, muy
especialmente, la necesidad de pensar situadamente desde América Latina en
diálogo con lo más granado del pensamiento americano, europeo, africano y
asiático, para así superar las marras de la colonización, la subalternidad
intelectual, la dependencia cultural y económica, el complejo de hijo de puta.
Él mismo era prueba viviente de que se podía pensar y hablar desde América
Latina.
Esto es algo que todos estos días,
quienes lo leyeron, lo escucharon, le han reconocido. Universidades,
institutos, presidentes, intelectuales, jóvenes, asociaciones, lo han
manifestado. Es curioso. Mucho de ese reconocimiento, le fue negado por los
filósofos más tradicionales. Esos filósofos de facultad que practican una filosofía
profesoral, y que Dussel llamaba sucursaleros o filósofos coloniales.
Esos que practican el vampirismo y la regurgitación de autores clásicos, pero
que no llegan a situarse en el mundo, ni a producir una idea genuina sobre él.
Y es que, en el ámbito de las
escuelas de filosofía, Dussel no fue bien valorado. Pero ese
reconocimiento que le negaron unos, se lo otorgaron otros en muchas partes del
mundo. Basta recordar aquí esta anécdota que cuenta Néstor Kohan:
«En aquella ocasión, al académico
Karl Otto-Apel —el maestro de Habermas— lo fueron a escuchar los principales
profesores y profesoras de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Pero para
sorpresa de todo el público, Apel abrió su intervención diciendo: ‘Vengo a
discutir con Enrique Dussel, quien me obligó a leer 200 libros de economía
marxista. Probablemente el intelectual alemán haya exagerado. Quizás fueron 20
[veinte] los libros que Apel leyó sobre esta problemática…’ El clan filosófico
local, de lo más tradicional y conservador de la UBA, no entendía nada. Las
miradas iban del asombro a la perplejidad».
No está demás decir que en Colombia
tampoco gozó de mucha simpatía. Rafael Gutiérrez Girardot, poseedor de una
venenosa y hasta divertida pluma, lo llegó a llamar «pretensioso y
cantinflesco teofilósofo». Solo filósofos como Guillermo Hoyos, Santiago
Castro-Gómez, Leonardo Tovar, para mencionar algunos, se lo tomaron en serio.
También para cierta juventud militante, y el círculo de latinoamericanistas, su
pensamiento era algo vivo, sentido, comprometido; un pensamiento más fresco que
filosofías asépticas exiliadas del mundo y de la realidad americana.
Él era prueba viviente de que se
podía pensar y hablar desde América Latina. Transmitía pasión por la filosofía,
deseos de pensar el mundo para ubicarnos mejor dentro de él, pero, muy
especialmente, la necesidad de pensar situadamente desde América Latina en
diálogo con lo más granado del pensamiento americano, europeo, africano y
asiático
La filosofía de la liberación y sus
ramificaciones
Si bien la filosofía de la liberación
en sus inicios fue una creación colectiva, no hay duda de que su principal
exponente y desarrollador fue Enrique Dussel. Ni Mario Casalla, Carlos
Cullen o Juan Carlos Scannone, por ejemplo, realizaron una obra de igual profundidad,
extensión o reconocimiento. Con todo, fue de estos intelectuales de donde
surgió la idea de tomarse en serio la filosofía
latinoamericana, la
cual era descrita en los años sesenta como una novela plagiada de Europa o una
mala copia, tal como pensaba el peruano Augusto Salazar Bondy.
En esos años, Dussel partió de la
idea de dominación latinoamericana y se propuso, junto con otros,
crear una filosofía de la liberación. Sus herramientas teóricas fueron en
sus inicios la filosofía de Heidegger y Lévinas. Como él mismo decía,
empezó hablando la lengua del padre (no podía ser de otra manera), pero luego
fue creando su propio pensamiento, sus propias categorías.
Así, conceptos como el
de totalidad, mundo y exterioridad aparecieron en el
horizonte, pero resituados en una reflexión desde América
Latina. La totalidad, el mundo que se expande y engulle a la
periferia, el mundo que excluye al Otro, era Europa. El centro apareció como el
ser, y la periferia como el no-ser.
En el no-ser estaban situadas América
Latina, África, Asia. Eran la exterioridad. Hay que decir que América
Latina, como lo Otro, como la exterioridad, no es un afuera absoluto desligado
del centro. La periferia está justamente atravesada por relaciones de poder
geohistóricas que son las responsables de la dependencia y la dominación.
Él la denominaba
una «trascendentalidad interior a la totalidad» en su libro
pionero Filosofía de la liberación, de 1977, pues no hay un Otro
absoluto. Hoy ese centro es Europa y Estados Unidos, y la periferia es el Sur
global sometido, pobre, pero también ese oriente arrasado por la guerra.
En la «exterioridad», en América
Latina, estaba el pobre, la víctima del sistema. Aquí Dussel partía de una
idea de la teología de la liberación, pero que él desarrolló filosóficamente:
la existencia del pobre patentiza, de suyo, la injusticia y la falta de bondad
del orden vigente. Es la existencia de víctimas la que permite juzgar
al Estado, a la totalidad. Por eso la liberación consiste justamente en partir
del Otro, de la negatividad del sistema totalizador. El Otro que se revela
interpela la injusticia de lo dado y los desajustes del mundo hegemónico.
La praxis de
liberación viene desde los condenados de la tierra, desde los vencidos,
desde las víctimas de la historia sacrificial, hoy también desde
los «superfluos» (Hannah Arendt), excluidos, que habitan en el mismo
centro y sus urbes: «son las víctimas, cuando irrumpen en la historia, las que
crean algo nuevo».
Son ellas y su articulación política
las que se enfrentan al sistema vigente e injusto, un sistema que no cede
fácilmente, que ilegaliza al Otro, y que busca perpetuarse, mantenerse con sus
privilegios: «eternizar el presente, con el terror al futuro, es
el pathos de todo grupo dominador». El que ama el presente, lo dado,
y no se percata de sus injusticias, es porque se beneficia de ese orden
específico. Es un ser cómodo que mira de reojo la desgracia del prójimo, que es
sordo a sus quejidos, a su sufrimiento.
En estricto sentido, por eso Dussel
partía de una ética como filosofía primera, pues la solidaridad, el
respeto, la conmiseración, la ayuda al Otro, su reconocimiento, es una actitud
ética. Después continuó construyendo una filosofía, una política y una estética
de la liberación. Por ello, la fenomenología de los años setenta es
complementada por sus estudios sobre Marx de los años ochenta y con el diálogo
con la obra de Apel, pero también con Habermas.
De ahí que la política de la
liberación de Dussel, formada por unos principios normativos, unas
instituciones y la acción estratégica, al igual que la economía, recoge esas
influencias. Por ejemplo, tanto la política como la economía están
atravesadas por tres principios básicos: el material, el de legitimidad formal
y el de factibilidad. El principio material es el contenido, la vida
misma y su producción, reproducción y desarrollo cualitativo. La economía y la
política están subordinadas a la cualificación de la vida.
El principal exponente y
desarrollador de la filosofía de la liberación fue Enrique Dussel. Ni Mario
Casalla, Carlos Cullen o Juan Carlos Scannone, por ejemplo, realizaron una obra
de igual profundidad, extensión o reconocimiento. Aunque fue de estos
intelectuales de donde surgió la idea de tomarse en serio la filosofía
latinoamericana
Más de 60 libros, cientos de
artículos
Esta es la herencia de Marx. El principio formal de legitimidad
es la herencia de la acción comunicativa (Apel, Habermas), pues es claro
que todas las decisiones deben ser consensuadas por la comunidad política, de
ello depende la legitimidad del orden nuevo y sus instituciones; y el principio
de factibilidad alude a las cosas empíricamente posibles de realizar, pues un
político, por ejemplo, no puede prometer cosas descabelladas imposibles de
materializar fácticamente.
Esta filosofía le apuesta a un Estado
virtual, reducido, con gran participación popular y que articula la democracia
representativa con la participativa, tal como sostiene en el tercer
volumen de su Política de la liberación:
«El fortalecimiento de un nuevo
Estado democrático al servicio del pueblo, de las mayorías, como valla
protectora contra el Imperio militarista de turno y como gestor de la vida de
los ciudadanos legítimamente y con eficacia instrumental, requiere
instituciones que deben crearse y gestionarse desde el horizonte de una
participación siempre mayor de la comunidad política, el pueblo, con una
representación cada vez más responsable y transparente, subjetivando las
obligaciones de los ciudadanos y organizando y simplificando (electrónicamente)
todas las tareas del Estado.
Es ‘como si’ el Estado fuera
objetivamente desapareciendo, haciéndose más liviano, más transparente, más
público, y subjetivamente desde una cultura ciudadana donde lo
común sea considerado como lo propio, en cuanto a la responsabilidad mutua
de deberes, de derechos y de acciones cotidianas». Por otro lado, en esta
filosofía el líder tiene un gran papel
como coadyuvante y complemento de las transformaciones y de
la acción de los movimientos sociales, del pueblo, y debe tender a
desaparecer una vez se logra el proyecto político. Esto explica el apoyo que
dio el pensador argentino-mejicano a Hugo Chávez, Evo Morales y, en sus últimos
años, a Andrés Manuel López Obrador. Con todo, para Dussel, había que
evitar la fetichización del poder político, del líder mismo y de las instituciones;
por eso, la suya es una filosofía de la vida donde la política está articulada
a una ecológica, y al servicio de un mundo cualitativamente distinto y
liberado donde las generaciones futuras puedan vivir y desarrollar su
pluridimensionalidad humana.
Dussel fue nombrado miembro de la
Academia Americana de Artes y Ciencias, a la cual, entre otros, perteneció
Albert Einstein. Queda su obra como testimonio de honestidad intelectual,
trabajo incansable y faro para quienes persisten en la búsqueda de un mundo
libre, emancipado y más justo
La de Dussel fue una gran
construcción de pensamiento, sistemático a lo Hegel, crítico del eurocentrismo
y de los aportes nocivos de la modernidad, si bien su obra recoge el
legado emancipatorio de la misma, legado necesario para construir un nuevo
orden llamado «transmodernidad» donde coexisten las culturas en un orden
intercultural. Su pensamiento central está desarrollado en estos
libros: Hipótesis para el estudio de Latinoamérica en la historia
universal (1966), El humanismo semita (1969), El humanismo helénico (1975),
Filosofía de la liberación (1977), 1492. El encubrimiento del otro.
Hacia el origen del mito de la modernidad (1992), Ética de la
liberación en la edad de la globalización y la exclusión (1998), 20
tesis de política (2006), 16 tesis de economía
política (2014), 14 tesis de ética (2016), sus tres tomos
de Política de la liberación, y sus cuatro libros sobre Marx.
Su obra abarca más de 60 libros,
cientos de artículos, algunos de ellos traducidos a varios idiomas. En
vida recibió siete doctorados Honoris Causa, entre ellos, uno de la
Universidad de Friburgo (Suiza) y otro de la Universidad de Buenos Aires. En el
año 2019 fue nombrado miembro de la Academia Americana de Artes y Ciencias, a la
cual, entre otros, perteneció Albert Einstein.
Queda su obra como testimonio de
honestidad intelectual, trabajo incansable y como faro para quienes persisten
en la búsqueda de un mundo libre, emancipado y más justo. Dussel invitaba, a
pesar de la barbarie, a no desfallecer. Por eso decía: «Un revolucionario
triste, es un triste revolucionario». Sus ideas sirven para entender el mundo
actual, la geopolítica, la pobreza del sur, la crisis civilizatoria, pero
también para orientar la praxis social. Su legado debe ser justamente valorado,
superando puntos comunes e insostenibles, como el de su supuesto chovinismo y
odio a todo lo moderno.
Damián Pachón es doctor en Filosofía, profesor de la Universidad
Industrial de Santander y miembro de la Sociedad Colombiana de Filosofía. Se
dedica a la investigación del pensamiento filosófico latinoamericano, la
filosofía política y la divulgación filosófica. Es autor de varios libros como
los dos volúmenes de Estudios sobre el pensamiento colombiano, La
filosofía y las entrañas. El pensar viviente de María Zambrano, Política
para profanos o, el más reciente, Espacios afectivos. Instituciones,
conflicto, emancipación, en el que dialoga con la filósofa también
colombiana Laura Quintana.
Fuente: Filosofía&Co
Link de Origen:
https://filco.es/legado-filosofico-enrique-dussel/
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