Revista Nos Disparan desde el Campanario Año V ¿Podrá el mundo virtual sustituir al mundo real? … Por Paula Campo Chang
Hace un par de años Facebook lanzó su mundo virtual llamado «Metaverso».
Un hecho que, al menos según sus creadores, está llamado a revolucionar nuestra
sociedad y nuestra existencia. La posibilidad de habitar un mundo virtual
arroja importantes preguntas filosóficas tanto metafísicas como sociales o
políticas. Este artículo aborda las tres más urgentes.
Índice
«Meta» es un prefijo griego (μετά)
sobre el que todavía existen debates en torno a la pertinencia de sus
traducciones al español: se puede traducir como «más allá de» o «después».
Ya en el Apocalipsis se maneja la noción μετὰ ταῦτα para
hablar de lo que hay después «de las cosas», es decir, el juicio final que
decide el destino del alma humana. Lo que está claro es que «meta», se traduzca
como se traduzca, refiere a algo más. Por eso, a los filósofos a los
que se les acusaba peyorativamente de «meta-físicos» son aquellos, como
dice Heidegger, «de los que se ríen las
sirvientas», porque enfrentarse al más allá es completamente innecesario:
como si tuviéramos ya pocos problemas en nuestro más acá. La expresión de
Heidegger viene de que las sirvientas se rieron de Tales de Mileto porque mirando a las estrellas y los
grandes astros se cayó en un pozo. Sea lo que sea el «meta», este pasa a ser
visto como un lujo innecesario, como un capricho de aquellos que pueden
disfrutar de pensar en cosas raras porque tienen demasiado tiempo libre. Han
pasado muchos años desde que estos autores hablaron de la importancia
del ir más allá —que es un ir más profundo—. La última vez
que se ha hablado de «meta» es debido a un proyecto promovido por Facebook. Su
propuesta: dentro del nuevo nombre de la red social, Meta, crear un mundo
virtual llamado Metaverso. Ya sabemos de dónde viene «meta». «Verso» hace
referencia a «universo», que viene de universum, es decir, unus
(uno) y versum (de vertere, que significa verter). En otras
palabras, el lugar donde se vierten las cosas y su existencia. Por supuesto,
cuando Facebook, Tesla o Amazon piensan en este proyecto, no lo hacen pensando
en Aristóteles ni en las sirvientas que se rieron de Tales. Estas grandes
empresas buscan crear un espacio donde desarrollar nuestras vidas al margen de
este mundo que ya tenemos. Aquellos que han probado el Metaverso, que han
probado este mundo virtual, sufren una inmersión descomunal. Una inmersión
de tal grado que, aunque al comienzo eran capaces de hablar con los demás,
mientras entraban en el «Nuevo Mundo» y a medida que pasaban más tiempo dentro,
poco a poco se olvidaban de la distribución del espacio real en el que estaban:
se chocaban con las mesas, las lámparas y sus amigos. Muchas veces, lo «meta»
se ha visto como algo innecesario, como un lujo, pero ese más allá es también
un ir más profundo Hay teorías de filosofía de la ciencia y filosofía de
la mente que consideran que esto se debe a que el cerebro deja de poder
distinguir la realidad de la virtualidad. Esto haría que la virtualidad
fuera también realidad, lo que, además de a los filósofos, mantiene preocupados
a los psiquiatras (¿es esto equivalente a una esquizofrenia?).
1 ¿Un lujo innecesario?
La primera pregunta que se le tiene
que hacer a un proyecto como este, alejado del purismo conservador por un
lado y del fanatismo tecnológico por otro, es —siguiendo con el origen del
prefijo «meta»—: ¿el Metaverso se ha promovido como un lujo innecesario? ¿Se ha
promovido como algo que hace que nuestra vida disfrute de un ocio más, al igual
que otros tipos de realidad virtual como OculusRift, el porno 360º o la PS5?
¿O, más bien, este proyecto aspira a ser un «universo» paralelo, esto es, un
universo con su ocio y su diversión, pero también con sus preocupaciones y
dolores?
El hecho de que las gafas de realidad
virtual que se necesitan cuesten apenas 175€ hace pensar que quieren que sea lo
más accesible posible para todo el mundo. Hay
deportivas Nike más caras que poder vivir un mundo nuevo. Cada vez
más gente lo tendrá y más gente verterá su existencia allí, o al
menos una parte de ella.
El mito platónico de la separación
del alma y el cuerpo, ahora en clave
de avatar y cuerpo que la filosofía tanto desprecia,
empieza a tener una realidad material cuando una familia tenga 175€ para
gastar. Es decir, no nos encontramos ante un fenómeno que brille por ser
especialmente excluyente, no se mueve en las brechas económicas como la que hay
entre quienes pueden permitirse los nuevos tacones de Versace y quiénes no.
Se trata de un proyecto que se salta
todos estos inconvenientes porque el proyecto no está pensado para generar
nuevas clases sociales que no existan ya en el mundo que vivimos: no pretende
lo mismo que las marcas de alta gama de moda. Estas rodean a los que se lo
pueden permitir de un aura de glamur y ornamento que les hace verse distintos
de la gran mayoría de la población a simple vista.
En principio, esto parece hacer del
proyecto Metaverso un proyecto si no más justo, sí no tan
injusto como otros proyectos, al menos desde una perspectiva política y
social desde la cual nos preocupan las condiciones de vida de toda la población
humana y no solo un porcentaje.
Efectivamente, no parece, según
apuntan sus precios y su propuesta, que el Metaverso vaya a querer quedarse
entre nosotros como un complemento más. Tiene una ambición más sólida.
Esto es lo que debería preocuparnos, en el fondo, como seres humanos.
2 ¿Sustituto del mundo real?
La segunda pregunta que hay que
hacerse al respecto tiene que ver con lo que nos preocupa por
dentro: ¿hasta qué punto un nuevo universo virtual y paralelo va a
cancelar lo que había ya en el mundo real?
Y más aún: ¿con qué derecho lo haría?
¿Es que la historia de la existencia humana de los veintisiete siglos a. M.
(antes de Metaverso) va a perder su sentido? ¿Va a saltarse todas esas
cosas que han hecho de nosotros lo que somos?
¿Aspira este proyecto a ser un
«universo» paralelo, esto es, un universo con su ocio y su diversión, pero
también con sus preocupaciones y dolores?
Viendo que el Metaverso ha
venido con la idea de quedarse, lo único que podemos pedir desde una
perspectiva filosófica es que no nos mientan. Ni el Metaverso ni aquellos
que lo odian a priori, ni aquellos que ven en él un signo de progreso
humano. La vida real tiene un punto de partida que, aunque no es muy alentador,
es lo único que tenemos: que nuestro universo ha sido el que ha contenido
nuestra existencia durante toda la historia y toda ella de acuerdo con una sola
ley.
Que el tiempo esté pasando y que no
se pueda volver al pasado y se avance inevitablemente al futuro (la
ciencia lo llama principio de entropía y flecha del tiempo) es la ley que
nosotros en nuestra existencia llamamos crecer, envejecer, morir. Las
cosas, por tanto, pasan solo una vez en la vida y, por eso, nos cuesta tanto
vivir sin arrepentirnos. Lo máximo que podría hacer un universo paralelo
virtual es fingir que el tiempo ahí no pasa, pero eso no nos va a quitar la
carga que de verdad le pesa al ser humano (su insoportable levedad del
ser): tomar decisiones en su día a día, intentar hacer las cosas bien.
Probablemente quienes odien la
tecnología y piensen que el mundo va a peor, ya viven inmersos en el
desastre: no les hace falta el Metaverso para darse cuenta de que, como
dice el compositor de tangos Enrique Santos Discepolo, «el mundo fue y será una
porquería, ya lo sé, en el 510 y en el 2000 también». Quienes adoren la
tecnología solo sueñan con que ella mejore el mundo en el que vivimos.
Bastaría, por tanto, con que nosotros, autores del Metaverso, consumidores del
mismo, no nos mintamos a nosotros mismos y seamos honestos con lo que hay: que
el problema nunca ha sido el Metaverso, sino el mundo en el que vivimos.
Es en ocasiones como estas, en
lugares y temas polémicos, donde encontramos la posibilidad de reflexionar,
pensar, ser críticos y, sobre todo, como dice Foucault, oportunidad
de cuidar nuestro mundo, en el que estamos vertidos. Ojo, no hace
falta solo llegar a conclusiones ecologistas. Me refiero más bien a lo que dice
el filósofo francés cuando habla del «cuidado de sí y el cuidado de los otros».
Dice: «El cuidado de sí es ético en sí mismo, pero implica relaciones complejas
con los otros, en la medida en que este ethos de la libertad es
también una manera de ocuparse de los otros. Nos encontramos así también
con el arte de gobernar».
3 ¿Cuidará del mundo?
Por ello, la tercera y última
pregunta ha de ser: ¿hay en el Metaverso la estructura adecuada
para cuidar del mundo (éticamente) y de los otros con quienes
convivimos (políticamente)?
De la respuesta que salga de aquí
saldrán conclusiones importantes sobre la existencia de los humanos. Si la
respuesta es sí, deberíamos preguntarnos por qué no se nos han ocurrido antes
(un antes de más de dos milenios, quizás llevamos mucho tiempo
mintiéndonos). Si la respuesta es no, que no cunda el pánico: el
Metaverso solo es algo más yendo mal en el mundo y nosotros estaremos aquí
para darle vueltas, porque, a fin de cuentas, el mundo siempre será asunto
nuestro.
Paula Campo Chang es doctora en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Ha realizado estancias en la Universität von Konstanz, Alemania, y en la Universidad Nacional de Colombia, esta última gracias a la beca Santander. Forma parte del grupo de investigación «La deducción trascendental de las categorías: Nuevas perspectivas», de la Universidad Complutense.
Fuente: FILOSOFÍA&CO
https://filco.es/metaverso-filosofia/
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