Artículo del
filósofo surcoreano, Byung-Chul Han, donde examina el impacto del hipercapitalismo y
la digitalización en la vida humana, destacando la conversión del ser
humano en un objeto de valor comercial. Publicado por primera vez en su
libro "Capitalismo y pulsión de Muerte"
Como customer lifetime value o
«valor del tiempo de vida del cliente» se designa el valor que una persona
representa para una empresa al cabo de toda su vida como cliente. Este concepto
se basa en la intención de transformar toda la persona humana, su vida entera,
en valores puramente comerciales. El hipercapitalismo actual disuelve por
completo la existencia humana en una red de relaciones comerciales. Ya no queda
ningún ámbito vital que se sustraiga al aprovechamiento comercial. .
Justamente la progresiva digitalización de la
sociedad facilita, amplía y acelera en una medida considerable la explotación
comercial de la vida humana. Somete a una explotación económica ámbitos vitales
a los que hasta ahora el comercio no tenía acceso. Por eso hoy es necesario
crear nuevos ámbitos vitales, e incluso desarrollar nuevas formas de vida que
se opongan a la explotación comercial total de la vida humana.
El establecimiento insignia de Apple en
Nueva York representa en todos los sentidos un templo del hipercapitalismo. Es
un cubo hecho solo de cristal. Su interior está vacío. Por tanto no representa
nada más que su propia transparencia. La auténtica tienda está situada en el
sótano. La transparencia asume aquí una figura material.
La tienda transparente de Apple es el opuesto
arquitectónico a la Kaaba en la Meca, con su envoltura negra. Kaaba significa
literalmente «cubo». El edificio negro carece de toda transparencia. El cubo
está también vacío y representa un orden teológico opuesto al orden
hipercapitalista.
El establecimiento de Apple y la Kaaba
representan dos formas de dominación. El cubo transparente se presenta como
libertad y simboliza una comunicación ilimitada, pero esta misma transparencia
es una forma de dominación que hoy asume la figura de un totalitarismo digital.
Anuncia un nuevo gobierno: el gobierno del hipercapitalismo. Simboliza la
comunicación total actual, que cada vez coincide más con la vigilancia total y
la explotación total.
La Kaaba está cerrada. Solo los religiosos
tienen acceso al interior del edificio. El cubo transparente, por el contrario,
está abierto las veinticuatro horas del día. Todo el mundo puede entrar como
cliente. Aquí nos hallamos ante dos formas de dominación opuestas: el gobierno
del cierre y el gobierno de la apertura. Sin embargo, este último es más eficaz
que aquel primero, porque se hace pasar por libertad. Con el cubo de cristal el
hipercapitalismo celebra una hipercomunicación que todo lo penetra e ilumina y
lo convierte en monetario. Aquí se identifican la comunicación, el comercio y
el consumo (con la tienda de Apple en el sótano).
Empresas que operan globalmente recopilan
datos sobre la conducta de consumo, el estado civil, la profesión, las
preferencias, las aficiones, el tipo de vivienda y los ingresos. Sus algoritmos
no se diferencian esencialmente de los de la Agencia Nacional de
Seguridad.
El mundo como unos grandes almacenes resulta
ser un panóptico digital con una vigilancia total. La explotación total y la
vigilancia total son las dos caras de una misma moneda. Desde un punto de vista
puramente económico, Acxiom clasifica a las personas en 70 categorías. El grupo
de personas que representan un escaso valor como clientes se denominan waste, o
sea, «basura» o «desperdicios».
El big data hace posible pronosticar el
comportamiento humano. De este modo el futuro se vuelve predecible y
manipulable. El big data resulta ser un instrumento psicopolítico muy eficaz,
que permite controlar a las personas como si fueran títeres. El big data genera
un saber dominador, que hace posible intervenir en la psique humana e influir
sobre ella sin que los afectados lo noten. La psicopolítica digital degrada la
persona humana a objeto cuantificable y controlable. El big data anuncia por
tanto el fin del libre albedrío.
Para el especialista en Derecho Estatal Carl
Schmitt es soberano quien decide sobre el estado de excepción. Unos años
después de formularla revisó esta famosa frase y la cambió por esta otra: «Tras
la Segunda Guerra mundial, con la vista puesta en mi muerte, digo ahora: es
soberano quien decide sobre las ondas del espacio». Parece ser que Carl Schmitt
tuvo toda su vida miedo de la radio y la televisión por su efecto manipulador. Hoy,
en el régimen digital, habría que revisar de nuevo la tesis de la soberanía: es
soberano quien decide sobre los datos en la red.
La interconexión digital hace posible evaluar
por completo a una persona y esclarecer hasta el fondo su psique. En vista del
peligro que encierra la recopilación de datos personales, hoy se exige a la
política restringir esta praxis en una medida considerable. También Schufa y
otras empresas de scoring o calificación crediticia producen efectos
discriminatorios. La valoración económica de una persona contradice la idea de
la dignidad humana. Ninguna persona debería ser degradada a objeto de
valoración algorítmica.
Por ejemplo, el hecho de que a Schufa, que en
Alemania se ha convertido en una obviedad sagrada, se le pudiera ocurrir hace
algún tiempo rastrear las redes sociales en busca de informaciones útiles
revela la intención profunda de la empresa. El eslogan publicitario de Schufa,
«Generamos confianza», es un puro cinismo. Empresas como Schufa eliminan por
completo la confianza y la reemplazan por el control. Confianza significa
mantener una relación positiva con otra persona pese a no saber cosas de ella.
Eso posibilita actuar a pesar de la falta de saber. Si de entrada lo sé todo
sobre una persona no hace falta la confianza. Por ejemplo, Schufa tramita a
diario más de 200 000 solicitudes. Eso solo es posible en una sociedad del
control. Una sociedad de la confianza no necesita empresas como Schufa.
La confianza implica la posibilidad de
defraudarla, de traicionarla. Pero esta posibilidad de la traición es
constitutiva de la propia confianza. También la libertad implica un cierto
riesgo. Una sociedad que en nombre de la seguridad somete todo al control y a
la vigilancia degenera en totalitarismo.
En vista de la amenaza del totalitarismo
digital el presidente del Parlamento Europeo Martin Schulz señaló recientemente
la urgente necesidad de redactar una Declaración de Derechos Fundamentales para
la época digital. También el anterior ministro del interior alemán Gerhart Baum
exige una amplia eliminación de datos. Hoy son necesarios planteamientos nuevos
y radicales para evitar el totalitarismo de los datos. Habría que pensar
también sobre una posibilidad técnica concreta de poner a determinados datos
personales una fecha de caducidad, de modo que al cabo de un cierto tiempo se
borren automáticamente. Esta praxis conduciría a una eliminación masiva de
datos, que hoy es necesaria en vista del delirio dataísta. La Declaración de
Derechos Fundamentales Digitales no podrá impedir por sí sola el totalitarismo
de los datos. Habría que promover también una nueva concienciación y un cambio
de mentalidad. Hoy no somos simples reclusos o víctimas en un panóptico digital
manejado desde fuera.
El panóptico era originalmente un edificio
carcelario diseñado por Jeremy Bentham. Los prisioneros en el anillo exterior
son vigilados por una torre de vigilancia que hay en el centro. En el panóptico
digital no estamos simplemente presos, sino que nosotros mismos lo construimos
activamente. Colaboramos activamente para construir el panóptico digital.
Incluso nos encargamos de su mantenimiento al desnudarnos, al cablearnos todo
el cuerpo, como hacen los millones de seguidores del movimiento Quantified
Self al subir a la red voluntariamente los datos referidos a nuestro
cuerpo. La nueva dominación no nos impone ningún silencio. Más bien nos incita
permanentemente a comunicar, a compartir, a transmitir nuestras opiniones,
necesidades, deseos y preferencias, e incluso a contar nuestra vida. En la
década de 1980 todos salieron a protestar en Alemania contra la elaboración del
censo demográfico nacional. En una oficina de empadronamiento estalló una
bomba. Incluso los escolares se echaron a la calle a protestar. Hubo
manifestaciones masivas. Desde la perspectiva actual esta reacción es
incomprensible, pues las informaciones que se recababan eran inofensivas, como
por ejemplo la profesión, el nivel de educación, el estado civil o la distancia
al puesto de trabajo.
En los tiempos de la elaboración del censo
demográfico nacional la gente creía hallarse ante un Estado como instancia de
poder que pretende espiar a los ciudadanos contra su voluntad. Hace mucho que
esa época pasó a la historia. Hoy nos desnudamos voluntariamente sin ninguna
coacción, sin ningún decreto.
Subimos voluntariamente a la red todo tipo de
datos e informaciones sobre nosotros, sin saber quién sabe qué, cuándo y con
ocasión de qué sobre nosotros. Este descontrol representa una crisis de la
libertad que hay que tomarse en serio. Además, en vista de los datos que uno da
de sí, el propio concepto de protección de datos se vuelve obsoleto. Hoy ya no
somos simples víctimas de una vigilancia estatal, sino elementos activos del
sistema. Renunciamos voluntariamente a refugios privados y nos exponemos a
redes digitales que nos penetran y nos analizan por completo. La comunicación
digital como nueva forma de producción elimina rigurosamente los espacios
protegidos y transforma todo en informaciones y datos. De este modo se pierde
toda distancia protectora. En la hipercomunicación digital todo se mezcla con
todo.
También las fronteras entre dentro y fuera se
vuelven cada vez más permeables. Las personas humanas pasan a ser interfaces en
un mundo totalmente interconectado. El hipercapitalismo fomenta y explota este
desamparo digital. Tendríamos que volver a plantearnos seriamente la pregunta
acerca de qué tipo de vida queremos vivir. ¿Queremos seguir estando a merced de
la vigilancia y de la explotación totales de la persona humana, renunciando con
ello a nuestra libertad y a nuestra dignidad? Vuelve a ser hora de organizar
una resistencia común contra la amenaza del totalitarismo digital. Estas
palabras de Georg Büchner no han perdido nada de actualidad: «Somos títeres
cuyos hilos mueven poderes desconocidos. ¡Nada, nada somos nosotros
mismos!».
Tiempo de Silencio
Hegel escribe en la Ciencia de la lógica: «Todo lo
racional es una conclusión». Para Hegel la conclusión no es una categoría de la
lógica formal. Se da una conclusión cuando el principio y el final de un
proceso ofrecen una conexión con sentido, una unidad con sentido, cuando están
enlazados entre sí. Así, la narración es una conclusión. En virtud de su
conclusión produce un sentido. También los rituales y las ceremonias son formas de conclusión.
Así tienen su propio tiempo, su propio ritmo y compás. Constituyen procesos
narrativos, que se sustraen a la aceleración. Sería un sacrilegio acelerar la
acción de un sacrificio. En cambio, el procesador puede acelerarse sin fin,
porque no trabaja narrativamente, sino tan solo de modo aditivo. Las
narraciones no pueden acelerarse por capricho. La aceleración destruye su
propia estructura peculiar de sentido y de tiempo. Es inquietante en la actual
experiencia del tiempo no la aceleración como tal, sino la falta de conclusión,
es decir, la falta de compás y ritmo en las cosas. No solo el tiempo narrativo
es una conclusión. También es una conclusión el instante que hace feliz y
llena, pues está cerrado en sí mismo. En cierto modo no tiene nada a su
alrededor. Descansa en sí y se basta a sí mismo. Y así carece de pasado y
futuro, de recuerdo y expectativa, es decir, de «cuidado» en el sentido de
Heidegger. Llena de dicha esta ausencia de cuidado. Pero vivimos necesariamente
más de un instante. Y así caemos de él ineludiblemente. En lo sucesivo nos
acordamos de él como un momento. Por eso, tal instante se distingue del tiempo
narrativo, que tiene otra forma de duración distinta por completo.
Barthes, en su estudio de fotografía, La cámara
lúcida, cita a Kafka: «Mis historias son algo así como cerrar los ojos». Y
observa a este respecto: «La fotografía ha de ser silenciosa. Eso no es una
cuestión de “discreción”, sino de música. La subjetividad absoluta se alcanza
solamente en un estado de silencio, de esfuerzo por el silencio (cerrar los
ojos significa hacer que la imagen hable en el silencio)». La subjetividad
absoluta es la subjetividad en forma de conclusión. Sin silencio se dispersa y no
puede volver a sí misma. Y sin retorno no puede cerrarse. Se hace
depresiva. Las actuales imágenes digitales carecen de silencio y, por
tanto, de música, e incluso de aroma. También el aroma es una forma de
conclusión. Las imágenes sin silencio no hablan o narran, sino que hacen ruido.
Frente a estas imágenes que «zumban» no se pueden cerrar los ojos. El ojo
cerrado es dibujarse la conclusión. Hoy la percepción es incapaz de conclusión,
pues hace zapping a través de una red digital sin fin. El rápido cambio de
imágenes imposibilita cerrar los ojos, pues esto presupone una demora
contemplativa. Las imágenes están construidas hoy de tal manera que no es
posible cerrar los ojos. Entre ellas y el ojo se produce un contacto inmediato,
que no admite ninguna distancia contemplativa. La coacción a la permanente
vigilia y visibilidad dificulta cerrar los ojos. La transparencia es la
expresión de la hipervigilia e hipervisibilidad.
*Artículo que explora la noción de conclusión en Hegel y su aplicación en
narrativas, rituales y experiencias humanas. Han destaca la importancia del
tiempo narrativo y los instantes concluyentes en contraste con la saturación
de imágenes digitales contemporáneas.
Fuente: Bloghemia
Link de Origen: AQUÍ
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Es indudable que Han tiene un posicionamiento crítico de neoliberalismo siento nostalgia cuando lo leo agudo y certero en sus conceptos
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