Los principales factores que han conducido a la actual crisis económica global se entienden razonablemente bien. Uno es la globalización de la producción, que ha ofrecido a los empresarios el provocador prospecto de hacer retroceder las victorias en derechos humanos conquistadas por la gente trabajadora. La prensa empresarial francamente advierte a los mimados trabajadores occidentales" que tienen que abandonar sus "estilos de vida lujosos" y tales "rigideces del mercado" como seguridad del trabajo, pensiones, salud y seguridad laboral, y otras tonterías anacrónicas. Economistas enfatizan que el flujo laboral es difícil de estimar, pero ésta es una parte pequeña del problema. La amenaza es suficiente, para forzar a la gente a aceptar salarios más bajos, jornadas más largas, beneficios y seguridad reducida y otras "inflexibilidades" de esta naturaleza. Y mientras el ingreso familiar medio continúa su baja, aun bajo las condiciones de una recuperación lenta, la revista Fortune goza con malicia de las ganancias "deslumbrantes" de los Fortune 500, pese al "estancado" crecimiento de las ventas.
Un segundo factor en la actual
catástrofe del capitalismo de Estado que ha dejado una tercera parte de la
población mundial virtualmente sin medios de subsistencia, es la gran explosión
del capital financiero no regulado desde que el sistema de Bretton Woods fue
desmantelado hace veinte años, con quizás un billón de dólares fluyendo
diariamente. Su constitución ha cambiado también de manera radical. Antes de
que el sistema fuera desmantelado por Richard Nixon, alrededor del 90% del
capital en intercambios internacionales era para inversión y comercio, el 10%
para especulación Alrededor de 1990, esos números se habían invertido. Un
informe de la UNCTAD estima que el 95% se usa actualmente para la especulación.
En general, el mundo está siendo
movido hacia un tipo de modelo del Tercer Mundo, por una política deliberada de
Estado y las corporaciones, con sectores de gran riqueza, una gran masa de
miseria y una gran población superflua, desprovista de todo derecho porque no
contribuye en nada a la generación de ganancias, el único valor humano.
La surplus población tiene que ser
mantenida ignorante, pero también debe ser controlada. Este problema es
enfrentado de manera directa en los dominios del Tercer Mundo que han sido
sometidos por mucho tiempo al control occidental, y, por lo tanto, reflejan los
valores conductores con mayor claridad: mecanismos favorecidos incluyen el
terror a gran escala, escuadrones de la muerte, la "limpieza social"
y otros métodos de probada eficiencia. Aquí, el método favorito ha sido el de
confinar a la gente superflua en guetos urbanos que crecientemente se parecen a
campos de concentración. Si esto falla, van a las cárceles, que son la
contraparte en una sociedad más rica, a los escuadrones de la muerte que
nosotros entrenamos y apoyarnos en nuestros dominios.
La "guerra de drogas", que
es en gran medida fraudulenta, ha servido como un mecanismo principal para
encarcelar a la población no deseada. Una nueva legislación penal debería
facilitar el proceso, con sus procedimientos judiciales mucho más severos. Los
nuevos y enormes gastos para prisiones también son bienvenidos como otro
estímulo keynesiano a la economía. "Las empresas cobran", escribe el
Wall Street Journal, reconociendo una nueva manera de ordeñar al público en
esta era "conservadora". Entre los afortunados se encuentran la
industria de la construcción, consultorios legales, el floreciente y
beneficioso complejo de cárceles privadas, "los nombres más elevados de
las finanzas", tales como Goldman Sachs, Prudential y otros,
"competiendo para asegurar la construcción de cárceles con bonds
(obligaciones) privados, exentos de impuestos"; y, para no olvidarse
"el establecimiento de defensa" (Westinghouse, etc.),
"olfateando un nuevo campo de negocios" en la supervisión de alta
tecnología y sistemas de control del tipo que Big Brother habría admirado'.
No sorprende que el Contrato de
Gingrich llama a la expansión de esta guerra contra los pobres. La guerra tiene
como blanco primordial a los afro-estadounidenses; la estrecha correlación
entre raza y clase hace el procedimiento simplemente más natural. Hombres
negros son considerados como una población criminal, concluye el criminólogo
William Chambliss, autor de muchos estudios, incluyendo la observación directa
por parte de estudiantes y profesores en un proyecto con la policía de
Washington. Esto no es exactamente correcto; se supone que los criminales
tienen derechos constitucionales, pero como muestran los estudios de Chambliss
y otros, esto no es verdad para las comunidades escogidas como puntos de mira,
que son tratadas como una población bajo ocupación militar-.
Los negros constituyen un blanco
particularmente bien escogido porque están indefensos. Y la generación de miedo
y odio es, por supuesto, un método estándar de control de la población, trátese
de negros, judíos, homosexuales, reinas de la asistencia social o algún otro
diablo designado. Éstas son las razones básicas, parece, para el crecimiento de
lo que Chambliss llama "la industria de control del crimen". No es
que el crimen no sea una amenaza real para la seguridad y la sobrevivencia; lo
es y lo ha sido durante mucho tiempo. Pero no se enfrentan las causas; más
bien, el crimen es explotado de diferentes maneras como un método de control de
la población.
En general, son los sectores más
vulnerables, lo- que están siendo atacados. Los niños son otro blanco natural.
El "modelo angloamericano lleno
de negligencia" ha privatizado en gran medida los servicios de atención a
los niños, dejándolos fuera del alcance de la mayoría de la población. El
resultado es un desastre para niños y familias, mientras que en el 'modelo
europeo que es mucho más asistencial", la política social ha reforzado los
sistemas de apoyo para ellos.
Una comisión de alto nivel de los
Consejos Educativos de los estados y de la AMA ha recalcado que "nunca
antes una generación de niños ha sido menos salubre, menos atendida o menos
preparada para la vida que sus padres en la misma edad"; si bien es sólo
en las sociedades angloamericanas, donde "un espíritu anti-niño y
anti-familia" ha dominado durante quince años bajo la apariencia del
"conservadurismo" y de los "valores familiares", un triunfo
doctrinal que cualquier dictador admiraría.
En parte, el desastre es simplemente
un resultado de los salarios decrecientes. Para una gran parte de la población,
ambos padres tienen que trabajar tiempo extra simplemente para proveer lo
necesario. Y la eliminación de las "rigideces del mercado" significa
que tienes que trabajar horas extras por salarios más bajos -si no, las
consecuencias son imprevisibles-. El tiempo en que padres y niños están en
contacto se ha reducido radicalmente. Hay un fuerte incremento en el uso de la
televisión para la supervisión de los niños, niños encerrados, alcoholismo
infantil y uso de drogas, criminalidad, violencia de y contra niños, y otros
efectos evidentes sobre la salud, la educación y la capacidad de participar en
una sociedad democrática -o, siquiera, la sobrevivencia-.
Éstas no son, nuevamente, leyes de la
naturaleza, pero sí políticas sociales conscientemente diseñadas con un
objetivo particular: enriquecer a los Fortune 500 (los 500 más ricos que
menciona la revista Fortune-H.D.), exactamente lo que sucede, mientras Gingrich
y sus semejantes predican impunemente "valores familiares", con la
ayuda de aquellos que la prensa obrera de] siglo XIX llamaba "el
sacerdocio comprado".
Algunas consecuencias de la guerra
contra niños y familias, sí reciben gran atención, en una manera que es
ilustradora. En las últimas semanas, importantes revistas han puesto amplia
atención en nuevos libros preocupados con decrecientes coeficientes de
inteligencia (IQ) y aprendizajes escolares. El New York Times Book Review dedicó
un artículo desusadamente largo a este tópico, escrito por su redactor de
ciencias, Macolm Browne, quien lo inicia con la advertencia de que gobiernos y
sociedades que ignoren los tópicos tematizados por estos libros "lo harán
a su propio riesgo". No hay ninguna mención del estudio de la UNICEF, y
tampoco he visto ninguna reseña en otra parte -o de hecho, de cualquier estudio
que se ocupara de la guerra contra los niños y familias en las sociedades
angloamericanas.
Éstas son algunas de las formas más
feas de control de la población. En la variante más benigna, el populacho tiene
que ser desviado hacia actividades no problemáticas por las grandes
instituciones de propaganda, organizadas y dirigidas par la comunidad
empresarial, medio-estadounidense, que dedica un enorme capital y energía para
convertir a la gente en átomos de consumición y herramientas obedientes de
producción (si tienen la suficiente suerte para encontrar trabajo) -aislados
uno del otro, carentes aun de una concepción de lo que una vida humana decente
podría ser. Esto es importante. Sentimientos humanos normales tienen que ser
aplastados. Son inconsistentes con una ideología acomodada a las necesidades
del privilegio y poder, que celebra la ganancia privada como el valor humano
supremo y niega los derechos de la gente más allá de lo que ésta puede salvar
en el mercado laboral- aparte de los ricos, que deben recibir una amplia
protección por el Estado.
Junto con la democracia, los mercados
también son atacados. Aun dejando a un lado la masiva intervención estatal en
Estados Unidos y en la economía internacional, la creciente concentración
económica y el control de mercado ofrecen mecanismos infinitos para evadir y
socavar la disciplina de mercado, una larga historia que no podemos abordar en
este ensayo por razones de espacio. Para mencionar sólo un aspecto, alrededor
del 40% del "comercio mundial" no es, realmente, comercio; consiste
en operaciones internas de las corporaciones, gerenciadas de manera central por
una mano altamente visible, con toda clase de mecanismos para socavar los
mercados en beneficio de ganancia y poder. El sistema casi-mercantilista del
capitalismo transnacional corporativo está lleno de las formas de
conspiraciones de los dominantes, sobre las cuales advertía Adam Smith, para no
hablar de la tradicional utilización y dependencia del poder estatal y del
subsidio público. Un estudio de 1992 de la OECD concluye que la
"competencia oligopolítica y la interacción estratégica entre empresas y
gobiernos, antes que la mano invisible de las fuerzas del mercado, condicionan
en la actualidad las ventajas competitivas y la división internacional del
trabajo en las industrias de alta tecnología", tales como agricultura,
farmacéuticos, servicios y otras áreas importantes de la economía, en general.
La gran mayoría de la población mundial, que está sujeta a la disciplina del
mercado e inundada con odas a sus milagros, no debe escuchar esas palabras; y
pocas veces las oye.
Me temo que esto apenas toca la
superficie. Es fácil de entender el estado de desesperación, ansiedad, falta de
esperanza, enojo y temor que prevalece en el mundo, fuera de los sectores
opulentos y privilegiados y del "sacerdocio comprado" que cantan
alabanzas a nuestra magnificencia, una característica notable de nuestra "cultura
contemporánea", si se puede pronunciar esta frase sin vergüenza.
Hace 170 años, muy preocupado con el
destino del experimento democrático, Thomas Jefferson hizo una distinción útil
entre "aristócratas" y "demócratas". Los
"aristócratas' eran "quienes tienen temor y desconfianza en la gente
y desean quitarles todos los poderes para ponerlos en manos de las clases
altas". Los demócratas, en cambio, "se identifican con la gente,
tienen confianza en ella, la elogian y la consideran el honesto y seguro depositario
del interés público", si no siempre "los más sabios". Los
aristócratas de sus días eran los protagonistas del naciente Estado
capitalista, que Jefferson consideraba con mucha consternación, reconociendo la
contradicción entre democracia y capitalismo, que es mucho más evidente en la
actualidad, cuando tiranías privadas sin control adquieren un poder
extraordinario sobre todos los aspectos de la vida.
Como siempre en el pasado, uno puede
escoger ser un demócrata en el sentido de Jefferson, o un aristócrata. El
segundo camino ofrece ricas recompensas, dado el lugar de riqueza, privilegio y
poder, y los fines que naturalmente busca. El otro sendero es uno de lucha,
muchas veces de derrota, pero también de recompensas que no pueden ser
imaginadas por aquellos que sucumben a lo que la prensa obrera denunciaba hace
150 años como "el Nuevo Espíritu de la Era": "Gana riqueza,
olvidando todo menos lo tuyo".
El mundo de hoy está lejos del mundo
de Thomas Jefferson o de los trabajadores de mediados del siglo XIX. Pero, las
alternativas que ofrece, no han cambiado en esencia.
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