Revista Nos Disparan desde el Campanario Año V Inteligencia Artificial I «ChatGPT, escríbeme una carta de amor»… por Éric Sadin
Imagen:
https://www.chatgpt247.com/es/chatgpt-carta-presentacion/
Fuente: FILOSOFÍA&CO
Link de Origen:
https://filco.es/chatgpt-carta-de-amor-eric-sadin/
Los próximos veinte años serán los del «promptismo» generalizado. Con una
simple instrucción («prompt») se verán satisfechos nuestros deseos, que hasta
ahora requerían una movilización intelectual y creativa por nuestra parte. Se
va a imponer la lógica del esfuerzo cero. Tumbados en el sofá, diremos:
«ChatGPT, escríbeme la tesis, una solicitud o una carta de amor…».
Durante el confinamiento por covid se
intensificó el uso de las tecnologías digitales y esto supuso una
revelación: nos descubrió que podían hacerse en línea muchas cosas que
nunca hubiéramos imaginado. Una buena parte del trabajo, la enseñanza, las
consultas médicas, las compras o incluso las relaciones interpersonales y
cumbres de jefes de Estado se realizaron a distancia a través de una pantalla.
Esto demuestra que la pantalla no es solo un objeto. Ha conseguido crear una
situación en la que la actividad humana, nuestras relaciones con la realidad y
con los otros se apoyan cada vez más en sistemas digitales y en paredes de
cristal.
Ahora bien, cuando hablamos de
pantallas, lo hacemos siempre en un tono moralizante, somos adictos a
ellas… El gran fallo de esta narrativa es que se queda en la superficie de los
fenómenos. El hecho antropológico y civilizatorio determinante es que la
humanidad ha iniciado una trayectoria que acabará vinculando todos los aspectos
de nuestras vidas individuales y colectivas a sistemas de inteligencia
artificial, que gestionan cada vez más nuestros asuntos, y a las innumerables
pantallas diseminadas por la sociedad.
Que tenemos necesidad de contactos
físicos es obvio. Y el hecho de que el teletrabajo no se convierta en mayoritario
debería ayudarnos a no considerar inevitable el poderoso proceso de
pixelización y de automatización que está en marcha.
El triple error del metaverso
Mark Zuckerberg, casi en solitario,
en octubre de 2021, con una simple declaración y rebautizando su empresa (Meta
sustituyó a Facebook), quiso introducir a la humanidad en una dimensión ubicua
destinada a ser casi total. Y, teniendo en cuenta el aura que rodea a los
gurús de Silicon Valley, este anuncio desencadenó inmediatamente una oleada de
inversiones, la voluntad de los gobiernos de subirse al carro, la creación de
escuelas especializadas y un torrente de comentarios.
Es una muestra de la excitación e
incluso de la histeria que rodea a esta industria que, en cuanto una de
sus grandes figuras apunta en una nueva dirección, reúne sus tropas, como
ovejas, en filas apretadas para ir inmediatamente en esa misma dirección.
Sin embargo, el amo de Meta cometió
un triple error. Pecó de determinismo tecnológico, quiso ir más rápido que
la música y no tuvo en cuenta la reacción ansiógena suscitada por los cascos
llamados de «realidad virtual». Dado que las cosas no han ido como inicialmente
se suponía, el otro error, el nuestro, es creer que esta perspectiva es cosa
del pasado, cuando en realidad es un movimiento que sigue en marcha, aunque
ahora de forma más discreta. Como los cascos que Apple ha puesto a la venta
hace poco.
Zuckerberg hubiera hecho mejor
absteniéndose de hacer semejante declaración y, como hizo la industria
digital, seguir avanzando en lo que yo llamo un «capitalismo de la fijeza de
los cuerpos». Comenzó con el auge de la economía de los datos y de las
plataformas, han convertido a cada consumidor en un Rey Sol que tiene al
alcance de la mano productos y servicios (plataformas de contactos, entrega de
artículos, vehículos que vienen a buscarnos allí donde estemos, aplicaciones de
visionado de vídeos…). Muchas de nuestras relaciones con la realidad se han
liberado progresivamente de las restricciones impuestas anteriormente a nuestra
vida cotidiana. Y todo indica que esta dinámica no hará sino intensificarse.
Resultados espectaculares… o no tanto
Cuando ChatGPT estuvo disponible de
manera pública, hace casi un año, la mayoría de los comentarios destacaba que
los resultados eran «espectaculares». Y lo eran. Sin embargo, esta
constatación quedaba matizada por el hecho de que se trataba de resultados
incipientes y que había que hacer progresos para llegar a parecerse a un
discurso humano. Y esta es nuestra gran ilusión: creer que se trata de dispositivos
que utilizan un lenguaje parecido al nuestro.
La característica de estos sistemas
es que diseccionan corpus textuales disponibles en bases de datos o en Internet
para obtener de ellos leyes semánticas. Estos enunciados, cuya única
fuente son registros ya existentes, son simplemente el producto de análisis
estadísticos y de algoritmos probabilísticos, en contraste con nuestra relación
con el lenguaje, que se basa en una tensión entre un vasto léxico, reglas
gramaticales y nuestra capacidad de generar frases; en una relación con el
tiempo que no es el de un apego exclusivo al pasado, sino de una dinámica
conjugada con el presente y en constante evolución; y que no es de tipo
probabilístico, sino indeterminista.
Eso implica una inventiva
constante y el ejercicio de nuestra libertad tanto subjetiva como
colectiva, manifiesta en la pluralidad de nuestras formas de expresarnos. En
cambio, esta producción sintética es un pseudolenguaje, o una lengua muerta,
industrializada y estandarizada.
El utilitarismo que impera en las
sociedades modernas desde hace más de un siglo se ha infiltrado hasta tal punto
en nuestras mentes que hemos adoptado estas tecnologías con la mayor
docilidad sin preocuparnos de las consecuencias civilizatorias, ya que,
desde hace unos veinte años, los creadores de las tecnologías digitales han
sabido jugar muy bien con nuestra tendencia a la pereza y nuestra pasión por la
comodidad.
Ahora bien, lo que el uso de esos
sistemas va a producir, y que nosotros no queremos ver, es una renuncia a
nuestras facultades más fundamentales y a nuestra responsabilidad a hablar
en primera persona.
La «vegetalización de la humanidad»:
esfuerzo cero
Los próximos veinte años serán los
del promptismo generalizado.
Con un
simple prompt (instrucción) se verá satisfecho el menor de nuestros
deseos, que hasta ahora había requerido una movilización intelectual y creativa
por nuestra parte. Lo que se va a imponer es la lógica del esfuerzo cero.
Tumbados en el sofá, diremos: «ChatGPT, escríbeme la tesis, una solicitud o una
carta de amor…». Prácticas que, además, conllevarán una intensificación
del uso de las pantallas y un consumo energético descomunal. Prevalecerá un
lenguaje personalizado, en función de las peticiones formuladas por los
individuos, a fin de orientar los comportamientos de acuerdo con los intereses
de las distintas empresas que serán mencionadas, las que hayan pagado un precio
muy alto por aparecer en los corpus generados.
Este sistema ya funciona en Bing o
Bard, los bots conversacionales de los motores de búsqueda de
Microsoft y de Google, cuya misión es indicarnos continuamente cuál es la
acción correcta, una receta de cocina, la agenda del día…, de modo que nuestras
vidas dependen cada vez más de empresas privadas.
Dentro de tres o cuatro años podremos
constatar en qué nos habremos convertido. Pero será demasiado tarde.
Debemos saber que nuestros hijos pronto nos dirán: « ¿Por qué
tengo que ir a la escuela, aprender gramática, leer libros, si existe un
sistema que produce un texto con un simple prompt?».
Un huracán que amenaza al trabajo
Es elocuente que Sam Altman, el
cofundador de la empresa OpenAI, elaborara en mayo de 2023 una lista de treinta
y cuatro oficios que no se verían amenazados por el uso de ChatGPT. A
primera vista, podría parecer una broma: «Matarifes y envasadores de carne,
ayudantes de techador, instaladores y reparadores de líneas eléctricas, buceadores,
mecánicos de motos…». Es legítimo preguntarse por qué razón no elaboró más bien
un inventario de las profesiones destinadas a desaparecer, ya que, a diferencia
del proceso gradual de robotización de las empresas iniciado en los años 1980,
en el que desaparecieron oficios de alto riesgo siguiendo una lógica virtuosa,
lo que está en peligro ahora son los trabajos que requieren altas habilidades
cognitivas. Conviene recordar que son trabajos que movilizan una libre
actividad de las mentes y con ello contribuyen a la realización de las
personas y a una buena autoestima. Y lo que traerán consigo las inteligencias artificiales generativas no es una
pretendida «complementariedad hombre-máquina», sino un huracán que barrerá un
gran número de profesiones altamente cualificadas. Citemos unas cuantas sin
correr demasiados riesgos: periodistas, traductores, correctores, dobladores de
voz, profesores, abogados, guionistas… Lo que está amenazado es el trabajo en
su más alta acepción, como obra, el «faber», tal como lo entendió Hannah
Arendt.
Imágenes sintéticas que se confunden
con la realidad
Esas lógicas de prompt no
solo se aplican al lenguaje, sino también a la imagen y al sonido. Con una
simple instrucción podemos obtener ya imágenes sintéticas que respondan a
cualquiera de nuestros deseos o caprichos. ¿Acaso la sociedad no está
suficientemente golpeada ya por la psiquiatría, las fake
news, el complotismo y los rencores?
Le podemos pedir, por ejemplo, a
DALL-E que genere una imagen del vecino, con el que se tienen ciertas
discrepancias, golpeando a una vecina y luego publicarla. No se sabrá cuál es
la naturaleza de esa imagen. Muy pronto este régimen de indistinción será
mayoritario. Ahora bien, la sociedad no consiste solo en
compartir principios comunes, sino que también
tiene referentes comunes. Sin ellos no nos entendemos, cada uno
evoluciona solo en su islote y tiende a desdeñar a los demás.
El promptismo también nos
permitirá encargar películas, series y música hechas a nuestra
medida. Nuestro interés por las obras, por el genio de la alteridad está
condenado a disminuir. ¿Somos conscientes de la catástrofe cultural que se
avecina?
¿Es urgente una regulación?
Uno de los grandes malentendidos de
la época es creer que estableciendo algunos límites lo esencial quedará
preservado. La regulación —tal como la entiende el legislador en las
democracias liberales— solo busca garantizar la primacía económica. Sin
preocuparse nunca de las consecuencias civilizatorias.
En este sentido se ha impuesto una
ecuación: la de la tensión entre los riesgos y las supuestas ventajas. Sin
embargo, esta ecuación es incoherente, ya que si nos centramos en algunos de
los pretendidos inconvenientes, la automatización de los asuntos humanos no
hará más que intensificarse. En realidad, la única cuestión político-jurídica
que deberíamos plantearnos es la siguiente: ¿dónde mantenemos todavía el
control y dónde ya no lo mantenemos? Y la proliferación de sistemas de IA precisamente
lo que hace es que cada vez tengamos menos control.
Y ahí es donde la ley europea de IA
se equivoca del todo al establecer una «escala de riesgos». Se trata de un
proyecto que, por ejemplo, pretende obligar a las empresas que desarrollan
sistemas generativos —que se alimentan de textos, imágenes y músicas de
Internet— a pagar derechos de autor. ¡Estamos locos! En vez de oponernos a esa
renuncia de nosotros mismos y al régimen de la indistinción, ¡estamos pensando
en distribuir la riqueza producida! El resto del texto es muy parecido.
Siguiendo en esta misma línea, el
gobierno francés ha nombrado un grupo de «expertos» en IA. Entre ellos se
encuentra, por ejemplo, Yann LeCun, que trabaja para Meta. Desde un punto de
vista legal y en una república ¡existe un conflicto de intereses!
Estamos repitiendo el mismo error, el
de una evaluación «por arriba», una práctica que se viene repitiendo desde
hace decenios y que ha acabado devastando los cuerpos, las mentes y la
biosfera. Por el contrario, quienes deberían manifestarse son los que sufren
las consecuencias de esta tecnologización, cada vez más enloquecida, en la
gestión empresarial, la escuela, el hospital, la administración, la justicia…
Tendríamos una comprensión de los fenómenos completamente diferente y la
sociedad podría decidir en conciencia.
Ha llegado el momento de abandonar
una visión estrictamente contable y a corto plazo de las cosas para
defender y celebrar los principios fundamentales que nos animan: el respeto a
la dignidad, la integridad y la creatividad humanas. En una época en que
celebramos constantemente lo vivo, es hora de honrar lo vivo que hay en
nosotros, de donde fluye todo lo demás. De lo contrario, veremos una humanidad
cada vez más ausente de sí misma.
Éric Sadin es escritor y filósofo francés, uno de los pensadores
actuales más importantes sobre tecnologías digitales. Dicta conferencias en
varios países del mundo y sus libros se han traducido a diversos idiomas.
Colabora de manera habitual en artículos de opinión en periódicos como Le
Monde, Libération, El País, Página/12, Corriere della Sera, Die Zeit, entre
otros. Ha publicado diferentes libros, el más reciente, Hacer disidencia. Una política de nosotros mismos (Herder Editorial, 2023).
*Texto aparecido originalmente en forma de entrevista en el diario
francés Le Figaro, realizada por
Alexandre Devecchio, el 16 de octubre de 2023.
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