Revista Nos Disparan desde el Campanatio Año V El urgente aprecio filosófico por el amor… Por Sergio Molina
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Fuente: https://www.culturagenial.com/es/tipos-de-amor/
Si está
implícitamente en el ser humano la tendencia al bien y crecer en virtud y
destreza, ¿por qué no aceptar que el acto amatorio y sus intervinientes pueden
y deben ser cada vez mejores? ¿Por qué la filosofía no da cuenta de los
recovecos del amor? Un repaso al amor y el Eros desde Platón a Byung-Chul Han,
pasando por Jean-Luc Marion.
Índice
Amar
bien y no repetir malas historias
¿Está
muriendo el amor sin haber sido descubierto?
La
apología actual del amor propio
Si
nosotros no hablamos del Eros, ¿quién lo hará?
El amor no se relega a una sola disciplina o a
una sola institución, no puede reducirse únicamente al romanticismo, a la
poesía o a la literatura. El amor es una dimensión humana. Sin embargo,
pareciera esquivo a la filosofía, como dice el filósofo francés Jean-Luc Marion
en El fenómeno erótico:
«Semejante abandono de la cuestión del amor
por parte del concepto debería escandalizar, tanto más en la medida en la que
la filosofía tiene su origen en el mismo amor y solo en él, ese gran dios. Nada
menos que su nombre lo atestigua: amor a la sabiduría».
Acto seguido, Marion se pregunta sobre el
acontecimiento de amar el conocimiento, amar conocer y amar lo
aprehendido. Todo lo material e inmaterial se hace asible al hombre. Sin
embargo, algunos aspectos del ser se dejan a la suerte para ser comprendidos,
desvirtuados o malinterpretados, por su complejidad, por indiferencia o, como
en el caso del amor, por limitarlo a la mera sensualidad.
¿Pensar algo que siempre da cuenta de ser
sentido? Se siente el amor cuando llega en forma de espasmo en la panza,
el beso, la caricia que emociona, el compromiso que atrae y asusta, cuando la
ausencia se siente, el adiós de lo amado aniquila. Entonces, si el amor es
acontecimiento, si es fundamento de todo quehacer humano, si es una dimensión
primordial de la persona, ¿por qué se hace tan tedioso o incomprensible hacer
de él una asignatura aprendida desde la niñez y que se testimonie en la
juventud?
El amor se practica a partir de la versión
repetida de lo que sucede afuera, de lo que hemos visto como espectadores
o lectores, de las novelas que nos recrearon en la recurrente sentencia de «y
fueron felices para siempre». Se practica con supuestos como la eternidad, la
felicidad y la evidencia permanente. La psicología ya nos ha advertido sobre el
estado peligroso al que conlleva idealizar al amor y al amante, la ciencia
repara en el estado hormonado y enfermizo de los deslumbrados amantes que
además se hace temporal, y la realidad nos habla de la inminente rutina. ¿Por
qué entonces la filosofía no da cuenta de los recovecos del amor?
El tan cultural hecho del amor, del que todos
nos sentimos maestros, perdedores o afortunados, además de tan deseable como la
salud y la riqueza, nos da bofetadas desafiantes sobre su eternidad. No
obstante, nos seguimos amando, por prestigio o miedo a la soledad; seguimos
buscando para amar y/o ser solo amados. El acopio popular dice que «de amor
nadie se muere», pero sí que los hemos visto a punto de dejar este mundo por su
opuesto el desamor, al límite de no encontrar en la lógica una explicación, en
la contrariedad por no poder hacer del otro u otra una propiedad.
En la praxis del amor a la ligera, hay una
paradoja que nos pasa factura si no la conocemos antes: aprendemos de la
desgracia y el fracaso amoroso, no antes de ello. Por eso, el desamor pudiera
ser un estado aprovechable en la medida que permita a la razón auscultar sobre
lo ocurrido. Eso es lo que llamamos experiencia. La consciencia sobre lo
acaecido y el hecho de asumir objetivamente todo acontecimiento.
En El banquete, de Platón, Erixímaco
propone a Fedro:
«Pienso, por lo tanto, que cada uno de
nosotros debe pronunciar un discurso, de izquierda a derecha, todo lo bello que
pueda resultar, y ofrecerlo en carácter de elogio de Eros».
Hay tanto que decir sobre el amor, pero no
antes de su praxis, si no luego de razonar sus cuestiones, sus matices: ¿en
qué consiste?, ¿a qué consecuencias conlleva?, ¿cuál es su propósito? y ¿a qué
responsabilidad me atengo? Déjate dar, buen amante, una instrucción por la
filosofía que pregunta desde siempre, para que al menos emitas una
hipótesis del amor y otra de tu amor.
Si el amor es acontecimiento, si es fundamento
de todo quehacer humano, si es una dimensión primordial de la persona, ¿por qué
se hace tan tedioso o incomprensible hacer de él una asignatura aprendida desde
la niñez y que se testimonie en la juventud?
Amar bien y no repetir malas historias
Si está implícitamente en el ser humano la
tendencia al bien y crecer en virtud y destreza, ¿por qué no aceptar que el
acto amatorio y sus intervinientes pueden y deben ser cada vez mejores? Desde
luego, habrá de adquirirse una experticia en el amor, un amante que, más allá
de aprender a seducir, sea capaz de entender lo que involucra decir «te amo»
sosteniendo su juramento en el tiempo, la cantidad de tiempo que sea.
¿Será mejor solo sentir qué pensar? Un
hedonista advenedizo se quedará en la sensación no razonada, esa que no dura y
luego deja sin sabor. Entonces, planteo que es mejor pensar la sensación. Ello
no es imposible; de hecho, puedo pensar un diamante y su destello (¿cómo se
produce y de dónde sale su brillo?). ¿Es posible también pensar una porción de
torta de chocolate? Desde luego, su sabor indescriptible entre el dulce y el
amargo, su densidad y cremosidad, si me hace bien o no comerlo, si como un poco
ya o todo de una vez.
Planteaba extrañeza Arthur
Schopenhauer por el desdén con que la filosofía trata el amor:
«En vez de asombrarse de que un filósofo trate
bien de apoderarse de esta cuestión cuyo tema parece estar reservado a todos
los poetas, más bien debería sorprenderlos que un asunto que representa en la
vida humana un papel tan importante no haya sido hasta ahora considerado por
los filósofos y se nos presente como materia nueva […] El amor, las mujeres y
la muerte».
La responsabilidad de invitar a la filosofía a
las cuestiones del amor recae sobre la humanidad sensual, únicamente atenta a
la sensación. Cuestiones que no empalaguen ni confiten la vida, cuestiones
que pongan al amante en su sitio entendiendo el fenómeno de enamorarse y el de
desenamorarse, pues los dos caminos conducen a entender de qué se trata aquello
de ser exclusivo y distinto con una o varias personas. El enamorado pocas veces
entiende su acontecimiento, no explica lo que siente o sintió por ese tedio de
pensar lo que a veces es pulsátil y novedoso.
Ahora bien, hay que advertir que no será
menester de la filosofía hacer tutoriales sobre el amor. La búsqueda de la
verdad amorosa es de cada quien, según la inquietud, apetito y cuestión sobre
el amor, mas nunca será un paso a paso que describa una técnica específica para
seducir. La filosofía debe recuperar el aprecio por el erotismo y por una
vivencia erótica que permita que el ser humano se reconozca como amante y amado
y establezca la diferencia entre tantas expresiones que intentan describir el
amor y no son más que denominaciones de apego y posesión. Como dice Marión,
«¿’Amor’? Suena como la palabra más prostituida».
No solo no distinguimos entre fraternidad,
solidaridad o caridad, sino que llamamos amor a cualquier cosa. Según la
escuela lacaniana, «amar es dar lo que no se tiene a quien no lo es» y ello
daría cuenta de la imperfección del amor no pensado que se practica porque sí,
haciendo del pseudoamante un actor irresponsable consigo y con el otro.
La búsqueda de la verdad amorosa es de cada
quien, según la inquietud, apetito y cuestión sobre el amor, mas nunca será un
paso a paso que describa una técnica específica para seducir
¿Está muriendo el amor sin haber sido
descubierto?
Aunque se pregone tanto, quizás estamos en el
preludio que menosprecie la esencialidad de Eros. Si la filosofía no alude
a conocer la verdad sobre el amor (sobre tu amor y ese amor),
hay más posibilidad de que el concepto se pierda luego de no pensarse, sentirse
ni celebrarse como dimensión humana.
En La agonía del Eros, dice Byung-Chul Han:
«El amor, entendido en el sentido fuerte que
una larga tradición histórica le otorga, está amenazado, tal vez muerto o en
todo caso enfermo».
Si relegamos el amor a la pareja, es decir, al
amor de alcoba, pudiéramos decir que este modelo está en crisis. Pero ni
siquiera por el amor como tal, sino por la falta del amor propio del que se ha
hablado vagamente y hasta confundido con la egolatría y la vanidad. Amarse para
salir a amar está bien, pero solo amarse para encapsularse es un sinsentido que
no cumple con el principal objetivo del amor de salir, asomarse, incidir afuera
con lo que se tiene concebido adentro.
Quizás se esté deformando su concepto y
praxis, pero aun y con ello queda el intento y la necesidad de aprender a amar. Ojalá
fuera una «urgencia de aprender a pensar el amor». Agrega Byung-Chul Han que
«no solo el exceso de oferta de otros conduce a la crisis del amor, sino
también la erosión del otro, que tiene lugar en todos los ámbitos de la vida y
va unida a un excesivo narcisismo de la propia mismidad». Un planteamiento
estremecedor expone que el amor «no existe»: desde luego, existen los amantes,
que lo hacen existir en la medida que sepan de lo que hablan y practican. Hacer
existir el buen amor es menester del ser humano y digo «buen amor» en la medida
de que este sea bello, virtuoso y pensado.
Amarse para salir a amar está bien, pero solo
amarse para encapsularse es un sinsentido que no cumple con el principal
objetivo del amor de salir, asomarse, incidir afuera con lo que se tiene
concebido adentro
La apología actual del amor propio
Muchos como Marion descartan el amor propio
como posibilidad o al menos no le dan tanta preponderancia. Para Marion es
casi imposible la reducción al amor propio, dado que espacialmente el amor
exige un aquí y un allá y que el amor a sí mismo solo
supondría un aquí que no admite preguntarse: ¿me aman?, ¿quién?,
¿desde dónde? La «reducción erótica», en palabras de Marion, es inquietante,
pero no del todo convencible.
Por el contrario, el personalismo habla de la
donación y plantea la simultaneidad de reconocerse, para, al mismo tiempo,
reconocer al otro que es tan igual como yo, es decir, mi valoración es un
requisito y estado simultáneo (no necesariamente previo) a amar al otro. Es
fundamental y primordial la cuestión posmoderna en cuanto a que si no me amo,
¿de qué amor daré cuenta en el intento de amar a otro?
No se hace peligroso el ejercicio actual de la
autoayuda que se aproxima a la consideración propia y a la valoración del
ser por sí mismo, no es una simbiosis intrascendente siquiera que la
automotivación allana el camino que puede haber olvidado la filosofía, así
sea a priori. Amarse a sí va de la mano de la imperante súplica filosófica
de «conócete a ti mismo» y, sin duda, hay que amar el conocernos.
Es fundamental y primordial la cuestión
posmoderna en cuanto a que si no me amo, ¿de qué amor daré cuenta en el intento
de amar a otro?
Si nosotros no hablamos del Eros, ¿quién lo
hará?
El amor se testimonia, al menos el buen
amor, ese después de pensado y aunque haya sido celebrado
inicialmente sin consciencia y trascendencia, sino con la sed de la mera
sensualidad. El testimonio amoroso requiere de una buena escuela con destacados
y profundos maestros, que bien pudieran ser el hogar, la concurrencia en los
sitios culturales o las instituciones que se avoquen al ejercicio de lo
ontológico.
El aprendiz del amor no será luego un
inconsciente difusor de un precepto no practicado y mucho menos de una
experiencia no razonada. El buen amante dirá: «Sé de lo que hablo y lo que hago
cuando amo, porque le conozco y amo lo conocido en la misma medida de que lo
comprendo». Como dijo Alcibíades en El banquete, «lo cual a ti te digo
Agatón, para que no te dejes engañar por este hombre [Sócrates], sino que,
instruido por nuestra experiencia, tengas precaución y no aprendas, según el
refrán, como un necio, por experiencia propia».
Tenido en cuenta lo anterior, no seamos
entonces necios y, a sabiendas de que la filosofía permite auscultar el amor,
terminemos siendo indiferentes y presos solo de la práctica, del ensayo,
del error. Vengan, pues, los que aman el conocimiento a dedicar buena parte de
su quehacer, a pensar y enseñar sobre el amor, los amantes, los amables y el
fenómeno erótico que no se hace ajeno o perjudicial al hombre; aprendan y
enseñen de amor, del bueno, bello y virtuoso amor, sea padre, hijo, sabio,
filósofo, plebeyo, ministro o feligrés; siempre demos testimonio y hagamos que
el amor exista.
Sergio Molina, de Medellín (Colombia), es
doctor en Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB),
investigador posdoctoral en la Universidad Pontificia de Salamanca, en la
Universidad Autónoma de Madrid y en la UPB. Miembro del grupo de investigación
Epimeleia, es autor de dos libros: Razonamórate. La importancia de pensar
el amor y Me voy, y columnista habitual en diarios de Colombia.
Fuente: FILOSOFÍA&CO
https://filco.es/urgente-aprecio-filosofico-por-el-amor/
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