Revista Nos Disparan desde el Campanario Año V El poder de los poderosos siempre procuró aplastar a los que no tienen poder… por Paulo Freire
El estado no puede ser tan liberal como a los liberales les gustaría que fuese. Es tarea de los partidos progresistas luchar a favor del desarrollo económico, de la limitación del tamaño del Estado. Este no puede ser un señor todopoderoso ni un lacayo cumplidor de las órdenes de aquellos que viven bien.
Los proyectos de desarrollo
económico no pueden excluir a las mujeres y a los hombres de la historia en
nombre de ningún fatalismo. Mi radicalidad me exige una absoluta
lealtad al hombre y a la mujer. Una Economía incapaz de programarse
en función de las necesidades humanas, que convive indiferente con el
hambre de millones a quienes todo les es negado, no merece mi respeto de
educador ni, sobre todo, mi respeto como persona. Y no me digan que “las
cosas son así porque no pueden ser diferentes”. No pueden ser de
otra manera porque, si lo fuesen, herirían el interés de los poderosos:
sin embargo, éste no puede ser el determinante esencial de la práctica
económica. No me puedo volver fatalista para satisfacer los intereses de los
poderosos. No puedo tampoco inventar una explicación “científica” para encubrir
una mentira. El poder de los poderosos siempre procuró aplastar a los que
no tienen poder. Pero, al lado del poder material siempre ha estado otra
fuerza, la fuerza ideológica, fuerza material también, reforzando aquel poder.
El avance tecnológico propicia con enorme eficacia el soporte ideológico al
poder material. Una de las tareas más importantes para los intelectuales
progresistas es desmitologizar los discursos post modernos sobre lo inexorable
de esta situación. Rechazo de forma vehemente tal inmovilización de la
historia. La afirmación de que “las cosas son así porque no pueden
ser de otra forma” es odiosamente fatalista pues decreta que la felicidad
pertenece solamente a los que tienen poder. Los pobres, los desheredados,
los excluidos estarían destinados a morir de frío, no importa si en el
Norte o en el Sur del mundo. Si el poder económico y político de los
poderosos desaloja a los débiles de los mínimos espacios de su
pervivencia, no es porque así deba ser. Es preciso que la debilidad de
los débiles se transforme en una fuerza capaz de instaurar la justicia.
Para ello es necesario un rechazo definitivo del fatalismo. Somos seres
de transformación y no de adaptación. No podemos renunciar a la lucha para
el ejercicio de nuestra capacidad y de nuestro derecho a y a romper sin
el cual no podemos reinventar el mundo. En este sentido insisto en que la
Historia es posibilidad y no determinismo. Somos seres condicionados pero
no determinados. Es imposible entender la Historia como tiempo de
posibilidad si no reconocemos al ser humano como un ser de decisión y de
ruptura. Sin este ejercicio no es posible hablar de ética.
Fuente: Bloghemia
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