Revista Nos Disparan desde el Campanario Año V … Una radiografía crítica de la economía peronista por Claudio Belini

 





 

 

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Inauguración del gasoducto Comodoro Rivadavia – Bs. As.

 

 

A CONTRACORRIENTE

Una revista de estudios Latinoamericanos

 

Una radiografía crítica de la economía peronista.

El Colegio Libre de Estudios Superiores y los cursos de economía Argentina de 1940 y 1950

Claudio Belini

Universidad de Buenos Aires

 

Introducción

Las relaciones entre los intelectuales y el peronismo han sido objeto de renovado interés en la historiografía. No obstante, todavía conocemos poco sobre los vínculos entre los expertos en economía y el gobierno de Juan Domingo Perón, en parte por la perduración de una interpretación según la cual poco después de la puesta en marcha de políticas peronistas favorables a la industrialización y el mercado interno, las controversias económicas cesaron. Por el contrario, la adopción de las políticas peronistas fue seguida de una importante discusión por lo menos hasta comienzos de la década de 1950 cuando el gobierno de Perón asumió formas autoritarias y la libertad de prensa fue restringida. En este artículo me propongo analizar las posturas críticas que un grupo reducido de especialistas, mayormente vinculados al campo de las izquierdas, presentaron en una institución que agrupaba a intelectuales y dirigentes políticos opositores al peronismo: el Colegio Libre de Estudios Superiores (CLES). Fundado en 1930, el CLES se propuso construir un espacio de formación profesional autónomo frente a la universidad pública. En 1950, esta institución organizó el Segundo Curso de Economía Argentina que se constituyó en una ocasión para realizar una revisión crítica de las políticas peronistas y del estado de la economía argentina. El evento tuvo lugar en el contexto de crisis de balanza de pagos de 1949, que puso al descubierto problemas estructurales y macroeconómicos que perdurarían durante los años cincuenta y sesenta. El análisis se basa en las intervenciones realizadas en la reunión de 1950 y el contrapunto con el primer curso de 1940. A propósito de ello, este trabajo reflexiona sobre cómo fueron percibidos los cambios de la economía argentina durante ese decenio clave, así como las transformaciones que se produjeron en el interior del CLES durante los primeros años del peronismo. Sostenemos que el análisis de la cuestión económica por parte del Colegio se fue transformando durante los años cuarenta. Inicialmente, el Colegio se propuso convertirse en foro de expresión de expertos en el tema convocando a empresarios, policymakers, ingenieros y economistas de diversas corrientes ideológicas. En la segunda mitad de los años cuarenta, con el surgimiento y consolidación del peronismo, el CLES asumió posturas más definidas y un perfil ideológico que abrevaba en el campo de las izquierdas en lo que se refiere al tratamiento de los problemas económicos. Contrariamente a lo que se ha afirmado sobre las actividades del CLES, sostenemos que el curso de 1950 estuvo lejos de ser un evento “académico” y “despolitizado”. Este trabajo permite matizar las interpretaciones que han enfatizado el antiperonismo como el principal (sino único) elemento aglutinador, y se propone contribuir a una interpretación más compleja sobre esta experiencia cultural y política.

Como se sabe, el CLES no constituyó un grupo ideológicamente homogéneo. Por cierto, se ha insistido en que lo que unificaba a sus miembros fue su postura liberal y la oposición a los gobiernos neoconservadores en los años treinta, y en la siguiente década, su identidad antiperonista. Si bien el CLES no se conformó como una institución especializada en el estudio de los problemas económicos, manifestó interés en estudiarlos. A principios de la década de 1940, avanzó en su institucionalización gracias a la obtención de la personería jurídica. Entonces, se propuso como misión la formulación de un programa de reformas para la Argentina de posguerra. El Colegio alentó la circulación de economistas, ingenieros y empresarios, creando un nuevo espacio para el debate como la Cátedra Lisandro de la Torre de Economía Argentina. Estos expertos no lograron en 1940 (ni tampoco diez años más tarde) participar en los equipos económicos del estado. Por cierto, esa distancia les permitió conservar el papel de observadores y analistas frente a las dos coyunturas de crisis: la que tuvo lugar a comienzos de la década de 1940 y generó como respuesta el Plan Pinedo, y la crisis de balanza de pagos de 1949 que inauguró una nueva etapa de la economía argentina en la posguerra. Si bien el golpe militar de 1943 y el ascenso del peronismo catapultaron a otros grupos (nacionalistas, social-católicos y, en menor medida, radicales) a la conducción de la política económica, quienes integraron el Colegio ejercerían un papel central en la discusión de los problemas económicos del periodo. Sus diagnósticos y propuestas tuvieron una larga proyección en el campo de las controversias económicas de la época, y prolongaron su influencia a través de varios emprendimientos editoriales como la “Biblioteca de Estudios Económicos” dirigida por Luis Reissig y publicada por la Editorial Losada en los años cuarenta y la “Biblioteca Manuel Belgrano” que, bajo el sello Raigal y la dirección de Ricardo Ortiz, publicaría varios estudios en el decenio siguiente. El artículo se organiza en cuatro apartados. El primero indaga el antecedente del primer Curso de Economía Argentina realizado en 1940. El análisis del contexto en que se organizó el segundo curso en 1950, así como sus características principales es abordado en el segundo apartado. La tercera parte estudia los diagnósticos que se presentaron en torno a dos dimensiones básicas de la economía argentina: el avance del proceso de industrialización y la cuestión agraria. Las repercusiones del evento en el espacio público son objeto de análisis de la cuarta parte. Finalmente presentamos algunas conclusiones.

 

1.      La Guerra y el primer curso de Economía Argentina de 1940

 

El Colegio nació en el contexto de la doble crisis política y económica de los años treinta, lo que alentó el interés de la institución por los problemas económicos. Las primeras conferencias sobre esos temas, que luego se publicaron en Cursos y Conferencias, tuvieron lugar durante los años de la Gran Depresión. Federico Pinedo, Alberto Hueyo y Alejandro Shaw publicaron artículos referidos a la cuestión monetaria y los proyectos de creación del Banco Central, la política fiscal ortodoxa del primer año del gobierno de Agustín Justo, y las repercusiones sociales de la crisis respectivamente. Según Nállim, la participación de estos miembros de la elite dirigente estuvo vinculada a los conocimientos que poseían en el campo económico. Al mismo tiempo, se destacó la participación de expertos en economía vinculados a las izquierdas: Augusto Bunge publicó, entre 1932 y 1938, varias notas sobre la organización económica en la Unión Soviética y la cuestión del petróleo en la Argentina; Félix Weil analizó el impuesto a los réditos y el problema de la “economía dirigida”; y el dirigente comunista Paulino González Alberdi publicó varios ensayos sobre los efectos de la crisis mundial y el Pacto Roca-Runciman. La cuestión económica reapareció con la breve recesión de 1938. Los cursos trataron el tema del desarrollo industrial y el problema de los puertos, y fueron dictados por los ingenieros Adolfo Dorfman y Ricardo Ortiz, este último una figura central en el lugar que las cuestiones económicas tendrían en la vida del Colegio. Como recordaría después Reissig, el interés despertado por estas charlas fue muy menor. Sólo treinta asistentes contrastaban con un promedio de 1500 entre 1938 y 1939. A pesar de la escasa repercusión, ambos ingenieros se vincularon estrechamente con el CLES, de forma tal que poco después se convirtieron en miembros del Consejo Directivo. El estallido de la Segunda Guerra Mundial amenazó con provocar una grave crisis en Argentina debido al cierre del mercado europeo continental para los productos agrícolas, la menor disponibilidad de fletes y su alto costo. A pesar del avance del sector industrial desde 1930, la economía argentina seguía siendo muy dependiente del sector primario pampeano y del comercio exterior. Por ello, la coyuntura inicial alentó las controversias sobre el perfil de una economía especializada en la exportación de productos primarios. En ese contexto, se inauguró el Curso de Economía Argentina. No fue éste el primer curso colectivo, una modalidad inaugurada en 1939, pero con organizado sobre el Siglo XIX, marcó una experiencia inédita por su extensión y por el número de asistentes, que trepó a unos 8028, un nivel muy superior a los 1390 concurrentes en el año previo. Al inaugurar el curso, Reissig explicitó sus propósitos: “El estudio de nuestra economía es el problema primario de nuestra organización nacional. Saber qué poseemos, cómo debemos explotarlo, transformarlo, acrecentarlo, comercializarlo”. Esta primera experiencia se focalizaría en realizar un amplio balance del desarrollo económico del país, excluiría “la crítica a los problemas”, una tarea que se proponían realizar en los cursos sucesivos.

El primer curso de Economía Argentina contó con sesenta conferencias a cargo de igual número de especialistas, superando a todos los otros cursos dictados ese año: “Siglo XIX”, que contó con cincuenta y nueve conferencias dictadas por 29 profesores; “Freud y el Freudismo”; y “Centenario de Luis Vives”. Las temáticas abordadas abarcaron la producción agrícola, la ganadería, la industria, la minería, los servicios públicos, los transportes, el comercio interior y externo, la población, el trabajo, las finanzas y la intervención del estado. La mayoría de los disertantes eran destacados profesores universitarios como Federico Daus, Bernandino Horne, Eduardo Coghlan, Adolfo Dorfman, Carlos Luzetti, Ricardo Ortiz, Juan Tenembaum y Juan Guaresti. También participaron cuadros medios de la burocracia estatal como Rafael García Mata y Carlos Moyano Llerena (Junta Nacional del Algodón), José María Cabral y Luciano Catalano (Dirección General de Fabricaciones Militares), Ovidio Schioppetto (Ministerio de Agricultura), José Figuerola (Jefe de Estadística del Departamento Nacional del Trabajo) y el propio Ortiz (Jefe de la Dirección Nacional de Navegación y Puertos). A ellos se sumaron políticos como el demócrata progresista Juan José Díaz Arana, el socialista obrero Augusto Bunge y el radical Arturo Frondizi. Finalmente, integraron el cuerpo de invitados varios empresarios como Alejandro Shaw, presidente de la Confederación Argentina del Comercio, la Industria y la Producción (CACIP) y miembro del Grupo Tornquist; Armando Ulled, un empresario textil; el ingeniero José Muro de Nadal, presidente de la Cámara de Grandes Tiendas; y Guillermo Leguizamón, ex miembro de la misión que había negociado el Pacto Roca-Runciman con Gran Bretaña en 1933 y presidente de los ferrocarriles Oeste y Buenos Aires al Sud. Como se observa, el perfil ideológico de los conferenciantes era variado; desde intelectuales cercanos al Partido Comunista, como Ortiz y Dorfman, hasta los vinculados a los grupos social-católicos como Coghlan, García Mata, Luzetti, Moyano Llerena y Figuerola, todos ellos miembros de la Revista de Economía Argentina. Entre ambos extremos del arco ideológico se sumaban miembros de la elite económica como Shaw y Leguizamón. La heterogeneidad ideológica de los conferencistas podría interpretarse como consecuencia del propósito del CLES de integrar a especialistas en cada materia. Sin embargo, esta interpretación, esconde dos problemas. Por un lado, las diferencias ideológicas no coincidían totalmente con los ejes de las polémicas económicas de la época. Así, por ejemplo, izquierdistas y social católicos coincidían en propiciar la diversificación de la estructura productiva y la industrialización. Por otra parte, es claro que esta pluralidad era una característica del CLES como espacio intelectual. En efecto, aún antes del surgimiento del peronismo, se trataba de una empresa ideológicamente diversa. Una preocupación fundamental en el curso de 1940 fue la crisis que afrontaba el comercio exterior, temáticas que merecieron la atención de dos conferencistas: Leguizamón y Schioppeto. El empresario anglo argentino presentó con crudeza las dificultades de la coyuntura marcada por el cierre del mercado de Europa continental y el bloqueo alemán a Gran Bretaña. Mercados perdidos y otros empobrecidos amenazaban con provocar una profunda crisis en la Argentina. Para atenuarla, Leguizamón propuso conceder a Londres un generoso crédito para la compra de los productos argentinos y, al mismo tiempo, alentar la búsqueda de nuevos mercados, principalmente el estadounidense. Empero, no podía esperarse que aquel mercado sustituyera al británico o al europeo, por la competencia entre ambas economías como productoras de cereales. Por ello, la salida inmediata era lograr financiamiento de Estados Unidos para la adquisición de equipos y manufacturas de ese país. En el mediano plazo, confiaba en que a través de “acuerdos políticos-económicos”, Argentina lograra abrir el mercado estadounidense para equilibrar su comercio bilateral. En ese punto, coincidía también Schioppeto. Para él las dificultades bilaterales continuarían un tiempo más. Esperaba que la posguerra trajera novedades en ese plano ya que una Europa empobrecida, no podría ofrecer un buen mercado para Estados Unidos, obligándolo a considerar otros destinos como la Argentina. Esta interpretación era compartida por el ministro de Hacienda Federico Pinedo para quien un mercado de 130 millones de habitantes permitía pensar en una reorientación exitosa del comercio exportador argentino. Sin embargo, apartándose del tono pesimista que tenía el análisis de Pinedo sobre las oportunidades que abriría la posguerra a la economía argentina, Schioppeto sostenía que no se producirían cambios en la dirección del comercio exterior: Las grandes naciones manufactureras necesitan vender sus productos y es necesario que tengan disponibilidades de pago las naciones a quienes se destinan y para que tengan esas disponibilidades deben cobrarles. Por ello dentro de esta situación precaria y tan difícil no debemos perder el optimismo; seguiremos vendiendo a Europa y seguiremos vendiendo a Estados Unidos cada vez más. La posición de Schioppeto era excepcional porque, en los círculos económicos, las perspectivas sobre la posguerra eran pesimistas y porque comenzaba a tomarse debida nota de las transformaciones estructurales asociadas a la industrialización. Nadie lo expresó con mayor claridad como Raúl Prebisch quien, en la memoria del Banco Central de 1942, advirtió que el comercio exterior, estaba siendo reemplazado por el mercado interno como motor del crecimiento, a menor ritmo pero igualmente efectivo. Frente al derrumbe de la demanda externa quedaba como alternativa el mercado doméstico. El tema fue abordado por Shaw, un empresario cercano a las posiciones mercado-internistas de Bunge. Para Shaw era imprescindible poner en marcha políticas económicas activas ya que consideraba que el mercado interno “abandonado a sí mismo no crecerá.”  En línea con lo planteado por los socialcatólicos, Shaw rechazaba la fórmula del incremento de los salarios ya que “nos llevaría a la fórmula fatal y engañosa de la inflación”. En cambio, había que aumentar la capacidad de compra mediante una reducción de los impuestos sobre los artículos básicos, liberando así capacidad de consumo para las manufacturas. Otras vías efectivas, serían la obra pública que permitiera estabilizar el trabajo y la mejora de la vivienda popular. Con todo, la propuesta de Shaw no se inscribía totalmente en las posturas mercado-internistas. Si bien creía en la potencialidad del mercado local, pensaba que era imposible reemplazar el motor de la demanda externa. En el prólogo de un libro escrito por encargo de la CACIP, Shaw señaló que la riqueza principal del país “habrá de residir, mañana como ayer, en el suministro de materias primas esenciales o no, para el bienestar de los hombres”. Ello no significaba renunciar a la industrialización pero sí a la autarquía. Siguiendo a Bunge, la solución era la formación de un bloque sudamericano: “El mercado interno no basta para absorber nuestra producción actual y la potencial; nuestra producción, a su vez, no cubre todas nuestras necesidades. Pero cuantos más mercados internos se asocien o vinculen, menor será la presión de los muros que ahogan”. Si el sector primario exportador continuaría siendo central en la posguerra; ¿cómo se observaba el futuro del agro pampeano? En gran medida, el tema quedó subordinado a otro problema que, desde los inicios de la gran agricultura exportadora a fines del siglo XIX, era objeto de controversias: el régimen de la tierra. A esta cuestión se dedicaron las intervenciones de Bernardino Horne y Eduardo Coghlan. El primero, dirigente radical y especialista en temas agrarios, sostenía que la definición de ese régimen determinaba el desenvolvimiento de la producción y el progreso de los productores. A lo largo de su historia la Argentina había carecido de una política de tierras definida, creando la paradoja de que en un país “que basa todo su poderío en lo que produce el campo, los productores que realizan esa riqueza viven en la miseria y son la victima indefensa de todos los especuladores, en tierras, en granos y en trabajo humano”. Para Horne era imprescindible introducir un límite al principio de la propiedad privada, mediante una legislación que convirtiera el productor en propietario, asegurando así su prosperidad y la de la agricultura. La intervención eficiente del estado era fundamental a través del fomento de cooperativas, la asistencia crediticia y la educación de los “campesinos”. La formación de una clase agraria independiente le parecía pues “la principal aspiración” de la Argentina. Una radiografía crítica de la economía peronista.

La postura de Coghlan coincidía con Horne al sostener que la sanción de una legislación agraria que “proteja en todas sus fases, el trabajo y la propiedad agraria” era la “llave maestra” del problema agrario. Pero se distanciaba en dos planos. En primer lugar, por su apoyo al proyecto de Colonización Rural presentado en el Congreso que se focalizaba en la distribución de tierras fiscales. En segundo lugar, Coghlan compartía la crítica al latifundio, pero reconocía su papel positivo en el desarrollo agroexportador. La gran estancia permitía la producción agrícola y ganadera a gran escala, algo que era esencial para abastecer la demanda internacional. Sin embargo, pensaba que el estancamiento de las exportaciones y el cierre de mercados obligaban a “estructurar nuestra economía mirando más hacia adentro que hacia afuera”. Era imprescindible desarrollar el mercado interno mediante “un fraccionamiento de la tierra, que busque arraigar al campesino a la misma, que está en su poder adquirir”. La crisis mundial y los problemas del agro pampeano ayudaban a presentar a la industrialización como un sendero promisorio. El tratamiento de la cuestión estuvo a cargo de varios especialistas entre los que se destacó el ingeniero Dorfman. Su intervención se organizó en torno a la pregunta sobre si la Argentina llegaría a ser un país industrial superando la etapa pastoril y agrícola. Para responder a ese interrogante, Dorfman partía de constatar que la industria había sido el sector más dinámico en el último cuarto de siglo. El dato era acompañado por una postura muy moderada sobre el desempeño futuro de la economía local que, vertida por quien muy pronto se convertiría, con la publicación de su Evolución de la Industria Argentina en el padre fundador de ese campo de estudios, contrastaba con su interpretación sobre ese pasado y con las propuestas implícitas que se desprendían de esa historia. Dorfman alertaba sobre el tamaño del mercado doméstico “que opone vallas a un crecimiento demasiado intensivo, llegándose rápidamente a la superproducción”. Si la demanda interna estaba limitada por la escasa población y la desigual distribución del ingreso, los empresarios debían promover la fabricación para el mercado interno como a la exportación. La diversificación de la economía local descansaría en la intensificación de las relaciones comerciales con los países de América, incluyendo los Estados Unidos. Esta postura lo alejaba de la sostenida por los discípulos de Bunge quienes proponían un amplio programa de reformas tendientes a alentar la capacidad de consumo local y lo acercaba al diagnóstico presentado por Pinedo y Prebisch desde el estado. Para Dorfman, el auge industrial se debía más a razones coyunturales que a políticas estatales. Por lo tanto, era imprescindible proteger al sector de la competencia externa cuando ésta se reanudara, implantar un sistema de crédito industrial, y promover la formación de obreros y técnicos capacitados. En conjunto, el curso colectivo de 1940 ofreció una serie de intervenciones muy atentas a los legados de la historia económica del país, pero igualmente abiertas a los nuevos senderos que parecían abrirse en los años iniciales de la Segunda Guerra Mundial. Es claro que estas intervenciones no conformaban un proyecto común, en parte porque el dictado del curso estuvo a cargo de un grupo heterogéneo de conferencistas; no todos ellos pertenecían al CLES y su presencia se debía menos a sus propuestas que al reconocimiento de su expertise. La repercusión del curso de 1940 se prolongó más allá incluso de la publicación de las conferencias en los seis volúmenes de Cursos y Conferencias. En 1942, bajo la dirección de Reissig, se publicó el primer volumen de la “Biblioteca de Estudios Económicos” de la Editorial Losada: Política agraria y regulación económica de Horne. Como sostuvo Reissig se trataba de la primera colección en su tipo en el país. Por ello, la “Biblioteca de Estudios Económicos” perseguía alentar el estudio de la economía y, al mismo tiempo, crear “el cuerpo de lectores que el país necesita para la vigilancia y progreso de esa disciplina”. Más allá de estos objetivos, la colección permitió una definición más precisa de las propuestas de los miembros del CLES. En efecto, apartándose de la experiencia del curso, los volúmenes publicados pertenecían a miembros activos del Colegio o a expertos muy cercanos, todos ellos vinculados al campo de las izquierdas. Al libro del radical Horne, siguieron los estudios de Dorfman, Evolución industrial argentina (1942); Ortiz, Valor económico de los puertos argentinos (1943); el economista Homero Baptista de Magalhaes, Argentina-Brasil. Sentido de sus relaciones económicas (1945); los socialistas Juan Tenembaum, Orientación económica de la agricultura argentina (1946) y Enrique Dickmann, Población e inmigración (1946). La saga se interrumpió en los primeros meses de la posguerra, pero en un escenario político y social muy diferente al de 1940. En efecto, los miembros del CLES se enrolarían en la oposición a la candidatura de Perón. En el anteúltimo libro de la colección, publicado en abril de 1946, el director auguró: Cuando la Argentina haya ingresado ‘in totum’, en el dicho y en el hecho, a la comunidad democrática internacional, problemas como el que analiza este libro serán de viva actualidad. Habrá llegado la hora del balance y de la construcción, que serán posibles gracias a la documentación precisa y al juicio ponderado de quienes han seguido, como el ingeniero Tenembaum, el proceso de desarrollo de nuestra agricultura y su relación económica y social (…) Su tesis coincide con el pensamiento político que ha de privar en la etapa de la democracia progresista. El mundo se abre a una sucesión de profundas reformas, entre las cuales la agraria y la industrial tendrán que ocupar un puesto de vanguardia en el desarrollo del mundo nuevo. El libro viene a tiempo. Sin dudas, el libro llegaba a tiempo, pero ni el contexto político ni las transformaciones económicas y sociales a las que el país asistiría durante el peronismo, serían las mismas que el secretario del CLES imaginaba. Quienes participaban del CLES y de su Cátedra de Economía Argentina volverían a ser espectadores y críticos rigurosos del proceso económico que se iniciaba.

 

2.      La crisis de 1949 y el curso de 1950

A finales de la década de 1940, la economía argentina enfrentó una nueva crisis. Se trataba de una aguda crisis de balanza de pagos, provocada por la caída de los precios internacionales de los productos primarios, el estancamiento del volumen de las exportaciones y la agudización de la inflación. Fue la primera de una serie de crisis del sector externo que marcarían el comportamiento de la economía argentina durante más de veinte años, y serían caracterizadas por los economistas como ciclos de stop and go.  En ese contexto, el CLES organizó un nuevo curso sobre economía argentina. En una década se habían producido importantes transformaciones que por cierto no se limitaban a la economía. El ascenso del peronismo, un movimiento político alentado desde el estado que movilizó a vastos sectores populares, se tradujo en un clima de tensión social y polarización política. Como ha señalado Romero, se trató de un conflicto cultural, que se expresó en el enfrentamiento entre “el pueblo” y la “oligarquía”; lo nacional y popular frente a la “antipatria”. El campo intelectual no resultó ajeno a estos procesos, de forma tal que se vio marcado por el enfrentamiento entre peronismo y antiperonismo. El CLES había integrado el núcleo de instituciones que en 1945, apoyó a la Unión Democrática y al programa liberal progresista de algunos integrantes de esa coalición. Los análisis sobre el CLES durante el peronismo, suelen poner el acento en el papel que la entidad tuvo como “refugio” para los intelectuales antiperonistas. Retomando la representación que sus miembros construyeron se ha sostenido también que el CLES se convirtió en una “universidad paralela”, con la integración de algunos de los profesores expulsados de las universidades públicas a comienzos del gobierno peronista y la incorporación de estudiosos extranjeros que como Gino Germani veían limitada su actuación en la universidad pública. Por otra parte, el creciente control que el gobierno de Perón ejerció sobre la actividad opositora y las libertades públicas, condujo a un retraimiento de la institución. Para 1950, el CLES había visto mermar el número de asistentes a sus cursos y también su actividad en el interior donde sólo sobrevivían las filiales de Rosario y Bahía Blanca. Neiburg ha sostenido que fue entonces cuando las actividades del CLES asumieron “características acentuadamente menos políticas y más escolares”. El cambio habría tenido como norte “la despolitización de sus actividades, la necesidad de que, por lo menos en apariencia, ellas tuvieran un carácter más académico o pedagógico que el que habían tenido en los años anteriores”. Tomando distancia de esta interpretación, creemos que el curso de 1950 muestra una evolución diferente. El CLES no sólo no renunciaba a pensar un proyecto de país, sino que definiría con mayor precisión su posición frente las transformaciones producidas durante el peronismo, puntualizando sus sombras y luces. El Curso de 1950 implicó pues una rigurosa intervención en el debate económico de la época, que a diferencia del realizado en 1940, no se limitó a presentar un balance de esa cuestión sino que definió propuestas. Y si bien puede pensarse que esa mayor definición fue una de las causas de la renuncia de un grupo de intelectuales comunistas al CLES en 1952, ese primer análisis de la economía peronista ofreció una interpretación perdurable sobre sus debilidades. Organizado por la Cátedra Lisandro De La Torre, bajo la dirección de Ortiz, el curso sería dictado por nueve especialistas quienes pronunciarían un total de diez conferencias. Todas ellas serían publicadas en Cursos y Conferencias, entonces bajo la dirección de Arturo Frondizi, un destacado dirigente de la intransigencia radical y notable analista económico. Ortiz inauguraría el curso con una interpretación de los cambios en la economía argentina reciente y se encargaría en otro encuentro del problema de los transportes; Horacio Giberti abordaría la cuestión de la producción agrícola y ganadera; Andrés Ringuelet el problema del régimen de propiedad de la tierra; Teófilo Barañao la cuestión de la tecnología en el agro pampeano; Samuel Gorbán, el sector manufacturero; Bruno Defelippe, la energía; Carlos Alberto Erro, los problemas demográficos, y Germani, las transformaciones sociales durante la década de 1940. Como se observa, el curso de 1950 tenía un perfil muy distinto al realizado una década antes. No sólo se trataba de un evento más pequeño, sino que estaba protagonizado exclusivamente por expertos y ex profesores de las universidades públicas. En cambio, ningún empresario ni funcionario público formaba parte del grupo de conferencistas. Por otro lado, la mayoría de ellos compartían un perfil ideológico más definido que los expositores de 1940. Casi todos podían inscribirse en el campo de las izquierdas, desde las posturas cercanas al Partido Comunista (Ortiz y Giberti) hasta los ligados con la intransigencia radical (Ringuelet), pasando por quienes tenían mayor afinidad con el Partido Socialista como Germani. Nada de esto pasaría desapercibido, ni en la interpretación que presentarían sobre la economía argentina, ni en sus implicancias políticas. En la inauguración, Ortiz expuso una interpretación sobre la historia argentina marcada por un fuerte determinismo económico. En efecto, las transformaciones en la esfera material y, sobre todo, en el ámbito de las economías industrializadas, constituían las claves explicativas de los cambios sociales y políticos. En su cronología, la crisis de 1890 ocupaba un lugar destacado como una coyuntura de enfrentamiento entre una clase industrial surgida de la gran expansión exportadora y la clase terrateniente que finalmente había abortado la rebelión que derrocó al presidente Juárez Celman. Entonces, había comenzado un período donde la clase dirigente y la burguesía agraria se transformaba “desembozadamente en irreconciliable enemigo de la manufactura local.” Consolidado el perfil de la economía agroexportadora, refundado en la exportación de carnes y cereales, permitiría a esa clase “ceder” el poder a través de la Ley Sáenz Peña, para recuperarlo por medio de la fuerza en 1930. El Pacto Roca-Runciman de 1933 expresaba los intereses de un sector de la clase terrateniente pero al mismo tiempo abría una etapa marcada por la inversión extranjera en la industria (la nueva forma de penetración imperialista) que era la verdadera fuerza propulsora del cambio en la estructura económica. Esa transición se había dado sin que el estado impulsara cambios institucionales ni en las políticas económicas. Las transformaciones económicas habían propiciado cambios en el orden político y estatal. Ese era el origen del peronismo. El país – como gran parte de América Latina– padeció un movimiento pendular hacia la derecha. El ciclo contemporáneo, inaugurado por el golpe militar de 1943, culminaría en 1949 con la sanción de la nueva Constitución que venía a consagrar los principios del nuevo sistema; marcado por su acción social y su “propósito de orientar de manera definida a la economía”. Para Ortiz, el curso se proponía no solo alentar el interés de los especialistas en cuestiones económicas sino proponer metas colectivas y difundirlas en el espacio público. Sin embargo, se distinguía del evento de 1940 en que no se buscaba integrar sólo a círculos gubernamentales o de especialistas (¿se refería así a la ausencia de burócratas y de dirigentes empresarios?) sino de la ciudadanía “cuya idoneidad ha sido perfeccionada en la discusión pública”.

 

3.      Los problemas de la economía semi-industrializada y el estancamiento agrario.

 

Dos fueron las dimensiones centrales abordadas en el curso de 1950: el problema agrario y el desarrollo industrial. El régimen de la tierra y la producción primaria ocuparon, como en 1940, la atención de varios especialistas, en tanto que la cuestión industrial fue analizada por un solo estudioso. A diferencia del curso de 1940, el problema del comercio exterior tuvo un lugar secundario, tal vez porque los conferencistas de 1950 consideraran que esa marginalidad estaba justificada por la evolución de la economía argentina. Varios de ellos entendían que una orientación mercadointernista era auspiciosa. Teniendo en cuenta la crisis del sector externo, el tratamiento marginal de la cuestión revelaba el avance del pesimismo exportador. El análisis de la cuestión agraria partió del estudio del régimen de propiedad de la tierra, que fue abordado por un especialista de posiciones progresistas: Andrés Ringuelet. Este ingeniero censuró el cambio de enfoque de Perón, que había pasado de sostener la reforma agraria y el principio de la tierra para quien la trabajaba durante la campaña presidencial de 1946 a propiciar, una vez en el gobierno, el uso más eficiente de ese recurso pero olvidando las consignas previas. En su opinión, el uso demagógico de las consignas había introducido temores sobre soluciones como el cooperativismo y la reforma agraria. El ingeniero agrónomo condenaba el principio de la propiedad privada ya que implicaba admitir “el libre juego de la especulación” y, por la dinámica del mercado, la concentración de la tierra en pocas manos. Por lo tanto, rechazaba la legislación que buscara proteger a los pequeños y medianos productores, como la propuesta por los social católicos: Nunca dejará de ser la tierra agrícola un bien de renta si por darla en propiedad no puede impedirse el derecho de disponer comercialmente de ella. Y lo paradójico es que la propiedad privada de la tierra lleva, fatalmente, al latifundio (execrado por todos) y al feudo (temido por todos), ambas formas típicamente antisociales. O al otro extremo, el minifundio, que es la negación del progreso de la técnica y que es el mejor impedimento al bienestar del agricultor como el mayor inconveniente a la conservación del suelo. La propuesta era avanzar hacia el otorgamiento de la posesión de la tierra a los productores, pero negándole el derecho de propiedad. Claro que la verdadera solución sería la eliminación de la propiedad privada y de la tierra agrícola (no de la propiedad urbana) como medio de producción y bien de renta. Con esta postura se apartaba del principio de la “función social de la propiedad privada” que el peronismo acababa de consagrar en la reforma constitucional. En suma, Ringuelet compartía el consenso crítico frente al latifundio y al régimen de tenencia de la tierra, marcado por la preponderancia del arrendamiento. Sin embargo, sus propuestas iban más allá de las posiciones reformistas hasta configurar un programa de transformación estructural. Otra dimensión clave abordada en el curso fue el estancamiento de la producción cerealera y su vinculación con una de las dimensiones más polémicas del peronismo: la nacionalización del comercio exterior. En realidad, para Giberti, los agricultores habían visto deteriorar sus ingresos desde la Gran Depresión. El mayor deterioro de los precios agrícolas en relación a los industriales se había producido primero durante la Guerra y luego por las políticas del Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI). No obstante, el análisis de las políticas de comercialización permitía al autor sostener que la captación de una parte de la renta agraria por el estado era una tendencia que se había iniciado antes del peronismo. La consecuencia era la crisis agraria y la expulsión de población del campo a la ciudad. Pero a diferencia de las posturas sostenidas por los liberales, Giberti no impugnaba la intervención estatal sobre el comercio de los granos. Por el contrario, creía debía perfeccionarse, ofreciendo precios razonables para hacer frente a la renovación de los equipos y mejorar los ingresos de los chacareros. Entre otros instrumentos, proponía la fijación oficial de precios con antelación para alentar la producción –una medida que el peronismo adoptaría en 1952-, la mejora de la calidad y productividad, la modernización de la infraestructura comercializadora y el fomento de cooperativas de productores. En suma, había que reducir los costos como una forma de mantener los mercados. Si no se avanzaba en ese plano, las alternativas para alentar la producción eran la devaluación monetaria o el subsidio estatal. Los problemas de la producción agraria no se limitaban a los precios y mercados. La participación de Barañao, un especialista en tecnología agrícola, mostró el interés del CLES por analizar integralmente la cuestión agraria. A la hora de explicar el estancamiento de la producción y las exportaciones, Barañao sostenía que la causa fundamental residía en el retraso tecnológico. La agricultura argentina había sido, desde sus orígenes, una producción “extensiva y mecanizada”. Dada la difusión del arrendamiento agrícola, la mecanización se había concentrado en las chacras, y al empleo de arados, rastras, sembradoras, segadoras, cosechadoras y “unos pocos tractores”. El avance de este proceso se había detenido como consecuencia de la crisis de 1929; no lograría reiniciarse hasta la segunda posguerra y solo entonces de manera limitada debido al encarecimiento relativo de los equipos. El caso más dramático era el lento avance de la tractorización: “un chacarero podía adquirir en el año 1924 un tractor de 30 cv, en el motor, por el importe equivalente de 300 a 400 bolsas de trigo; la misma unidad tiene hoy un equivalente de 1.564 bolsas”. Este dato, que mostraba la dependencia económica-tecnológica del sector y el atraso industrial del país, no se traducía en una perspectiva pesimista. Para alentar la tecnificación agrícola, el autor proponía facilidades para la adquisición de equipos importados y el inicio de la producción local. Los anuncios del gobierno de Perón en este sentido constituían una ratificación del “ambiente favorable” para encontrar las soluciones. Si el análisis de la agricultura cerealera, mostraba los problemas estructurales y coyunturales del sector, el incremento de la producción ganadera (en parte resultado de la baja rentabilidad agrícola) revelaba otros desafíos. La elaboración de leche, manteca y otros alimentos era relativamente cara y reforzaba en la dieta de la población el papel preponderante de la carne vacuna. El aumento de la capacidad de consumo lejos de diversificar la dieta sólo había incrementado el peso de la carne vacuna, una tendencia que consideraba peligrosa ya que si la producción no crecía a mayor ritmo “dentro de 15 años no tendrá el país saldo exportable”. El cálculo de Giberti ponía de relieve el amplio campo existente para diversificar la dieta de la población y, al mismo tiempo, cuestionaba implícitamente las transformaciones producidas por la redistribución del ingreso impulsada por el peronismo. Esta no había derribado los muros impuestos por una producción muy concentrada en la carne vacuna y por los altos costos comparados de otros alimentos. Las soluciones propuestas eran similares; mayor y mejor regulación estatal, y al mismo tiempo, participación de los productores a través de las entidades ya existentes como la Corporación Argentina de la Producción (CAP), algo que el peronismo había desechado. Sin embargo, Giberti excluía la nacionalización de los frigoríficos, una propuesta común a diversos sectores políticos desde el Partido Comunista y el radicalismo hasta el peronismo, excluyendo al presidente Perón. Frente a la crisis de balanza de pagos, Giberti proponía el incremento de la producción y las exportaciones primarias: La independencia del exterior, plausible objetivo, constituye ideal mediato para el cual se impone mucho mayor desarrollo industrial. Mientras se cumplan esas etapas previas, o mejor aún, a fin de que se cumplan esas etapas previas, debemos contar con amplios excedentes exportables para disponer de divisas con qué adquirir los bienes de capital indispensables. Caso contrario, habrá de hipotecarse el porvenir recurriendo a empréstitos. Las propuestas de Barañao y Giberti para resolver los desafíos sectoriales coincidían con algunos de los cambios introducidos por las políticas peronistas en 1949. Al mismo tiempo, lejos de impugnar la intervención estatal en la comercialización –una crítica compartida por la Federación Agraria Argentina, la Sociedad Rural-, Giberti y Barañao proponían una intervención más eficiente y favorable al sector primario, aunque no exponían cómo podía compatibilizarse con el aliento a la industrialización. Por fin, en el caso de Barañao, planteaban la necesidad de alentar el desarrollo de una industria local de maquinaria agrícola sin la cual el sector primario sería siempre dependiente del extranjero. Sin dudas, es en el tratamiento de la cuestión industrial donde podemos observar con mayor nitidez el acuerdo y el disenso con el gobierno peronista. Esta problemática fue abordada por Gorbán, un economista especializado en el tema que integraba la izquierda del Partido Demócrata Progresista. Gorbán era partidario de la industrialización en un contexto caracterizado por la discusión permanente del perfil económico del país. En efecto, a diferencia de lo que ha sostenido Llach, el ascenso del peronismo no clausuró los debates sobre el lugar de la industria en el desarrollo económico. Las controversias se intensificaron y adquirieron nuevas formas con la fragmentación de los grupos que apoyaban o censuraban los intentos de industrialización del país. Gorbán percibió claramente el clima de controversia que envolvió los años iniciales del peronismo: “La discusión teórica sobre la conveniencia de estimular el desarrollo industrial de nuestro país aún no ha terminado y frecuentemente tropezamos con quienes sostienen la necesidad de retornar a la explotación agropecuaria con exclusión de toda otra”. Si bien en ese debate, el economista se ubicaba en el campo de los que postulaban que la industrialización era inevitable, no sostenía posturas autarquizantes. Para Gorbán debía buscarse una fórmula intermedia que permitiera combinar el desarrollo agrario e industrial. En esta controversia, Gorbán censuraba las manifestaciones oficiales que luego del reemplazo de Miranda, hacían pensar en el fin del apoyo a la industria: No compartimos el excesivo apoyo a la industria en un afán desmedido de industrializar de la mañana a la noche, sin discriminar lo permanente de los transitorio; como tampoco el repentino retiro de ese apoyo para orientarlo totalmente al otro sector económico a que nos venimos refiriendo. Ambos hacen falta lo que necesitamos es que los mismos sean reactivados y racionalizados para que rindan mejor. Pero también criticaba las posturas de algunos opositores que, como Pinedo y el radical Eduardo Laurencena, pensaban que debía volverse a la promoción del agro pampeano. ¿Cuál era el balance de los primeros cuatro años peronistas? Gorbán planeaba que el crecimiento industrial se había desacelerado en la posguerra tanto en el incremento de la producción como en la creación de empleo. Las razones tenían que ver con la falta de reposición de equipos, la escasez de insumos y la menor productividad obrera. En cambio, nada se advertía de la competencia externa que había sido el principal temor de los industriales. Otra debilidad según el autor era que el crecimiento se había concentrado en las ramas livianas excluyendo la industria pesada “la única base seria sobre la que debe apoyarse todo plan de industrialización integral”. Era esa la tarea que debía apoyarse, y que “los sectores progresistas del país reclaman y la economía nacional necesita”. En cuanto a las políticas industriales, Gorbán destacaba dos procesos nuevos: el avance del estado empresario y la política crediticia. En relación al primer punto, ponderaba la creación de la Dirección Nacional de Industrias del Estado (DINIE), que agrupaba un conjunto heterogéneo de empresas industriales que habían pertenecido al capital alemán y otras británicas. Para el autor, la DINIE constituía “un factor importantísimo en el complejo industrial argentino” y debía orientarse a la implantación de nuevas industrias. En cuanto a la política crediticia, las conclusiones eran menos auspiciosas. Un análisis de las memorias del Banco Industrial le permitía subrayar el limitado impacto de su accionar. Contrariamente a lo proclamado por las autoridades del banco que habían prometido un financiamiento orientado especialmente a la pequeña y mediana empresa, existía una fuerte concentración de los préstamos en grandes empresas, especialmente sociedades anónimas. Ello se veía agravado por el empleo del crédito para financiar los gastos corrientes de las firmas en vez de invertir en nuevas planta. Por ello, consideraba que era preferible alentar nuevos emprendimientos de pequeñas y medianas empresas, que industrializaban materias primas de origen nacional. Esto se relacionaba con otro de los objetivos fallidos de las políticas peronistas: la descentralización industrial. Se trataba de un tema de especial interés para Gorbán y para el grupo de economistas de Rosario. Constituía también una problemática que había preocupado al ingeniero Ortiz durante toda su carrera. Como mostraban las memorias del banco, la Capital Federal y el Gran Buenos Aires absorbían la mayoría de los montos prestados, incluso ascendiendo del 65% al 72% entre 1944 y 1948. Por supuesto, esta política se daba en detrimento del resto del país, e incluso de Rosario que era entonces la segunda ciudad del país. En conjunto, para Gorbán, los resultados de las políticas peronistas eran decepcionantes: En lo fundamental, el panorama industrial no ha variado. El ascenso industrial logrado al influjo de la guerra no ha sido lo suficientemente profundo, y esta circunstancia nos ha impedido salir de la etapa de la industria ligera. Tampoco se ha adelantado mucho en materia de descentralización geográfica. El litoral acumula fábricas y más fábricas, mientras el interior sigue esperando turno. Quizá lo único que se ha avanzado es el reconocimiento oficial del problema y las reiteradas promesas por resolverlo. El programa propuesto por Gorbán, que condensaba ideas sostenidas en el campo de las izquierdas, partía de alentar la transformación del agro que permitiera incrementar y diversificara la producción primaria, el aprovechamiento de la energía hidroeléctrica, el aliento a la inmigración para robustecer el mercado interno, la reestructuración del sistema de transportes –un tema de especial sensibilidad para Ortiz- y el cambio de la política crediticia. Pero la piedra angular de la transformación económica del país era el desarrollo de la industria pesada, la “única manera de que la Argentina rompa definitivamente los moldes de su economía pastoril, y asegure su total y definitiva liberación”. En conjunto, el curso de 1950 asumió un contenido notablemente diferente del realizado una década atrás. No sólo por el perfil de quienes serían los encargados de dictar las conferencias, que en esta ocasión todos ellos eran profesores y estudiosos (excluyendo así a empresarios y políticos) ni tampoco por su pertenencia al campo de las izquierdas (con la excepción de Erro), sino particularmente por las propuestas realizadas. Lejos de limitarse a presentar un panorama sistemático de cada una de las dimensiones de la realidad social, los conferencistas de 1950 expusieron una crítica a las políticas peronistas y, por contraste, un conjunto de alternativas frente a esa orientación.

 

4.      Las repercusiones del curso

Si el curso de 1950 asumió un carácter programático y un tono crítico frente a la experiencia peronista, su impacto entre el público fue menor. El mayor número de asistentes se alcanzó en el momento de la inauguración con unas veintisiete personas, para luego descender a catorce e incluso a sólo siete y seis personas en las conferencias de Gorbán y Ringuelet respectivamente. En comparación con otros cursos dictados ese año, el de Economía Argentina ocupó un lugar marginal. Mucho más si lo comparamos con el curso de 1940 que como vimos había tenido un gran número de oyentes. Una explicación podría residir en el acento político de estas reuniones, que en el marco del incremento del control estatal sobre la sociedad civil, fueron identificadas como actividades de los grupos opositores. Como recordaría Giberti: El caso es que las conferencias se daban en una sala muy grande de la Sociedad Científica Argentina, en un salón auditorio muy importante. Lo malo fue que a mi primera presentación fueron cuatro asistentes. Ortiz insistió en que diera la charla de todas formas, por una cuestión de programación. Yo me resistía porque, además, los cuatro asistentes eran: mi padre, su socio –llevado por mi padre-, Julieta (la esposa de Giberti) y un policía de la Sección Especial –porque el Colegio Libre estaba considerado como una cosa opositora y había que controlarlo. El control estatal sobre las actividades del CLES culminaría, en julio de 1952, con la clausura de las actividades en la sede central. Poco después, en octubre, se produjo la renuncia de Ortiz, Magalhanes y Thénon al CLES, bajo la acusación de que éste había abandonado sus propósitos iniciales, paralizando las cátedras, pero también motivados por el cambio de estrategia del Partido Comunista que buscaba acercarse al peronismo. Por su parte, el CLES no pudo reanudar sus actividades hasta el derrocamiento de Perón en 1955. Como el primer curso de Economía Argentina, el realizado en 1950 trascendió sus fines inmediatos. Antonio Sobral, uno de los “ideólogos” de la Movimiento de Intransigencia Radical, emprendió con el apoyo financiero de empresarios y políticos radicales la creación de la Editorial Raigal y convocó a Ortiz como director técnico. Sobral también le encargó la dirección de la “Biblioteca Manuel Belgrano” de Estudios Económicos, que retomaba la empresa inaugurada por Reissig en Losada: Belgrano inició los estudios económicos en nuestro país; introdujo en él la teoría que mejor interpretaba la etapa abierta entonces al desarrollo de las fuerzas económicas mundiales; explicó su método y la adaptó al encauzamiento de las que aquí empujaban a la liberación (…) la Biblioteca, que pretende captar la orientación de la economía moderna, entroncándola con el proceso que se cumple en nuestro país mientras se desarrolla la revolución democrática iniciada en Mayo, debía necesariamente, a fin de abarcarla en toda su amplitud volver su mirada hacia Belgrano (…) Si se advierte que el mencionado acontecimiento tuvo una extensión americana, será fácil comprender que el objeto de nuestra Biblioteca consiste, además, en percibir y amplificar las vibraciones continentales que lo caracterizan en la actualidad. La nueva colección propuso dos tipos de publicaciones; por un lado, un conjunto de estudios económicos del siglo XIX como obras de Manuel José de Lavardén, Manuel Belgrano, Esteban Echeverría, Mariano Fragueiro, Juan Bautista Alberdi y Aristóbulo del Valle, con ensayos introductorios de especialistas. Por otro lado, la Biblioteca incluyó un grupo de estudios históricos y obras sobre temas económicos del momento: José Liceaga, Argentina ante la reconstrucción del comercio mundial (1953); Bruno Defelippe, La política energética argentina (1953); Horacio Giberti, Historia de la ganadería argentina (1954); Ricardo Ortiz, Historia económica de la Argentina, 1850-1930 (1955); Pedro Berdou, El peso argentino: su valor interno desde la creación del Banco Central (1955); Gino Germani, Estructura social de la Argentina (1955); Luis Sommi, La minería argentina y la independencia económica (1956) y la tesis doctoral de Aldo Ferrer, El estado y la economía (1956). Los autores incluidos en la colección no mostraban una pertenecía común a una fuerza política pero se ubicaban en el campo progresista que incluía desde radicales intransigentes como Liceaga o Ferrer, hasta intelectuales cercanos al Partido Comunista como Giberti y Sommi. En este punto, el perfil de los autores era similar al del curso de Economía Argentina de 1950, e incluso varios de ellos publicaron libros que habían sido anticipados por las conferencias como Germani, Giberti, Defelippe y la interpretación integral de la historia argentina que anticipaba las tesis sostenidas por Ortiz en su Historia económica de la Argentina, 1850-1930. La experiencia editorial terminaría poco después como resultado de la fractura del radicalismo en 1956 y la formación del frondizismo. Los ecos de las propuestas discutidas en 1950 y de la experiencia de la Cátedra Lisandro De la Torre de Economía Argentina, se prolongarían en las décadas siguientes. Por un lado, en la activa intervención que algunos de los participantes tendrían en el campo intelectual, especialmente de la historia económica. En efecto, los aportes realizados por los ingenieros Ortiz, Dorfman, Tenembaum y Giberti propondrían una metodología y formularían las preguntas que guiarían la investigación en historia agraria e industrial al menos hasta la “reacción neoclásica” de los años setenta. Por el otro, la experiencia de los cursos sería prontamente apropiada por otros emprendimientos intelectuales y políticos que, aunque fueron de menor trascendencia, ocuparon un lugar en el debate económico de los años de ascenso y crisis del frondizismo como la colección de estudios económicos dirigida por Rodolfo Puiggrós bajo el sello editorial Argumentos. No fue mera coincidencia que esa colección se titulara “Cátedra Lisandro La Torre” y que su primer libro fuera la segunda edición de El ferrocarril en la economía argentina de Ortiz.

 

Consideraciones finales

En este artículo hemos analizado el papel de los economistas e ingenieros que integraron el CLES en las controversias económicas de posguerra focalizando nuestra atención en el Curso de Economía Argentina de 1950. El análisis realizado nos permite extraer algunas consideraciones sobre el lugar de estos expertos en el debate económico de la época, sus diagnósticos frente a los cambios producidos en la economía local a lo largo de la década de 1940, y la relación entre estos cursos y la experiencia del CLES como espacio institucional de circulación de intelectuales y expertos. En relación al primer punto, debemos destacar en primer lugar los cambios apreciables del lugar del CLES y sus miembros en las discusiones sobre estas problemáticas. En 1940, el CLES había logrado integrar a importantes dirigentes empresarios y funcionarios del estado, mostrando una pluralidad de voces y de ideas sobre las temáticas abordadas. Algunos de los participantes como Shaw y Leguizamón eran dirigentes empresarios que solían intervenir en las discusiones públicas sobre la economía y lo hacían en el CLES a partir de esa posición destacada en el mundo económico. Otros expertos, como Coghlan o García Mata, pertenecían a “grupos” como el de la Revista de Economía Argentina. También había varios representantes de agencias del estado. Finalmente, en un lugar más secundario, estaban los profesores de las universidades nacionales, entre los que se encontraban Dorfman y Ortiz, ambos integrantes del CLES. Diez años más tarde, esa pluralidad de voces, que había convertido al Curso de Economía Argentina en un evento amplio de discusión, había cambiado. Empresarios, financistas y funcionarios públicos brillaban por su ausencia. En cambio, el curso estaba organizado a partir de nueve conferencistas, todos ellos ex profesores universitarios y miembros del CLES de reconocida trayectoria. Si bien tenían un perfil ideológico más definido, sus posturas no eran del todo uniformes. Pero la pluralidad de las voces se limitaba ahora a un grupo más acotado de estudiosos. A pesar de las crecientes restricciones impuestas por el gobierno de Perón, que muy pronto terminarían en el cese de actividades en Buenos Aires, la Cátedra de Economía Argentina articulaba a expertos que pertenecían al CLES con otros de posiciones también progresistas. Todos ellos tenían en la institución el principal espacio de interpelación pública de las cuestiones económicas. En ese decenio, la figura de Ortiz se había consolidado apreciablemente de manera tal que muy pronto sería él, el encargado de conducir una colección sobre problemáticas económicas bajo el sello Raigal. Y si bien, como a menudo se sostiene, esa experiencia tuvo un impacto reducido en el mundo editorial –tanto como podía tenerla una colección dedicada a estos temas tan sensibles como específicos-, su relevancia en esa materia y su impacto en la historiografía económica argentina antes de la modernización de los sesenta, es indiscutible. Una segunda cuestión relacionada al impacto que tuvieron estas coyunturas críticas sobre los diagnósticos de los estudiosos, nos muestra también cambios apreciables. Mientras que el curso de 1940 se organizó como un evento destinado a realizar un primer diagnóstico sobre la realidad económica del país, que venía a anticipar la tarea de formular un proyecto para la Argentina de posguerra, el curso de 1950 se distinguió por su tono crítico y el planteo de algunas soluciones. Por cierto, el curso de 1950 también tomó nota de los cambios producidos en esa década. En este sentido, es notable que se excluyera el estudio del comercio exterior, una problemática crucial a la hora de comprender la década de 1940 y en donde los estudiosos tenían información disponible en mayor medida aún que, por ejemplo, para estudiar el sector industrial. También es significativa la ausencia de un tratamiento sistemático del papel del estado, aunque en cada estudio se hacía referencia a las nuevas formas del intervencionismo. Pero la primera cuestión era tan central y determinante, y estaría muy presente en el análisis de Ortiz sobre la trayectoria de la economía argentina entre 1850 y 1930, que no deja de ser sorprendente. Parece claro que la declinación del comercio exterior durante la posguerra, que se debió tanto a fuertes condicionamientos externos como a los resultados de las políticas peronistas, apenas fue percibida como problema. En ese sentido, una política económica orientada en mayor medida al mercado interno era vista como una evolución natural de la economía argentina. Por último, creemos que este trabajo ha mostrado que la relación entre estos expertos y la experiencia del CLES es más compleja de lo que se ha supuesto en el pasado. El análisis del curso de 1950 muestra que, al menos en los estudios económicos, durante el peronismo, el CLES no se limitó a realizar cursos de carácter escolar o académicos, sin pretensión de intervenir en el debate de la época. Por el contrario, el curso de 1950 exhibió una mayor definición de la crítica y la formulación de propuestas frente a los dilemas económicos. Un perfil ideológico más definido y un conjunto más homogéneo de propuestas en relación a los problemas nodales de la economía. Y si bien, las nuevas condiciones impuestas a partir de la crisis de 1949 no fueron del todo comprendidas, las conferencias dictadas durante el año siguiente implicaban una intervención rigurosa. Si la reforma agraria y la liquidación del latifundio, motivos que por otra parte compartían vastos sectores intelectuales, eran soluciones ya propuestas en 1940, ahora eran lanzadas en un contexto más crítico, debido a los problemas de una economía semi-industrializada. Es claro que en la cuestión industrial, las críticas realizadas a la experiencia peronista, y las alternativas propuestas, mostraron una mayor comprensión de los cambios ocurridos en un decenio. Por otra parte, el perfil ideológico del curso de 1950, que abrevaba en el campo de las izquierdas, fue más definido. Si la exclusión de funcionarios públicos derivaba de la creciente polarización entre peronismo y antiperonismo, y de la sospecha oficial de que el CLES constituía una institución opositora, la ausencia de empresarios o de economistas con posturas diferentes, fortaleció ese perfil más definido. En conjunto, creemos que estas características permiten matizar la interpretación según la cual el CLES se convirtió en un espacio de refugio intelectual sin mayor aspiración a la intervención política. Y si bien el último curso tuvo una escasa repercusión en términos de asistentes, en gran medida, ello estuvo ligado a la creciente presión oficial sobre el CLES, su perfil ideológico más definido y la postura crítica frente al peronismo.

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Fuente: AHIRA (Archivo Histórico de Revistas Argentinas)

https://ahira.com.ar/

Sección Estudios Críticos

https://ahira.com.ar/estudios-criticos/

https://ahira.com.ar/estudios-criticos/?rh-study_author=Belini%2C+Claudio

 



Claudio Belini es doctor en Historia de la Universidad de Buenos Aires, investigador del CONICET y del Instituto Ravignani, donde integra el 
Programa de Estudios de Historia Económica y Social Americana (PEHESA). Es Profesor Titular Regular de Historia Argentina II (1862-1916) de la Facultad de Filosofía y Letras, y Profesor Asociado de Historia Económica y Social Argentina de la Facultad de Ciencias Económicas, de la UBA. Es director y docente de la Maestría en Historia Argentina y Latinoamericana de la UBA.


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