Gráfica: Este rayo de luz que lucha
Autor: Juan Augusto Knapp
Fuente:
https://www.oldbookillustrations.com/illustrations/ray-sunlight/
“Un hombre mayor está de pie en una cueva
subterránea, sumergido en agua hasta la cintura en compañía de una criatura
espeluznante con un rostro casi sin rasgos distintivos. Un rayo de luz que sale
de una abertura en el techo de arriba arroja su brillo sobre ellos mientras el
hombre levanta los brazos hacia arriba”.
El miedo se produce también en el
umbral. Es una típica sensación liminar. El umbral es el tránsito a lo
desconocido. Más allá del umbral comienza un estado óntico totalmente distinto.
Por eso, el umbral siempre lleva inscrita la muerte. En todos los ritos de
paso, los rites de passage, se muere
para renacer más allá del umbral. La muerte se experimenta aquí como
transición. Quien traspasa el umbral se somete a una trasformación. El umbral
como lugar de trasformación duele. Le es inherente la negatividad del dolor:
«Si sientes el dolor de los umbrales no eres un turista: puede producirse la
transición». Hoy, el tránsito esencialmente marcado por el umbral deja paso al
pasaje sin umbrales. Con internet nos hemos vuelto más turistas que nunca.
Hemos dejado de ser el homo doloris
que habita umbrales. Los turistas no tienen experiencias que impliquen una
transformación y un dolor. Se quedan igual. Viajan por el infierno de lo igual.
Los umbrales pueden aterrar o amedrentar. Pero también pueden regocijarnos o
encandilarnos. Estimulan la imaginación para crear fantasías referidas a otros.
Ese imperativo de aceleración propio de las circulaciones globales de capital,
comunicación e información desmantela umbrales y, con una rotación interior
extremadamente acelerada, engendra un espacio sin umbrales y liso. Aquí surge
un nuevo miedo que queda totalmente desvinculado de la negatividad de lo
distinto. La comunicación digital, en cuanto nueva forma de producción, elimina
rigurosamente toda distancia para acelerarse. Con ello se pierde toda distancia
protectora. En la hipercomunicación todo se mezcla con todo. También las
fronteras entre dentro y fuera se vuelven cada vez más permeables. Hoy nos
vemos totalmente enajenados y convertidos en una «pura superficie de absorción
y reabsorción de las redes de influencia». El imperativo de transparencia
elimina toda falta de visión y todo hueco informativo, y deja todo a merced de
una visibilidad total. Hace que desaparezcan todos los espacios de retirada y
de protección. Con ello nos acerca todo hasta una proximidad amenazadora. Nada
nos sirve de pantalla protectora. Nosotros mismos no somos más que pasajes en
medio de la interconexión global. La transparencia y la hipercomunicación
nos despojan de toda intimidad protectora. Es más, renunciamos voluntariamente
a ella y nos exponemos a redes digitales que nos penetran, nos dilucidan y nos
perforan. La sobreexposición y la desprotección digitales generan un miedo
latente que no se explica en función de la negatividad de lo distinto, sino del
exceso de positividad. En el infierno transparente de lo igual no falta el
miedo, lo amedrentador es, justamente, esa embriaguez que causa lo igual y que
se vuelve cada vez más intensa.
Fuente: Bloghemia
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