"El ser humano no tiene sed, es sed"....
El mundo de la experiencia doméstica
es tan reducido frente al universo, los datos de los sentidos son tan
engañosos, los reflejos condicionados son tan poco profetices, que el mejor
método para averiguar nuevas verdades es asegurar lo contrario de lo que
aconseja el sentido común. Esta es la razón por la que muchos avances en el
pensamiento humano han sido hechos por individuos al borde de la locura.
Mediante una lógica estricta Parménides llega a probar que la realidad es
inmóvil, eterna e indivisible; si alguien viene y le observa que el mundo, por
el contrario, está compuesto por infinidad de cosas y que esas cosas no están
en reposo sino que se mueven, y que no son eternas, pues se desgastan o rompen
o mueren, el filósofo dirá:
—Tiene usted razón. Eso prueba que el
mundo tal como lo vemos es una pura ilusión.
Dudo de que un griego medio no
calificase a Parménides de insano, después de esta conclusión. También parece
locura afirmar, como Zenón de Elea, que la flecha no se mueve, o que la tortuga
no será jamás alcanzada por Aquiles; o, como Hume, que el yo no existe; o, como
Berkeley, que el universo entero es una fantasmagoría. Sin embargo, son teorías lógicamente irrebatibles
y señalan una posibilidad. El hecho de que contradigan brutalmente al sentido
común no es una prueba de que sean incorrectas. Como dice Russell, “la verdad
acerca de los objetos físicos debe ser extraña. Pudiera ser
inasequible, pero si algún filósofo cree haberla alcanzado, el hecho de que lo
que ofrece como verdad sea algo raro, no puede proporcionar una base sólida
para objetar su opinión”.
Creo que un tribunal que actuase en
nombre del Sentido Común, condenaría al manicomio a Zenón, Parménides,
Berkeley, Hume, Einstein.
Es digno de admiración, sin embargo,
que el sentido común siga teniendo tanto prestigio didáctico y civil a pesar de
todas las calamidades que ha recomendado: la planitud de la Tierra, el
geocentrismo, el realismo ingenuo, la locura de Pasteur. Si el sentido común
hubiese prevalecido, no tendríamos radiotelefonía, ni sueros, ni
espacio-tiempo, ni Dostoievsky. Tampoco se habría descubierto América y este
comentario, como consecuencia, no se habría publicado (hecho que, desde luego,
no pretendo poner a la par del indescubrimiento de América).
El sentido común ha sido el gran
enemigo de la ciencia y de la filosofía, y lo es constantemente. Argumentar la
inverosimilitud en contra de ciertas ideas es muestra de una enternecedora
candidez. Les pasa a esta gente lo que a aquellos campesinos de Mark Twain que
asistían a una función de circo: cuando vieron las jirafas se levantaron y
exigieron la devolución del dinero, pues se creyeron víctimas de una estafa.
El Hombre Medio se jacta de cierto
género de astucia, que consiste en descreer de lo fantástico. Sin embargo,
hablando en términos generales, se puede afirmar que vivimos en un mundo
enteramente fantástico.
Este hecho evidente es oscurecido por
su evidencia, como dice Montaigne de “ce qu’on dict des voysins des cataractes
du Nil”, que no oyen el ruido.
El sentido común es el rechazo de
fantasmas desconocidos pero es la creencia en fantasmas familiares: rechaza los
cinocéfalos y monóculos, como si fuese menos monstruosa la existencia de
personas sin su correspondiente cabeza de perro, o con dos ojos en vez de uno.
Es en parte cierto que el sentido común es enemigo del milagro, pero del
milagro inusitado, si se permite.
Es el sentido de la comunidad apto
para una confortable existencia dentro de límites modestos, de espacio y
tiempo: en Laponia recomienda ofrecer la mujer al caminante y aquí asesinarlo
si la toma. Un galeote se admiraría de la pretensión de curar un dolor de
muelas con una aspirina siendo sabido que se cura aplicando una rana en la
mejilla; por un mecanismo similar el médico se asombraría de que alguien
pretenda curar el dolor de muelas con una rana. La diferencia estriba (según el
médico) en que la idea del galeote es una superstición y la de él no. No veo una
diferencia esencial. Al final de cuentas, buena parte de la terapéutica
contemporánea consiste en supersticiones que han recibido nombre griego. Y en
rigor poca gente hay tan supersticiosa como los médicos: cuando cunde alguna
nueva superstición, como la extirpación de las amígdalas, llegan a pensar
que cualquier enfermedad puede ser curada mediante ese extraño
procedimiento, no sólo los dolores de muelas. En general, puede decirse que el
rechazo enérgico de una superstición solamente puede ser hecho por gente
supersticiosa, pues son los únicos que creen firmemente en algo: los verdaderos
hombres de ciencia son demasiado cautelosos para rechazar definitivamente nada.
Que el sentido común es la magia y la
fantasía más desatada, es fácil de probar: mediante ese diabólico consejero un
campesino jura que la tierra es plana y que el Sol es un disco de veinte
centímetros de diámetro. En su furia mágica, puede llegar a abolir grandes
sectores de la realidad, no sólo a deformarlos.
Es probable que muchos de los problemas
actuales de la filosofía y de la ciencia tengan solución cuando el hombre se
decida de una vez a prescindir del sentido común. Apenas salimos de nuestro
pequeño universo cotidiano, dejan de valer nuestras ideas y prejuicios. Esta es
la causa de que el absurdo nos acometa por todos lados. Más, todavía: es
deseable que sea así, pues es garantía de que se anda por buen camino. Si un
astrónomo presenta una teoría del Universo que sea aceptable para el hombre
corriente, seguramente que está equivocado. Si otro afirma que en ciertas
regiones remotas el tiempo se paraliza, ese señor debe ser escuchado con
respeto, pues puede tener razón.
Las teorías científicas y filosóficas
están todavía demasiado adheridas al sistema conceptual de entrecasa. Su
defecto tal vez es el de ser aún poco descabelladas.
Extracto del texto: Uno y el universo
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