In
interiore hominis
habitat
veritas
La verdad, habríame descorazonado tu
carta, haciéndome temer por tu porvenir, que es todo tu tesoro, si no creyese
firmemente que esos arrechuchos de desaliento suelen ser pasaderos, y no más
que síntoma de la conciencia que de la propia nada radical se tiene, conciencia
de que se cobra nuevas fuerzas para aspirar a serlo todo. No llegará muy
lejos, de seguro, quien nunca sienta cansancio. De esa conciencia de tu
poquedad recogerás arrestos para tender a serlo todo. Arranca como de principio
de tu vida interior del reconocimiento, con pureza de intención, de tu pobreza
cardinal de espíritu, de tu miseria, y aspira a lo absoluto si en el relativo
quieres progresar. No temo por ti. Sé que te volverán los generosos
arranques y las altas ambiciones, y de ello me felicito y te felicito. Me
felicito y te felicito por ello, sí, porque una de las cosas que a peor traer
nos traen en España sobre todo es la sobra de codicia unida a la falta de
ambición. ¡Si pusiéramos en subir más alto el ahínco que en no caer
ponemos, y en adquirir más tanto mayor cuidado que en conservar el peculio que
heredamos! Por cavar en tierra y esconder en ella el solo talento que
se nos dio, temerosos del Señor que donde no sembró siega y donde no
esparció recoje, se nos quitará ese único
nuestro talento, para dárselo al que recibió más y supo
acrecentarlos, porque «al que tuviere le será dado y tendrá aún
más, y al que no tuviere, hasta lo que tiene le será quitado» (Mat. XXV).
No seas avaro, no dejes que la codicia ahogue a la ambición en ti; vale más que
en tu ansia por perseguir a cien pájaros que vuelan te broten alas, que no el
que estés en tierra con tu único pájaro en mano.
Pon en tu orden, muy alta tu mira, lo
más alta que puedas, más alta aún, donde tu vista no alcance, donde nuestras
vidas paralelas van a encontrarse: apunta a lo inasequible. Piensa cuando
escribas, ya que escribir es tu acción, en el público universal, no en el
español tan sólo, y menos en el español de hoy. Si en aquél pensasen nuestros
escritores, otros serían sus ímpetus, y por lo menos habrían de poner,
hasta en cuanto al estilo, en lo íntimo de éste, en sus entrañas y
redaños, en el ritmo del pensar, en lo traductible a cualquier humano lenguaje,
el trabajo que hoy los más ponen en su cáscara y vestimenta, en lo que sólo al
oído español halaga. Son escritores de cotarro, de los que aspiran a cabezas de
ratón; la codicia de gloria ahoga en ellos a la ambición de ella; cavan en la
tierra patria y en ella esconden su único talento. Pon tu mira muy alta,
más alta aún, y sal de ahí, de esa Corte, cuanto antes. Si te dijesen que es
ese tu centro, contéstales: ¡mi centro está en mí! Ahí te
consumes y disipas sin el debido provecho, ni para ti ni para los otros,
aguantando alfilerazos que enervan a la larga. Tienes ahí que indignarte
cada día por cosas que no lo merecen. ¿Crees que puede un león defenderse
de una invasión de hormigas leones? ¿Vas a matar a zarpazos pulgas? Sal
pronto de ahí y aíslate por primera providencia; vete al campo, y en la
soledad conversa con el universo si quieres, habla a la congregación de las
cosas todas. ¿Qué se pierde tu voz? Más te vale que se pierdan tus
palabras en el cielo inmenso a no que resuenen entre las cuatro paredes de un
corral de vecindad, sobre la cháchara de las comadres. Vale más ser ola pasajera
en el océano, que charco muerto en la hondonada. Hay en tu carta una cosa que
no me gusta, y es ese empeño que muestras ahora por fijarte un camino y
trazarte un plan de vida. ¡Nada de plan previo, que no eres edificio! No
hace el plan a la vida, sino que ésta lo traza viviendo. No te empeñes en
regular tu acción por tu pensamiento; deja más bien que aquélla te forme,
informe, deforme y trasforme éste. Vas saliendo de ti mismo, revelándote a
ti propio; tu acabada personalidad está al fin y no al principio de tu
vida; sólo con la muerte se te completa y corona. El hombre de hoy no es el de
ayer ni el de mañana, y así como cambias, deja que cambie el ideal que de
ti propio te forjes. Tu vida es ante tu propia conciencia la revelación
continua, en el tiempo, de tu eternidad, el desarrollo de tu símbolo; vas
descubriéndote conforme obras. Avanza, pues, en las honduras de tu espíritu, y
descubrirás cada día nuevos horizontes, tierras vírgenes, ríos de inmaculada
pureza, cielos antes no vistos, estrellas nuevas y nuevas constelaciones.
Cuando la vida es honda, es poema de ritmo continuo y ondulante. No encadenes
tu fondo eterno, que en el tiempo se desenvuelve, a fugitivos reflejos
de él. Vive al día, en las olas del tiempo, pero asentado sobre tu roca
viva, dentro del mar de la eternidad; al día en la eternidad, es como debes
vivir. Te repito, que no hace el plan a la vida, sino que ésta se lo traza
a sí misma, vi viendo. ¿Fijarte un camino? El espacio que recorras
será tu camino; no te hagas, como planeta en su órbita, siervo de una
trayectoria. Querer fijarse de antemano la vía redúcese en rigor a hacerse
esclavo de la que nos señalen los demás, porque eso de ser hombre de meta y
propósito fijos no es más que ser como los demás nos imaginan, sujetar nuestra
realidad a su apariencia en las ajenas mentes. No sigas, pues, los senderos que
a cordel trazaron ellos; ve haciéndote el tuyo a campo traviesa, con tus
propios pies, pisando sus sementeras si es preciso. Así es como mejor
les sirves, aunque otra cosa crean ellos. Tales caminos, hechos así a la
ventura, son los hilos cuya trama forma la vida social; si cada cual se hace el
suyo, formarán con sus cruces y trenzados rica tela, y no calabrote. ¿Orientación
segura te exigen? Cualquier punto de la rosa de los vientos que de meta te
sirva te excluye a los demás. Y ¿sabes acaso lo que hay más allá del
horizonte? Explóralo todo, en todos sentidos, sin orientación fija, que si
llegas a conocer tu horizonte todo, puedes recojerte bien seguro en tu nido. Que
nunca tu pasado sea tirano de tu porvenir; no son esperanzas ajenas las que
tienes que colmar. ¿Contaban contigo? ¡Qué aprendan a no contar sino
consigo mismos! ¿Qué así no vas a ninguna parte, te dicen? Adonde
quiera que vayas a dar será tu todo, y no la parte que ellos te señalen.
¿Qué no te entienden? Pues que te estudien o que te dejen; no has de rebajar tu
alma a sus entendederas. Y sobre todo en amarnos, entendámonos o no, y no en
entendernos sin amarnos, estriba la verdadera vida. Si alguna vez les apaga la
sed el agua que de tu espíritu mana, ¿a qué ese empeño de tragarse el
manantial? Si la fórmula de tu individualidad es complicada, no vayas a
simplificarla para que entre en su álgebra; más te vale ser cantidad
irracional que guarismo de su cuenta. Tendrás que soportar mucho porque nada
irrita al jacobino tanto como el que alguien se le escape de sus casillas;
acaba por cobrar odio al que no se pliega a sus clasificaciones, diputándole de
loco o de hipócrita. ¿Qué te dicen que te contradices? Sé sincero
siempre, ten en paz tu corazón, y no hagas caso, que si fueses sincero y de corazón
apaciguado, es que la contradicción está en sus cabezas y no en ti.
¿Qué te hinchas? Pues que se hinchen,
que si nos hinchamos todos, crecerá el mundo. ¡Ambición, ambición, y
no codicia! Te repito que te prepares a soportar mucho, porque los cargos
tácitos que con nuestra conducta hacemos al prójimo son los que más en lo vivo
le duelen. Te atacan por lo que piensas; pero les hieres por lo que haces.
Hiéreles, hiéreles por amor. Prepárate a todo, y para ello toma al tiempo de
aliado. Morir como Ícaro vale más que vivir sin haber intentado volar
nunca, aunque fuese con alas de cera. Sube, sube, pues, para que te broten
alas, que deseando volar te brotarán. Sube; pero no quieras una vez arriba
arrojarte desde lo más alto del templo para asombrar a los hombres, confiado en
que los ángeles te lleven en sus manos, que no debe tentarse a Dios. Sube
sin miedo y sin temeridad. ¡Ambición, y nada de codicia! Y entretanto,
resignación, resignación activa, que no consiste en sufrir sin luchar, sino en
no apesadumbrarse por lo pasado ni acongojarse por lo irremediable; en mirar al
porvenir siempre. Porque ten en cuenta que sólo el porvenir es reino de
libertad; pues así que algo se vierte al tiempo, a su ceñidor queda
sujeto. Ni lo pasado puede ser más que como fue, ni cabe que lo presente sea
más que como es; él puede ser es siempre futuro. No sea tu pesar por lo que
hiciste más que propósito de futuro mejoramiento; todo otro arrepentimiento es
muerte, y nada más que muerte. Puede creerse en el pasado; fe sólo en el
porvenir se tiene, sólo en la libertad. Y la libertad es ideal y nada más que
ideal, y en serlo está precisamente su fuerza toda. Es ideal e interior,
es la esencia misma de nuestro “posesionamiento” del mundo, al interiorizarlo.
Deja a los que creen en Apocalipsis y milenarios que aguarden que el ideal les
baje de las nubes y tome cuerpo a sus ojos y puedan palparlo.
Tú, créelo verdadero ideal, siempre
futuro y utópico siempre, utópico, esto es: de ningún lugar, ¡y
espera! Espera, que sólo el que espera vive; pero teme al día en que se te
conviertan en recuerdos las esperanzas al dejar el futuro, y para evitarlo, haz
de tus recuerdos esperanzas, pues porque has vivido vivirás. No te metas entre
los que en la arena del combate luchan disparándose a guisa de proyectiles
afirmaciones redondas de lo parcial. Frente a su dogmatismo exclusivista,
afírmalo todo, aunque te digan que es una manera de todo negarlo, porque aunque
así fuera, sería la única negación fecunda, la que destruyendo crea y
creando destruye. Déjales con lo que llaman sus ideas cuando en realidad son
ellos de las ideas que llaman suyas. Tú mismo eres idea viva; no te
sacrifiques a las muertas, a las que se aprenden en papeles. Y muertas son
todas las enterradas en el sarcófago de las fórmulas. Las que tengas, tenlas
como los huesos, dentro, y cubiertas y veladas con tu carne espiritual,
sirviendo de palanca a los músculos de tu pensamiento, y no fuera y al
descubierto y aprisionándote como las tienen las almas-cangrejos de los
dogmáticos, abroqueladas contra la realidad que no cabe en dogmas. Tenlas
dentro sin permitir que lleguen a ellas los jacobinos que, educados en la
paleontología, nos toman de fósiles a todos, empeñándose en desollarnos y
descuartizarnos para lograr sus clasificaciones conforme al esqueleto. No te
creas más, ni menos ni igual que otro cualquiera, que no somos los hombres
cantidades. Cada cual es único e insustituible; en serlo a conciencia, pon
tu principal empeño. Asoma en tu carta una queja que me parece
mezquina. ¿Crees qué no haces obra porque no la señalen tus cooperarios? Si
das el oro de tu alma, correrá aunque se le borre el cuño. Mira bien si no
es que llegas al alma e influyes en lo íntimo de aquellos ingenios que
evitan más cuidadosamente tu nombre. El silencio que en son de queja me dices
que te rodea, es un silencio solemne; sobre él resonarán más limpias tus
palabras. Déjales que jueguen entre sí al eco y se devuelvan los saludos.
Da, da, y nunca pidas, que cuanto más des más rico serás en dádivas. No te
importe el número de los que te rodeen, que todo verdadero beneficio que hagas
a un solo hombre, a todos se lo haces; se lo haces al Hombre. Ganará tu
eficacia en intensidad lo que en extensión pierda. Las buenas obras jamás
descansan; pasan de unos espíritus a otros, reposando un momento en cada uno de
ellos, para restaurarse y recobrar sus fuerzas. Haz cada día por merecer el
sueño, y que sea el descanso de tu cerebro preparación para cuando tu corazón
descanse; haz por merecer la muerte. Busca sociedad; pero ten en cuenta que
sólo lo que de la sociedad recibas será la sociedad en ti y para ti,
así como sólo lo que a ella des serás tú en la sociedad y para ella.
Aspira a recibir de la sociedad todo, sin encadenarte a ella, y a darte a ella
por entero. Pero ahora, por el pronto al menos, te lo repito, sal de ese
cotarro y busca a la Naturaleza, que también es sociedad, tanto como es la
sociedad Naturaleza. Tú mismo, en ti mismo, eres sociedad, como que, de
serlo cada uno, brota la que así llamamos y que camina a personalizarse,
porque nadie da lo que no tiene. Hasta carnalmente no provenimos de un solo
ascendiente, sino de legión, y a legión vamos; somos un nodo en la trama de las
generaciones. Todos tus amigos son a aconsejarte: «ve por aquí», «ve
por allí», «no te desparrames», «concentra tu
acción», «oriéntate», «no te pierdas en la inconcreción». No les
hagas caso, y da de ti lo que más les moleste, que es lo que más les conviene.
Ya te lo tengo dicho: no te aceptarán de grado lo tuyo; querrán tus ideas, que
no son en realidad tuyas. No quieras influir en eso que llaman la marcha de la
cultura, ni en el ambiente social, ni en tu pueblo, ni en tu época, ni
mucho menos en el progreso de las ideas, que andan solas. No en el progreso de
las ideas, no, sino en el crecimiento de las almas, en cada alma, en una sola
alma y basta. Lo uno es para vivir en la Historia; para vivir en la eternidad
lo otro. Busca antes las bendiciones silenciosas de pobres almas esparcidas
acá y allá, que veinte líneas en las historias de los siglos. O más bien,
busca aquello y se te dará esto de añadidura. No quieras influir sobre el
ambiente ni eso que llaman señalar rumbos a la sociedad. Las necesidades de
cada uno son las más universales, porque son las de todos. Coje a cada uno, si
puedes, por separado y a solas en su camarín, e inquiétalo por dentro, porque
quien no conoció la inquietud jamás conocerá el descanso.
Sé confesor más que predicador. Comunícate con el alma de cada uno y no
con la colectividad. ¡Qué alegría, qué entrañable alegría te
merecerá el espíritu cuando vayas solo, solo entre todos, solo en tu
compañía, contra el consejo de tus amigos, que quieren que hagas economía
política o psicología fisiológica o crítica literaria! La cosa es que no des tu
espíritu, que lo ahogues, porque les molestas con él. Has de darles tu
inteligencia tan sólo, lo que no es tuyo, has de darles el escarchado del
ambiente social sobre ti, sin ir a hurgarles el rinconcito de la inquietud eterna;
no has de comulgar con tres o cuatro de tus hermanos, sino traspasar ideas
coherentes y lógicas a trescientos o cuatrocientos, o a treinta mil o cuarenta
mil que no pueden, o no quieren o no saben afrontar el único problema. Esos
consejos te señalan tu camino. Apártate de ellos. ¡Nada de influir en la
colectividad! Busca tu mayor grandeza, la más honda, la más duradera, la menos
ligada a tu país y a tu tiempo, la universal y secular, y será como mejor
servirás a tus compatriotas coetáneos. Busca sociedad, sí, pero ahora, por de
pronto, chapúzate en Naturaleza, que hace serio al hombre. Sé serio. Lleva
seriedad, solemne seriedad a tu vida, aunque te digan los paganos que eso es
ensombrecerla, que la haces sombría y deprimente. En el seno de eso que como
lúgubres depresiones se aparecen al pagano, es donde se encuentran las más
regaladas dulzuras. Toma la vida en serio sin dejarte emborrachar por ella;
sé su dueño y no su esclavo, porque tu vida pasa y tú quedarás. Y no
hagas caso a los paganos que te digan que tú pasas y la vida
queda… ¿La vida? ¿Qué es la vida? ¿Qué es
una vida que no es mía, ni tuya, ni de otro cualquiera?
¡La vida! ¡Un ídolo pagano, al que quieren que sacrifiquemos
cada uno nuestra vida! Chapúzate en el dolor para curarte de su maleficio;
sé serio. Alegre también; pero seriamente alegre. La seriedad es la dicha
de vivir tu vida asentada sobre la pena de vivirla y con esta pena
casada. Ante la seriedad que las funde y al fundirlas las fecunda, pierden
tristeza y alegría su sentido. Otra vez más: ahora corre al campo, y vuelve
luego a sociedad para vivir en ella; pero de ella despegado, “desmundanizado”. El
que huye del mundo sigue siendo del mundo esclavo, porque lo lleva en sí;
sé dueño de él, único modo de comulgar con tus hermanos en
humanidad. Vive con los demás, sin singularizarte, porque toda singularización
exterior en vez de preservarla, ahoga a la interna. Vive como todos, siente
como tú mismo, y así comulgarás con todos y ellos contigo. Haz
lo que todos hagan, poniendo al hacerlo todo tu espíritu en ello, y
será cuanto hagas original, por muy común que sea. Sólo en la sociedad te
encontrarás a ti mismo; si te aíslas de ella no darás más que con un fantasma
de tu verdadero sujeto propio. Sólo en la sociedad adquieres tu sentido todo,
pero despegado de ella. Me dices en tu carta que, si hasta ahora ha sido tu
divisa, ¡adelante!, de hoy en más será, ¡arriba! Deja eso de adelante
y atrás, arriba y abajo, a progresistas y retrógrados, ascendentes y
descendentes, que se mueven en el espacio exterior tan sólo, y busca el otro,
tu ámbito interior, el ideal, el de tu alma. Forcejea por meter en ella al
universo entero, que es la mejor manera de derramarte en él. Considera que
no hay dentro de Dios más que tú y el mundo y que si formas parte
de éste porque te mantiene, forma también él parte de ti, porque en
ti lo conoces. En vez de decir, pues, ¡adelante!, o ¡arriba!,
di: ¡adentro! Reconcéntrate para irradiar; deja llenarte para que
rebases luego, conservando el manantial. Recójete en ti mismo para mejor darte
a los demás todo entero e indiviso.
–Doy cuanto tengo – dice el
generoso;
–Doy cuanto valgo –dice el
abnegado;
–Doy cuanto soy –dice el
héroe;
–Me doy a mí mismo –dice el
santo–; y di tú con él, y al darte:
–Doy conmigo el universo entero–.
Para ello tienes que hacerte
universo, buscándolo dentro de ti. ¡Adentro!
Año de 1900.
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