Revista Nos Disparan desde el Campanario Año V ECONOMÍA Transición energética y los acordes del ecofascismo… por Alejandro Marcó del Pont
Fuente: El Tábano Economista
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Somos primates con instituciones medievales
y tecnología de dioses
(Edward Wilson)
Las cantidades despejan el relato
idealista. Según el físico y matemático español Antonio Turiel el
mundo produce 108
mil toneladas de litio al año. Si utilizáramos la totalidad de la producción
solo para baterías de autos eléctricos, descartando la producción de grasas
lubricantes, teléfonos celulares, computadoras portátiles, tabletas y otros
dispositivos electrónicos portátiles, así como vidrio cerámico, se podrían
producir 8 millones de autos eléctricos al año. En la actualidad hay en el
mundo 1.446
millones de autos. Para sustituirlos por autos eléctricos, tardaríamos 180
años (1.446.000.000÷8.000.000 =180.75) lo cual a todas luces resulta
irracional, sin pensar que a poco de comenzar, el litio se agotaría.
Aquí es donde inicia lo interesante:
en el actual esfuerzo por realizar una transición energética, existen ciertos
puntos oscuros que, por su gran relevancia, sería conveniente aclarar,
especialmente lo relacionado con los modelos de crecimiento económico
capitalista de eterna expansión. Es decir, como veremos, hay un tema con la
escasez de materiales críticos para la transición renovable, un problema
conocido desde hace bastante tiempo, pero sutilmente ocultado. También está la
cuestión de la ingeniería social que debe llevarse a cabo para aprovechar la
mejor manera de consumir lo producido. Se trata de la ya expuesta escasez de
recursos y su disponibilidad para producir los medios de producción de la
transición, así como el uso energético de manera sensata y justa.
El capitalismo presenta un gran
número de defectos, pero la tasa de ganancia, los beneficios y el modelo de
crecimiento indiscriminado quizás sean el mayor impedimento para la transición
energética. No es que esta no pueda llevarse a cabo a largo plazo; el problema
radica en que no es posible realizarla con esta escala de producción debido
a la escasez física de los materiales. Tal vez con una escala menor, más
equitativa, con necesidades más racionales y con una menor disparidad, podría
ser posible. Sin embargo, esta idea enfrenta varios obstáculos, como el tipo de
crecimiento, la ubicación y propiedad de los materiales, su escasez, el gasto
de combustibles fósiles en constante decrecimiento para la extracción de los
materiales necesarios para la transición, la negativa a sacrificar los
beneficios, entre otros. Estos desafíos hacen que esta idea sea difícil de
realizar.
Para que se entienda, el modelo de
expansión del crecimiento actual, a pesar de estar a la mitad de los niveles de
sus tasas históricas, sigue siendo un modelo explosivo y poco razonable. Es
como inflar un globo dentro de una caja: podrá expandirse hasta que las paredes
de la caja lo permitan, pero después explotará. Sabemos que si no se toman
medidas de modo inmediato en el primer mundo, el deterioro ambiental dará lugar
a una serie de acontecimientos desastrosos que estrangularán nuestra
civilización e incluso pondrán en peligro la continuidad de la especie humana.
Esas medidas incluyen necesariamente la adopción de programas diferentes a los
conocidos.
Los estudios científicos más
optimistas plantean que para acceder a un estado estacionario realmente
sostenible, sería necesaria una disminución en el uso de recursos naturales y
en la generación de residuos de tal magnitud que reduciría el consumo actual de
los países del primer mundo en unas dimensiones poco concebibles para la mayor
parte de sus habitantes, lo que implica que su aplicación tendría un costo
político muy alto. Pero no solo esta idea se tendría que modificar, sino
también la mirada acerca de la planificación, la intervención y la regulación
estatal para poder proyectar los destinos de los recursos escasos, que dado su
insuficiencia deberían ser estratégicos. Para tener una idea: lo que se debe
hacer es exactamente lo opuesto a lo que está haciendo Argentina.
Hay un artículo muy interesante del
Instituto CIRCE de la Universidad de Zaragoza, “Límites
minerales de la transición energética”, de Alicia Valero Delgado, donde
disipa algunas dudas como, por ejemplo, ¿de qué está hecho un panel
fotovoltaico? ¿Y un aerogenerador? ¿Qué materiales contienen las baterías que
permitirán electrificar los vehículos? ¿De dónde provienen estas materias
primas? Y sobre todo, lo que nos interesa en principio, ¿hay suficientes
materiales en la corteza terrestre para abastecer el crecimiento necesario de
las renovables y frenar así el cambio climático?
La energía eólica, la fotovoltaica,
la solar termoeléctrica, la biomasa, o el coche eléctrico no emiten CO2 (o
tienen emisiones neutras como es el caso de la biomasa). Sin embargo, nos
olvidamos de un aspecto importante: para construirlos, son necesarios muchos
materiales. Pensemos que por ejemplo para producir 1 gigavatio (GW) de potencia
eléctrica, que es la equivalente a la que podría suministrar una central
térmica de gas natural, se necesitan 1000 aerogeneradores de 1 MW. Esto implica
el uso de unas 160.000 toneladas de acero, 2000 de cobre, 780 de aluminio, 110
de níquel, 85 de neodimio y 7 de disprosio para su fabricación. La central térmica
en cambio habrá necesitado principalmente de 5500 toneladas de acero, 750
toneladas de cobre y 750 de aluminio, aproximadamente, o lo que es lo mismo, en
peso, unas 25 veces menos de metales que en el caso de la eólica. Dicho esto,
la cantidad de materiales no es el aspecto más preocupante del problema, sino
la variedad de los mismos. Mientras que en la central térmica entran en juego
metales convencionales y relativamente abundantes, las nuevas tecnologías son
altamente voraces en muchos elementos distintos, algunos de ellos escasos en la
naturaleza o bien controlados por unos pocos países.
El estudio despeja, entre otros, dos
interrogantes importantes: el primero es que la cantidad de materiales no es el
aspecto más preocupante del problema, sino la variedad de los mismos. El
segundo, que la cantidad de recursos disponibles del planeta y la evolución de
la extracción se puede estimar para determinar el año en que la demanda de
minerales supere a la oferta. Los resultados arrojados son que con esta escala
de producción los materiales no alcanzan. Al agotamiento de las minas y la
producción de combustibles fósiles hay que añadirle otro factor importante. Si
las minas más ricas se agotan y los pozos de petróleo se van extinguiendo, tal
como está sucediendo, van quedando las de menor producción, y para éstas se
necesita más energía por unidad de material extraído, es decir, a medida que
las minas van agotándose, la energía de extracción aumenta exponencialmente.
Aquí comienza toda una serie de
incógnitas que trataremos de responder. Un sector importante cree que el
reciclado puede colaborar a extraer menos materiales. El problema es que la
producción de los bienes que contienen estos materiales no está diseñada para
rescatarlos, las baterías de los teléfonos celulares son un buen ejemplo,
cuando estos quedan obsoletos se van a la basura. Las baterías de los autos
eléctricos gozan del mismo interrogante. Se las cambian a costo altísimo cuando
se agotan, pero nadie sabe qué va a pasar con los 300 o 500 kilos de batería
que le sacan al auto. Hoy se los tendrían que llevar a la casa.
Seguramente la otra tentación es
decir que la ciencia y la innovación permitirán mejorar la eficiencia en el uso
de los materiales, temas que no se pueden dar por asumidos, porque como no sea
así nos estrellamos, aunque es una de las martingalas más utilizadas. La
Agencia Internacional de la Energía (AIE) publicó un informe sobre estos
materiales en 2021 donde se mostraban algunas cosas curiosas de aquí a
2040: la extracción anual de litio se tiene que multiplicar por 42, la de
grafito por 25, la de cobalto por 21, la de níquel por 19 y la de tierras raras
por 7. No es que la AIE diga que eso es lo que va pasar: lo que dice es que eso
es lo que se necesita que pase, lo que es muy distinto. Pero, ¿es ese
incremento posible?
En este momento hay carestía, pero en
el corto plazo habrá racionamiento no solo de materiales para la transición
sino de energía fósil, necesaria para extraer los otros materiales. El petróleo
crudo convencional, el que sirve para hacer más cosas y es más fácil de extraer
y procesar, llegó
a su máximo en 2005. La producción lleva 16 años sin aumentar y en los
últimos años ha empezado a caer. Para compensar la falta de petróleo crudo
convencional hemos extraído otros líquidos más o menos similares al petróleo,
los llamados ‘petróleos no convencionales’. El diésel, la sangre del sistema,
mueve los camiones, las excavadoras, los tractores e, indirectamente, los
barcos, está en problemas. Por culpa de este descenso ahora mismo escasea
el plástico y cada día faltan más cosas: acero laminado, aluminio,
cobre, chips.
¿Cómo se le plantea a un
norteamericano medio que se acabó su disposición de un coche propio? ¿Cómo es
posible revertir en muy pocos años la labor intensiva llevada a cabo a lo largo
de un siglo por los aparatos productores y distribuidores de cultura encaminada
a hacer del consumo por el consumo el ideal de vida de amplísimas capas de la
población mundial? Lamentablemente, no es realista confiar en la toma
espontánea de conciencia de una población engañada y manipulada por unos medios
oligopólicos cuyos dueños forman parte de los grandes poderes mundiales.
Poderes privados, que se hallan sumidos en un estado casi catatónico,
pretendiendo, del modo más iluso e irresponsable, proseguir la política suicida
de impulsar un crecimiento económico sin el cual no puede subsistir el
capitalismo ni, con él, su privilegiada posición social.
Por eso, si no controlamos, planificamos
y regulamos la producción, los materiales y sus utilizaciones, tendremos
problemas. Entonces, lo ideal, por ejemplo, para el transporte sería
planificarlo y hacerlo público. Los medios de transporte público, como trenes,
trolebuses, subterráneos, etc., mueven más personas, son más fáciles de
construir, más eficientes y duraderos. Su único inconveniente es que se acotan
a las vías y no pueden dejarte en tu casa, esto es ingeniería social. Lo mismo
ocurre con medidas como apagar los escaparates de noche o reducir el ritmo de
consumo de energía. Aceptar pagar energía a precios siderales, con malas
prestaciones para generar productos caros o para pasar frío en invierno o calor
en verano para mantener la tasa de ganancia de los proveedores también es ingeniería
social.
Es cierto que la ingeniería social
busca promover cambios positivos en la sociedad, pero al parecer se ignoran los
desafíos relacionados con las empresas u organizaciones que son grandes
contaminadores, por lo que el Estado y su regulación, son centrales. La
racionalización por planificación, la regulación de explotación de materiales,
la estatización de explotaciones, industrias y servicios así como la
obligatoriedad de declarar algunos materiales, energías o alimentos como
estratégicos, definirán el futuro. Los países centrales tienen este
inconveniente ahora, pero los del sur global se encaminan al problema. La idea
de estatizar BASF, la empresa química alemana que alimenta buena parte de los
procesos productivos europeos, dado su perdidas y la posibilidad de quiebra, es
un hecho.
Llegamos así a la conclusión que, con
esta escala de producción y consumo, el mundo no tiene materiales para ser
sustentable, por lo que habría que optar por un modelo productivo que se pueda
llevar a cabo. El decrecimiento o la neutralidad de crecimiento se refieren a
modelos económicos que buscan reducir o estabilizar el consumo de recursos
naturales y energía, mientras se mantienen o mejoran los niveles de bienestar
humano. Pero hay otros modelos, como el ecofascismo, que alude a
supuestos regímenes autoritarios que posibiliten que cada vez menos
personas, las que tienen poder económico y/o militar, sigan sosteniendo su
estilo de vida acaparando recursos a costa de que mucha más gente no pueda
acceder a los mínimos materiales de existencia digna. ¿Les suena a los
argentinos?
Las amenazas son reales. Una rápida
mirada a la geopolítica actual nos muestra centenares de conflictos armados,
guerras localizadas, disputas
por vías de comercialización, que marcan una aproximación de
confrontaciones bélicas de mayor intensidad. Siempre con el objetivo
fundamental de asegurarse el acceso a materias primas y energéticas y, cada vez
más, de adueñarse de tierras fértiles. Todo ello en el marco de una crisis
económica profunda, sin otra salida dentro del sistema capitalista que una
destrucción de capital insólita en la historia. Y destruir capital no es
destruir dinero, es destruir factores de producción, campos, edificios,
máquinas y trabajadores.
¿Cuál sería el modelo para una
argentina entreguista, donde nada es estratégico, o donde lo público es mala
palabra y regulación falta de libertad? La ingeniería social ha logrado convencer
a la sociedad que algunos pueden mantener privilegios a costa de los
demás. Un nuevo régimen político, en ausencia de alternativas factibles,
surge para culminar la evolución autoritaria de 1976, con un objetivo
fundamental: asegurar durante el colapso y el postcolapso la supervivencia y
acumulación de sus élites y el mantenimiento, en la medida de lo posible, de
sus suntuosas condiciones de existencia material a costa de la población en su
conjunto.
En un marco de
impunidad legal, estos nuevos regímenes desarrollarían tecnologías de
biopoder, de vigilancia de todo tipo de actividades y movimientos, de espionaje
de comunicaciones, que, con los debidos tratamientos informáticos, permitirían
el control policial de cada individuo. La represión brutal y ejemplarizante
crearía un universo de personas aterradas y sumisas. El otro soporte del poder
de Estado, la legitimación y el consenso, se construiría mediante un monopolio
absoluto de los aparatos de creación y difusión cultural encargados de la
aplicación sistemática de técnicas de manipulación, ideadas y desarrolladas en
el siglo XX, que pueden llegar a imponer una realidad paralela donde la
disidencia no sea siquiera concebible.
Es cierto que no solo carecemos de
modelos alternativos propuestos por la clase política, sino que también hemos
dejado librado al beneficio y la rentabilidad el futuro de nuestras naciones.
En nombre de la libertad de mercado hemos perdido mercados y consolidado monopolios,
en un mundo donde la mayor producción es el hambre y la pobreza. Esto evidencia
una falta de visión a largo plazo y una priorización de intereses económicos
sobre el bienestar social.
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*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNLP. Autor y editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista, columnista radial, analista
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