Revista Nos Disparan desde el Campanario Año V El Valor del Martín Fierro… por Martiniano Leguizamón - Rodolfo Rivarola - Manuel Gálvez - Alejandro Korn
En 1913, la revista "Nosotros"
realizó una encuesta sobre el valor del Martín Fierro y envió a
algunos caracterizados escritores de la época una circular cuyo texto
transcribimos a continuación, así como algunas de las respuestas que conservan
interés para nuestros coetáneos. Las lecturas de Leopoldo Lugones han
puesto de actualidad el Martín Fierro. Lo que ya algunos pensaban y
unos pocos habían publicado por escrito con audacia de paradoja, Lugones lo ha
sostenido sin ambages con todo el prestigio de su talento; el Martín
Fierro es nuestro poema nacional por excelencia, la piedra angular de la
literatura argentina. Ricardo Rojas lo ha repetido con personal convicción en
su conferencia inaugural del curso de literatura que dicta en la Facultad de
Filosofía y Letras: el Martín Fierro es nuestra Chanson de
Roland, nuestra Gesta de Mio Cid. El problema literario que plantean
estas rotundas afirmaciones es de una importancia, que nadie puede
desconocer. ¿Poseemos en efecto un poema nacional, en cuyas estrofas resuena
la voz de la raza? El acercamiento establecido por los críticos entre los
varios poemas gauchescos, recogidos oficialmente en los programas de literatura
de los estudios secundarios, ¿importa acaso un enorme error de apreciación
sobre el diverso valor estético de aquellos poemas? ¿Es el poema de Hernández
una obra genial, de las que desafían los siglos, o estamos por ventura creando
una bella ficción, para satisfacción de nuestro patriotismo? La opinión a
este respecto de todos los escritores argentinos es valiosísima,
y puede contribuir grandemente a determinar las verdaderas
proporciones del Martín Fierro. La dirección de la revista se permite
solicitar de usted, quiera contribuir con su autorizado juicio, a la solución
de esta importante cuestión literaria.
Martiniano Leguizamón
No sin alguna satisfacción, lo confieso, seguí
las recientes lecturas de Leopoldo Lugones en el Odeón sobre el Martín
Fierro, y he visto complacido el aplauso unánime de la selecta
concurrencia ante sus perentorias afirmaciones. Para muchos de los oyentes
sería aquello tal vez un triunfo de la prestigiosa palabra del brillante
escritor, pero para los más era, sin duda, la revelación de un tesoro de belleza
ignorada que tenían, sin embargo, al alcance de la mano; en cuanto a mí fue
ratificación de muy hondos y arraigados sentires. Cabalmente en las páginas de
esta revista, estudiando nuestros orígenes literarios hace dos años, dije
sintetizando el juicio vertido en varios trabajos anteriores, especialmente en
el consagrado a la poesía gauchesca en De cepa criolla: que Hernández
había creado con su admirable Martín Fierro el primer y único
poema nacional surgido en nuestra tierra. Semejante opinión que pudiera ser
sospechada de parcialidad, dada mi irreductible pasión por las cosas
genuinamente argentinas, es compartida por el crítico Marcelino Menéndez y
Pelayo, al afirmar: “que los diálogos de Hidalgo y de sus imitadores, fueron el
germen de esa peculiar poesía gauchesca, que libre luego de la intención del
momento, ha producido las obras más originales de la literatura sudamericana”. Mis
estudios sobre el tipo moral del gaucho, durante largos años, a través de una
copiosa literatura y lo que reputo más valioso aún como documento auténtico, la
observación directa del atrayente sujeto en su medio ambiente, han formado en
mi espíritu la convicción profunda de que el poema de Hernández –con todos sus
defectos de forma en que el autor incurre a sabiendas para identificarse con el
alma popular y expresar el sentimiento colectivo en las hablas pintorescas
de los rústicos protagonistas– supera como creación original con su fuerte
sabor de poesía virgen, a todos los ensayos del género que le precedieron como
los Cielitos y Diálogos patrióticos de Hidalgo, los Trovos de
Ascasubi y el Fausto de Del Campo. Creo que es obra duradera de las
que desafían los tiempos, porque ninguno de sus predecesores descendió más
hondo, en un sondazo genial, a las recónditas intimidades de ese enigma humano
encarnado en la noble figura del gaucho. La profecía con que el rústico trovero
remata aquel "telar de desdichas", ha sido cumplida al decir:
Lo que pinta
este pincel
Ni el tiempo
lo ha de borrar,
Ninguno se
ha de animar
A corregirme
la plana;
No pinta
quien tiene gana
Sino quien
sabe pintar.
La guitarra campera dio con él su postrer
bordonazo, semejante a un inmenso gemido del alma de las muchedumbres y apagó
sus sonidos para siempre... Martín Fierro es, en mi sentir, nuestro poema
nacional, no sólo porque describe con colores no igualados todo un período
dramático de la vida nacional, sino porque en sus toscos octosílabos –henchidos
de compasión, de justicia e ideales generosos– se condensan los sentimientos
más nobles, como si en sus estrofas resonara la voz de la extraña prole
desventurada que ayudó a libertar y a constituir la patria, con la pujanza
altanera de su brazo y la pródiga inmolación de su sangre bravía. El Martín
Fierro resume los sentimientos, las creencias y las ideas cardinales del
paisano; la sabiduría popular de los refranes, alma del folclore; sus
conocimientos de las costumbres e idiosincrasias de los animales, con una
exactitud tan admirable que, en las rústicas estrofas de una payada se
constatan las enseñanzas de la historia natural. No es, pues, una bella ficción
creada para satisfacer nuestro patriotismo. Es nuestro poema nacional, como
reflejo de la época dolorosa en que a costa de sangre y sacrificios inauditos
se plasmó el sentimiento de la unidad territorial, y encarnación de las más
legítimas aspiraciones populares. Hay que estudiarlo con amor y paciente
meditación. Es necesario tener alma de criollo para penetrar en su arcana
poesía. Lo dijo el autor en audaz y viril advertencia a los lectores poco
prevenidos que sólo buscan en sus páginas la nota regocijada de la agachada
campesina para reir:
Tiene mucho
que aprender
El que me
sepa escuchar;
Tiene mucho
que rumiar
El que me
quiera entender.
Desgraciadamente la mayoría de los lectores no
se solaza en sus estrofas más que con el pasaje burlesco, la ocurrencia
picaresca y el retruécano vivaz, pero rústico, la cubierta del campesino, que
suele escandalizar a ciertos lectores pudibundos; sin reparar en la pintura
honda, verídica y punzante de la vida de aquellos héroes, los más auténticos de
nuestro suelo, curtidos de desgracia y desventura, que se extinguieron luchando
en la soledad y el desamparo sin una mirada de compasión... Con su fuerte y
áspera tosquedad de cantar de gesta, el hermoso poema gauchesco acendra su
valor en los años vividos, y hoy retorna desde el fondo de la pampa misteriosa,
para iluminar el grave perfil del gaucho que se aleja y se pierde en los
tristes silencios del desierto en que fue señor. Tal es mi personal convicción
sobre el asunto que motiva la encuesta por Nosotros abierta.
Rodolfo Rivarola
Señores: Mi respuesta es breve porque sólo
expresa una convicción personal, sujeta a rectificación, y no el resultado de
mi estudio definitivo del tema en cuestión. Creo que el Martín
Fierro habría tenido el valor que se le supone de poema nacional, y con
las palabras de ustedes, "en cuyas estrofas resuena la voz de la
raza", si la raza criolla para la cual fue escrito y de la cual surgió, se
hubiera desenvuelto en crecimiento vegetativo, y no hubiera, por lo contrario,
sido absorbida y reemplazada por otra, que sólo puede apreciar al héroe en lo
que tenga de humano, y por ello le interese, como nos interesan hoy Aquiles,
Rolando o el Cid, y no por lo tenga de "nacional". Si Hernández
escribió el poema de la raza, lo que puede faltar hoy que todavía está el
poema, es la raza, que no está más. La idea de haberse producido una sustitución de
la sociabilidad argentina, y no una evolución, la adquirí al estudiar
el Censo de 1895. Por primera vez publiqué mis apuntes en la revista Athenas del
20 de octubre de 1901; los reproduje en apéndice Del Régimen federativo al
unitario, p. 453, en 1908; he repetido la observación, en mi Derecho
penal argentino, de 1910; y es el motivo o fundamento de muchas opiniones
que tengo hoy y que no tenía antes del análisis del censo, sobre nacionalidad,
nacionalismo e ideas afines, de todo lo cual se puede encontrar muchos
vestigios en mi Fernando en el Colegio, que ustedes han apreciado tan
amablemente. Con mi aplauso por su iniciativa de estudio, les saludo muy
atentamente.
Manuel Gálvez
Martín Fierro representa, a mi entender,
el más alto momento poético de las letras castellanas. Es un poema épico, aún
en el concepto más estrictamente retórico. Ningún poeta de nuestra lengua ha
sido tan humano, tan profundo, tan realista como Hernández. Su libro sintetiza
el espíritu de la raza americana, en lo que ésta tiene de hondo y permanente. La
pintura de los caracteres es admirable en el Martín Fierro. Hay un
sentimiento de la naturaleza tan íntimo, tan moderno, que sorprende. Hernández
tenía la sensibilidad de un hombre de este siglo. ¿Y qué decir de su estupenda
habilidad para describir, de su sencillez realmente épica, de sus innumerables
imágenes, todas tan nuevas, tan verdaderas y por alguna de las cuales parece
pasar el alma de Esquilo? Lo más bello del Martín Fierro es su dolor.
Ciertas páginas no pueden leerse sin lágrimas. Cuando describe las desgracias
del gaucho llega al máximum de lo patético. Y todo este dolor tan enorme
aparece libre de elemento melodramático, es decir, de arte inferior. El Destino
actúa en nuestro poema como en las tragedias griegas. He creído siempre que
Hernández era no sólo el mayor poeta argentino, sino el mayor poeta de lengua
castellana. He hecho leer Martín Fierro a más de un escritor español;
el año pasado envié un ejemplar a la Condesa de Pardo Bazán. En mi entusiasmo
por este libro no hay novelería ninguna. Conviene demostrar esto porque después
de las conferencias de Lugones todo el mundo admira al Martín
Fierro. He aquí lo que escribí en mi libro El Diario de Gabriel
Quiroga, publicado en Julio de 1910: “el
caso de José Hernández es peor aún. Ese espíritu genial que ha escrito el libro
más representativo ole la raza, ese poeta inmenso que tiene imágenes dignas de
Esquilo, un sentido profundo de la realidad, una emoción que nos conmueve
hasta las lágrimas, un desenfado estupendo y admirable, una cantidad de
sentencias morales que pudiera firmarlas el propio Epicteto y un hondo
sentimiento del alma nacional, –ese poeta, el autor del Martín
Fierro, tampoco tiene estatua, ni calle que lleve su nombre, ni ha
adquirido el derecho de mención en la literatura militante, ni es juzgado según
sus méritos en los vacíos y estúpidos textos literarios donde aprende la
juventud".
Lugones afirmó que el Martín Fierro no
había sido comprendido en su tiempo y recuerda los juicios críticos que
encabezan las ediciones del poema. Sin embargo, tales juicios son muy elogiosos
y si no revelan la misma opinión que del poema tenemos nosotros, se le acercan
mucho. Don Juan María Torres, cuyas palabras citó Lugones, dijo, en efecto, en
una carta dirigida al propio Hernández, que como Martín Fierro no era
una obra de arte, no le podía aplicar las reglas literarias. Pero él tomaba las palabras
"obra de arte" en un sentido limitado, en el sentido de obra
arreglada, pulida, perfecta, Para él Martín Fierro era más que una
obra de arte, pues en su juicio crítico dice, después de transcribir algunas
estrofas del poema: "Esta es la verdadera poesía, la poesía del dolor y
del alma. ¡Cuántos volúmenes de necedades brillantes contienen las bibliotecas,
cuyo jugo exprimido no vale el pensamiento y la ternura de estos pocos
versos!" Y los juicios de Cané, del doctor Morne y de otros son
elogiosísimos. Junto a estas opiniones entusiastas hubo, es claro, la crítica
adversa de los retóricos. Esto era inevitable. Aún hoy hay quien considera al
gran libro solo como un poema pintoresco, real a veces y con cierta gracia y
habilidad descriptiva. Desde que Lugones habló, la jauría de los retóricos está
ladrando de rabia "a campo y cielo". Tampoco creo que Hernández
ignorase el valor de su libro. "Mucho tiene que rumiar" –dice–
"el que me quiera entender", lo cual induce a pensar que veía en sus
versos algo más que meras descripciones. Y al final de la primera parte,
tiene un rasgo admirable que revela en Hernández la plena conciencia del valor
de su libro. Me refiero a cuando Fierro rompe la guitarra, diciendo que
"naides ha de cantar cuando este gaucho cantó". Podría multiplicar
las citas. No me detengo a demostrar mis afirmaciones sobre el mérito del Martín
Fierro porque ya lo ha hecho Lugones bellamente. Lo esencial él lo ha
dicho. En todo caso agregaré algunas observaciones propias cuando Lugones
publique su esperado libro.
Alejandro
Korn
¡Alabado sea Dios, con que algo bueno vino de
Galilea! Dejaremos de fijar los ojos en todos los rumbos del horizonte
intelectual para saber cuál es la última moda literaria, la orientación mental
que hemos de simular y el autor que se recomienda a nuestras aptitudes
imitativas, según Tarde el atavismo más arraigado de la especie, por ser de
origen algo remoto, quizás prehumano. ¿Con qué este hombre que obedeció a los
impulsos más espontáneos de su alma, que clavó los ojos en la vida real de su
pueblo, que hablaba el idioma de los humildes y de los ignorantes, que no tuvo
ningún modelo y desconocía las regías de la métrica castellana, ha escrito –por
cierto sin sospecharlo– la epopeya nacional? No; no puede ser, eso no es
argentino. ¿Acaso hemos de tener el valor de nuestros propios sentimientos y
afecciones, hemos de pedir a nuestro propio ambiente la inspiración
artística, hemos de descubrir una veta en nuestro genio nacional y un paisaje
en nuestra llanura? Jamás; nosotros nos vestimos correctamente y pensamos
modernamente y escribimos convencionalmente; nunca incurrimos en nada que sea
agreste, individual o sincero. Celebramos puestas de sol tras de las pirámides,
describimos los almenados muros de un villorrio medioeval, cantamos erotismos
faunescos y sentimientos que nunca fueron una emoción y hacemos literatura
argentina. Pues bien, conviene que no nos molesten en tan plácida tarea, que al
fin es inofensiva. Lugones no ha hecho obra buena al evocar el poema anacrónico
de Martín Fierro, que hasta la fecha era el secreto de unos pocos y ahora
corre el riesgo de ser la última novedad. Todo el gremio es capaz de
acriollarse y abrumarnos con un desborde de poesía gauchesca!
Fuente: El
Libro Total
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