Gráfica: Un David
Autor: Charles Henry Kerr
Fuente: https://www.oldbookillustrations.com/illustrations/indeed-david/
"Soberanismo" es la palabra
que en la última década mejor ha sabido dar expresión a la visión de las
fuerzas políticas que interpretan el descontento con la globalización y la
hostilidad hacia los procesos de integración europea. Nuevo y cautivador, libre
de referencias a los escombros ideológicos del siglo XX, el término ha ofrecido
a observadores y estudiosos una clave sencilla y unitaria para interpretar
distintos fenómenos: del euroescepticismo en los países del Este al Brexit, de
la victoria de Donald Trump y Jair Bolsonaro al auge de la derecha radical
populista a este lado del Atlántico.
Es precisamente su amplitud
semántica, sin embargo, lo que hace difícil evaluar su resistencia en el
tiempo, su destino, su adhesión a fenómenos concretos. Tras la pandemia, la
gestión coordinada de las vacunas y la respuesta común a la crisis con la Nueva
Generación de la UE llevaron a hablar del "fin del soberanismo", al
menos en el Viejo Continente. La derrota de la derecha radical en países como
los Estados Unidos, Brasil y, más recientemente, Polonia, ha reforzado la
percepción de su ocaso.
Ahora, al acercarse las elecciones
europeas de 2024, el "soberanismo" ha vuelto a indicar el enemigo a
batir para las fuerzas proeuropeas. El referente parece, empero, limitado a la
franja más extrema de las derechas que se reúnen en el grupo Identidad y
Democracia, entre ellas la Lega de Matteo Salvini, el Rassemblement National de
Marine Le Pen, Alternative für Deutschland y el Partido de la Libertad
austriaco. El grupo liderado por Giorgia Meloni, Conservadores y Reformistas,
que también incluye a la extrema derecha española de Vox y al PiS [Prawo i
Sprawiedliwość - Ley y Justica] polaco, se acredita en cambio como fuerza
europeista y no (ya) soberanista.
El soberanismo ¿se ha convertido por
tanto en una opción residual, de retaguardia, que hay que contener por medio de
un "cordón sanitario" cada vez más estrecho? ¿O es que algunos de los
rasgos característicos de la visión política a la que sólo hace unos años se ha
dado este nombre se han vuelto hoy más irreconocibles, habiendo entrado, de
hecho, en la oferta mainstream de los partidos proeuropeos?
Para arrojar claridad, vale la pena
volver a una definición. “Soberanismo” es el nombre asumido por aquella
posición política que, por un lado, reivindica la autonomía de los
Estados-nación en contra de las influencias políticas, económicas, sociales y
culturales de sujetos externos; por otro, defiende la soberanía popular por
contraposición a órganos de garantía no elegidos.
En el primer aspecto, el soberanismo
se presenta como un renacimiento contemporáneo del nacionalismo, en un momento
en el que, sin embargo, la soberanía del Estado-nación parece estar en declive,
sea por la cesión de parte de sus prerrogativas a instancias supranacionales
como por la subordinación de facto del poder político a otros poderes, como el
económico.
Soberanismo" y
"nacionalismo" se utilizan a menudo como sinónimos, pero la distancia
entre ambos términos es considerable. En ambos casos hay una glorificación del
pueblo-nación; sin embargo, mientras que el nacionalismo persigue un designio
de libertad de la nación frente a los Estados opresores, o de supremacía de un
Estado-nación sobre los demás a través de una política de fuerza, el
soberanismo es fundamentalmente una instancia de defensa del modo de vida
nacional y tradicional frente a la amenaza de los flujos globales y de la
sociedad abierta: contra –a saber- actores no estatales que difícilmente pueden
suponer una amenaza para el poder de los Estados.
Lo que une las consignas de los
soberanismos de los distintos países es, de hecho, sobre todo el frente común
de oposición a la inmigración incontrolada. Incluso en las relaciones con las
instituciones supranacionales, en particular la Unión Europea, el principal
ámbito de conflicto son las cuestiones de control de las fronteras exteriores,
las políticas de acogida de refugiados y el reparto de las cargas.
El segundo aspecto del orden soberanista,
el que se refiere al poder del pueblo, resulta especialmente destacado para el
proyecto de "democracia iliberal", auspiciado por ejemplo por Orbán
en Hungría y Kaczyński en Polonia, en el que la apelación a la voluntad de la
mayoría deslegitima las limitaciones liberales de la separación de poderes, de
los derechos fundamentales o del respeto a los tratados internacionales. La
voluntad popular del pueblo debe afirmarse sin límites. Quien se opone a ella
es señalado como enemigo. De ahí las frecuentes disputas que oponen a partidos
y dirigentes de esta familia política a las decisiones de los tribunales
constitucionales o internacionales, especialmente en cuestiones identitarias,
es decir, en materia de derechos de las minorías étnicas/raciales o sexuales, o
de derechos reproductivos.
En la representación soberanista, en
suma, las mayorías nativas, o sexuales, étnicas o religiosas reivindican su
derecho a decidir quién puede entrar y en qué condiciones, quién puede
disfrutar de la plena ciudadanía, a quién hay que defender de la violencia y
quién no se cuenta entre las vidas dignas de protección. Los límites
constitucionales y los vínculos establecidos por el Derecho Internacional en
materia de derechos humanos figuran como una intromisión ilegítima en las
prerrogativas soberanas del pueblo.
En los casos más extremos, la
concepción mayoritaria de la democracia lleva al "pueblo" populista a
ocupar el espacio del poder constituyente y a cambiar, a través de los partidos
de gobierno o mediante referendos, las reglas y principios de las cartas
fundamentales. Esto comporta la fusión del programa político de la mayoría (es
decir, de una parte del todo) con la voluntad del Estado, y el colapso de la
distinción entre política ordinaria y política constitucional.
Si esto es lo que caracteriza la
visión de lo que llamamos "soberanismo", parece ciertamente engañoso
aplicarla sólo a las pulsiones euroescépticas de los partidos
"identitarios" y no, igualmente, a los llamados "conservadores".
En primer lugar, porque poco o nada les distingue en su defensa nativista de
las fronteras frente a la amenaza del extranjero. Y además, porque algunos de
los partidos que de manera más resonante han defendido las prerrogativas de la
mayoría contra los check and balances [contrapesos] del Estado de
derecho, como el PiS, se sientan justo al lado de Giorgia Meloni.
Por otra parte, se puede observar
cómo algunas de las demandas soberanistas han penetrado tan a fondo en el
sentido común de la política europea hasta hacerse casi invisibles como
elemento conflictivo. Es el caso, en particular, de las políticas migratorias
de países terceros: el pacto firmado en Bruselas en diciembre de 2023 endurece
aún más el planteamiento de cierre de las fronteras exteriores que desde hace
décadas hace hablar de una Europa "fortaleza". En los mismos días, la
vía libre húngara a las negociaciones de adhesión de Ucrania a la UE se canjeó
por un substancial salvoconducto para las violaciones del Estado de Derecho
perpetradas por Orbán.
Por tanto, quizá sea Europa entera la
que se ha convertido – que no parezca una paradoja- en "soberanista".
Y entonces "soberanismo" podría dejar de significar cualquier cosa. O
podría ser el término más capaz de interpretar un presente en el que lo que se
convierte en norma se vuelve invisible, como el espíritu de los tiempos, o el
aire que se respira.
Giorgia Serughetti
Profesora de Ciencias Políticas en la Universidad de Milán-Bicocca, y
autora de libros como “Utopie della Cura” y, con título anti-thatcheriano, “La
società esiste”.
Fuente:
il manifesto, 29 de diciembre de 2023
Revista Sin Permiso
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