Revista Nos Disparan desde el Campanario Año V La duda moderna y cartesiana reemplaza al asombro… por Byung-Chul Han
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El exceso de positividad se
manifiesta, como un exceso de estímulos, informaciones e impulsos. Modifica
radicalmente la estructura y economía de la atención. Debido a esto, la
percepción queda fragmentada y dispersa. Además, el aumento de carga de trabajo
requiere una particular técnica de administración del tiempo y la atención, que
a su vez repercute en la estructura de esta última. La técnica de
administración del tiempo y la atención multitasking no significa un progreso
para la civilización. El multitasking no es una habilidad para la cual esté
capacitado únicamente el ser humano tardomoderno de la sociedad del trabajo y
la información. Se trata más bien de una regresión. En efecto, el multitasking
está ampliamente extendido entre los animales salvajes. Es una técnica de
atención imprescindible para la supervivencia en la selva. Un animal ocupado en
alimentarse ha de dedicarse, a la vez, a otras tareas. Por ejemplo, ha de
mantener a sus enemigos lejos del botín. Debe tener cuidado constantemente de no
ser devorado a su vez mientras se alimenta. Al mismo tiempo, tiene que vigilar
su descendencia y no perder de vista a sus parejas sexuales. El animal
salvaje está obligado a distribuir su atención en diversas actividades. De este
modo, no se halla capacitado para una inmersión contemplativa: ni durante la
ingestión de alimentos ni durante la cópula. No puede sumergirse de manera
contemplativa en lo que tiene enfrente porque al mismo tiempo ha de ocuparse
del trasfondo. No solamente el multitasking, sino también actividades
como los juegos de ordenadores suscitan una amplia pero superficial atención,
parecida al estado de la vigilancia de un animal salvaje. Los recientes
desarrollos sociales y el cambio de estructura de la atención provocan que la
sociedad humana se acerque cada vez más al salvajismo. Mientras tanto, el acoso
laboral, por ejemplo, alcanza dimensiones pandémicas. La preocupación por la
buena vida, que implica también una convivencia exitosa, cede progresivamente a
una preocupación por la supervivencia. Los logros culturales de la humanidad, a
los que pertenece la filosofía, se deben a una atención profunda y
contemplativa. La cultura requiere un entorno en el que sea posible una
atención profunda. Esta es reemplazada progresivamente por una forma de
atención por completo distinta, la hiperatención. Esta atención dispersa se
caracteriza por un acelerado cambio de foco entre diferentes tareas, fuentes de
información y procesos. Dada, además, su escasa tolerancia al hastío, tampoco
admite aquel aburrimiento profundo que sería de cierta importancia para un
proceso creativo. Walter Benjamin llama al aburrimiento profundo «el
pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia». Según él, si el
sueño constituye el punto máximo de la relajación corporal, el aburrimiento
profundo corresponde al punto álgido de la relajación espiritual. La pura
agitación no genera nada nuevo. Reproduce y acelera lo ya existente. Benjamin
lamenta que estos nidos del tiempo y el sosiego del pájaro de sueño desaparezcan
progresivamente. Ya no se «teje ni se hila». Expone que el aburrimiento es «un
paño cálido y gris formado por dentro con la seda más ardiente y coloreada», en
el que «nos envolvemos al soñar». En «los arabescos de su forro nos encontramos
entonces en casa». A su parecer, sin relajación se pierde el «don de la
escucha» y la «comunidad que escucha» desaparece. A esta se le opone
diametralmente nuestra comunidad activa. «El don de la escucha» se basa justo
en la capacidad de una profunda y contemplativa atención, a la cual al ego
hiperactivo ya no tiene acceso. Quien se aburra al caminar y no tolere el
hastío deambulará inquieto y agitado, o andará detrás de una u otra actividad.
Pero, en cambio, quien posea una mayor tolerancia para el aburrimiento reconocerá,
después de un rato, que quizás andar, como tal, lo aburre. De este modo, se
animará a inventar un movimiento completamente nuevo. Correr no constituye
ningún modo nuevo de andar, sino un caminar de manera acelerada. La danza
o el andar como si se estuviera flotando, en cambio, consisten en un movimiento
del todo diferente. Únicamente el ser humano es capaz de bailar. A lo mejor,
puede que al andar lo invada un profundo aburrimiento, de modo que, a través de
este ataque de hastío, haya pasado del paso acelerado al paso de baile. En
comparación con el andar lineal y rectilíneo, la danza, con sus movimientos
llenos de arabescos, es un lujo que se sustrae totalmente del principio de
rendimiento. Con la expresión vita contemplativa no debe evocarse aquel mundo
en el que originariamente fue establecida. Está ligada a aquella experiencia
del Ser, según la cual lo Bello y lo Perfecto son invariables e imperecederos y
se sustraen de todo acceso humano. Su carácter fundamental es el asombro sobre
el Ser-Así de las cosas, que está libre de toda factibilidad y procesualidad.
La duda moderna y cartesiana reemplaza al asombro. Sin embargo, la capacidad
contemplativa no se halla necesariamente ligada al Ser imperecedero. Justo lo
flotante, lo poco llamativo y lo volátil se revelan solo ante una atención
profunda y contemplativa. Asimismo, el acceso a lo lato y lo lento queda sujeto
al sosiego contemplativo. Las formas o los estados de duración se
sustraen de la hiperactividad. Paul Cézanne, aquel maestro de la atención
profunda y contemplativa, dijo alguna vez que podía ver el olor de las cosas.
Dicha visualización de los olores requiere una atención profunda. Durante el
estado contemplativo, se sale en cierto modo de sí mismo y se sumerge en las
cosas. Merleau-Ponty describe la mirada contemplativa de Cézanne sobre el
paisaje como un proceso de desprendimiento o desinteriorización. «Al comienzo,
trataba de hacerse una idea de los estratos geológicos. Después, ya no se movía
más de su lugar y se limitaba a mirar, hasta que sus ojos, como decía Madame
Cézanne, se le salían de la cabeza. […] El paisaje, remarcaba él, se piensa en
mí, yo soy su conciencia.»
Solo la profunda atención impide «la
versatilidad de los ojos» y origina el recogimiento que es capaz de «cruzar las
manos errantes de la naturaleza». Sin este recogimiento contemplativo, la
mirada vaga inquieta y no lleva nada a expresión.
Pero el arte es un «acto de
expresión». Incluso Nietzsche, que reemplazó el Ser por la voluntad, sabe
que la vida humana termina en una hiperactividad mortal, cuando de ella se
elimina todo elemento contemplativo:
"Por falta de sosiego, nuestra
civilización desemboca en una nueva barbarie. En ninguna época, se han cotizado
más los activos, es decir, los desasosegados. Cuéntase, por tanto, entre las
correcciones necesarias que deben hacérsele al carácter de la humanidad el
fortalecimiento en amplia medida del elemento contemplativo".
Texto del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, publicado por primera vez
en su libro "La sociedad del cansancio".
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