Revista Nos Disparan Desde el Campanario Año V La narrativa del miedo al gasto público se utiliza para destruir el Estado del bienestar… por Romaric Godin
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Es una obra que se repite una y otra vez en el espectáculo general de la economía. A intervalos regulares, un armario se abre y un ministro de finanzas descubre con horror la existencia de instrumentos de deuda que él mismo ha colocado en el armario. Sobreviene un pánico general bien ensayado, con portazos y todo el mundo clamando bancarrota, apelando a la responsabilidad y amenazando con un ataque a los mercados financieros.
Todo el mundo pide recortes en el
gasto público y austeridad "para salvar al país". De hecho, aquí hay
un empleado del ministerio con una pila de estudios económicos muy serios que
demuestran que la austeridad refuerza el "crecimiento estructural".
Contra el populismo, la razón dicta que hay que recortar el gasto.
Se prepara entonces el escenario para
un severo régimen de austeridad que afecta sobre todo a los más pobres. La
miseria aumenta, el país ve derrumbarse su crecimiento estructural y la
recesión está asegurada. El colofón lo pone el mismo ministro que jura, con la
mano en el corazón, que no le volverán a pillar. Antes de volver a llenar el
armario...
En estos primeros meses de 2024,
Francia parece haberse metido de cabeza en este mal vodevil cien veces
repetido, pero cuyas consecuencias prácticas son considerables. Los discursos
alarmistas sobre la deuda se multiplican. Como señala a Mediapart Benjamin
Lemoine, sociólogo y autor de L'Ordre de la dette (La Découverte, 2022),
"el efecto sorpresa político y mediático es fingido".
Señala que, "cuando los tipos de
interés estaban en su nivel más bajo, gracias a la capacidad del BCE para
gestionar el mercado de la deuda pública, la preocupación de los poderes
públicos era la desaparición de la deuda como problema". Una vez retirado
este apoyo, "había que preparar a la opinión pública para lo que estamos
viendo ahora, que es una vuelta al orden de la deuda". Es precisamente en
esta preparación en la que Bruno Le Maire lleva trabajando más de tres meses.
El Ministro de Finanzas ha abierto el
famoso armario. De repente, la deuda pública francesa, que él ha contribuido
alegremente a acumular gracias a la generosidad con el sector privado, se ha
vuelto insostenible. Y es urgente.
En
su libro-programa titulado La Voie française, publicado la semana
pasada por Flammarion, el Ministro dedica un capítulo a la necesidad de reducir
la deuda. Hace un torpe intento de explicar por qué son tan urgentes los
recortes del gasto. Es una verdadera cueva de Alí Babá de argumentos, que van
desde la subida de los tipos de interés (que debe terminar el próximo mes de
junio) a la "degradación de Francia" (recurriendo a burdos
anacronismos que evocan los gastos excesivos de San Luis y Luis XIV), sin
olvidar a la reina de las pruebas: la caída del crecimiento.
Desde que se supo que las previsiones
de crecimiento del Gobierno para 2024 eran demasiado elevadas, la mayoría
macronista no ha dejado de recurrir a este argumento, resumido así por el
ministro grafómano en su libro: "El débil crecimiento frena nuestra
reducción de la deuda; por tanto, debe llevarnos a encontrar otras palancas
para reducir la deuda en un futuro inmediato."
El vodevil se convierte entonces en
un pastiche de Ubu roi, porque recortar el gasto para reducir la deuda en un
periodo de débil crecimiento es garantía de debilitar aún más el crecimiento y,
por tanto, de hacer la deuda aún más difícil de pagar. La lección ha quedado
claramente demostrada en la última década por la crisis de la eurozona.
Bruno Le Maire y los líderes actuales
estaban vivos y coleando entonces. Deberían haber aprendido este simple hecho.
Pero ahora tienen una historia diferente que contar, precisamente la misma que
en 2010-2014, cuando la creencia en la "austeridad expansiva"
proclamada por Jean-Claude Trichet sumió a la eurozona en una de las recesiones
más largas de su historia.
La reducción de la deuda impulsada
por el pánico contribuyó a un aumento duradero de la carga de la deuda. Y la
prisa por reducir la deuda pública en la eurozona, ¿ha mejorado su capacidad
para invertir en el futuro y construir una economía más fuerte y sostenible,
como se predijo? De hecho, ha ocurrido lo contrario.
El Tribunal de Cuentas, escenificando
el drama de la deuda
Sin embargo, esta es la misma
narrativa que se viene desarrollando en la escena pública desde hace tres
meses. A este respecto, no se puede subestimar el papel del Tribunal de Cuentas
en la construcción de este relato.
Desde hace varios años, la
institución de la rue Cambon es la guardiana del templo de la ortodoxia
financiera. Dada su independencia teórica, es un punto de apoyo extremadamente
práctico para construir la narrativa del pánico de la deuda. Desempeña un papel
extremadamente afinado en la justificación de la idea de una deuda
insostenible.
Al igual que su predecesor Didier
Migaud, primer presidente de esta institución, Pierre Moscovici, desastroso
gestor durante su etapa en Bercy de 2012 a 2014 (que dirigió una política de
"austeridad expansiva" durante su mandato, aumentando la deuda
pública del 80% al 95% del PIB), también moviliza las figuras clásicas del
miedo y la vergüenza para justificar una política de reducción rápida de la
deuda.
Recurre a la comparación, eterna
palanca de las políticas neoliberales. En una entrevista concedida a La
Dépêche el 13 de marzo, el primer Presidente del Tribunal de Cuentas
criticaba "nuestro gasto público, que es el peor de la zona euro". A
continuación, retomó el argumento de un futuro arruinado. El 12 de marzo, en la
presentación del informe del Tribunal sobre la adaptación al cambio climático,
afirmó que el "preocupante" estado de nuestras finanzas públicas
dificultaría la movilización de recursos para hacer frente a la crisis
ecológica.
En resumen, todo vale para justificar
la futura austeridad, incluso lo injustificable. Es difícil entender cómo
pudimos encontrar el 20% del PIB para hacer frente a Covid cuando la deuda
pública era del 100% del PIB, pero por qué no pudimos encontrar el dinero
necesario para adaptarnos al cambio climático con una deuda del 110% del PIB...
Temor y temblor
Una vez establecido este marco
narrativo, los medios de comunicación se pusieron manos a la obra, publicando
numerosas noticias sobre la deuda, afirmando, con sondeos que las avalaban
(como el publicado por La Tribune Dimanche hace diez días), que
"Francia tiene miedo" del nivel de su deuda, y multiplicando los
titulares y textos alarmistas, desde la "cura de desintoxicación para
nuestro Estado adicto a la deuda" de Le
Point hasta el "Francia al borde del abismo" de François
Lenglet en TF1.
El anuncio, el 26 de marzo, de que el
déficit público aumentaría al 5,5% en 2023, frente al 4,8% en 2022, supuso una
gran conmoción. La palabra "desviación" se convirtió rápidamente en
el titular de las cadenas de televisión y los sitios web de noticias. "¿Qué
va a hacer el Gobierno?", se preguntaba BFM, a pesar de que el ratio
deuda/PIB había bajado dos puntos el año pasado y no había tensiones en los
mercados financieros.
Sea como fuere, hay que actuar, y
rápido. Evidentemente, Bruno Le Maire en RTL y Pierre Moscovici
en France Inter refuerzan esta idea de urgencia, repitiendo los
argumentos ya mencionados y añadiendo uno último: el de la moralidad. La razón
por la que la deuda francesa está "fuera de control" es que los
franceses son indolentes, incapaces del rigor necesario.
"Tenemos una cultura nacional
que hace que, después de las crisis, no sepamos reducir con suficiente rapidez
nuestra dependencia del gasto", explica Pierre Moscovici en La
Dépêche. Además, los franceses se niegan a ver la "verdad" a la cara,
y el primer presidente del Tribunal de Cuentas reclama un "discurso de la
verdad". Y para colmo, Bruno Le Maire ha declarado que los franceses deben
comprender que "ya no puede haber barra libre" en el reembolso de los
gastos médicos.
Detrás de estas lecciones de moral,
se trata por supuesto de preparar a los ciudadanos para la austeridad "difícil
pero necesaria" que tendrá que golpear a los señalados como "aprovechados"
del gasto público. Para Benjamin Lemoine, "todo se ve en términos de gasto
público, y olvidamos automáticamente lo que ha producido este déficit: la
retórica anti-impuestos y la forma en que el Estado actúa como un Estado de
bienestar para el capital". Un estudio del Institut de recherches
économiques et sociales (Ires) ha calculado que las diversas formas de ayuda al
sector privado ascienden a casi 200.000 millones de euros al año.
Para desviar la atención de esta
responsabilidad, el problema se centra en el gasto social y los servicios
públicos. Se dice que son los responsables de la creciente deuda, y la
narrativa de la deuda se utiliza para justificar futuros recortes en los
servicios públicos y las transferencias sociales. Estos recortes ya han
comenzado con el recorte de emergencia de 10.000 millones de euros en febrero y
las múltiples reformas del seguro de desempleo. Pero aún hay más por venir.
Un final de guerra social
Esta narrativa política sobre la
deuda, machacada una y otra vez por el gobierno, parte de la oposición (y ahora
incluso el Rassemblement
National) y los "expertos", sirve sobre todo para justificar una
política de clase. Puede resumirse así: el objetivo del espantajo de la deuda
es desmantelar lo que queda del Estado del bienestar para preservar las
transferencias al sector privado y mantener su rentabilidad frente al
estancamiento del crecimiento.
El espectáculo de lamentarse por el
estado de la deuda pública parece, pues, resolver un conflicto interno del
capital planteado por la reciente evolución económica a expensas del trabajo y
de los servicios públicos. Benjamin Lemoine subraya la renovada presión de los
acreedores y del sector financiero. "Como la calidad de los activos sin
riesgo ya no está explícitamente garantizada institucionalmente por las
recompras del BCE, corresponde a los gobiernos tranquilizar a los prestamistas",
explica, y resume: "Si el revólver de los chantajistas de la deuda había
sido desactivado por estas recompras, ahora está parcialmente rearmado".
Señala que la refinanciación sin trabas en el mercado de la deuda "se
produce políticamente mediante promesas de reforma a los inversores".
Pero esta lógica choca con la
situación de un crecimiento estructuralmente débil y la necesidad permanente de
que otros sectores, en particular la industria, se beneficien de los flujos
públicos directos e indirectos. Para resolver esta tensión, y permitir que
todos los sectores del capital estén satisfechos, la solución pasa por hacer
recaer el peso de la deuda sobre los gastos sociales y los servicios
públicos. La
propuesta de Bruno Le Maire de subir el IVA para resolver el problema -ya
aplicada en el quinquenio Hollande- también se inscribe en este marco de
represión social.
Benjamin Lemoine resume diciendo:
"El retorno del orden de la deuda refuerza las desigualdades de clase",
y añade: "Existen especificaciones sociales para mantener la deuda como un
activo sin riesgo al servicio de los financieros: los más vulnerables, los que
dependen de los servicios públicos como las organizaciones de la mano izquierda
del Estado (sanidad, educación, investigación, etc.) son la variable de ajuste
automático en esta lógica perpetuamente reiniciada."
En
un artículo para la New Left Review en 2020, el historiador
económico estadounidense Robert Brenner resumía lo que él cree que es un "nuevo
régimen de acumulación", que denomina "capitalismo político", en
esta sencilla fórmula: "la redistribución directa de la riqueza, impulsada
políticamente, hacia arriba para apoyar elementos centrales de una clase
capitalista dominante parcialmente transformada". Es esta lógica la que
parece plenamente operativa en el caso francés.
"Mantener el orden de la deuda
requiere un constante acto de equilibrio entre el apoyo al capital privado y la
capacidad de servir la deuda sin sobresaltos políticos, y durante años esta
capacidad se ha basado enteramente en el sacrificio del Estado social",
señala Benjamin Lemoine. El problema es que esta lógica, apoyada en la
narrativa de la deuda, se resquebraja por todos lados. No sólo no produce
crecimiento, sino que los costes sociales y medioambientales que conlleva
debilitan la capacidad de reembolso de la deuda. La guerra social alimentada
por la narrativa de la deuda es un callejón sin salida. Detrás del vodevil, hay
una narrativa mortal.
Romaric Godin
es periodista desde 2000. Se incorporó a La Tribune en 2002 en su página web,
luego en el departamento de mercados. Corresponsal en Alemania desde Frankfurt
entre 2008 y 2011, fue redactor jefe adjunto del departamento de macroeconomía
a cargo de Europa hasta 2017. Se incorporó a Mediapart en mayo de 2017, donde
sigue la macroeconomía, en particular la francesa. Ha publicado, entre otros,
La monnaie pourra-t-elle changer le monde. Vers une économie écologique et
solidaire, 10/18, 2022 y La guerre sociale en France. Aux sources économiques
de la démocratie autoritaire, La Découverte, 2019.
Fuente:
Revista Sin Permiso:
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Por Daniel Miguel López Rodriguez para
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