Revista nos Disparan desde el Campanario Año V Economía.. AMÉRICA PRIMERO, ESTADO VS MERCADO… por Alejandro Marcó del Pont
Fuente: El Tábano Economista
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El fascismo es la solución simple
entre el ideal al que aspiran las sociedades y la realidad
“Qué más da si el gato es blanco o
negro, lo importante es que cace ratones”. Esta frase del líder chino Deng
Xiaoping, de finales de los 70, sirve para resumir el pragmatismo por el que se
ha caracterizado la evolución de la política económica china en las últimas
décadas. Según el gráfico la economía planificada destrozó en los últimos
veinte años al mercado en crecimiento, reducción de la inflación, comercio,
productividad, etc. Sobre todo porque la supuesta asignación eficiente el
mercado, desbarata al mercado, concediendo mayor concentración a los monopolios
en vez de mayor libertad. El mercado atenta contra el mercado y los
capitalistas con su afán de lucro lo sentencian.
Fuente: El Tábano Economista en base a datos oficiales
Según esta visión, que no es, como
veremos, sólo del partido Demócrata, la promoción del libre mercado devino en
globalización gracias a la planificación de los grandes grupos económicos que
imaginaron una deslocalización de la producción, donde las megacorporaciones
implementaron una masiva salida de capitales estadounidenses hacia otras
regiones del mundo en busca de salarios más bajos para obtener mayores
beneficios, tal como sucedió. Pero tales ganancias son sólo una cara de la
moneda, la otra fue el “vaciamiento” de la economía de los EE.UU. a partir de
la pérdida de cadenas de abastecimiento, industrias y empleos. En el caso de
estos últimos, el disciplinamiento funcionó, y ahora hay más empleo con menores
salarios. Estos fenómenos sentaron las bases para un aumento de la desigualdad
económica y un crecimiento del descontento social tanto a nivel doméstico como
global.
Esa misma mirada fue el eje nodal que
derivó en el lema de campaña que llevó al triunfo de Donald Trump de 2016,
“Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande” (Make America Great Again,
MAGA), fundada en la creencia de que Estados Unidos alguna vez fue un “gran
país”, pero que ha perdido este estatus debido a la influencia extranjera,
tanto dentro de sus fronteras, a través de la inmigración y el multiculturalismo,
como fuera de ella, a través de la globalización o la
mayor integración de múltiples economías a la nacional.
Una mirada económica similar a la
Republicana la expresaba en su documento Elizabeth Warren, senadora demócrata
por Massachusetts, que, por el año 2019, y con aspiraciones
presidenciales, imaginó, con la ayuda de asesora económica Mariana Mazzucato,
una salida a la pérdida de empleos americana por la globalización en una
propuesta económica llamada “Un
plan para el patriotismo económico”. Por su parte,Biden, para corregir la
situación actual propone impulsar una fuerte intervención del Estado en
determinadas áreas de la economía con el objetivo de desarrollar cadenas de
abastecimiento y acumulación de recursos estratégicos tanto en el propio país
como en países aliados. Mientras que Donald Trump, también en campaña
electoral, propone imponer un arancel del 60% a las importaciones procedentes
de China.
Como se ve, la idea de la
intervención, la planificación y el dirigismo estatal corta de manera
transversal a ambos partidos americanos. Si esto es así, trataremos de
diseccionar la idea en general, con el fin de entender cómo, en un escenario de
guerra por la supremacía mundial, donde el planeta tiene que ser forzosamente
un caos para retrasar, dentro de otras cosas, el desarrollo de China. Esta
dinámica, causante del desconcierto económico mundial, estimula a los países
centrales a volverse un bloque proteccionista y de intervención estatal en el
nombre de la seguridad nacional. Argentina, por su parte, tracciona en sentido
contrario al diseño del primer mundo, no sólo desde su actual perturbado
gobierno de derecha, sino de la totalidad del arco político.
La frase «Hacer que Estados Unidos
vuelva a ser grande» fue popularizada por primera vez por el presidente
republicano Ronald
Reagan, quien utilizó “Hagamos que Estados Unidos vuelva a ser grande” como
uno de varios lemas para su campaña presidencial de 1980. Lo interesante
es que las posturas políticas del movimiento MAGA, ante de enfocarnos en la
economía, son conocidos y acompañas a nivel mundial por su carácter
particularmente repulsivo, que ejemplifica el partidismo extremo de
la política contemporánea estadounidense o brasileña, argentina, francesa, etc.
Pero ¿qué contenía “Make America
Great Again» más allá de ser una promesa de campaña, y sugerir que Estados
Unidos había perdido su grandeza? Bueno, proponía, entre otras cosas, la Restauración
de la identidad nacional, abordar la inmigración de manera más estricta, ya que
atenta contra la cultura y el trabajo estadounidenses; revitalización
económica, impulsar el empleo, negociar acuerdos comerciales más beneficiosos
para Estados Unidos, aumentar los aranceles. Es decir, que las empresas vuelvan
al país, reducir impuestos y eliminar regulaciones que, desde su perspectiva,
obstaculizaban el crecimiento económico y un gran proteccionismo económico.
Quizás más interesante, pero en el
mismo sentido, resulte la línea argumental teórica en la propuesta del
“Patriotismo Económico” de Elizabeth Warren. A su entender, las gigantescas
corporaciones “estadounidenses” que controlan la economía no parecen tener un
sentido patriótico o ciertamente no actúan siguiendo tal línea. Estas empresas
ondean la bandera, pero no tienen lealtad hacia Estados Unidos. Levi’s es
una marca estadounidense icónica, pero la compañía opera solo el 2% de sus fábricas en EE.UU., General Electric
cerró una fábrica de motores industriales en y envió los trabajos a Canadá. La lista sigue y
sigue. Estas empresas “estadounidenses” sólo muestran una lealtad real a los
intereses de sus accionistas, de los cuales un tercio son inversores extranjeros. Si pueden
cerrar una fábrica estadounidense y enviar empleos al extranjero para ahorrar
cinco centavos, eso es exactamente lo que harán: abandonar a los trabajadores
estadounidenses leales y vaciar las ciudades estadounidenses en el camino.
Durante décadas, empresarios y
políticos han invocado “los principios del libre mercado” y se han “negado
a intervenir en los mercados en nombre de los trabajadores
estadounidenses. Y, por supuesto, ignoran esos mismos supuestos principios
e intervienen periódicamente para proteger los intereses de las corporaciones
multinacionales y del capital internacional”. Warren dice algo sumamente
interesante, desde su perspectiva como política americana, para los países del
sur global. “No es una cuestión de más o menos estado, se trata de saber para
quién trabaja el gobierno”. “Algunas personas culpan a la “globalización” por
los salarios fijos y los empleos estadounidenses enviados al
extranjero. Pero la globalización no es una fuerza misteriosa cuyos
efectos sean inevitables y estén fuera de nuestro control. No: Estados
Unidos optó por seguir una política comercial que priorizaba los
intereses del capital sobre los intereses de los trabajadores estadounidenses”.
La verdad es que las políticas de
Washington –no las fuerzas imparables del mercado– son el factor clave de los
problemas que enfrentan los trabajadores estadounidenses. Desde acuerdos comerciales hasta códigos tributarios, han alentado a las empresas a invertir
en el extranjero. En síntesis, propone: Intervención agresiva en nombre de
los trabajadores estadounidenses. Hay algo más que quiero dejar plasmado y
que forma parte del debate, la “automatización” como motor de la pérdida de
empleos en Estados Unidos: los robots y otras nuevas tecnologías hicieron que
los trabajadores manufactureros estadounidenses fueran más productivos, por lo
que las empresas tuvieron que contratar muchos menos seres humanos
reales. “Una buena historia, excepto que no es realmente cierta, no
hay “evidencia de que la productividad haya causado la caída relativa y
absoluta del empleo en el sector manufacturero” en Estados Unidos desde los
años 1980. Mientras tanto, Alemania tiene casi cinco veces más robots por
trabajador que nosotros y, en general, no ha perdido empleos como
resultado de ello”.
Joe Biden, presentó a mediados del
2023 un amplio plan
económico que, según dice, ayudará a restaurar el “sueño americano”,
esbozando una propuesta de “Bidenomía. Pero quizás lo más importante fue la
ruptura fundamental con la teoría económica que le ha fallado a la clase media
estadounidense durante décadas, según su entender. Se llama “la teoría de
la economía del goteo”. El presidente de Estados Unidos rechazó la teoría
conservadora que ha dominado la política de ese país y gran parte del mundo. La
“economía de goteo” fue defendida en la década de 1980 bajo el expresidente
republicano Ronald Reagan y ha sido impulsada de diversas formas por líderes
republicanos posteriores. Aunque suene increíble, Biden atacó la teoría, sobre
todo a la referencia que los recortes de impuestos y otros beneficios para los
ricos finalmente “se filtrarán” y bañaran a todos los niveles de la sociedad.
Este enfoque, dijo Biden, fue responsable de que las industrias se trasladaran
al extranjero, de recortes en las inversiones públicas y de la asfixia de la
competencia.
Algo de cierto hay, ya que en 2017,
Trump firmó la Ley
de Empleos y Reducción de Impuestos, que otorga importantes exenciones
fiscales a las corporaciones. La Casa Blanca identificó los tres pilares de la
“Bidenomía”. El primero fue “realizar inversiones públicas inteligentes en
Estados Unidos”, seguido de “empoderar y educar a los trabajadores para hacer
crecer la clase media” y “promover la competencia para reducir costos y ayudar
a los empresarios y las pequeñas empresas a prosperar” un proyecto de ley
bipartidista de infraestructura, una ley para impulsar la fabricación nacional
de semiconductores y la inversión en industrias nacionales de energía
limpia.
Hay sectores en los que tanto
Demócratas como Republicanos trabajan juntos, en la industria bélica y
tecnológica van de la mano y al país le conviene que el estado invierta en
desarrollo en su carrera con China. Pero al igual que en la Argentina, una
investigación conjunta de The Guardian y Food and Water Watch encontró
que la elección del consumidor es una ilusión, a pesar de que los estantes de
los supermercados están repletos de diferentes marcas. De hecho, unas pocas
empresas transnacionales poderosas dominan todos los eslabones de la cadena de
suministro de alimentos: desde semillas y fertilizantes hasta mataderos y
supermercados, pasando por cereales y cervezas.
La investigación de The Guardian y Food
and Water Watch sobre 61 artículos comestibles populares de Estados Unidos
revela que las principales empresas controlan un promedio del 64% de las
ventas. Y descubrieron que para el 85% de los alimentos analizados, cuatro
empresas o menos controlaban más del 40% de la cuota de mercado. Los
porcentajes de concentración son llamativos para un país que presume ser el
adalid de la competencia o donde el mercado y los consumidores castigan o
premian comprando producto (datos
aquí). La formación monopólica y oligopólica de los precios se reproduce en
otras áreas de la economía de EE.UU. y muestra el vaciamiento conceptual del
paradigma neoliberal: postulando la libertad de mercado ha dado lugar a una
brutal concentración económica con la consiguiente capacidad de formar precios
y maximizar ganancias en mercados cautivos.
Donald Trump, por su parte, quiere
imponer un arancel del 60% a las importaciones procedentes de China, lo que
indica un plan para intensificar la
guerra comercial con la potencial oriental que definió su
mandato. El peligro del enfoque arancelario es que corre el riesgo de exacerbar
los problemas económicos que sufren los estadounidenses hoy en día. Y, en
particular, estamos hablando de una alta inflación. Con variaciones,
Republicanos y Demócratas apuntan a reconstruir Estados Unidos de la mano de la
planificación en inversión estatal y la intervención en el mercado. Algunos
más, otros menos, dosifican la batalla por sobrevivir a China, con los remedios
chinos de un capitalismo estatal tratando de disciplinar a las grandes
compañías.
Para Jake Sullivan, Consejero de
Seguridad Nacional, el presidente estadounidense Joe Biden aboga por un cambio
radical en las políticas comerciales e industriales del país, en realidad un
“Nuevo Consenso de Washington” (NWC). La palabra «Washington» en el nombre
subraya que el proyecto ha sido diseñado y llevado a cabo por el gobierno de
Estados Unidos, mientras que «consenso» transmite la idea de que los países
amigos pueden unirse y cooperar con los responsables políticos estadounidenses.
La diferencia con Donald Trump es que hay que sacarle la parte de un acuerdo
adoptado por consentimiento entre todos los miembros países amigos (consenso),
aunque ahora que lo pienso, es sólo cuestión de consideración.
La necesidad de un Estado presente y
planificador, así como elección del consumidor fallida por monopolios y
oligopolios creados por el mercado no parecen distar mucho de los problemas del
sur global. El relato de libre mercado y competencia parece esfumarse por la
planificación y la intervención, al menos, los números y los hechos así lo
indican.
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*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNLP. Autor y editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista, columnista radial, analista.
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