Revista Nos Disparan desde el Campanario Año V Un sábado de compras en Dorrego, Invierno 1992. … por Favio Camargo

 




Por ahí hay errores en lo que escribo porque son recuerdos de niño, sepan disculpar. La reciente medida delirante sobre la apertura de importaciones de alimentos disparó esta idea al recordar la compra semanal que hacía mi familia.



Yo nací en un país que ya no existe, se llamaba la Argentina. Precisamente un 26 de junio de 1985 en Coronel Dorrego, Provincia de Buenos Aires. Mi Papá trabajaba prácticamente 24 horas de lunes a viernes en un cuartel de Bomberos Voluntarios, razón por la cual mi familia hacía la compra semanal el sábado en un supermercado local. Como les mencione antes hablamos de un país que ya no existe. Había un supermercado, más precisamente creo que se llamaba “Autoservicio Dorrego”. Era de capitales locales y la decena personas que trabajaban eran del pueblo. Se entraba por una puerta giratoria de madera que estaba sobre la esquina de la entonces llamada Avenida Roca, hoy Avenida Nírido Santagada. A la izquierda estaban los carritos y a la derecha una estantería en donde se dejaban los envases de vidrio de bebidas vacíos por los que te daban unas chapitas comprobantes de la devolución. Casi todas las bebidas, hasta el Gatorade, venían en envases de vidrio macizos. Las únicas bebidas que venían en plástico eran el yogur bebible y creo que el agua mineral. Sus dueños no estaban a miles de kilómetros ni se trataba de una Sociedad Anónima de fantasía como pantalla con domicilio en algún “paraíso fiscal caribeño”, eran Don Lino y Doña Elena, y estaban ahí, los podías ver.

Don Lino estaba en la caja registradora, había dos o tres filas para pagar. Del lugar que ocupaba Doña Elena me acuerdo bien porque era donde estaban las cosas más ricas: Los helados, los lácteos y un mostrador heladera que para mí era gigante donde estaban los productos de fiambrería, postrecitos y yogures. Después, menos ropa o productos de librería, tenían todo lo que uno pudiera precisar. Había también por supuesto una verdulería y una carnicería con un mostrador de mármol altísimo y azulejos celestes. Sobre esa misma pared luego había una zona como de bazar, no así herramientas o productos de ferretería como pintura o insumos de albañilería. Si utensilios de cocina como sartenes, planchas bíferas, sacacorchos, abrelatas, platos, vasos y cosas así, pero era un mundo donde se respetaban ciertos límites y cada comercio se dedicaba a lo suyo. Como mucho podrían llegar a tener aceite para máquinas de coser o bicicletas. Si quería un aerosol o una llave para desarmar mi bicicleta tenía que ir a la ferretería donde trabajaba mi primo Ariel, también fanático de las bicicletas como yo. Ya se había instalado un supermercado de cadena en el pueblo, pero a mí me parecía que estaba del otro lado del mundo y era un lugar misterioso desde donde mi Tío Piche me traía las masitas de animalitos. La totalidad de los productos que se consumían eran de industria Argentina, muchos eran regionales y hasta locales. Importado solo podría llegar a haber alguna fruta o pescado enlatado.Las masitas y las golosinas ya venían envasadas pero había también frascos de caramelos además de cajas y latas de galletitas para adquirir a granel la cantidad que uno quisiera. Un sábado como cualquier otro muchos de los productos de siempre habían desaparecido y las estanterías estaban repletas de mercancías desconocidas, muchos de ellos de procedencia norteamericana, horrendas como el Snikers. Una verdadera porquería al lado de un Tubby. Uno se encontraba con latas de gaseosa Kas, española o botellas plásticas de Isostar francesas, me acuerdo de esas dos porque como ya saben quiénes me leen soy un apasionado de las bicis y esas empresas auspiciaban equipos de ciclismo profesional que corrían las grandes clásicas como el Giro de Italia, la Vuelta a España o el Tour de Francia.En el pueblo había dos supermercados grandes así que eran de capitales locales. Ninguno de los dos sobrevivió a las políticas económicas de los 90. Al atravesar la puerta de salida dábamos unas vueltas por el centro y mi Papá me llevaba a la librería, él en la semana habían pasado y sabía de cosas interesantes, se compraba la Revista Goles o El Gráfico y yo compraba mis historietas, Patoruzito, Tintín, Asterix o algo de eso y algunas figuritas que salieran en el momento. Es increíble como en un supermercado de pueblo pudo verse de manera directa como el país cambió de dueño tan rápida y trágicamente.




*Favio Camargo. Docente, estudiante del Profesorado de Historia en la Universidad Nacional del Sur


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