Revista Nos Disparan desde el Campanario Año V Fragmentos… de Antonin Artaud

 




Fragmentos escogidos de los libros El ombligo de los limbos y El pesa nervios… ambos textos publicados en 1925…

 


Un témpano atragantado

 

Allí donde otros exponen su obra yo sólo pretendo mostrar mi espíritu. Vivir no es otra cosa que arder en preguntas. No concibo la obra al margen de la vida. No amo en sí misma a la creación. Tampoco entiendo el espíritu en sí mismo. Cada una de mis obras, cada uno de los proyectos de mí mismo, cada uno de los brotes gélidos de mi vida interior expulsa sobre mí su baba. Estoy en medio de una carta escrita para dar a entender el estrujamiento íntimo de mi ser, tanto como estoy en un ensayo exterior a mí y que se me presenta como una indiferente incubación del espíritu. Sufro que el Espíritu no halle lugar en la vida y que la vida no se encuentre en el Espíritu, sufro del Espíritu-órgano, del Espíritu-traducción o del Espíritu-atemorizante de las cosas para hacerlas ingresar en él. Yo dejo este libro colgado de la vida, deseo que sea masticado por las cosas exteriores y en primer término por todos los estremecimientos acuciantes, todas las vacilaciones de mi “yo” por venir. Todas estas páginas se arrastran en el espíritu como témpanos. Perdón por mi total libertad. Me niego a hacer diferencias entre cada minuto de mí. No acepto el espíritu planeado. Es preciso acabar con el Espíritu como con la literatura. Quiero decir que el Espíritu y la vida se encuentran en todos los grados. Yo quisiera hacer un libro que altere a los hombres, que sea como una puerta abierta que los lleve a un lugar al que nadie hubiera consentido en ir, una puerta simplemente ligada con la realidad. Y esto no es el prefacio de un libro, como tampoco lo son los poemas que lo indican en la lista de todas las furias del malestar.

Esto no es más que un témpano atragantado. Una gran pasión razonadora y superpoblada arrastraba a mi “yo” hacia el puro abismo. Resoplaba un viento carnal y sonoro, y el azufre también era denso. Y pequeñas raíces diminutas llenaban ese viento como un enjambre de venas y su entrelazamiento fulguraba. El espacio sin forma penetrable era calculable y crujiente. Y el centro era un mosaico de trozos como una especie de rígido martillo cósmico, de una pesadez deformada y que sin parar cae como un muro en el espacio con un estruendo destilado. Y la cubierta algodonosa del estruendo tenía la opción obtusa y una viva mirada que lo penetraba. Sí, el espacio entregaba su puro algodón mental donde ningún pensamiento era todavía claro ni devolvía su descarga de objetos. Pero paulatinamente la masa dio vueltas como una náusea potente y fangosa, una especie de fuerte flujo de sangre vegetal y detonante. Y las ínfimas raíces trémulas en el filo de mi ojo mental se arrancaban de la masa erizada del viento a una velocidad vertiginosa. Y todo el espacio como un sexo saqueado por el vacío ardiente del cielo, se estremeció. Y algo como un pico de paloma real socavó la masa turbada de los estados, todo el pensamiento más hondo se diversificaba, se disipaba, se volvía claro y reducido. Entonces era preciso que una mano se transformara en el órgano mismo de la aprehensión. Y aún dos o tres veces giró la masa artificial y cada vez, mi ojo se enfocaba sobre un sitio más exacto. La oscuridad misma se hacía más densa y sin objeto. Todo el hielo ganaba la claridad…

 

Angustia

 

… Hay una angustia agria y turbia, tan aguda como un cuchillo, donde el descuartizamiento tiene el peso de la tierra, una angustia en centellas, en suspensión de abismos, oprimidos y apretados como chinches, como una suerte de piojos rígidos con sus patas paralizadas, una angustia donde se estrangula el espíritu y se corta a sí mismo, se aniquila. No consume nada que no le sea propio, nace de su propia asfixia. Es un congelamiento de la médula, una falta de fuego mental, una falta de movimiento de la vida. Pero la angustia del opio tiene otro color, no tiene esta declinación metafísica vertiginosa, este maravilloso defecto de acento. La imagino colmada de cuevas y ecos, de vueltas, de laberintos; colmada de lenguas de fuego hablantes, de ojos mentales en acción y del estruendo de un rayo sombrío y pleno de razón. Pero entonces me imagino el alma bien ubicada y aun así en el infinito divisible y transportable como algo que es. Imagino el alma que siente y lucha y otorga consentimiento y hace girar a sus lenguas en todas direcciones, prolifera su sexo y se mata. Es preciso conocer la auténtica nada deshilachada, la nada que ya no tiene órgano.

 

 

La surrealidad

 

La condición para crear

es que el espíritu preceda al pensamiento.

La inspiración existe

 

De verdad he sentido que partías la atmósfera a mí alrededor, que hacías el vacío para permitirme avanzar para hacer el lugar de un espacio imposible a lo que en mí se encontraba todavía sólo en potencia, a toda una virtual fecundación y que debía nacer atraída por el lugar que se le ofrecía. A menudo me he puesto en ese estado de absurdo imposible, para intentar que el pensamiento nazca en mí. En esta época somos sólo algunos los empecinados en atentar contra las cosas, en crear espacios para la vida en nosotros, espacios que no había ni parecía que tenían que encontrar lugar en el espacio. Siempre me resultó sorprendente esa obstinación del espíritu que pretende pensar en espacios y en dimensiones y afincarse en algunos estados arbitrarios de las cosas para pensar; pensar en tramos, en cristaloides y que cada forma del ser quede solidificada desde el principio, que el pensamiento no esté en conexión apremiante y permanente con las cosas, sino que esa fijeza y ese hielo, esa suerte de colocación en movimiento del alma se produzca, por decirlo de alguna manera, ANTES DEL PENSAMIENTO. Evidentemente ésa es la condición adecuada para crear.

Pero más me sorprende esa incansable, esa meteórica ilusión que nos sugieren ciertas arquitecturas circunscritas, pesadas; esos tramos de alma cristalizados como si fueran una gigante página plástica y en ósmosis con el resto de realidad. Y la surrealidad es como un angostamiento de la ósmosis, una especie de comunicación verbal replegada hacia atrás. Sin embargo no veo en eso un decrecimiento del control, por el contrario veo un mayor control pero que en lugar de actuar, desconfía, un control que obstaculiza los encuentros de la realidad corriente y da lugar a encuentros más sutiles y enrarecidos, encuentros afinados como la soga que se enciende y nunca se corta. En virtud de esos encuentros, imagino un alma elaborada y como sulfurada y fosforosa, como si no hubiera otro estado aceptable de la realidad. Pero no sé qué clase de lucidez innominada, extraña, es la que me da el tono y el grito de aquéllos y hace que los sienta en mí mismo. Los advierto a causa de una insoluble totalidad, quiero decir que no tengo dudas acerca de su sensación. Y ante esos agitados encuentros yo estoy en un estado de mínima alteración, quisiera que uno pudiera imaginar una nada detenida, una masa de espíritu recluida en algún sitio, transformada en virtualidad.

A un actor se lo ve como detrás de un vidrio. La inspiración graduada. No debe dejarse demasiado lugar a la literatura. Sólo me he referido a la relojería del alma, sólo transcribí el dolor de un ajuste malogrado. Soy un total abismo. Aquellos que me creían capaz de un dolor íntegro, de un hermoso dolor, de angustias completas y carnosas, de angustias que son una combinación de objetos, una pulverización efervescente de fuerzas y no un punto detenido y sin embargo con impulsos agitados, desarraigantes que provienen de la confrontación de mis fuerzas con esos abismos de un absoluto ofertado, (de la confrontación de fuerzas de volumen poderoso) y no hay ya más que abismos voluminosos, la detención, el frío, aquellos que me han atribuido más vida, que me han imaginado en un menor grado de mi caída, que han supuesto que me encontraba como sumergido en un impulso torturado, en una tenebrosa oscuridad con la que me debatía están extraviados en las tinieblas del hombre. Los nervios tensos a lo largo de las piernas en el sueño. El sueño se generaba en un desplazamiento de creencia, el abrazo se ablandaba, lo insólito andaba por los pies. Es preciso que se comprenda que toda la inteligencia no es otra cosa que una extensa eventualidad, y que se la puede perder ya no como el alienado inerte, sino como el ser vivo que está en la vida y que sobre él recae la atracción y el soplo (no de la vida, sino de la inteligencia). Los parpadeos de la inteligencia y ese repentino trastocamiento de las partes. Las palabras a medio camino de la inteligencia. Esa suerte de poder pensar hacia atrás y de invectivar repentinamente su pensamiento. Ese diálogo en el pensamiento. La asimilación, la fractura de todo. Y de pronto esa línea de agua sobre un volcán, la caída leve y demorada del espíritu. Encontrarse otra vez en un estado de máxima conmoción, despejado de irrealidad, con trozos del mundo real en un rincón de sí mismo. Pensar sin mínima fractura, si artilugios de pensamiento, sin uno de esos abruptos escamoteos a los cuales mis médulas están habituadas como columnas transmisoras de corrientes. A veces mis médulas se entretienen con esos juegos, se satisfacen en esos juegos, se satisfacen en esos raptos sigilosos a los que gobierna la cabeza de mi pensamiento. Sólo me bastaría una palabra, a veces nada más que una sílaba sin importancia para ser grande, para hablar con la voz de los profetas, una sílaba testimonio, una sílaba precisa, sutil, una sílaba bien añejada en mis médulas, surgida de mí, que permaneciera en el punto máximo de mi ser y que no significara nada para todo el mundo. Soy testigo de mí, el único testigo. De esa cubierta de palabras, esas casi imperceptibles trasmutaciones de mi pensamiento en voz baja, de esa mínima zona de mi pensamiento que yo hago parecer que estaba formulada y que aborta, soy el único juez capaz de suponer su alcance. Una especie de mengua constante del nivel normal de la realidad. Bajo esta cáscara de hueso y de piel que es mi cabeza hay una constante de angustias, no como un asunto moral, como los razonamientos de una naturaleza estúpidamente puntillosa, o acostumbrada por un sedimento fermentado de ambiciones en el sentido de la altura, sino como una decantación en el interior, como el despojamiento de mi sustancia vital, como el extravío de la fuerza física esencial (extravío por parte de la esencia) de un sentido. Una impotencia para cristalizar de manera inconsciente el punto partido del automatismo sea cual fuere su grado. Lo difícil es encontrar su lugar adecuado y volver a establecer la comunicación con uno mismo. El todo está en una especie de floculación de las cosas, en la unión de todo ese pedregullo mental que gira en torno a un punto que es precisamente el que hay que encontrar. Y lo que yo pienso del pensamiento es: CIERTAMENTE EXISTE LA INSPIRACIÓN. Y hay un punto fosforoso donde se recupera toda la realidad, pero distinta, metamorfoseada, – ¿y por qué? –, un punto de uso mágico de las cosas. Y yo creo en aerolitos mentales, en cosmogonías individuales. Saben en qué consiste la sensibilidad suspendida, esa especie de vitalidad terrorífica y partida en dos, ese punto de aglutinación necesaria a la que el ser ya no se eleva más, ese sitio amenazante, ese lugar que horroriza.

 

Queridos amigos:

Lo que ustedes han tratado como mis obras eran sólo deshechos de mí, esos arañazos del alma que el hombre común no acoge. Que desde entonces mi mal haya retrocedido o avanzado, no es donde está para mí la cuestión, sino en el dolor y la sideración persistente de mi espíritu. Ahora estoy de regreso, donde he recuperado la sensación de embotamiento y de vértigo, esa necesidad impostergable y alocada de dormir, esa pérdida repentina de mis fuerzas con un sentimiento de enorme dolor de embrutecimiento instantáneo. Hay aquí alguien en cuyo espíritu no se endurece ningún sitio y no siente de repente su alma a la izquierda, a un costado del corazón. Alguien para quien la vida es un punto y para quien el alma no tiene fragmentos, ni el espíritu tiene comienzos. Por supresión del pensamiento soy imbécil, por malformación del pensamiento, estoy vacío por estupefacción de mi lengua. Malformación, mal-aglutinación de un cierto número de esos corpúsculos vítreos de los cuales tú haces un uso tan poco considerado. Un uso que desconoces, del que nunca has tomado parte. Todos los términos que selecciono para pensar son para mí TÉRMINOS en el propio sentido de la palabra, auténticas terminaciones, lindes de mi mente, de todos los estados por los que hecho pasar mi pensamiento. Estoy auténticamente LOCALIZADO por mis términos, y si afirmo que estoy localizado por mis términos, es porque no los considero como válidos en mi pensamiento. Estoy verdaderamente congelado por mis términos, por una serie de terminaciones. Y por FUERA que ande en este momento mi pensamiento, sólo puedo hacerlo pasar por esos términos, tan controvertidos para él, tan paralelos, tan confusos como puedan ser, con el riesgo de dejar, en esos momentos, de pensar. Si uno al menos pudiera disfrutar de su nada, si uno pudiese reposar en su nada y que esa nada no fuera una especie de ser pero tampoco la muerte total. Es tan tortuoso no existir más, dejar de ser en alguna cosa. El dolor verdadero es sentir en uno mismo cómo se desplaza el pensamiento. Pero el pensamiento en sí no es un sufrimiento. Estoy en el punto en que la vida ya no me concierne, pero con todos los apetitos y el parpadeo insistente del ser dentro de mí. Sólo tengo una ocupación, rehacerme. No hay una concordancia de las palabras con el minuto de mis estados. «Pero si es algo normal, pero si a todo el mundo le faltan palabras, usted es demasiado duro con usted mismo, al escucharlo no da esa impresión, usted se expresa perfectamente en francés, pero le da una importancia excesiva a las palabras». Son todos unos farsantes, desde el inteligente hasta el obtuso, desde el astuto hasta el torpe, son unos cretinos, quiero decir que ustedes son todos unos perros, quiero decir que ladran hacia fuera, que se empecinan en no comprender. Me conozco y eso me es suficiente, y eso debe ser suficiente, me conozco porque me asisto, asisto a Antonin Artaud.

–Usted se conoce pero lo vemos, vemos perfectamente lo que hace.

–Sí, pero ustedes no ven mi pensamiento.

En cada uno de los estados de relojería pensante hay agujeros, detenciones, entiéndanme bien, no quiero decir en el tiempo, quiero decir en una cierta clase de espacio (yo me entiendo); no me refiero a un pensamiento en extensión, un pensamiento en duración de pensamientos, quiero decir UN pensamiento, uno solo, y un pensamiento EN INTERIOR, pero no quiero decir un pensamiento de Pascal, un pensamiento filosófico, quiero decir la detención deformada, la esclerosis de cierto estado. ¡Y entiende! Me considero en mi nimiedad. Pongo el dedo en el punto exacto de la grieta, del desplazamiento inconfesado. Ya que el espíritu es más reptiloide que ustedes mismos. Señores, se esconde como la serpiente, se esconde hasta amenazar a nuestras lenguas, quiero decir hasta dejarlas en suspenso. Soy ése, el que mejor ha sentido el asombroso desconcierto de su lengua en sus relaciones con el pensamiento. Soy el que mejor ha ubicado el punto de sus más secretos, de sus más insospechables desplazamientos. Me extravío auténticamente en mis pensamientos, como en un sueño, como se introduce súbitamente en su pensamiento. Yo soy el que conoce los escondrijos de la pérdida. Toda escritura es una cochinada. Los que salen de la vaguedad para querer determinar lo que sea de lo que pasa en su pensamiento son unos cochinos. Todos los literatos son cochinos y en especial los de esta época. Todos los que en su espíritu tienen hitos, en cierto lugar de la cabeza es lo que quiero decir; en lugares bien localizados de su cerebro, todos esos que son amos de su lengua, todos esos para quienes las palabras tienen algún sentido, para quienes existen niveles en el alma y corrientes en el pensamiento, aquellos que se consideran el espíritu de su época, y que han encasillado esas corrientes de pensamiento; pienso en sus tareas específicas, y en ese rechinar de autómata que causa su espíritu en cualquier parte; son unos cochinos. Esos que creen que las palabras tienen un sentido y ciertas maneras de ser, esos que tan bien hacen cumplidos, ésos para quienes hay en los sentimientos clases y discuten sobre un grado cualquiera de sus absurdas clasificaciones, los que todavía creen en «términos», esos que agitan ideologías que se van establecido en la época, esos cuyas mujeres hablan tan correctamente y que hablan de las ideas del momento, esos que todavía creen en una dirección del espíritu, esos que siguen caminos, que elevan nombres, que hacen vociferar las páginas de los libros, ésos son los peores cochinos. ¡Muchacho, eres arbitrario! No, pienso en críticos barbudos. Y ya se los he dicho: nada de obras, nada de lengua, ninguna palabra, nada de espíritu, nada. Nada, sólo un hermoso Pesa-nervios. Una especie de zona incomprensible y bien erecta en el centro de todo el espíritu. Y no esperen que les nombre ese todo, en cuántas partes se divide, que les diga cuánto pesa, que marche, que me preste a discutir sobre ese todo y que en la disputa me pierda y me ponga así sin saberlo a PENSAR y que se esclarezca, que viva, que se cubra de infinidad de palabras todas bien saturadas de sentido, todas diversas y capaces de echar luz sobre las actitudes, todos los matices de un muy sensitivo y penetrante pensamiento. ¡Ah! esos estados que nunca se nombran, esos eminentes estados del alma, ¡ah! esos intervalos del espíritu, ¡ah! ínfimos frustrados que son el pan cotidiano de mis horas, ah, ese pueblo rumiante de datos, –siempre son las mismas palabras las que me sirven y en verdad no parezco desplazarme demasiado en mi pensamiento, pero me muevo más que ustedes en la realidad, cabezas de asnos, cochinos pertinentes, maestros del fraudulento verbo, cachivacheros de retratos, folletinistas, rastreros, entomólogos, herboristas, llaga de mi lengua. Ya les he dicho: que yo ya no tenga mi lengua no es una razón para que ustedes persistan, para que se obstinen con la lengua. Dentro de diez años seré comprendido por esos que hoy harán lo que ustedes hacen. Se conocerán entonces mis témpanos, se verán mis hielos, habrán aprendido a desnaturalizar mis venenos, se descubrirán los juegos de mi alma. Entonces todos mis cabellos estarán condensados en cal, todas mis venas mentales, entonces se observará mi bestiario, y mi música se habrá transformado en un sombrero. Entonces se verá salir humo de las juntas de las piedras y ramos umbríos de ojos mentales se solidificarán en glosarios, se verán entonces caer aerolitos de piedras, entonces se verán sogas, entonces se comprenderá la geometría sin espacios y se aprenderá lo que es la disposición del espíritu y también se comprenderá por qué mi espíritu no está aquí, entonces verán agotarse todas las lenguas, disecarse todos los espíritus, entumecerse la totalidad de las lenguas, las figuras humanas se achatarán, se consumirán como siendo chupadas por ventosas secantes, y esa tela lubricante seguirá dotando en el aire, esa tela lubricante y cáustica, esa membrana de doble espesor, de múltiples grados, de incontables grietas, esa membrana melancólica y vítrea, pero tan sensible, tan adecuada también, tan capaz de multiplicarse, de desmontarse, de volverse sobre sí con sus reverberaciones de grietas, de sentidos, de estupefacientes, de irrigaciones penetrantes y venosas, entonces todo esto les parecerá bien, y ya no será preciso que yo hable.

 

 

Fuente: El Libro Total

https://www.ellibrototal.com/ltotal/

 


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