Revista Nos Disparan desde el Campanario Año V El estereotipo político y las palabras…por Roland Barthes

 



El estereotipo es la palabra repetida fuera de toda magia, de todo entusiasmo, como si fuese natural, como si por milagro esa palabra que se repite fuese adecuada en cada momento por razones diferentes, como si imitar pudiese no ser sentido como una imitación: palabra sin vergüenza que pretende la consistencia pero ignora su propia insistencia. Nietzsche ha hecho notar que la «verdad» no era más que la solidificación de antiguas metáforas. En ese sentido, el estereotipo es la vida actual de la «verdad», el rasgo palpable que hace transitar el ornamento inventado hacia la forma canónica, constrictiva, del significado. (Sería bueno imaginar una nueva ciencia lingüística que no estudiase ya el origen de las palabras, la etimología, ni su difusión, la lexicología, sino el progreso de su solidificación, su espesamiento a lo largo del discurso histórico; sin duda esta ciencia sería subversiva, manifestando, más que el origen de la verdad, su naturaleza retórica, lingüística).

La desconfianza con respecto al estereotipo (ligada al goce de la palabra nueva o del discurso insostenible) es un principio de inestabilidad absoluta que no respeta nada (ningún contenido, ninguna elección). La náusea llega en el momento en que el enlace de dos palabras importantes se sobrentiende. Y desde el momento en que una cosa está sobreentendida, la abandono: es el goce. ¿Provocación inútil? En la novela de Poe, Valdemar, el moribundo magnetizado, sobrevive catalépticamente gracias a la repetición de las preguntas que le son dirigidas («¿Duerme, Sr. Valdemar?»), pero esta supervivencia es insostenible: la falsa muerte, la muerte atroz, es aquella que no es un término, es lo interminable. («¡Por amor de Dios! ¡Rápido, rápido, hacedme dormir o despertadme! Les digo que estoy muerto»). El estereotipo es esta imposibilidad nauseabunda de morir.

En el campo intelectual la elección política es una detención del lenguaje, es por lo tanto un goce. Sin embargo, el lenguaje retoma su poder bajo su forma más consistente (el estereotipo político). Es necesario tragarse sin náuseas este lenguaje.

Otro goce (otros bordes): consiste en despolitizar lo que es aparentemente político y en politizar lo que aparentemente no lo es. Pero no, se politiza lo que debe serlo y nada más.


 Fuente: Biblioteca Ignoria

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 N de la R:

Me llegan palabras como “Cambio”, “Libertad”, “Gestión”, “Empatía”, “Autoayuda”, Reciliencia términos que por repetidos ante cualquier circunstancia han perdido su sentido hasta transformarlos en inexistentes…  En la criatura del lenguaje (AQUÍ), Ronald Barthes nos dice que el escritor está siempre atrapado en la guerra de las ficciones (de las hablas), en la que solamente es un juguete, puesto que el lenguaje que lo constituye (la escritura) está siempre fuera de lugar (es atópico). Por el simple efecto de la polisemia (estado rudimentario de la escritura), el compromiso combativo de una palabra literaria es, desde su origen, dudoso. El escritor está siempre sobre el trabajo ciego de los sistemas a la deriva; es un comodín, un maná, un grado cero, el muerto del bridge: necesario para el sentido (para el combate) pero en sí mismo privado de sentido fijo; su lugar, su valor (de cambio) varía según los movimientos de la historia, de los golpes tácticos de la lucha: se le exige todo y/o nada. Está fuera del intercambio, sumergido en el no beneficio, el mushotoku zen, sin deseo de tomar nada sino el goce perverso de las palabras (pero el goce no es nunca un tomar: nada lo separa del satori, de la pérdida). Paradoja: esta gratuidad de la escritura (que se vincula por el goce con la gratuidad de la muerte) es silenciada por el escritor: se contracta, se musculiza, niega la deriva, reprime el goce: hay muy pocos que combaten a la vez la represión ideológica y la represión libidinal (aquella que el intelectual hace pesar sobre sí mismo: sobre su propio lenguaje). Texto quiere decir Tejido; pero si hasta aquí se ha tomado este tejido como un producto, un velo detrás del cual se encuentra más o menos oculto el sentido (la verdad), nosotros acentuamos ahora la idea generativa de que el texto se hace, se trabaja a través de un entrelazado perpetuo; perdido en ese tejido —esa textura—, el sujeto se deshace en él como una araña que se disuelve en las segregaciones constructivas de su tela. Si amásemos los neologismos podríamos definir la teoría del texto como una hifología (hifos: es el tejido y la tela de la araña).

 

 

 


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