Revista Nos Disparan desde el Campanario Año V PENSADORES CONTEMPORÁNEOS Los Sietes Saberes y la Era de la Incertidumbre... de Edgar Morín
“La crisis
ha obligado a los Estados a abandonar la política de austeridad presupuestaria
y a gastar masivamente en salud, en las empresas y los trabajadores privados de
salario”, prosigue, un primer paso que ojalá desemboque en las dos necesidades
básicas de la renovación política que propugna Morin: “salir del neoliberalismo
y reformar el Estado”.
I Los Siete
Saberes
El presente
texto es una compilación y presentación del pensador francés Edgar Morin. Es
una introducción ideal a la obra de este hombre estimulador del pensamiento a
todos los que, ya sea desde la cátedra o los ámbitos más diversos de la
práctica social, desde las ciencias duras o blandas, desde el campo de la
literatura o la religión, se interesen en desarrollar un método complejo de
pensar la experiencia humana, recuperando el asombro ante el milagro doble del
conocimiento y del misterio, que asoma detrás de toda filosofía, de toda
ciencia, de toda religión, y que aúna a la empresa humana en su aventura
abierta hacia el descubrimiento de nosotros mismos, nuestros límites y nuestras
posibilidades.
Vivimos un
momento en el que cada vez más y, hasta cierto punto, gracias a estudiosos como
Edgar Morin, entendemos que el estudio de cualquier aspecto de la experiencia
humana ha de ser, por necesidad, multifacético. En que vemos cada vez más que
la mente humana, si bien no existe sin cerebro, tampoco existe sin tradiciones
familiares, sociales, genéricas, étnicas, raciales, que sólo hay mentes encarnadas
en cuerpos y culturas, y que el mundo físico es siempre el mundo entendido por
seres biológicos y culturales. Al mismo tiempo, cuanto más entendemos todo
ello, más se nos propone reducir nuestra experiencia a sectores limitados del
saber y más sucumbimos a la tentación del pensamiento reduccionista, cuando no
a una seudocomplejidad de los discursos entendida como neutralidad ética. Cuando
nos asomamos a entender el mundo físico, biológico, cultural en el que nos
encontramos, es a nosotros mismos a quienes descubrimos y es con nosotros
mismos con quienes contamos. El mundo se moverá en una dirección ética, sólo si
queremos ir en esa dirección. Es nuestra responsabilidad y nuestro destino el
que está en juego. El pensamiento complejo es una aventura, pero también un
desafío (por David E. Araníbar Brañez)
1- Una educación que cure la ceguera del
conocimiento.
Todo conocimiento conlleva el riesgo del error
y de la ilusión. La educación del futuro debe contar siempre con esa
posibilidad. El conocimiento humano es frágil y está expuesto a alucinaciones,
a errores de percepción o de juicio, a perturbaciones y ruidos, a la influencia
distorsionadora de los afectos, de la propia cultura, al conformismo, a la
selección meramente sociológica de nuestras ideas, etc. Se podría pensar, por
ejemplo que, despojando de afecto todo conocimiento, eliminamos el riesgo de
error. Es cierto que el odio, la amistad o el amor pueden enceguecernos, pero
también es cierto que el desarrollo de la inteligencia es inseparable del de la
afectividad. La afectividad puede oscurecer el conocimiento pero también puede
fortalecerlo. Se podría también creer que el conocimiento científico garantiza
la detección de errores y milita contra la ilusión perceptiva. Pero ninguna
teoría científica está inmunizada para siempre contra el error. Incluso hay
teorías y doctrinas que protegen con apariencia intelectual sus propios
errores. La primera e ineludible tarea de la educación es enseñar un
conocimiento capaz de criticar el propio conocimiento. Debemos enseñar a evitar
la doble enajenación: la de nuestra mente por sus ideas y la de las propias
ideas por nuestra mente. "Los dioses se nutren de nuestras ideas sobre
Dios, pero inmediatamente se tornan despiadadamente exigentes". La búsqueda
de la verdad exige reflexibilidad, crítica y corrección de errores. Pero,
además, necesitamos una cierta convivencialidad con nuestras ideas y con
nuestros mitos. El primer objetivo de la educación del futuro será dotar a los
alumnos de la capacidad para detectar y subsanar los errores e ilusiones del
conocimiento y, al mismo tiempo, enseñarles a convivir con sus ideas, sin ser
destruidos por ellas.
2- Una educación que garantice el conocimiento
pertinente.
Ante el aluvión de informaciones es necesario
discernir cuáles son las informaciones clave. Ante el número ingente de
problemas es necesario diferenciar los que son problemas clave. Pero, ¿cómo
seleccionar la información, los problemas y los significados pertinentes? Sin
duda, desvelando el contexto, lo global, lo multidimensional y la interacción
compleja. Como consecuencia, la educación debe promover una "inteligencia
general" apta para referirse al contexto, a lo global, a lo
multidimensional y a la interacción compleja de los elementos. Esta
inteligencia general se construye a partir de los conocimientos existentes y de
la crítica de los mismos. Su configuración fundamental es la capacidad de
plantear y de resolver problemas. Para ello, la inteligencia utiliza y combina
todas las habilidades particulares. El conocimiento pertinente es siempre y al
mismo tiempo general y particular.
*En este
punto, Morin introdujo una "pertinente" distinción entre la
racionalización (construcción mental que sólo atiende a lo general) y la
racionalidad, que atiende simultáneamente a lo general y a lo particular.
3- Enseñar la condición humana
Una aventura común ha embarcado a todos los
humanos de nuestra era. Todos ellos deben reconocerse en su humanidad común y,
al mismo tiempo, reconocer la diversidad cultural inherente a todo lo humano.
Conocer el ser humano es situarlo en el universo y, al mismo tiempo, separarlo
de él. Al igual que cualquier otro conocimiento, el del ser humano también debe
ser contextualizado: Quiénes somos es una cuestión inseparable de dónde
estamos, de dónde venimos y a dónde vamos. Lo humano es y se desarrolla en
bucles:
-
a) cerebro-
mente- cultura
-
b) razón - afecto
-impulso
-
c) individuo -
sociedad -especie.
Todo desarrollo verdaderamente humano
significa comprender al hombre como conjunto de todos estos bucles y a la
humanidad como una y diversa. La unidad y la diversidad son dos perspectivas
inseparables fundantes de la educación. La cultura en general no existe sino a
través de las culturas. La educación deberá mostrar el destino individual,
social, global de todos los humanos y nuestro arraigamiento como ciudadanos de
la Tierra. Éste será el núcleo esencial formativo del futuro.
4- Enseñar la identidad terrenal
La historia humana comenzó con una dispersión,
una diáspora de todos los humanos hacia regiones que permanecieron durante
milenios aisladas, produciendo una enorme diversidad de lenguas, religiones y
culturas. En los tiempos modernos se ha producido la revolución tecnológica que
permite volver a relacionar estas culturas, volver a unir lo disperso... El
europeo medio se encuentra ya en un circuito mundial del confort, circuito que
aún está vedado a tres cuartas partes de la humanidad. Es necesario introducir
en la educación una noción mundial más poderosa que el desarrollo económico: el
desarrollo intelectual, afectivo y moral a escala terrestre. La perspectiva
planetaria es imprescindible en la educación. Pero, no sólo para percibir mejor
los problemas, sino para elaborar un auténtico sentimiento de pertenencia a
nuestra Tierra considerada como última y primera patria. El término patria
incluye referencias etimológicas y afectivas tanto paternales como maternales.
En esta perspectiva de relación paterno- materno- filial es en la que se
construirá a escala planetaria una misma conciencia antropológica, ecológica,
cívica y espiritual. "Hemos tardado demasiado tiempo en percibir nuestra
identidad terrenal", dijo Morin citando a Marx ("la historia ha
progresado por el lado malo") pero manifestó su esperanza citando en
paralelo otra frase, en esta ocasión de Hegel: "La lechuza de la sabiduría
siempre emprende su vuelo al atardecer."
5- Enfrentar las incertidumbres
Todas las sociedades creen que la perpetuación
de sus modelos se producirá de forma natural. Los siglos pasados siempre
creyeron que el futuro se conformaría de acuerdo con sus creencias e
instituciones. El Imperio Romano, tan dilatado en el tiempo, es el paradigma de
esta seguridad de pervivir. Sin embargo, cayeron, como todos los imperios
anteriores y posteriores, el musulmán, el bizantino, el austrohúngaro y el
soviético. La cultura occidental dedicó varios siglos a tratar de explicar la
caída de Roma y continuó refiriéndose a la época romana como una época ideal
que debíamos recuperar. El siglo XX ha derruido totalmente la predictividad del
futuro como extrapolación del presente y ha introducido vitalmente la
incertidumbre sobre nuestro futuro. La educación debe hacer suyo el principio
de incertidumbre, tan válido para la evolución social como la formulación del
mismo por Heisenberg para la Física. La historia avanza por atajos y
desviaciones y, como pasa en la evolución biológica, todo cambio es fruto de
una mutación, a veces de civilización y a veces de barbarie. Todo ello obedece
en gran medida al azar o a factores impredecibles. Pero la incertidumbre no
versa sólo sobre el futuro. Existe también la incertidumbre sobre la validez
del conocimiento. Y existe sobre todo la incertidumbre derivada de nuestras
propias decisiones. Una vez que tomamos una decisión, empieza a funcionar el
concepto ecología de la acción, es decir, se desencadena una serie de acciones
y reacciones que afectan al sistema global y que no podemos predecir. Nos hemos
educado aceptablemente bien en un sistema de certezas, pero nuestra educación
para la incertidumbre es deficiente.
*En el
coloquio, respondiendo a un educador que pensaba que las certezas son
absolutamente necesarias, Morin matizó y reafirmó su pensamiento: "existen
algunos núcleos de certeza, pero son muy reducidos. Navegamos en un océano de
incertidumbres en el que hay algunos archipiélagos de certezas, no
viceversa."
6- Enseñar la comprensión
La comprensión se ha tornado una necesidad
crucial para los humanos. Por eso la educación tiene que abordarla de manera
directa y en los dos sentidos: a) la comprensión interpersonal e intergrupal y
b) la comprensión a escala planetaria. Morin constató que comunicación no
implica comprensión. Ésta última siempre está amenazada por la incomprensión de
los códigos éticos de los demás, de sus ritos y costumbres, de sus opciones
políticas. A veces confrontamos cosmovisiones incompatibles. Los grandes
enemigos de la comprensión son el egoísmo, el etnocentrismo y el
sociocentrismo. Enseñar la comprensión significa enseñar a no reducir el ser
humano a una o varias de sus cualidades que son múltiples y complejas. Por
ejemplo, impide la comprensión marcar a determinados grupos sólo con una
etiqueta: sucios, ladrones, intolerantes. Positivamente, Morin ve las
posibilidades de mejorar la comprensión mediante: a) la apertura empática hacia
los demás y b) la tolerancia hacia las ideas y formas diferentes, mientras no
atenten a la dignidad humana. La verdadera comprensión exige establecer
sociedades democráticas, fuera de las cuales no cabe ni tolerancia ni libertad
para salir del cierre etnocéntrico. Por eso, la educación del futuro deberá
asumir un compromiso sin fisuras por la democracia, porque no cabe una
comprensión a escala planetaria entre pueblos y culturas más que en el marco de
una democracia abierta.
7- La
ética del género humano
Además de las éticas particulares, la
enseñanza de una ética válida para todo el género humano es una exigencia de
nuestro tiempo. Morin presenta el bucle individuo - sociedad - especie como
base para enseñar la ética venidera. En el bucle individuo - sociedad surge el
deber ético de enseñar la democracia. Ésta implica consensos y aceptación de
reglas democráticas. Pero también necesita diversidades y antagonismos. El
contenido ético de la democracia afecta a todos esos niveles. El respeto a la
diversidad significa que la democracia no se identifica con la dictadura de la
mayoría. En el bucle individuo - especie Morin fundamenta la necesidad de
enseñar la ciudadanía terrestre. La humanidad dejó de ser una noción abstracta
y lejana para convertirse en algo concreto y cercano con interacciones y
compromisos a escala terrestre. Morin dedicó a postular cambios concretos en el
sistema educativo desde la etapa de primaria hasta la universidad: la no
fragmentación de los saberes, la reflexión sobre lo que se enseña y la
elaboración de un paradigma de relación circular entre las partes y el todo, lo
simple y lo complejo. Abogó por lo que él llamó diezmo epistemológico, según el
cual las universidades deberían dedicar el diez por ciento de sus presupuestos
a financiar la reflexión sobre el valor y la pertinencia de lo que enseñan. La
comprensión no excusa ni acusa: ella nos pide evitar la condena perentoria,
irremediable, como si uno mismo no hubiera conocido nunca la flaqueza ni
hubiera cometido errores. Si sabemos comprender antes de condenar estaremos en
la vía de la humanización de las relaciones humanas.
II Hemos
entrado en la era de las incertidumbres.
…del Libro
Cambiemos de Vía … por Edgar Morín
“Si no
esperas lo inesperado no lo encontrarás”, dejó dicho Heráclito. A las palabras
del filósofo presocrático griego recurre Edgar Morin en el
discurrir de su ensayo Cambiemos
de vía, subtitulado Lecciones de la pandemia, que ha
llevado a cabo con la colaboración de la socióloga y urbanista francesa Sabah
Abouessalam. Yo hago mía la frase como indicador de que
no deberíamos asumir que las circunstancias, las costumbres, los movimientos
económicos y políticos que rigen hoy nuestras vidas son así porque no hay otros
caminos, porque no queda más remedio que aceptarlos. Si algo es esta entrega,
absolutamente esclarecedora y certera en sus diagnósticos y propuestas, es todo
lo contrario. Si algo es este libro, que parte del presente inmediato para
proyectarse hacia el futuro, es un impulso que nos lleva a creer, a propiciar
también, esos momentos inesperados, de transformación, de cambio de paradigma,
que hacen girar el rumbo de la Historia.
Morin sabe
mucho de vaivenes y derivas. En su larga existencia ha sido testigo de guerras,
se ha visto envuelto en conflictos y revueltas que han ido modificando su modo
de estar en el mundo. En este convulso tiempo, contar con su experiencia nos
permite darnos cuenta de que, pese a la dureza de lo vivido, no atravesamos la
peor época de los últimos siglos. Ha habido otros momentos que han impulsado a
la humanidad en determinadas direcciones y ahora estamos a la espera del
surgimiento de algo nuevo tras reconocer
que somos seres vulnerables, que la prepotencia y arrogancia no nos valen para
afrontar los desafíos que se presentan.
El veterano
filósofo y ensayista francés, autor de una vasta obra que incluye títulos tan
significativos como Breve historia de la barbarie en Occidente, Para una
política de la civilización, ¿Hacia dónde va el mundo? o La vía, empieza este
ensayo, que reúne muchas de las ideas, búsquedas y conclusiones de su trayecto,
con un hermoso preámbulo biográfico, Cien años de vicisitudes, cargado de
intensidad y sinceridad, donde recorre sus etapas vitales en paralelo al
desarrollo de los acontecimientos históricos. Un sendero atravesado por heridas
y deslumbramientos. Una travesía personal, cargada de plenitud, que refleja a
un hombre entre dos siglos, a un resistente que no se ha dejado amilanar por
nada, tampoco por la velocidad, por el cambio de ritmo impuesto por las nuevas
tecnologías, circunstancia que ha observado con la lucidez y clarividencia que
le caracterizan. Pero vayamos a esas páginas iniciales en las que se mira a sí
mismo, en las que intenta descifrar las claves de su personalidad, los impulsos
y las decisiones que han marcado su vida.
ACERCAMIENTO A UN GRAN “RESISTENTE”
"Yo soy una víctima de la epidemia de
gripe española, y puede decirse que, a causa de ella, nací muerto. Me
reanimaron las cachetadas ininterrumpidas del ginecólogo, que me mantuvo
treinta minutos suspendido por los pies”, cuenta en el primer párrafo de su
libro, aclarando que al referirse a su condición de víctima se refiere a la
lesión cardiaca que sufrió su madre a consecuencia de la terrible pandemia de
1918, motivo por el que le prohibieron tener hijos.
El precepto médico no se cumplió y un 8 de
julio de 1921 llegó al mundo Edgar Morin, quien ahora, 99 años después, traza
un largo puente que le traslada a un nuevo tiempo de terrible epidemia a nivel
global. Dos circunstancias similares en las dos orillas de su vida que le
llevan a recapitular, a tomar en las manos su álbum de recuerdos. Las páginas
del mismo le ofrecen su imagen con 10 años. Vivía solo con su padre – su madre
había fallecido en 1931– y los años posteriores a la gran crisis de 1929, a la
gran depresión económica que asoló el mundo, fueron particularmente duros, con
sus evidentes “estragos políticos y sociales”, muy cerca aún de los efectos del
Tratado de Versalles, “que puso fin a la primera guerra mundial y plantó las
semillas de la segunda”.
Morin sigue adelante en su particular
ejercicio de memoria. Dice no recordar el día en que Hitler se convirtió en
canciller de Alemania, un 30 de enero de 1933, pero sí es consciente de que por
esa época nació su interés por la política y de que muy pronto se vería
“embarcado en la Historia”. Una mirada retrospectiva a la década de 1930-1940,
le lleva a definirla como “un formidable ciclón, hasta llegar a la extrema
barbarie de una guerra que se convierte en mundial en 1941”.
Acontecimientos estremecedores transformaron y
formaron al adolescente, al joven, Morin, quien se preguntaba por entonces qué
debía pensar, qué debía hacer. “Todo se puso en cuestión, todo se
convirtió en problema: democracia, capitalismo, fascismo, antifascismo,
comunismo estalinista, comunismo antiestalinista (trotskismo), reforma,
revolución, nacionalismo, internacionalismo, tercera vía, guerra y paz, verdad/
error”, va argumentando, a punto de llegar a un nuevo capítulo.
En 1938 se afilió “al pequeño Partido
Frentista, que propugnaba la lucha en dos frentes –contra el estalinismo y
contra el hitlerismo–” y poco después se sumergió en los escritos de Marx y
descubrió que “toda política debe basarse en una concepción del hombre, de la
sociedad y de la historia”. Hecho que le llevó a matricularse en la universidad
para estudiar historia, sociología, filosofía, economía y ciencias políticas,
pilares sobre los que ha construido toda su obra, disciplinas que siempre ha
visto conectadas entre sí, no como departamentos estancos, ofreciéndole una
visión de las complejidades del mundo, del devenir humano.
El “gigantesco torbellino histórico” de la
Segunda Guerra Mundial, “sacudió las mentes en todos los sentidos”, constata el
pensador, dando cuenta de los cambios de bando, de ideología, que se produjeron
en esos momentos. A él la contienda le transformó en un resistente antinazi
y le llevó a abrazar el comunismo, un fervor que desapareció al cabo de
un tiempo y “luego se transformó en su contrario, durante los tres años en que
se impuso la segunda glaciación estalinista”, va rememorando Morin.
“A raíz de la escritura de mi libro
“Autocrítica”, extraje la lección de no volverme a dejar arrastrar, de mantener
la vigilancia crítica y autocrítica, y de revisar mis ideas cuando se
produjeran nuevas experiencias históricas. Pero la lección principal de la
guerra fue resistir. Me siento muy feliz de haber asumido en esa época el
riesgo importante de incorporarme a la Resistencia”, prosigue su relato
biográfico, señalando a continuación que en los años posteriores la vida le
pondría por delante otras maneras de resistencia: durante la Guerra de Argelia,
apoyando el derecho a la independencia del país; durante la aplastada
revolución húngara convirtiéndose “en enemigo acérrimo de la mentira y la
opresión del sistema estalinista”. Más adelante, Mayo del 68 ocupa un lugar muy
especial en la trayectoria de Morin. “La explosión estudiantil era previsible
y, a la vez inesperada” (…) “Vi en esas revueltas una aspiración a la
“verdadera vida” (…) “Lo imprevisto es que Francia fue el único país donde una
revuelta estudiantil arrastró a una huelga general a todos los trabajadores”,
vamos leyendo, hasta llegar a una idea esencial: “Lo ocurrido abría una
brecha en la línea de flotación de nuestra civilización”. Pese a que pronto
todo volvió a la supuesta normalidad, pese a que la economía y el orden se
restablecieron, el ensayista nos hace ver que “el cometa dejó una cola muy
larga que ejerció su ímpetu acelerador en el largo y lento proceso de
emancipación femenina, en cierta liberalización de las costumbres y en
una mejor comprensión de las homosexualidades”. Y poco después llegó el
“informe Meadows”, de los primeros en desvelar las “degradaciones cada vez más
amplias y rápidas del medio natural” (…) “el catalizador que dio origen a la
conciencia ecológica”. En ese momento Edgar Morin se convirtió en uno de los
pioneros de la política ecológica, un nuevo modo de lucha, de resistencia. “Esta
política no se limita a proteger el medio ambiente natural, también aspira a
proteger el medio ambiente humano, y para ello hay que transformar
nuestros pensamientos, nuestras costumbres y nuestra civilización”, nos dice,
lamentando “la extremada lentitud de la toma de conciencia ecológica, que
en cincuenta años no ha sido capaz de generalizarse, y correlativamente, la
indigencia de la acción política y económica para evitar los desastres humanos
y naturales”. Morin pone en el centro del problema “los enormes intereses
económicos, que priorizan los beneficios inmediatos”. Agradece que la alerta
del calentamiento climático haya podido “movilizar por fin a una parte de la
juventud de diferentes países, que ha encontrado a una Juana de Arco en la
adolescente Greta Thunberg” y apunta que la crisis de la pandemia está
contribuyendo a que más gente despierte. “Tal vez habrá que esperar a
estar al borde del abismo para desencadenar el reflejo de salvación vital”,
argumenta.
Despertar las conciencias es el objetivo de
este libro, señala Morin, quien en su larga vida no ha dejado de enfrentarse
una y otra vez a diferentes crisis, a resistir intelectual y políticamente a “dos barbaries que amenazan cada vez a la
humanidad”: las xenofobias y los racismos y “la barbarie fría y gélida del
cálculo y el beneficio, que domina en una gran parte del mundo”.
La primera parte de esta entrega, de cariz
biográfico, resulta esencial y reveladora, porque en ella asistimos al germen,
a la iniciación, de este hombre que nunca ha dejado de preguntarse en qué lado
de la Historia debía situarse sin traicionar sus principios; que nunca ha
dejado de reflexionar, de hacerse preguntas, de interpretar el mundo, de
concebir propuestas de mejora, de avance. Os estoy hablando de un libro que
aporta perspectiva, nos regala la distancia suficiente para vernos en un
continuo histórico, para despertarnos de la amnesia en la que estamos sumidos,
también para devolvernos un poco de esperanza.
EL AHORA: REFLEXIONES Y LECCIONES DEL
CORONAVIRUS
En el repaso a su álbum de fotografías y
recuerdos, Edgar Morin llega al ahora, a lo inmediato, y vuelve a asumir que el
discurrir histórico está lleno de imprevistos, de acontecimientos inesperados.
“Un virus minúsculo aparecido de repente en una lejanísima ciudad de China ha
provocado un cataclismo mundial. Ha paralizado la vida económica y social de
177 países y ha generado una catástrofe sanitaria cuyo balance es tan sombrío
como alarmante”, escribe.
“La crisis general y gigantesca provocada por
el coronavirus debe ser vista también como el síntoma virulento de una
crisis más profunda y general del gran paradigma de Occidente convertido en
paradigma mundial: el de la modernidad, nacido en el siglo XVI europeo”,
argumenta más adelante, aludiendo al “dolor” y al “caos” que se genera cuando
se producen torbellinos que anuncian transformaciones a gran escala, cambios en
ciernes que pueden llegar a imponerse o no. “Mayo del 68, la degradación de la
biosfera, la crisis de civilización y las antinomias de la globalización”
forman parte, en su opinión, de ese torbellino.
“Un cambio de paradigma es un proceso largo,
difícil y caótico que topa con enormes resistencias de las estructuras
establecidas y de las mentalidades. Se efectúa mediante un largo trabajo
histórico a la vez inconsciente, subconsciente y consciente…”, señala Morin,
quien se pregunta por lo que vendrá después, por si seremos capaces de sacar
las lecciones apropiadas de la actual pandemia, una pandemia que “ha revelado un
destino compartido por todos los seres humanos, ligado al destino bioecológico
del planeta”. “El poscoronavirus es tan inquietante como la propia crisis.
Podría ser tan apocalíptico como esperanzador”, argumenta. Todo está en el
aire. “Hemos entrado en la era de las incertidumbres”, nos dice. “El
futuro imprevisible se está gestando hoy”.
A partir de aquí, el ensayo se articula en
quince lecciones esenciales, llamadas a provocar un despertar de las
conciencias que se transforme en acciones de cambio. Os invito a sumergiros en
las páginas del libro, porque merece mucho la pena seguir cada uno de los
aspectos que se destacan, partiendo de un profundo cuestionamiento sobre la
manera en la que vivimos, sobre el sentido de la existencia.
Vivimos tiempos en los que toca pensar, echar
por tierra verdades asumidas, convicciones inoculadas. El progreso tecnoeconómico no puede
constituir por sí solo el progreso humano. El bienestar social no puede ser
determinado únicamente por el libre comercio y el crecimiento económico. No
podemos caer en las promesas del transhumanismo, con su fe en la inteligencia
artificial como salvación y el acceso a la eternidad como objetivo.
“El enorme poder de la tecnociencia no suprime
la debilidad humana ante el dolor y la muerte (…) Jamás podremos librarnos de
los accidentes mortales que destrozan nuestros cuerpos; jamás podremos
librarnos de las bacterias y los virus que mutan sin cesar para hacerse
resistentes a remedios, antibióticos, antivirales y vacunas”, reflexiona el
filósofo, conduciéndonos a la paradoja que supone que el aumento del poder
humano vaya acompañado de un aumento de su debilidad.
Tenemos que aceptar las incertidumbres, porque
“toda vida es una aventura incierta” y esta constatación, que tantas veces
olvidamos, se intensifica a causa de la pandemia, acentuándose las
perplejidades, las dudas sobre el futuro (“debemos prepararnos para convivir
con ellas”). Tenemos que repasar nuestra relación con la muerte, con el duelo,
que las sociedades capitalistas tanto se han afanado en ocultar y que ahora se
han hecho demasiado visibles, descolocando las piezas de lo cotidiano en las
sociedades de la productividad, de las prisas. El confinamiento obligado, al
devolvernos al interior de las casas, a nuestro interior, nos ha demostrado
hasta qué punto estábamos entregados a lo exterior, a lo superficial; de qué
manera nos encontrábamos intoxicados por el consumismo. Debemos
reflexionar sobre ello. Y valorar el auge de las iniciativas de solidaridad
surgidas en una situación tan extrema, con el fin de mantenerlas. No
hemos de olvidarnos de las desigualdades sociales que han quedado aún más de
manifiesto durante la crisis sanitaria; en los efectos devastadores que ha
provocado en los colectivos más vulnerables. Ni tampoco de los oficios
infravalorados (enfermería, servicios de limpieza y de reparto, personal de
supermercados, agricultura, fuerzas y cuerpos de seguridad…), que se han mostrado
esenciales y que de ahora en adelante deberán gozar, como indica Morin, del
prestigio social que merecen.
He aquí algunas de las lecciones que destaca
Edgar Morin en Cambiemos de vía, donde también apunta al aprendizaje de la
gestión de crisis de este tipo partiendo de los errores cometidos; a la
búsqueda, por parte de los gobernantes, de soluciones creativas que supongan
pasos adelante, de progreso, siempre dispuestos a parar los movimientos
regresivos que suelen surgir en situaciones así; a no atender a las presiones
de poderosos lobbies que querrán mantener a toda costa el orden anterior.
La ciencia y la medicina son llamadas a
entablar cooperaciones fecundas en este recorrido que desemboca en la
importancia de una educación atenta a las complejidades, que sume y relacione
especialidades y saberes, en vez de compartimentarlos. Los estados y las sociedades
tendrán que adoptar “estrategias que integren lo imprevisto”, capaces de
“prever la eventualidad de lo inesperado”, señala Morin, lamentando decisiones
políticas como los sucesivos recortes en sanidad, promovidos a través de
políticas neoliberales, atentas a la rentabilidad y a la competitividad más que
al cuidado y la prevención.
Y también la globalización, con sus mecanismos
de dependencia y deslocalización, es fuertemente cuestionada, ya que la
pandemia ha puesto de manifiesto sus fallas, la carencia de material sanitario
básico en los distintos países. En este sentido se aboga por huir de la “mal
planteada oposición entre soberanismo y universalidad”, restaurando una
autonomía vital de las distintas naciones, que garanticen su autosuficiencia en
productos alimentarios y sanitarios esenciales, y entendiendo el sentido
globalizador como unidad de destino compartido, de cooperación política e
intercambios culturales.
Replantearse el papel de Europa, su
reanimación a través de iniciativas ecológicas comunes y de un despertar
solidario, también merece un capítulo aparte en este ensayo absolutamente
atento a la que puede considerarse la gran lección, la toma de conciencia de
vivir en un planeta en crisis. En determinados momentos el análisis se dirige a
las circunstancias de Francia, no muy distintas a las de otros países del
entorno europeo, occidental, y en cualquier caso, las cuestiones de fondo son
de carácter universal.
MIRANDO AL FUTURO: LOS DESAFÍOS
Cambiemos de vía es un ensayo que resulta
demoledor en muchas de sus argumentaciones y conclusiones, pero no carente de
esperanza y optimismo. Nos enfrenta a los males de nuestro mundo, pero también
a las salidas, a los desafíos que tenemos por delante como colectividad. ¿Qué
dirección queremos tomar? ¿Volveremos al mismo tipo de vida cuando superemos
esta crisis o tendremos claro que debemos modificar el rumbo? ¿Qué impulsos nos
moverán, de progreso o de regresión? Estas cuestiones esenciales nos acompañan
en todo momento durante la lectura.
Una y otra vez, Edgar Morin plantea
interrogantes. Ya sumergido en el trecho en el que analiza las posibilidades y
retos de futuro, en la fase que denomina “poscoronavirus” [destacar que el
ensayo, escrito desde la inmediatez, fue elaborado antes de la llegada de las
vacunas], nos hace mirar a las etapas de confinamiento, cuando al recuperar la
inactividad, la lentitud –quienes pudimos permitírnoslo– fuimos más conscientes
que nunca de la malsana aceleración de nuestras vidas. “Una vez
desconfinados, ¿retomaremos esa carrera informal? (…) ¿Dejaremos de querer ir
más rápido y más lejos? ¿Dejaremos de subordinar lo principal, nuestra
propia realización personal y nuestros lazos afectivos, a lo secundario y
fútil?”, nos pregunta.
Y más adelante se cuestiona qué quedará
realmente de las aspiraciones reformadoras, transformadoras. “¿Qué
lecciones sacan las autoridades de la experiencia? Ni siquiera podemos
estar seguros de que haya algún progreso político, económico o social como lo
hubo después de la Segunda Guerra Mundial”, reflexiona. “La
crisis ha obligado a los Estados a abandonar la política de austeridad
presupuestaria y a gastar masivamente en salud, en las empresas y los
trabajadores privados de salario”, prosigue, un primer paso que ojalá
desemboque en las dos necesidades básicas de la renovación política que
propugna Morin: “salir del neoliberalismo y reformar el Estado”.
Son muchos los desafíos a los que nos
enfrentamos: el desafío de la globalización; el desafío de la democracia
(afectada por la corrupción, la demagogia, la intensificación de los
nacionalismos, la xenofobia); el desafío digital y el de la preservación
ecológica. Edgar Morin se detiene en cada uno de ellos. Analiza el alcance de
las restricciones a la libertad impuestas en este tiempo, que evidentemente
tendrán que desaparecer con el virus; aboga por un uso responsable de las
herramientas digitales, a la vez instrumentos de libertad y de control; se replantea
la manera de viajar y de consumir, que tendrían que tender al decrecimiento, y
advierte sobre las regresiones que pueden producirse, en un presente en el que
la intolerancia y el fascismo ganan terreno. Todo ello sin olvidar el peligro
nuclear, los arsenales bacteriológicos con los que se arman los Estados, las
catástrofes naturales derivadas del cambio climático, que a su vez aumentarán
las corrientes migratorias…
“Las carencias políticas, económicas y
sociales que la pandemia ha puesto al descubierto, así como los grandes
peligros de regresión que ha podido aumentar, hacen indispensable una
nueva Vïa”, expone el filósofo, quien explica su preferencia por este
término, “Vía”, en vez de revolución [remite a episodios emancipadores que acabaron
fracasando, oprimiendo], o proyecto de sociedad, noción muy estática e
inadecuada para un mundo en transformación.
En este punto es cuando el ensayo se abre a
las probabilidades, las expectativas, las propuestas de transformación. Las
amenazas han sido nombradas, las regresiones mencionadas “son probables,
pero solo probables”, apunta Morin. “Conservemos la esperanza, aunque sin
ninguna euforia”, nos dice, centrando las líneas maestras de “la nueva Vía
político-ecológico-económico-social”, unas líneas guiadas por “la
necesidad de regenerar la política, la necesidad de humanizar la sociedad y la
necesidad de un humanismo regenerado”.
Es mucho lo que aporta este ensayo
esclarecedor, capaz de situarnos en el aquí el ahora, al tiempo que abre las
ventanas hacia el futuro, hacia los posibles futuros. Se trata de buscar
equilibrios, de conjugar globalización y desglobalización; crecimiento y
decrecimiento; desarrollo y arropamiento [este último término alude a la
solidaridad y la comunidad]; unidad y diversidad nacional. Se trata de reformar el Estado,
de desburocratizar y desanquilosar las administraciones públicas. Se
trata de reducir progresivamente el poder de las oligarquías económicas,
aplicando impuestos justos y, sobre todo, suprimiendo los paraísos fiscales. Se
trata de que los consumidores tomen conciencia de su poder. Se trata de que las
empresas reconozcan a los trabajadores “en su plena humanidad”, lo cual
mejoraría las condiciones de vida de los mismos y también los resultados.
En todo el ramillete de propuestas que ofrece
la obra, en un capítulo encabezado por la frase de Heráclito, que tomé como
arranque de este artículo (“Si no esperas lo inesperado, no lo encontrarás”),
hay un apartado fundamental: la reforma democrática, a través de la
participación ciudadana. “Habría que diseñar y proponer formas de
democracia participativa. Sería útil al mismo tiempo fomentar el despertar de
la ciudadanía, a su vez inseparable de una regeneración del pensamiento
político. También sería útil multiplicar las universidades populares que
ofrecieran a los ciudadanos una iniciación a las ciencias políticas,
sociológicas, económicas y jurídicas”, expone el ensayista, consciente
de que este tipo de iniciativas requieren tiempo, un tiempo de “arraigo y
aprendizaje”.
Hay grandes dosis de idealismo y de entusiasmo
en esta entrega que vuela hacia mejores horizontes de futuro, pero, no nos
engañemos, muchas de las ideas que plantea ya están en el aire, ya han empezado
a filtrarse en las capas de lo cotidiano. Edgar Morin visualiza y pone
argumentos a impulsos que están aflorando. Ya lo explica cuando habla del
cambio de paradigma en marcha. Frente a las consignas de viejos partidos, de
medios de comunicación anquilosados, dependientes de intereses económicos que
lastran su independencia en exceso, surgen por todas partes iniciativas
creativas, puntos de vista innovadores. Asistimos, somos parte activa, del
combate entre las fuerzas del progreso y las de la regresión.
La ecopolítica, el “green deal”, ocupa otro
capítulo esencial de esta entrega que reivindica en todo momento un humanismo
regenerado, capaz de reconocer “la complejidad humana hecha de contradicciones”
y de rechazar la divinización del hombre. Los principios republicanos de
Libertad, Igualdad y Fraternidad iluminan este libro que desemboca una y otra
vez en la necesidad imperiosa de reducir las desigualdades, de cultivar la
solidaridad, tan debilitada en las sociedades individualistas, egoístas,
tecnificadas… Vamos avanzando en la lectura a través de nociones como “Malestar
difuso”; de lemas como “Menos pero mejor”; de búsquedas hacia “una verdadera
vida”. Y llegamos a la esencia de lo que debe ser una “política de la
humanidad” y “una política de la tierra”.
Llegada a este punto, opto por transcribir
algunos fragmentos del ensayo que me parecen especialmente significativos,
enriquecedores. Un estímulo para seguir adelante, buceando entre las
incertidumbres, esperando encontrar los anhelados cambios en lo inesperado.
– “La civilización occidental puede y debe
propagar lo mejor de sí misma: la tradición humanista, el pensamiento
crítico y el pensamiento autocrítico, los principios democráticos, los derechos
del hombre y de la mujer. También debe abandonar su arrogancia.
– “La toma de conciencia de la comunidad de
destino compartido terrestre entre la naturaleza viva y la aventura
humana debe convertirse en un elemento esencial de nuestro tiempo: debemos
sentirnos solidarios con este planeta de cuya existencia depende nuestra vida;
debemos no solo ordenarlo, sino también protegerlo; debemos reconocer nuestra
filiación biológica y nuestra filiación ontológica; es el cordón umbilical que
hay que reanudar.
– “Hay dos realismos. El primero consiste
en creer que la realidad presente es estable. Ignora que el presente siempre
está trabajado por fuerzas subterráneas, como el viejo topo del que habla
Hegel, que finalmente desintegra un suelo que creía firme (…) El verdadero
realismo sabe que el presente es un momento en un devenir. Trata de detectar
las señales, siempre débiles al principio, que anuncian transformaciones (…) El
verdadero realismo puede proponer ideas que a los realistas oficiales les
parecen utópicas. El verdadero realismo sabe que lo improbable es posible, y
que lo más importante y frecuente es que en la realidad irrumpa lo inesperado.
Como, por ejemplo, el principio del retorno a la soberanía sanitaria y el
infringir las reglas presupuestarias consideradas sacrosantas”.
– “La utopía del mejor de los mundos debe
ceder su lugar a la esperanza de un mundo mejor. Como toda gran crisis,
como toda gran desdicha colectiva, nuestra crisis planetaria despierta esa
esperanza. El humanismo debe regenerar esa gran aspiración permanente de la
humanidad a un mundo mejor. Pero, aunque pudiera advenir, ese mundo no sería
irreversible. Ninguna conquista es irreversible, ni la democracia, ni los
derechos humanos. Ninguna conquista de civilización es definitiva. Lo que no se
regenera degenera. Por eso el verdadero realismo es la regeneración permanente.
Trotski creía en la revolución permanente; nosotros debemos practicar la
regeneración permanente”.
– “Repitámoslo: la toma de conciencia de
la comunidad de destino compartido terrestre debería ser el acontecimiento
clave de nuestro siglo. Es, sin duda, el mensaje más fuerte de la crisis de
2020. Somos solidarios en este planeta y de este planeta. Somos seres
antropobiofísicos, hijos de la Tierra. Es nuestra Tierra-patria”.
Cambiemos de vía. Lecciones de la pandemia, de
Edgar Morin, con la colaboración de Sabah Abouessalam. La traducción la ha realizado
Núria Petit para la editorial Paidós.
Referencias y Fuentes Bibliográficas
Fuente
Scielo
Link de Origen: AQUÍ
Lecturas Sumergidas
https://lecturassumergidas.com/
Link de Origen: AQUÍ
Medio ambiente en acción
https://medioambienteenaccion.com.ar/
Link de Origen: AQUÍ
Comentarios
Publicar un comentario