Revista Nos Disparan desde el Campanario Año V Sobre las dictaduras psicopolíticas … por Byun Chul Han
Gráfica: En Huelga
Autor: Steinlen,
Théophile Alexandre
Un trabajador con aspecto preocupado que lleva a un niño en un brazo y un pico en el otro es seguido por el resto de su familia mientras se aleja de una zona concurrida con chimeneas al fondo. Esta ilustración se publicó por primera vez en Le chambard socialiste y está firmada bajo el seudónimo de Petit Pierre. Fuente:
https://www.oldbookillustrations.com/illustrations/on-strike/
La dictadura del capital
Según Marx, las fuerzas productivas
(la fuerza de trabajo, el modo de trabajo y los medios de producción
materiales), en un determinado nivel de su desarrollo, entran en contradicción
con las relaciones de producción dominantes (relaciones de propiedad y
dominación). Esto ocurre porque las fuerzas productivas progresan
continuamente. Así, la industrialización genera nuevas fuerzas productivas que
entran en contradicción con las relaciones de propiedad y dominación de tipo
feudal, lo que conduce a crisis sociales que presionan para promover un cambio
de las relaciones de producción. La contradicción se elimina mediante la lucha
del proletariado contra la burguesía, que genera el orden social
comunista. Frente a la presunción de Marx, no es posible superar la
contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones productivas
mediante una revolución comunista. Es insuperable. El capitalismo, precisamente
por esta condición intrínseca de carácter permanente, escapa hacia el futuro.
De este modo, el capitalismo industrial muta en neoliberalismo o capitalismo
financiero con modos de producción posindustriales, inmateriales, en lugar de
trocarse en comunismo. El neoliberalismo, como una forma de mutación del
capitalismo, convierte al trabajador en empresario. El neoliberalismo, y no la
revolución comunista, elimina la clase trabajadora sometida a la explotación
ajena. Hoy cada uno es un trabajador que se explota a sí mismo en su propia
empresa. Cada uno es amo y esclavo en una persona. También la lucha de clases
se transforma en una lucha interna consigo mismo. No es la multitude cooperante que Antonio Negri
eleva a sucesora posmarxista del «proletariado», sino la solitude del empresario aislado, enfrentado consigo mismo,
explotador voluntario de sí mismo, la que constituye el modo de producción
presente. Es un error pensar que la multitude
cooperante derriba al «Imperio parasitario» y construye un orden social
comunista. Este esquema marxista, al que Negri se aferra, se mostrará de nuevo
como una ilusión. Ya no es posible sostener la distinción entre
proletariado y burguesía. El proletario es literalmente aquel que tiene a sus
hijos como única posesión. Su autoproducción se limita únicamente a la
reproducción biológica. Hoy, por el contrario, se extiende la ilusión de que
cada uno, en cuanto proyecto libre de sí mismo, es capaz de una autoproducción
ilimitada. En la actualidad es estructuralmente imposible la «dictadura del
proletariado». Hoy todos estamos dominados por una dictadura del capital.
El régimen neoliberal transforma la explotación ajena en la autoexplotación
que afecta a todas las «clases». La autoexplotación sin clases le es
totalmente extraña a Marx. Esta hace imposible la revolución social, que
descansa en la distinción entre explotadores y explotados. Y por el aislamiento
del sujeto de rendimiento, explotador de sí mismo, no se forma ningún nosotros
político con capacidad para una acción común. Quien fracasa en la
sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se
avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto
consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal. No deja que surja
resistencia alguna contra el sistema. En el régimen de la explotación ajena,
por el contrario, es posible que los explotados se solidaricen y juntos se
alcen contra el explotador. Precisamente en esta lógica se basa la idea de Marx
de la «dictadura del proletariado». Sin embargo, esta lógica presupone
relaciones de dominación represivas. En el régimen neoliberal de la
autoexplotación uno dirige la agresión hacia sí mismo. Esta autoagresividad no
convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo. Ya no trabajamos
para nuestras necesidades, sino para el capital. El capital genera sus propias
necesidades, que nosotros, de forma errónea, percibimos como propias. El
capital representa una nueva trascendencia, una nueva forma de subjetivización.
De nuevo somos arrojados del nivel de la inmanencia de la vida, donde la vida
se relacionaría consigo misma en lugar de someterse a un fin extrínseco. La
política moderna se caracteriza por la emancipación del orden trascendente,
esto es, de las premisas fundamentadas religiosamente. Solo en la Modernidad,
en la que los recursos de fundamentación trascendentes ya no tuvieran validez
alguna, sería posible una política, una politización completa de la sociedad.
De este modo, las normas de acción se podrían negociar libremente. La
trascendencia cedería ante el discurso inmanente a la sociedad. Así, la
sociedad tendría que levantarse de nuevo desde su inmanencia. Por el contrario,
se abandona de nuevo la libertad en el momento en que el capital se erige en
una nueva trascendencia, en un nuevo amo. La política acaba convirtiéndose de
nuevo en esclavitud. Se convierte en un esbirro del capital. ¿Queremos ser
realmente libres? ¿Acaso no hemos inventado a Dios para no tener que ser
libres? Frente a Dios todos somos culpables. Pero la culpa elimina la
libertad. Hoy los políticos acusan al elevado endeudamiento de que su libertad
de acción esté enormemente limitada. Si estamos libres de deuda, vale decir, si
somos plenamente libres, tenemos que actuar de verdad. Quizás incluso nos
endeudamos permanentemente para no tener que actuar, esto es, para no tener que
ser libres ni responsables. ¿Acaso no son las elevadas deudas una prueba de que
no tenemos en nuestro haber el ser libres? ¿No es el capital un nuevo Dios que
otra vez nos hace culpables? Walter Benjamin concibe el capitalismo como una
religión. Es el «primer caso de un culto que no es expiatorio sino culpabilizador».
Porque no es posible liquidar las deudas, se perpetua el estado de falta de
libertad: «Una terrible conciencia de culpa que no sabe cómo expiarse, recurre
al culto no para expiar la culpa sino para hacerla universal».
Dictadura de la transparencia
Al principio se celebró la red
digital como un medio de libertad ilimitada. El primer eslogan publicitario de
Microsoft, Where do you want to go today?,
sugería una libertad y movilidad ilimitadas en la web. Pues bien, esta euforia
inicial se muestra hoy como una ilusión. La libertad y la comunicación
ilimitadas se convierten en control y vigilancia totales. También los medios
sociales se equiparan cada vez más a los panópticos digitales que vigilan y
explotan lo social de forma despiadada. Cuando apenas acabamos de liberarnos
del panóptico disciplinario, nos adentramos en uno nuevo aún más
eficiente. A los reclusos del panóptico benthamiano se los aislaba con
fines disciplinarios y no se les permitía hablar entre ellos. Los residentes
del panóptico digital, por el contrario, se comunican intensamente y se
desnudan por su propia voluntad. Participan de forma activa en la construcción
del panóptico digital. La sociedad del control digital hace un uso intensivo de
la libertad. Es posible solo gracias a que, de forma voluntaria, tienen lugar
una iluminación y un desnudamiento propios. El Big Brother digital traspasa su
trabajo a los reclusos. Así, la entrega de datos no sucede por coacción, sino
por una necesidad interna. Ahí reside la eficiencia del panóptico. También
se reclama transparencia en nombre de la libertad de comunicación. La
transparencia es en realidad un dispositivo neoliberal. De forma violenta
vuelve todo hacia el exterior para convertirlo en información. En el modo
actual de producción inmaterial, más información y comunicación significan más
productividad, aceleración y crecimiento. La información es una positividad que
puede circular sin contexto por carecer de interioridad. De esta forma es
posible acelerar la circulación de información. El secreto, la extrañeza
o la otredad representan obstáculos para una comunicación ilimitada. De ahí que
sean desarticulados en nombre de la transparencia. La comunicación se acelera
cuando se allana, esto es, cuando se eliminan todas las barreras, muros y
abismos. También a las personas se las desinterioriza, porque la interioridad
obstaculiza y ralentiza la comunicación. Esta desinteriorización no sucede de
forma violenta. Tiene lugar de forma voluntaria. Se desinterioriza la
negatividad de la otredad o de la extrañeza en pos de la diferencia o de la
diversidad comunicable o consumible. El dispositivo de la transparencia obliga
a una exterioridad total con el fin de acelerar la circulación de la
información y la comunicación. La apertura sirve en última instancia para la
comunicación ilimitada, ya que el cierre, el hermetismo y la interioridad
bloquean la comunicación. Una conformidad total es una consecuencia
adicional del dispositivo de la transparencia. Reprimir las desviaciones es
constitutivo de la economía de la transparencia. La red y la comunicación
totales tienen ya como tales un efecto allanador. Generan un efecto de
conformidad, como si cada uno vigilara al otro, y ello previamente a cualquier
vigilancia y control por servicios secretos. Hoy la vigilancia tiene lugar
también sin vigilancia. Como por obra de moderadores invisibles, se allana la
comunicación y se la reduce al acuerdo general. Esta vigilancia primaria,
intrínseca es mucho más problemática que la secundaria, a cargo de servicios secretos. El
neoliberalismo convierte al ciudadano en consumidor. La libertad del ciudadano
cede ante la pasividad del consumidor. El votante, en cuanto consumidor, no
tiene un interés real por la política, por la configuración activa de la
comunidad. No está dispuesto ni capacitado para la acción política común. Solo
reacciona de forma pasiva a la política, refunfuñando y quejándose, igual que
el consumidor ante las mercancías y los servicios que le desagradan. Los
políticos y los partidos también siguen esta lógica del consumo. Tienen que
proveer. De este modo, se degradan a proveedores que han de satisfacer a los
votantes en cuanto consumidores o clientes. La transparencia que hoy se exige
de los políticos es todo menos una reivindicación política. No se exige
transparencia frente a los procesos políticos de decisión, por los que no se
interesa ningún consumidor. El imperativo de la transparencia sirve sobre todo
para desnudar a los políticos, para desenmascararlos, para convertirlos en
objeto de escándalo. La reivindicación de la transparencia presupone la
posición de un espectador que se escandaliza. No es la reivindicación de un
ciudadano con iniciativa, sino la de un espectador pasivo. La participación
tiene lugar en la forma de reclamación y queja. La sociedad de la
transparencia, que está poblada de espectadores y consumidores, funda una
democracia de espectadores. La autodeterminación informativa es una parte
esencial de la libertad. Ya en la sentencia del Tribunal Constitucional de
Alemania sobre el censo nacional, en 1984, se afirma lo siguiente:
“Serían incompatibles con el derecho a la autodeterminación informativa
un orden social y su respectivo orden jurídico en los que el ciudadano no
pudiera saber quién sabe de él, así como tampoco qué, cuándo y en qué ocasión
se sabe de él”
No obstante, se trataba de una época
en la que se creía que había que enfrentarse al Estado como a una instancia de
dominación que arrebataba información a los ciudadanos contra su voluntad. Hace
mucho que esa época quedó atrás. Hoy nos ponemos al desnudo sin ningún tipo de
coacción ni de prescripción. Subimos a la red todo tipo de datos e
informaciones sin saber quién, ni qué, ni cuándo, ni en qué lugar se sabe de
nosotros. Este descontrol representa una crisis de la libertad que se ha de
tomar en serio. En vista de la cantidad y el tipo de información que de forma
voluntaria se lanza a la red indiscriminadamente, el concepto de protección de
datos se vuelve obsoleto. Nos dirigimos a la época de la psicopolítica
digital. Avanza desde una vigilancia pasiva hacia un control activo. Nos
precipita a una crisis de la libertad con mayor alcance, pues ahora afecta a la
misma voluntad libre. El Big Data es un instrumento psicopolítico muy eficiente
que permite adquirir un conocimiento integral de la dinámica inherente a la
sociedad de la comunicación. Se trata de un conocimiento de dominación que
permite intervenir en la psique y condicionarla a un nivel
prerreflexivo. La apertura del futuro es constitutiva de la libertad de acción.
Sin embargo, el Big Data permite hacer pronósticos sobre el comportamiento
humano. De este modo, el futuro se convierte en predecible y controlable. La
psicopolítica digital transforma la negatividad de la decisión libre en la
positividad de un estado de cosas. La persona misma se positiviza en cosa, que
es cuantificable, mensurable y controlable. Sin embargo, ninguna cosa es libre.
Sin duda alguna, la cosa es más transparente que la persona. El Big Data
anuncia el fin de la persona y de la voluntad libre. Todo dispositivo, toda
técnica de dominación, genera objetos de devoción que se introducen con el fin
de someter. Materializan y estabilizan el dominio. «Devoto» significa «sumiso».
El smartphone es un objeto digital de devoción, incluso un objeto de devoción
de lo digital en general. En cuanto aparato de subjetivación, funciona como el
rosario, que es también, en su manejabilidad, una especie de móvil. Ambos
sirven para examinarse y controlarse a sí mismo. La dominación aumenta su
eficacia al delegar a cada uno la vigilancia. El me gusta es el amén digital.
Cuando hacemos clic en el botón de me gusta nos sometemos a un entramado de
dominación. El smartphone no es solo un eficiente aparato de vigilancia, sino
también un confesionario móvil. Facebook es la iglesia, la sinagoga global
(literalmente, la congregación) de lo digital.
Fuente: Bloghemia
https://www.bloghemia.com/2024/03/queremos-ser-realmente-libres-por-byun.html
Dictadura del trabajo
"Hoy no tenemos más tiempo que
el del trabajo"
"Hoy no tenemos más tiempo que el del trabajo. El tiempo de trabajo
se ha totalizado como el único tiempo. Hace mucho que hemos perdido el tiempo
de la fiesta. "
Hoy día las cosas ligadas al tiempo
envejecen mucho más deprisa que antes. Caen rápidamente en el pasado y se
sustraen a la atención. El presente se reduce a la punta de la actualidad. Así
el tiempo pierde duración. La causa del encogimiento del presente y de la
duración que desaparece no es la aceleración, contra lo que se cree de manera
errónea. Más bien, el tiempo, a manera de un alud, se precipita hacia adelante
porque no tiene ya ningún soporte. Aquellas puntas del presente entre los que
no hay ninguna fuerza de atracción temporal y ninguna tensión, pues son
meramente aditivas, desatan el arrastre del tiempo, que conduce a la
aceleración sin dirección, es decir, sin sentido. El depresivo no es capaz de
ninguna conclusión. Y sin conclusión se desvanece todo. No se forma ninguna
imagen propia estable, que sería también una forma de conclusión. No es casual
que la indecisión, la incapacidad de resolución, sea un síntoma de la
depresión. La depresión es característica de un tiempo en el que se ha perdido
la capacidad de concluir, de terminar. También el pensamiento presupone la
capacidad de concluir, de mantenerse dentro y de demorarse. En eso se distingue
del cálculo. Así el pensamiento no se puede acelerar por capricho, en
contraposición al cálculo. Los síntomas del Information Fatigue Syndrom (IFS), es decir, del cansancio de la
información, incluyen la incapacidad de pensar analíticamente. Tal síndrome es
la incapacidad de concluir e inferir. Por tanto, la masa de información
acelerada ahoga el pensamiento. También el pensamiento necesita un silencio.
Hay que poder cerrar los ojos. El sujeto del rendimiento es incapaz de
concluir. Se rompe bajo la coacción de tener que producir cada vez más. Precisamente
esta incapacidad de cerrar y concluir conduce al síndrome de Burnout. Y en un
mundo donde la conclusión y la terminación han dado paso a una continuación sin
final ni dirección, no es posible morir, pues también morir presupone la
capacidad de concluir la vida. Quien no es capaz de morir a su debido tiempo,
tiene que sucumbir a destiempo. El tiempo de la fiesta no es un periodo de
distensión o distracción. La fiesta es ella misma una forma de terminación.
Hace que comience un tiempo completamente distinto. La fiesta, como las
celebraciones en los tiempos originarios, procede del contexto religioso. La
palabra latina «feriae» tiene un
origen sagrado y significa el tiempo destinado a las acciones religiosas. «Fatum» es un lugar sagrado, consagrado
a la divinidad, o sea, el lugar de culto destinado a la acción religiosa. La
fiesta comienza donde termina el trabajo como acción profana (literalmente: que
está ante el circuito sagrado). El tiempo de la fiesta es
diametralmente opuesto al tiempo de trabajo. La terminación del trabajo, como
víspera de la fiesta, anuncia un tiempo sagrado. Si se suprime esa frontera o
ese umbral, que separa lo sagrado de lo profano, queda solo lo banal y
cotidiano, es decir, el mero tiempo de trabajo. Y el imperativo del rendimiento
lo explota. La sociedad del cansancio toma al tiempo mismo como rehén. Lo
encadena al trabajo y lo transforma en tiempo de trabajo. El tiempo de trabajo
es un tiempo sin conclusión, sin principio ni fin. No exhala aroma. La pausa,
como pausa de trabajo, no marca ningún otro tiempo. Es solo una fase del tiempo
de trabajo. Hoy no tenemos más tiempo que el del trabajo. El tiempo de trabajo
se ha totalizado como el único tiempo. Hace mucho que hemos perdido el
tiempo de la fiesta. Nos es completamente extraño el final del trabajo como
final de la fiesta. Nos llevamos el tiempo de trabajo no solo a las vacaciones,
sino también al sueño. Por eso hoy dormimos tan inquietos. En este sentido
también la relajación es un mero modo del trabajo, en cuanto sirve a la
organización de la fuerza de trabajo. El recreo no es lo otro del trabajo, sino
su producto. Tampoco la desaceleración o la lentitud por sí solas pueden
engendrar otro tiempo. Es también una consecuencia del tiempo de trabajo
acelerado. Ralentiza solamente el tiempo de trabajo, sin transformarlo en otro
tiempo. En contraposición a la opinión difundida entre una mayoría, la
desaceleración no elimina la crisis actual del tiempo, es más, la enfermedad de
la época. La desaceleración no produce ninguna curación. Más bien, ella es un
mero síntoma. Con el síntoma no puede curarse la enfermedad. Hoy es
necesaria una revolución del tiempo, que produzca otro tiempo, un tiempo del
otro, que no sería el del trabajo, una revolución del tiempo que devuelva a
este su aroma.
Fuente: Bloghemia
https://www.bloghemia.com/2024/03/byung-chul-han-hoy-no-tenemos-mas.html
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