Revista Nos Disparan desde el Campanario Año V El Porvenir de la América Latina (PDF) y otros textos ... por Manuel Ugarte
El ideal moderno (1923)
Cada época trae, en medio del
remolino contradictorio de las tendencias, una aspiración, una finalidad
especial que la caracteriza. Poco importa que se alcance o no a realizar ese
ensueño, que acaso resultará después, mirado serenamente, un tanto utópico y
hasta nocivo para la salud del conjunto. En su renovación ininterrumpida, la
Humanidad transforma las moléculas intelectuales, y la verdad de ayer se
transmuta en error, pasada la oportunidad que le dio la vida. Lo esencial no es
el triunfo, sino la existencia del empuje optimista y creyente que arrebata los
espíritus en un momento dado, haciendo florecer en el curso de la lucha verdades
nuevas. Así hemos visto sucederse en la historia de los ideales,
no como concreciones eternas que se imponían en los siglos, sino como
resplandores que iluminaban la ruta en un momento dado. La filosofía del siglo
XVIII, el autoritarismo napoleónico, la mediocracia de Luis Felipe, el ímpetu
revolucionario que caracterizó el comienzo de este siglo XX, fueron, en su
hora, el eje de los entusiasmos y de las resistencias, dentro de la pugna
ciudadana.
La guerra (1) barrió después muchas
construcciones ideológicas. Fue un terremoto dentro de la vida intelectual. Las
regiones devastadas en el reino de las ideas son tan grandes quizá como en el
reino material. Y lo que más sorprende, en medio de las perspectivas rotas y
los principios en ruinas, es la ausencia de la luz nueva que debe inspirar el
esfuerzo o animar la trepidación de la era en la cual estamos. Han pasado cinco
años desde que enmudecieron los cartones y aún dura la desorientación que hace
nacer en tantas almas la misma pregunta:
Claro está que no nos referimos al
que individualmente puede alimentar cada uno, de acuerdo con gustos,
inducciones o supervivencias que operan aisladamente sobre la consciencia
individual. Hablamos de una corriente poderosa y vasta que marque derroteros y
empuje las voluntades hacia un fin. Cuanto más buscamos, más honda aparece la
indecisión de los cerebros, inmovilizados por una expectativa nerviosa. Las dos
violencias extremas nacidas en los campos de batalla, bolchevismo y fascismo,
no representan en realidad más que gestos ocasionales, dentro de la lucha
enconada entre fuerzas que por su misma exasperación están destinadas a
evolucionar o a desaparecer.
El ideal de las
épocas residirá, según M. Gaultier, uno de los pensadores más profundos y brillantes
de la Francia actual, en un deseo de conciliar las oposiciones. Vamos hacia el
equilibrio entre las diversas tendencias. Al margen del axioma y de la
afirmación decisiva, la aspiración más pura consistirá en armonizar preceptos,
enlazando y reconciliando el alma de las ideas divergentes en nuevas fórmulas
nacidas de un deseo de estabilidad y de elevación general. La autoridad tiene
su virtud social, benéfica para todos, como la tienen también los principios
democráticos. Si la disciplina y la igualdad parecen inconciliables, es porque
vemos los hechos a través de los silogismos, en vez de deducir los silogismos
de los hechos. El porvenir nos lleva, no al oportunismo, pero sí a la
ecuanimidad. En su libro L'idéal moderno, M. Paul Gaultier
indica, adelantándose a las horas que están viviendo algunas naciones europeas,
una aspiración sana y fecunda, que puede servir de base para vastos
movimientos. Y tan feliz circunstancia bastaría para dar excepcional valor a su
obra, si ésta no abundase en consideraciones interesantes sobre el
individualismo, la moral social, la injusticia del derecho moderno y otras
facetas del gran problema único, que es la felicidad humana. Porque a través de
los nombres, los sistemas y los partidos, éste es el anhelo supremo que las
generaciones encaran con criterio diferente, según las épocas y la situación de
cada uno, haciendo un problema temporal o individual de lo que, visto en forma
colectiva y eterna, podría ser más fácil y propicio para todos. Ya lo decíamos
en latín: «Consensus omnium».
(1) La primera gran guerra mundial
1914-1918
La igualdad y el sufragio
*Posición política e intelectual de Manuel Ugarte sobre la Ley Sáenz Peña
No hay que medir la igualdad por las incapacidades; hay que
establecerla, por el contrario, sobre la pauta de las capacidades. Queremos
decir con esto que el espíritu de la democracia puede cumplirse más ampliamente
con la posibilidad de acceso de todos los que nacen bien dotados a la mayor
cultura y a las mejores situaciones que con la universalización del voto. La
Nación está fundamentalmente interesada en utilizar cuantas aptitudes puedan
concurrir a su elevación. Desde este punto de vista, no será la equidad -idea
abstracta, utilizada por los partidos -, sino el cuidado de los supremos
intereses comunes lo que aconsejo elevar a la dirección de los negocios a
cuantos traigan preparación o méritos probados, vengan de donde vinieren. Pero
se ha confundido a veces la democracia con su sombra; y así se ha tendido más
frecuentemente a adular a la mayoría analfabeta que a abrir las puertas a los
componentes de esa mayoría que se distinguen por su inteligencia o su fuerza
creadora. El punto de mira al nivelar no puede ser la escala de los menos
aptos, sino la línea del desarrollo superior. De otra manera se convertirá la
república en una empresa de subalternización, contrariando la esperanza de la
colectividad perfectible y en ascensión perpetua, que fue, teóricamente, el
punto de partida. La idea inicial, el soplo inspirador, indiscutiblemente
excelente, se mantiene como una de las más altas conquistas de la humanidad y a
él permanecemos fundamentalmente fieles. Pero ello no importa propiciar la
nueva explotación de los iletrados por los letrados que suele practicarse a
favor de las enseñas más prestigiosas. El pueblo mismo marca en este orden de
ideas su fatiga y su alejamiento; porque comprende que, más que la igualdad en
el terreno de la instrucción, en todos sus grados, es la única fórmula eficaz
para disfrutar con prestigio de la primera.
La mejor manera de comprender el
problema nos la ofrece la observación experimental de los fenómenos que se
repiten en todas las sociedades nuevas, donde cierto número de hombres surgidos
de las esferas humildes, llegan excepcionalmente a las más altas situaciones de
la jerarquía económica. Con el conocimiento adquirido y la visión clara de la
realidad de la cual brotan, el primer movimiento humanitario los lleva a fundar
escuelas, es decir, a remediar la ausencia de los medios de ascensión de que
ellos carecieron, obligados como se hallaron a suplir, en un esfuerzo heroico,
la falta de escalones durante la victoriosa ascensión. La verdadera igualdad ha
de residir sobre todo con el punto de partida, porque la democracia debe
aspirar a ser una capacidad efectiva que nivela serenamente, y no en una
ilusión nerviosa que violenta las realidades. En Estados Unidos, donde por
muchos conceptos - si tenemos en cuenta la improvisación de la nacionalidad y
los aportes cosmopolitas - existe una similitud de estado social con nuestro
país, hemos oído decir a menudo: La mejor
prueba de que el voto es libre y de que es nuestro, es que lo podemos vender;
porque sólo vendemos lo que nos pertenece.
Verdad indiscutible cuando se trata
de un canario o de una silla, pero menos perentoria y firme si nos referimos a
un derecho, que al ser enajenado, falsea el principio que le dio vida. La facultad de intervenir en los asuntos públicos constituye un
honor y una responsabilidad que no cabe delegar, ni mucho menos negociar. Todo
el andamiaje mental del voto libre y de la voluntad colectiva ampliamente
expresada se desmorona y se anula cuando aparece, en trampa o engaño, la nueva
desigualdad creada hipócritamente y bajo cuerda para servir, con apariencia
prestigiosa, intereses de grupo. La ignorancia, la miseria, el
dolor, los bajos apetitos, suelen dar lugar en las zonas menos ilustradas a una
categoría de electores para los cuales cada elección se traduce en una
oportunidad de holgar, embriagarse y percibir el estipendio de su propia
disminución. La prosperidad del país y el perfeccionamiento de las
instituciones no pueden levantarse sobre base tan disentible. La letra es una
cosa, pero, desgraciadamente, la realidad suele ser otra.
Si alguien formula objeciones y busca
nuevos métodos para afianzar la democracia en su esencia inicial, no es, pues,
con el fin de levantarse arteramente contra el principio, sino para remediar
errores, rectificando fórmulas falaces que fueran adoptadas a raíz de concepciones
especulativas, en una primera materialización, acaso empírica del principio
inspirador. Por otra parte, la palabra democracia sólo trae en
sí, desde el punto de vista de las intenciones, la negación de la legitimidad
de las clases dentro de la sociedad. A ese anhelo final sólo podrá ser
plenamente realizado sobre la plataforma de una preparación homogénea que
empareje el punto de partida y haga equitativa la competencia entre los más
preparados. Porque parece inútil repetir que igualar capacidades
escapa al poder del hombre. Sólo cabe aspirar a la igualdad de facilidades y
oportunidades, cuando se trata de aptitudes equivalentes. El idealismo
democrático más crédulo no aspirará nunca a determinar una imposible nivelación
de la fuerza mental o creadora de los individuos, sino a preparar la atmósfera
propicia para que se manifieste, sin trallas ni prejuicios, todo mérito,
iniciativa o concurso susceptible de ser utilizado en beneficio de la
colectividad. Llegando al hueso de las cosas, lo que separa a
menudo a la opinión y a los partidos, no es el ideal en sí, sobre el cual todos
estamos de acuerdo, sino el procedimiento para alcanzarlo o, en ciertos casos,
la buena o mala de los que intervienen en el debate. Porque si algunos
defienden el principio, otros se sirven de él para hacer prosperar sus
esperanzas, o para parapetarse en una terquedad que disfrazan de consecuencia. No está en tela de juicio la ley Sáenz Peña, que es una de las más
nobles anticipaciones del progreso de nuestro país. Pero es imposible sostener
que resulte útil para la salud del Estado - y aun dejando de lado el Estado,
para la elevación personal del hombre - que el voto inconsciente o venal falsee
las sanas inspiraciones de la mayoría apta para saber lo que le conviene. Lo que hemos dicho de la democracia se aplica a la ley electoral.
La mejor manera de defenderlas, tanto a la una como a la otra, consiste en
sanearlas, en restablecerlas en su primitiva virtud, es decir, en la intención
que inspiró a sus defensores o iniciadores, que acaso no contaron al propiciar
la idea con las habilidades contraproducentes a que ella podía dar lugar. Las leyes suelen cambiar de esencia al ser aplicadas, no a causa
de ellas mismas, sino a consecuencia de las desviaciones que les impone la mala
interpretación, o la incomprensión de los mismos a quienes pudieran favorecer.
De aquí que tenga siempre más importancia el espíritu que la letra.
En nombre del mismo principio de igualdad interpretado en su virtualidad
durable, todo aconseja buscar el punto de equilibrio que permita conciliar el
derecho inalienable de los ciudadanos con las garantías de buen gobierno que
exige la colectividad, prestando más atención a la realidad que a las palabras
y poniendo la consciencia por encima del espíritu partidario. Bien
sabemos todos que las leyes tienen que corresponder al estado social del núcleo
que las adopta. Muchas de nuestras dificultades desde la Independencia han
nacido de la falta de concordancia entre los postulados y la etapa en que se
hallaba el conjunto. Los pueblos hacen las leyes, pero las leyes no logran
metamorfosear a los pueblos. La evolución no modifica, a pesar de ellas, el
ritmo tardo que caracteriza las transformaciones sociales. Crece el niño sujeto
al itinerario que la naturaleza impone y nadie ha de pensar que para
transformarlo en adulto bruscamente basta comprarle un par de pantalones. Si nuestra ley electoral en su forma presente, no alcanza
aplicación en la mayor parte del territorio argentino es, más que a causa del
fraude posible, a causa de la falta de preparación de muchos electores. Cuanto
tienda a dar mayor equidad a las consultas tiene que ser bien recibido; porque,
aunque parezca paradoja, el sufragio mal regulado puede resultar, al fin de
cuentas, el peor enemigo de la igualdad.
Una sociedad anónima de ideas (Sátira
crítica)
Subvencionada por varios gobiernos, y apoyada por personalidades opulentas y
bien pensantes, asoma, bajo el título de estas líneas, una gran sociedad internacional
destinada a hacer sentir su acción tanto en América como en Europa.
He aquí los estatutos:
-
Artículo
1 La Sociedad Anónima de Ideas tiene por objeto proporcionar a los
señores socios que la constituyen, las ideas necesarias para la existencia y
velar por la mejor conservación de las que circulan.
-
Artículo
2 La sociedad tendrá un anexo donde se
repararán las ideas gastadas y se pondrán tacos y medias suelas a las que estén
fuera de uso.
-
Artículo
3
Sólo podrán circular aquellas ideas que no estuvieran prohibidas por la
ley y que autorice la Junta Directiva.
-
Artículo
4 Para facilitar las operaciones se dividen las ideas en dos clases: las hereditarias y
las oficiales. Las primeras son aquellas que tienen prestigio tradicional
y que son aceptadas por todos. Las segundas son las que vienen garantizadas por
la autoridad competente.
-
Artículo
5 Serán toleradas las ideas personales, a condición de que no se diferencien en
nada de las corrientes.
-
Artículo
6 La sociedad se reserva el derecho de transformarse en trust si se
presenta una ocasión favorable.
-
Artículo
7 De los gastos e ingresos se hará un
balance al fin de cada mes y, si queda un sobrante de ideas, será para los
pobres.
-
Artículo
8 Se abrirá un registro general donde se inscribirán las ideas por orden
alfabético.
-
Artículo
9 La sociedad tendrá a la disposición de los señores autores y periodistas un
depósito de ideas esterilizadas.
-
Artículo
10 Con el fin de salvaguardar las tradiciones de cada país, queda prohibida la
importación y la exportación de ideas.
Por la copia:
Manuel UGARTE.
París, 1905.
Los fragmentarios argentinos (Caras y
Caretas)
Cuanto más renombre, menos amistad. A
medida que subimos, se rarifica la atmósfera. Ninguna raza se encumbra si
carece del supremo resorte colectivo: la indignación ante el mal. La modestia es
como el abanico: sólo sirve para dar mayor relieve a la cara que se esconde. La
vejez, lejos de amenguar las energías del carácter, las acrecienta a veces. Hay
ramajes que en otoño se tornan amarillos y otros que se tifien de púrpura. Las
inteligencias que no empujan a la acción son inteligencias muertas. Los malos y
los mediocres llevan dentro de si su propio yugo, porque como para descollar
necesitan disminuir al vecino, se imponen como consecuencia la tortura de
reconocerse a solas inferiores a él. Los hombres que recubren a la intriga son
como los niños que empuñan un revólver: hay más probabilidades de que se maten
que de que hieran a los demás. Si deseamos derrotar a un sabio, hagámosle
preguntas de niño. Las lecturas nos alejan de la vida, como los anteojos,
deforman los objetos. El hombre se revela al conjuro de los acontecimientos,
como el color espera la luz para manifestarse. Las verdades son como las
estrellas: no todas las pueden ver al mismo tiempo. Algunos hombres son como
ciertas estatuas: sólo pueden ser juzgados desde lejos. El porvenir nos
clasificará según nuestra aptitud para concebir la justicia, y según nuestro
esfuerzo para dignificar al hombre. Es necesario elevar la literatura a la
altura del ideal, y no convertir todo ideal en literatura.
Definiciones de un transeúnte:
-
La
moda es la última degeneración del instinto de imitar.
-
Aplaudir
es elevarse.
-
La
bondad consciente es la más alta expresión del talento.
-
El
elogio de los sabios resulta a veces una complicidad en el desdén.
No resulta posible medir el alcance de
una obra por las resistencias que levanta. Vivimos en un mundo tan ensimismado,
que la más leve razón suele provocar remolinos y reflujos. Hay que imponer por
medio del arte, la diplomacia y la riqueza, la presencia material y moral de la
raza joven, que trae en si los gérmenes de todas las victorias. El traje y el
cerebro se internacionalizan nivelando a los hombres desde las fuentes de la
civilización hasta los últimos arrabales del mundo. La literatura nace de un
ímpetu del corazón y acaba a veces por ser un vicio como el tabaco. Hay autores
que conquistan por su misma inconsistencia, como ciertas músicas seducen por su
propia imprecisión.
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