Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro. 60 Los cruces de los oficios de Rodolfo Walsh… por Marcos Seifert
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Este trabajo tiene como objetivo indagar los lazos entre la producción
periodística de Rodolfo Walsh publicada entre abril de 1966 y diciembre de 1967
y otros planos de su escritura. Se propone un enfoque de las notas que priorice
los cruces, los deslindes, el entrecruzamiento permanente de géneros
discursivos (literatura, antropología, periodismo, microhistoria, relato de
viaje, etc.). Se analizará de qué manera estos textos delinean un doble
movimiento: por un lado, un desplazamiento de búsqueda y desborde, de pasaje
hacia un plano periférico, poco explorado; por otro, un movimiento que a partir
del deslinde tiende lazos, une, construye una red de historias, lugares,
sujetos.
Mi intención consciente y deliberada fue trabajar esas notas con el mismo
cuidado y la misma preocupación con que se podía trabajar un cuento o el
capítulo de una novela, es decir, dedicarle a una sola nota el trabajo de un
mes. Rodolfo Walsh, “Escribir para todos” (entrevista, Alma mater 114, 1970)
No ha sido inadvertida la cercanía de
las notas que Rodolfo Walsh publica en su mayoría en Panorama, entre abril de
1966 y diciembre de 1967, y los cuentos publicados por esos años (Los oficios
terrestres es de 1965 y Un kilo de oro se publica dos años después) incluso, se
han mencionado, también, diversas características que comparten con sus textos
de denuncia. Este trabajo tiene como uno de sus objetivos dar forma a un
análisis que indague y exhiba, precisamente, los lazos entre la producción
periodística de tal período y estos otros planos de su escritura. Es
indispensable para la tarea propuesta que tal indagación se base, desde el
inicio, en una postura que discuta con la configuración genérica entendida de
un modo estático y concebida a priori en la comprensión de las textualidades.
Lo que se propone es, más bien, una atención puesta en los cruces, en los
deslindes, en el entrecruzamiento permanente de géneros discursivos
(literatura, antropología, periodismo, microhistoria, relato de viaje, etc.).
En este sentido, si bien es innegable que en los textos el conocimiento del
referente y la experiencia vivida están puestos en un primer plano, no debe por
eso dejar de señalarse (y es esta dirección la que pretende asumir el presente
trabajo) como rasgos constitutivos de estas notas su despliegue de recursos
narrativos, las marcas literarias que los atraviesan de múltiples maneras. La
interrelación o ida y vuelta entre experiencia y escritura sostiene la
construcción de sentido de estas notas. En principio, hay un viaje y una
exploración que dan lugar a la nota, pero el relato de ese traslado es además
en sí mismo un desplazamiento. No solo un pasaje en el que se rescata lo
olvidado o silenciado y se expone bajo una luz pública, sino, también, un
movimiento en el que se establecen relaciones, redes de sentido, cruces de
historias. Se trata de una doble exploración: la exploración del territorio,
los modos de vida de los sujetos que lo habitan, y la exploración de la
escritura, la entrada de una dimensión literaria en la apelación a diversas estrategias
y recursos narrativos. Ambas formas de exploración son inescindibles a la hora
de entender las notas periodísticas que publicó Walsh en este período. Se
trata, entonces, de desplazamientos y pasajes en los que se establecen puentes,
cruces, redes de relaciones. Esta dinámica de pasaje y contacto se advierte en
varios niveles: el genérico, en las relaciones entre sujeto y objeto (por
ejemplo, la contaminación de la voz y la perspectiva del narrador con las voces
y visiones de los otros) y en la base misma de la construcción de sentido de
los textos: el entramado minucioso de una red de historias, identidades,
memorias personales y colectivas.
Experiencia e imaginación literaria
“Carnaval Caté”, publicada en abril
de 1966, aborda tanto los festejos y rivalidades entre las comparsas del
carnaval correntino como la catástrofe que produjo, en el mismo momento en que
tenía lugar la fiesta popular, la crecida del Paraná. La nota da cuenta de los
acontecimientos a partir de dos líneas paralelas de desarrollo que desembocan
en el apartado final. El texto presenta varias temporalidades, no es un mero
registro de los acontecimientos de la actualidad: el relato pasa del carnaval
presente a carnavales de años anteriores y, por momentos, retrocede aún más
para narrar la historia de la formación de las comparsas. La nota no deja de
explicitar los cortes que dan forma al montaje de los hechos: “Hasta aquí la
historia con su germen de revisionismo”. Luego de perfilar las diferencias
entre las comparsas, el artículo vuelve nuevamente a febrero del 66 para contar
cómo se desarrolla el carnaval y se reparten los premios: “De este modo empieza
la gran batalla”. Pero aún más destacable es el contrapunto constante con los
efectos de la inundación causada por la crecida del Alto Paraná: “chicos
semidesnudos miraban con asombro el paso de las comparsas. Eran los primeros
evacuados de Puerto Vilelas y Puerto Bermejo”. Es posible leer en la
articulación de las dos líneas de acontecimientos que plantea esta nota cierta
similitud con lo que propone la teoría del cuento de Ricardo Piglia, donde
sostiene que todo relato cuenta dos historias: una profunda y otra superficial.
La historia 1 (el carnaval correntino) está narrada en primer plano, mientras
que la historia 2 (la inundación) aparece de forma intermitente hasta emerger
completamente hacia el final. Si para Piglia en un cuento el efecto de sorpresa
irrumpe cuando asoma en la superficie el final de la historia secreta, en el
artículo de Walsh lo que se logra, finalmente, es una construcción de una
particular versión de lo que sucede en Corrientes, que permite a los lectores
ver las dos caras de una misma región. Sin obviar las diferencias, es posible
señalar la similitud de este movimiento de la escritura con el que se lee en el
cuento “Nota al pie” : un plano, que aparece contenido en breves observaciones,
en un contrapunteo con el plano festivo desborda (como el río) e inunda el
primer plano. En esta nota, el recurso del contrapunto se resuelve en
convergencia y cruce de los planos exhibidos también en el plano metafórico y
en el uso de títulos que remiten a la serie literaria. Por ejemplo, en la
imagen “una triste murga de inundados” se superpone la cruda realidad del
desastre con los términos que describían la fiesta. Otro ejemplo de este juego
de condensación de significaciones de ambos planos retratados es el título
“Final del juego” que Walsh elige para uno de los apartados de la nota. El
título del libro de cuentos de Cortázar se resignifica al no señalar meramente
la culminación del carnaval, sino el corte con el desarrollo de los hechos que
implica la irrupción del desastre de la inundación. En “Carnaval Caté” se puede
leer algo recurrente en las notas de Walsh de esta época: su rastreo y
segmentación de las múltiples dimensiones (culturales, históricas, sociales)
que convergen en el acontecimiento investigado: esto se hace, por ejemplo,
tanto desde el trabajo y montaje de las voces que exponen distintas posturas
sobre el carnaval, como desde la estructura misma de la nota que en sus
apartados aborda diferentes aspectos del mismo. En “La isla de los
resucitados”, de junio del 66, la individualización de los enfermos que habitan
el leprosario ubicado en las entrañas de la selva chaqueña se realiza no solo
desde un rescate de sus historias personales y una descripción de sus cuerpos y
actitudes, sino también desde sus voces, que se transcriben en el cuerpo del
texto. El interés puesto en la palabra del otro es un factor constitutivo de
las notas de Walsh, y en ésta, sobre la isla Cerrito, queda particularmente en
evidencia. Algo similar ocurre en ¿Quién mató a Rosendo? con los testimonios de
obreros que aparecen inscriptos en el texto, recogidos también por medio de un
grabador que Walsh llevaba consigo. Estos gestos demuestran el lugar de
prioridad que ocupa en su escritura la percepción atenta y el registro fiel e
inmediato de los hechos y las voces. En el caso de “La isla de los
resucitados”, poner el discurso del enfermo es introducir una primera persona
que sabe de la enfermedad desde la directa experiencia de vivirla, de sufrirla.
Estas voces ofrecen un punto de vista más allá del discurso de la ciencia u
otro tipo de discursos sociales que dan sus versiones sobre la enfermedad.
Walsh, aquí como en otras notas, introduce voces que dialogan o confrontan y
ofrecen múltiples perspectivas que convergen sobre un mismo fenómeno. Si en
Operación Masacre encontramos “cuadros de costumbres”, sectores del texto que
reconstruyen las historias de vida que confluyen en el fusilamiento
clandestino, en esta nota leemos un movimiento, en cierto modo, semejante:
distintas historias de vida convergen en la enfermedad y en las penurias que
conlleva, pero también presentan diferentes modos de vivir ese mal. El discurso
de los médicos aparece, también, incluido en la nota integrando una tendencia a
no simplemente informar sobre la enfermedad, sino más bien a desmitificar,
derrumbar supersticiones, versiones infundadas. Resulta destacable la
convivencia entre esta dimensión racionalizadora, cuya búsqueda es clarificar
los puntos oscuros o las interpretaciones erradas del fenómeno, con un sustrato
de la escritura que evoca ciertas leyendas, supersticiones o acontecimientos
reticentes a explicaciones racionales. Si bien estas historias se introducen en
el artículo engrosando el caudal de historias populares y anécdotas que se
cuentan en el lugar, el modo en que se presentan en la escritura no es
distanciado, sino que la narración asume plenamente un porte literario para dar
cuenta de esta dimensión: “siempre hay un silencio en puerta y un lugar para
los fantasmas, la sangre derramada, las cosas que no volverán a ocurrir” . Es
posible observar, además, una marca retórica de lo espectral que comparte “La
isla de los resucitados” (el subrayado es mío) con otra nota de noviembre de
1966: “Viaje al fondo de los fantasmas”. En Fusilados al amanecer. Rodolfo
Walsh y el crimen de Suárez, Roberto Ferro advierte cómo Operación Masacre no
solo desde la frase “un fusilado que vive”, sino desde una intertextualidad
shakesperiana, recurre a la espectralidad como forma de aludir a algo que no es
ni una presencia ni una ausencia, sino “un modo de persistencia irreductible”
frente a la cual se entabla un imperativo de reparación. La espectralidad
remite a la pervivencia de una injusticia, un fantasma frente al cual se
enfrentan víctimas y culpables. En las notas, los fantasmas o resucitados
tienen que ver con aquellos que fueron silenciados y olvidados, depositarios de
una “verdad sepultada” que la exploración y la posterior escritura walshiana
viene a rescatar. La dimensión literaria no solo entra en el texto para dar
lugar a leyendas y supersticiones de los hombres del lugar, también entra en
remisiones directas a la tradición literaria argentina, como ya se vio antes en
“Carnaval Caté”. Que uno de los apartados de “La isla de los resucitados” tenga
como título ‘El milagro secreto’ no implica una mera cita literaria y aislada
del cuento borgeano, sino un marco de comprensión para los hechos. En este
apartado, el contenido que repone la información científica sobre la lepra
entra en diálogo y resignifica el título elegido: lo secreto es en realidad
producto de la desinformación acerca de la enfermedad (y no tanto una voluntad
de ocultamiento); así, la idea de milagro se vuelve irónica porque la cura
existe. La alusión literaria, entonces, es también parte de la denuncia
expuesta en el texto sobre las condiciones de “miseria e ignorancia”, la
“legislación reaccionaria” y “una política sanitaria digna de un clásico país
subdesarrollado”. Otros de los casos en que se acentúa cierta inflexión
literaria son las presentaciones con las que el narrador introduce la voz de
los enfermos. Allí el lenguaje literario condensa aspectos del detentor de la
voz transcripta y establece un lazo de identificación con la voz narrativa, a
su vez, tendiendo, también, a extender este vínculo identificativo con el
lector: “Algún día don Pedro Vallejo se decretó solo y para siempre, renunció
de un golpe al amor, la dependencia, la amistad, se sumergió en los reinados
inferiores: las plantas, el perro, el filo de la azada, el olor de la tierra,
su roto lenguaje interior”. La nota finaliza con un apartado que explicita las
condiciones sociales, históricas y económicas vinculadas al mal en cuestión (un
modo de conclusión recurrente en los artículos de este período). Una denuncia
que señala la inoperancia del Estado para solucionar la problemática como una
distancia o contradicción constante producida entre las políticas
gubernamentales y las necesidades de la región. Si Walsh en estas notas pone el
acento en los cruces y convergencias de gran cantidad de factores, en este caso
(y lo hará en las sucesivas notas de esta época) señala un hiato fundamental
que es preciso atender. En fin, análisis de las condiciones sociales e
históricas, denuncia, transcripción de las voces de los otros, rescate de
leyendas, trabajo literario en diferentes niveles, cruce de historias de vida,
crónica de una cotidianeidad silenciada; “La isla de los resucitados” reúne un conjunto
de características que la vuelven una nota insoslayable en el conjunto de
escritos de Walsh. También en “El expreso de la siesta”, de julio de 1966, se
establece un diálogo entre la tradición literaria y algún aspecto de la
realidad periférica que se registra en la nota. Así como en “La isla de los
resucitados” Walsh recurre al título del cuento de Borges, en este caso el
punto de comparación con una parte del recorrido del tren es un pasaje del
libro Confesiones de un opiómano de De Quincey: “Describe De Quincey una calle
londinense, tortuosa, estrecha y tan dotada de voluntad propia que finalmente
pasa por la cocina de una casa particular. Algo parecido experimenté en el
trencito”. Además de acentuar la dimensión de excepcionalidad del viaje en este
particular tren, con la alusión al escritor inglés propone un modo de
reconstrucción de la realidad regional a partir del diálogo entre la literatura
universal y la experiencia. Otro aspecto a destacar de esta nota, en común con
otras como “Viaje al fondo de los fantasmas”, es el hecho de que el texto se
vuelva una narración de viaje, de desplazamiento. El viaje que se cuenta en la
nota del trencito adquiere características de aventura en tanto se presenta
como una experiencia que rompe con lo cotidiano, lo habitual, lo rutinario. Constantemente,
el texto acentúa el carácter excepcional que detenta el viaje en ese singular
tren. Si esto es así, su descripción no va a cuadrar, entonces, con las que
evocan en el ferrocarril una épica civilizatoria y lo colocan como el símbolo
de la modernización. Los puntos de comparación están dados, más bien, por otros
medios o modos de desplazarse: en ciertos momentos, con formas de viaje
anteriores: “con velocidad y ritmo de galope”; en otros, con modos totalmente
inesperados: “empezamos a navegar, literalmente”. La excepcionalidad del
desplazamiento en este tren implica no solo otro modo de experimentar la
temporalidad, sino también otra manera de interpretar lo que uno puede
encontrarse en el trayecto. Lo que serían obstáculos del camino o riesgos son
en este caso motivos de diversión: “a las 8.35 se cortó el tren, al zafarse un
pasador, y hubo que retroceder en busca de los vagones perdidos. La peripecia
es habitual, uno de los infinitos riesgos que acechan al trencito y que tanto
divierten a los correntinos”. El valor de este viaje en tren no pasa por los
parámetros habituales, la velocidad o la eficiencia, sino que radica en otro
tipo de encantos que la nota se encarga de registrar. El gesto que atraviesa
estas notas de Walsh es el de la negativa a trasplantar parámetros forjados en
otros lugares para juzgar a través de ellos los aspectos de las realidades
periféricas exploradas. De lo que se trata, más bien, es de desentrañar la
lógica y valoración cultural propia que tienen, sin hacer interferir en la
comprensión valores ajenos. Es de destacar que mientras que el viaje en el tren
da lugar a la nota, otro viaje que realizan Walsh y Pablo Alonso, en ómnibus,
no genera una narración, sino un mero registro. La nota va tejiendo diálogos
dispersos, fragmentos de historia, impresiones en un movimiento que, como el
del tren, entrelaza paisajes inesperados. Por ejemplo, por momentos la nota
desemboca en cuestiones sociales como la migración interna: “El trencito no
lleva gente a estas etapas finales del campo. La saca: las sirvientitas que
necesita la Capital, los peones que reclaman las fábricas, los jinetes que
requieren los escuadrones de seguridad para las represiones urbanas”. “El
expreso de la siesta” trama experiencia de viaje, investigación e indagación
histórica sobre los orígenes del particular trencito. Los avances en la
construcción de vías, pero también las sucesivas quiebras de las empresas que
encaraban el proyecto. En la nota conviven la dimensión poética, que resalta
cierto carácter mágico en torno al trencito, y el plano documental e histórico
de las condiciones en que ese medio de transporte se instaló y continuaba
funcionando. En el epígrafe de “Viaje al fondo de los fantasmas” de noviembre
de 1966, volvemos a encontrar el elemento literario como lente para enfocar un
aspecto de la referencialidad: “era un antiguo poblador de esa región, un tipo
experto, con una de esas caras sacadas de un cuento de Hemingway”. De la misma
manera que ocurre, por ejemplo, en la escritura que hace Sarmiento de sus
viajes, en la que un “prisma de libros y lecturas” filtra su mirada, en estas
notas de Walsh las referencias a la literatura se entretejen con la experiencia
constituyendo una herramienta para ilustrarla. Pero esta remisión a la
literatura no implica el establecimiento de una distancia entre un narrador
letrado y la realidad que contempla, ya que, recurrentemente, el enunciador de
estas notas se involucra en lo que cuenta, pone el cuerpo y no esconde sus
deseos de participar de situaciones que lo cautivan: “sé que tuvimos al mismo
tiempo la misma idea: robarles por un rato la canoa grande a los baquianos y
cazar nosotros el yacaré”. El narrador incluso es fascinado por el paisaje al
punto de afectar sus sueños: “Sé que soñé y que un nuevo paisaje, laberíntico,
arrasador, angélico en la tersura de sus flores y el cristal de sus aguas,
demoníaco en el irresistible crecimiento de raíces, hojas, espinas, púas,
dientes, había entrado para siempre en la materia de mi sueño”. En esta nota,
además de la inflexión aventurera que adquiere el viaje, como la observada en
“El expreso de la siesta”, el movimiento exploratorio se vuelve también
desciframiento de una incógnita: “el enigma del Iberá”. El recorrido del viaje
emprendido por el autor al mismo tiempo se calca sobre un antecedente histórico
de sucesivas expediciones que también se enfrentaron con este enigma. Walsh
señala que, a pesar de tales intentos de desentrañar el misterio, este ha
logrado prevalecer: “la leyenda volvió siempre a cerrarse, como la vegetación
insobornable del estero”. Piglia señala que cuentos como “Fotos” o “Nota al
pie” no son, desde el aspecto estructural, muy distintos a textos de
investigación como Caso Satanowsky, en tanto ambas series tienen en común su yuxtaposición
de datos, rastros, versiones “alrededor de un vacío, de algo enigmático que es
preciso descifrar” . En este caso, la nota también presenta tal estructura en
cuyo centro encontramos un enigma por resolver. La particularidad observable en
este artículo de noviembre del 66 es algo que ya se había mencionado respecto a
“La isla de los resucitados”: la convivencia e imbricación de una orientación
racionalizadora (apartados en los que desglosa factores sociales y económicos
que constituyen los fenómenos abordados, pasajes de desmitificación de muchas
supersticiones y malentendidos) y una reivindicación de la leyenda y lo mágico
como modo de supervivencia de ciertas historias y modos de ver el mundo. En
estos artículos de Walsh la historia y la leyenda se enredan y hablan con
distintas voces pero al unísono: “la Isla del Disparo se llama así porque en un
tiempo vivieron tigres, y después llegaron hombres, y en el encuentro alguien
disparó: unos dicen que los hombres, otros que los tigres, pero al final –como
siempre– quedaron los hombres”. El rescate de la leyenda como otro modo de la
historia, más emparentado a las formas de transmisión de las regiones que Walsh
visita, se agrega a la recuperación de otros saberes como el del baquiano. La
actitud de valoración de la experiencia, de los saberes prácticos y oficios, es
un gesto que atraviesa los textos de Walsh, incluso los textos de denuncia como
Operación Masacre. Sumándose a ese “archivo” donde se cuentan las descripciones
que hace Sarmiento en Facundo, Walsh se detiene en el saber no
institucionalizado del singular baquiano que habita el Iberá: “En medio de esa
vegetación torrencial e indiferenciada, cada mata, cada árbol distante tienen
para él un significado preciso. Si se extravía, le basta observar un rato la
marcha que describe la sombra de un palito”. Walsh describe la particularidad
de este hombre del Iberá sin forzarla a la imagen que la tradición literaria ha
forjado de la figura del baquiano; lo hace atendiendo a los modos singulares
que tal figura adopta en esta región. Este movimiento de registro de aquello
inasible a rígidos esquemas clasificatorios es uno de los rasgos fundamentales
que se advierten en esta nota. No solo se trata de los desconocidos modos de
percepción y conocimiento de un sujeto como el baquiano, sino también de un
paisaje imprevisible, móvil, que no se puede cartografiar o medir con la misma
facilidad que otros lugares: islas flotantes que alimentan “la pesadilla de los
agrimensores”.
Reescrituras
Hay dos notas del período estudiado
que establecen un diálogo explícito con dos textos relevantes de la tradición
literaria: “El matadero” de Esteban Echeverría y “Los mensú” de Horacio
Quiroga. Tales artículos complementan su referencialidad periodística de
acontecimientos sobre los que se informa con lo que se puede entender como
cierta reescritura de los textos mencionados. A diferencia de las notas
analizadas anteriormente, que en su mayoría remiten al mundo rural o selvático
del noreste argentino, en “El matadero”, publicado en Panorama en diciembre de
1967, el foco pasa a ubicarse en la ciudad. La relación evidente con el texto
de Echeverría desde el título se hace explícita en el comentario final de la
nota. Allí se refiere la incapacidad de entender de “el hombre del centro que,
desde Echeverría para acá, proyectó en el hombre de cuchillo del suburbio
prevenciones de violencia y de sangre que se disuelven apenas uno se para a
conversar con él”. No se trata simplemente de corregir la atribución de
barbarie que efectuaron aquellos que desconocían la realidad de estos hombres,
sino, fundamentalmente, de elaborar una versión diferente sobre los
trabajadores y sus características. En “El matadero” de Echeverría, publicado
en 1871, la escena de trabajo se construye por la descripción de la barbarie de
las prácticas sanguinarias que tienen lugar allí. La “chusma” que trabaja con
la sangre está imbuida en la fealdad y la bajeza de ese trabajo. Para el
narrador unitario, lo desagradable, lo repulsivo, lo horrible de las prácticas
bestiales que rigen el mundo del matadero es “el simulacro en pequeño” del
funcionamiento de la política en el país. La propuesta de “El matadero” (la de
la perspectiva liberal de la historia) consiste en la asociación del tipo de
estructura económica de un país agrícola-ganadero como Argentina con el sistema
político que se implementa. Si se supone que los unitarios van a llegar al
poder, la tesis del texto resulta invalidada ya que no tiene en cuenta que el
mero cambio político no puede modificar de un día para el otro la estructura
económica del país, por lo tanto el gobierno va a ser sanguinario ya que va
estar determinado por las características de la práctica económica. Como
decíamos, el punto de vista de Walsh en su artículo periodístico “El matadero”
está concentrado en el trabajo humano. Si bien el espacio del matadero es del
“campo en la ciudad”, éste está marcado por la división del trabajo en las
actividades que allí se realizan. Eso es lo que se señala como diferencia
principal respecto al pasado en una de las primeras imágenes del texto: “En
plena ciudad el asfalto da un hombre de a caballo y otro hombre de cuchillo,
que en un tiempo fueron uno solo, que nació y murió en el campo”. La escena de
trabajo, en este caso, está construida por la descripción de sucesivos pasos
fijos y con un orden determinado. Casi cien años después de la publicación del
texto de Echeverría, nos encontramos con un narrador-periodista que no solo
tiene una perspectiva diferente sobre aquellos que trabajan en el matadero,
sino que además debe dar cuenta de la fragmentación del “hombre del cuchillo”
en muchos especialistas: “Después del matambrero y el garreador de pata, el
balancinero vuelve a encarrilar el novillo en los rieles de la noria. Cuartero,
anquero, colero, tirador de garra, cogotero...” (Walsh, 2008: 258). Frente al
caos y el salvajismo del matadero que presenta el texto del escritor romántico,
la nota homónima de Walsh delinea un espacio ordenado en el que se resaltan las
diferentes capacidades y destrezas de los trabajadores. El relato resuelve,
simultáneamente, dos planos: por un lado, informa a los lectores sobre el
proceso que hay detrás de algo que es de consumo cotidiano en la ciudad y, por
el otro, reescribe y desvía los modos de referir un lugar y un tópico cuya
tradición se remonta a los escritos de viajeros ingleses. En la nota “La
Argentina ya no toma mate”, de diciembre de 1966, es explícito el diálogo con
“Los Mensú”, relato publicado por vez primera en 1914, en Fray Mocho, donde
Quiroga narra las circunstancias en que los peones son reclutados trabajar en
Misiones: “Un instante después estaban borrachos y con una nueva contrata
firmada. ¿En qué trabajo? ¿En dónde? No lo sabían”. Al ser incitados a
derrochar a cuenta, los mensú del cuento, Cayetano Maidana y Esteban Podeley,
para compensar sus gastos se ven atrapados en un trabajo que no eligieron. Esta
situación que viven los mensú es referida mediante una construcción
oximorónica: “lo único que el mensú realmente posee es un desprendimiento
brutal de su dinero”. El cuento construye un ámbito en el que la imposibilidad
de enfermarse para no perder el trabajo y morirse de hambre (o aun la
imposibilidad de poder abandonar el ambiente para curarse) se suma a la
circularidad del destino de los trabajadores. Los peones, aunque intenten
escapar, terminan retornando de la misma manera que habían sido engañados la
primera vez: “borracho con nueva contrata” . En su artículo, a partir del tema
de la prohibición de la cosecha de yerba en un contexto de crisis de la
producción yerbatera que sufre la provincia de Misiones, Walsh tiene la
oportunidad de retratar la situación de aquellos que aparecen como “los
herederos del mensú” de Quiroga. Su artículo no deja que los peones permanezcan
en el anonimato, el narrador-periodista los individualiza y recoge sus quejas;
permite que “las caras cobren nombre”. El artículo viene a afirmar que la
herencia la constituyen el desamparo, el hambre, la desesperanza y las
condiciones de trabajo inhumanas que pueden producir enfermedades en los
peones: “el trabajo más insalubre del mundo”. También tienen en común el anhelo
de escapar, el éxodo, la fuga que constituye tanto el conflicto en el relato de
Quiroga como la realidad de las familias en el de Walsh. Una de las diferencias
sustanciales entre ambos textos radica en que mientras los personajes del
uruguayo, Podeley y Cayé, se escapan, principalmente de las injustas
condiciones de trabajo a las que se los somete, los sujetos en Walsh huyen por
la ausencia de trabajo producto de la crisis que azota a la región. Otra
divergencia es que si, por su parte, Quiroga presenta la situación de los mensú
como un drama circular del que no pueden escapar, Walsh reflexiona hacia el
final de su escrito sobre las posibles soluciones al problema. Nuevamente vemos
aquí actualizada la resolución de la tensión entre dos polos: un informe sobre
la realidad crítica de los habitantes de una región del país y el vínculo con
una escritura literaria que abrevaba en problemáticas similares como materia
para sus relatos. Se hace evidente en el texto de Walsh cómo la búsqueda de
verdad en torno al objeto de la investigación no se separa de las alusiones
literarias y los vínculos que se establecen con relatos de ficción.
Cruces: antropología y microhistoria
Las notas periodísticas de Walsh no
son ajenas a la fusión de registros y géneros (denuncia, investigación, ensayo,
relato policial, historias de vida) que atraviesa la mayor parte de su obra. Se
trata de una escritura que resiste y excede una lectura anclada en taxonomías y
categorías fijas. Sus textos se sostienen en el entramado, el entrecruzamiento
permanente de distintas “zonas” y recursos. Se ha hecho hincapié en este
trabajo sobre todo en la imbricación con estrategias literarias que se observa
en la práctica periodística walshiana, pero, además, es posible evidenciar
otros cruces de semejante relevancia en la producción de estas notas con
disciplinas como la microhistoria y la antropología.
La particularidad de la escritura de
Walsh de rescatar la historia individual y entrelazarla con los hechos
históricos (la historia como convergencia de una miríada de historias) de algún
modo coincide en ciertas preocupaciones y búsquedas (a las que Walsh, por
supuesto, arriba por otras vías y otros medios) con una corriente de la
historia social que se dio en llamar microhistoria. No es casual que estos
historiadores reivindiquen el uso de técnicas narrativas en su producción (más
allá de que desde una perspectiva como la de Hayden White (1998) no
consideremos diferencias mayores entre el discurso literario y el de la
historia). En la microhistoria la reducción de la escala, la concentración en
hechos más puntuales de los que aborda en general la historia, se hace no con
el mero objetivo de detenerse en una vida o un acontecimiento aislado, sino con
la idea de que la “mirada microscópica” contribuye en la comprensión de un
contexto histórico mayor. Este rasgo es compartido por la escritura walshiana
que atiende a la experiencia individual, a las historias de vida, como focos
que convergen e iluminan una experiencia colectiva y social. Se observó esto,
por ejemplo, en las historias transcriptas en “La isla de los resucitados”, y
es además un movimiento visible en cuentos como “Cartas” y en libros como
Operación Masacre y ¿Quién mató a Rosendo? Los textos de Walsh, como los
trabajos de la microhistoria, toman lo particular como punto de partida y de
ahí pasan al significado en un contexto mayor. Giovanni Levi hace referencia en
su texto “Sobre microhistoria” a las afirmaciones de Jacques Revel, para quien
la microhistoria es “una respuesta a las limitaciones obvias de ciertas
interpretaciones de la historia social que en su búsqueda de la regularidad dan
preeminencia a indicadores excesivamente simples”. Lo que se observa en las
notas de Walsh es algo similar: una escritura que se erige para contrarrestar
interpretaciones simplificadoras o taxonomías rígidas acerca de las realidades
sociales, identitarias y regionales que aborda en sus artículos. Respecto a la
relación, ya advertida, de estas notas con la antropología, me interesa hacer
alusión a un concepto acuñado por Clifford Geertz para dar nombre al objeto de
la labor antropológica: la descripción densa. El autor la define como una
“jerarquía estratificada de estructuras significativas atendiendo a las cuales
se producen, se perciben y se interpretan” los hechos. Salvando las distancias
con lo que sería una descripción que se corresponde con lo enunciado por
Geertz, no es descabellado pensar que las capas de significación que Walsh va
superponiendo en sus notas (los distintos apartados con abordajes sociales,
históricos, económicos del fenómeno, la yuxtaposición de voces e historias,
etc.) se asemejan a esta definición que hace el antropólogo. Otro de los puntos
fundamentales que comparten los artículos de Walsh con las propuestas de Geertz
para la antropología es algo que ya fue mencionado en este trabajo: su
descripción de las formas culturales desde sus propios valores, desde su lógica
propia y no a través de categorías y parámetros creados en una cultura ajena a
la observada. En ese sentido, Walsh trama las notas sin manejar ideas previas
ni imponer esquemas preconcebidos; las notas construyen un movimiento en el que
un tema lleva a otro, y construye así un tejido que se guía por las relaciones
motivadas en el lugar investigado y no por patrones previos. Este movimiento
por eso adquiere, en muchos momentos, una inflexión exploratoria, aventurera,
de descubrimiento. Un modo de entramado similar de historias, identidades y
culturas silenciadas rescata muchos años después Aníbal Ford en “Desde la
orilla de la ciencia. Acotaciones sobre la identidad, información y proyecto
cultural en una etapa de crisis”. En su texto hace hincapié en gran cantidad de
elementos que son constitutivos de las notas de Walsh del período trabajado: el
registro de saberes no institucionalizados; la lectura de las historias desde
sus propias relaciones; la reivindicación de otras formas de comunicación y
transmisión de la herencia, de la identidad; la exploración de regiones
periféricas, dejadas de lado; etc. Sin menospreciar los mencionados cruces con
la antropología, es necesario al mismo tiempo mencionar algunas diferencias
entre lo que hace Walsh en sus notas y lo que se suele entender por la labor de
los antropólogos. Mientras que, como señala García Canclini, la etnografía
suele “sobreestimar la lógica interna” de las pequeñas comunidades y “descuidar
los crecientes procesos de interacción con la sociedad nacional” (García
Canclini, 1990), las notas periodísticas de Walsh no dejan de lado las
relaciones entre las problemáticas de estas comunidades y la política y la
legislación nacional y los vínculos migratorios de los habitantes de estas
regiones con Buenos Aires o con otros países. Walsh no aborda estas realidades
como “sistemas cerrados” sino en sus cruces y contactos con otras culturas. Un
ejemplo evidente de esta atención puesta en los cruces y los entrecruzamientos
culturales es la nota “Kimonos en la tierra roja” de febrero de 1967, donde indaga
las problemáticas y sueños de la inmigración proveniente de Japón instalada en
Misiones. En las notas de Walsh lo popular no se trabaja desde una
reivindicación melancólica de su supervivencia (lo que sería otro lugar común
que afecta a ciertos trabajos de la antropología, según García Canclini), sino
a partir de un conocimiento concreto no idealizado. El abordaje de las notas de
Walsh ha puesto en evidencia que son textos que delinean un doble movimiento.
Por un lado, un desplazamiento de búsqueda y desborde, de pasaje hacia un plano
periférico, poco explorado; por otro, un movimiento que a partir del deslinde
tiende lazos, une, construye una red de historias, lugares, sujetos. La red de
relaciones construida se puede advertir no solo en el trabajo minucioso de
recopilación e investigación sobre las historias y problemáticas de las
regiones que visita, sino también a partir de un tejido de decisiones y
estrategias narrativas que hilan textos de su obra que son, generalmente,
abordados por separado. Este tejido (que entrama sus distintas textualidades,
pero que, también, enlaza la práctica periodística con la reescritura de la
tradición literaria e, incluso, incorpora preocupaciones y enfoques similares a
los de otras disciplinas) es el que impide que los textos de Walsh descansen en
un mapa genérico rígido. Como las islas flotantes del Iberá, pesadilla de
agrimensores, la obra de Walsh alimenta el desvelo de aquellos topógrafos
literarios que intentan apresarla en fronteras fijas, en límites rigurosos y tranquilizadores
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Marcos Seifert Licenciado y profesor en Letras (UBA). Integra el grupo
UBACyT “Formas del terror en la literatura argentina”. Es adscripto en la
cátedra Literatura Argentina I de dicha universidad. Realiza desde 2010 una
investigación sobre los viajes y desplazamientos en los textos de A. Di
Benedetto bajo la dirección de Adriana Mancini como adscripto en Literatura
Argentina II. Ha participado de diversos congresos como expositor y
coordinador.
Fuente AHIRA
https://ahira.com.ar/estudios-criticos/page/14/
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