Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro 60 El fascismo es un regreso a las pulsiones infantiles… por Fabiano Massimi (Entrevista)
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Fuente: Zenda Libros
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Fabiano Massimi (Módena, 1977)
es un hombre tranquilo de aspecto apacible, con pinta de profesor sustituto que
desearías que se quedara para siempre. Estrecha la mano dando las gracias. En
realidad ha entrado en la sala unos pocos minutos después. Llega recién comido,
con el café en el cuerpo en un día de bufanda y chaquetón.
Las cuatro menos veinte de la tarde
es una buena hora para hablar de nazismo. Entra bien, es un digestivo
«fuertecito». Fabiano Massimi comenzó una serie en 2020 con El Ángel de
Múnich (Alfaguara, 2020), que continuó con Los demonios del
Reich (Alfaguara, 2021). Sin embargo, el presente título, Los niños
de Winton (Alfaguara, 2023), no pertenece a esta colección, pues es una
«pausa» antes de la siguiente entrega, aunque la obra que hoy presenta no se
despega del nazismo, pues está basada en los hechos que fueron revelados en
1988 a través de la BBC después de hacer pública la lista de los 669 niños
judíos que salvó Nicholas Winton cuando las garras del nazismo estaban a punto
de atrapar Checoslovaquia en 1938. Como los pasos de la Niña de la Sal sobre la
nieve de Praga, las hojas de este recién llegado otoño sobrevuelan la calle a
ras de asfalto.
¿Quién se podía fiar de los nazis?
Esa era la gran cuestión: nadie podía
confiar en nadie, pero al final todo el mundo confió en los más peligrosos.
Todos los grandes estadistas de esa época, antes de la Segunda Guerra
Mundial, pensaban que Hitler iba a actuar bien, que iba a establecer un
orden en Alemania, que es lo que buscaba la gente —realmente— de los demás
países. Pero Hitler, en Mein Kampf, había escrito exactamente todo lo que
iba a hacer y aun cuando iba haciéndolo la gente todavía no se lo creía, y que
no iba a llegar más allá de lo que había prometido.
Pero Hitler llegó igual.
Sí. Por lo menos fue un político muy
coherente.
¿Con el fascismo sucede lo mismo que
al cruzar la calle, que hay que mirar a izquierda y derecha?
Absolutamente. Sin duda. Mi maestro,
Umberto Eco, decía que el fascismo es universal, pero lo más espantoso del
fascismo es que no tiene color: puede ser negro, puede ser rojo, puede ser
azul… Pero no estamos acostumbrados a pensar que el fascismo puede tener varios
colores. El problema es que la sociedad en la que vivimos ahora es una sociedad
en la que es muy fácil que prolifere este tipo de pensamiento fascista.
Por lo tanto, ¿el fascismo se adapta
muy bien a las sociedades?
Sí. Es como un virus que ataca al
organismo y prospera. Pero mantiene la vida de este organismo porque es también
su vida. Por lo tanto, es muy difícil eliminarlo. Un ejemplo es Italia, donde
el fascismo duró veinte años. Creo que el fascismo es un regreso a las
pulsiones infantiles. El fascismo es hacer grupo, un equipo, estar todos juntos
y ser unos «malotes». El fascismo es en realidad una demostración de fuerza que
surge de una sensación de debilidad, por lo tanto tiene que pasar a través de
la pérdida de la inocencia. La idea del totalitarismo es que el individuo no
existe, sino el organismo, que es el que controla, mientras que el crecimiento,
el paso hacia la vida adulta, acontece precisamente en el momento en el que nos
individualizamos y nos convertimos en independientes, entonces maduramos.
Digamos que los niños son inocentes y la palabra «inocencia» quiere decir
«incapacidad de hacer mal», pero al mismo tiempo los niños también son crueles.
Tenemos el ejemplo de la novela de
William Golding El señor de las moscas, libro en el que se nos cuenta que los niños son
puros e inocentes pero también muy crueles. En un cierto sentido, el fascismo
es una ruta diferente que coge la infancia respecto a la madurez. Y creo que
contraponer estos adultos crueles pero infantiles a unos niños inocentes que
deben encontrar un modo de salvarse, usando armas diferentes respecto a las que
usan los hombres, es el motivo por el que me fascinan estas historias. Es
decir: ver cómo se puede ser infantil de formas diferentes dentro de la
inocencia y de la crueldad. Decía Winston Churchill que la democracia es la
peor forma de gobierno que existe, aparte de todas las demás. Pero es muy
antigua y creo que sobrevivirá. Recientemente escuché a un historiador que
hablaba de la democracia hoy y decía algo que nunca había considerado y que me
inquietó un poco: «Las grandes superpotencias mundiales, incluso en Estados
Unidos, ven a la democracia como un obstáculo, algo que ralentiza». Cuando
estas superpotencias mundiales consideran la democracia de esta manera,
intentarán superar e incluso vaciarla, que es lo que está sucediendo hoy.
¿Somos peores personas que nunca?
Yo creo que somos las mejores personas
realmente en esto. Hace poco falleció en Italia Sergio Staino, un gran
periodista y viñetista italiano. Su viñeta más famosa es la de una niña que
habla con su padre, al que le dice: «Papá, a menudo tengo la duda de que soy un
poco estúpida». Y el padre le contesta: «Tranquila, que los verdaderos
estúpidos nunca se plantean estas dudas». Yo creo que somos mejores,
potencialmente, porque somos personas que nos preguntamos estas cosas — « ¿somos
peores personas que nunca?» —. Esta duda hace que trabajemos, provoca que
nosotros busquemos siempre un parámetro, un ideal, y nos movamos en esa
dirección. Y si nos alejamos de ella, medimos esa distancia. El problema, sin
embargo, es que a menudo nos justificamos pensando que somos personas peores
pero por culpa de la sociedad, por ejemplo. Es ahí donde somos peores personas
y donde perdemos el gran valor. Lo que hemos aprendido a lo largo de los
milenios es la conciencia, que era el primer precepto filosófico: conócete a ti
mismo. Nosotros nos conocemos a nosotros mismos cada día más porque tenemos
mucha información, muchos ejemplos, muchas narrativas, muchos casos sobre los
que meditar… Pero en realidad tenemos algo que nunca ha tenido nadie en el
pasado, que es esta conciencia de lo que somos.
Y por tener conciencia de lo que
somos, ¿nos da miedo saber cómo somos? O sea, ¿tememos mirarnos al espejo?
—Absolutamente, sí. Y aquí viene bien
una cita de León Tolstói, un gran hombre que hizo un gran recorrido en su vida,
llegando a ser incluso el maestro de Mahatma Gandhi, de la bondad hecha
persona. Decía algo así: «Si quiero saber cómo soy, me miro a un espejo. Si
quiero ver cómo soy por dentro, leo un libro». La literatura tiene este poder,
esta responsabilidad y esta visión, de ponernos delante de un espejo. Realmente
es fácil mirarnos para entender la estética, pero ser capaces de mirarnos al
espejo y entender cómo somos por dentro es más difícil, porque hay mucho ruido
y muchas excusas. Sin embargo, la literatura nos pone delante de lo que somos
realmente, y a veces, claro, nos da miedo. Mi padre decía siempre que era mucho
mejor mirar la cuenta del banco —sin miedo— para descubrir que no tenías ni un
euro porque eso haría que tuviera energías para ayudar a encontrar una
solución.
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